martes, 25 de septiembre de 2012

Salvajes

Artículo publicado originalmente en Cinespacio.
 
Pelotón (1986), al igual que otras películas realizadas por directores de la misma generación de Oliver Stone, se centraba en el conflicto de un personaje en medio de una encrucijada moral. Era pues la historia de un soldado, Charlie Sheen, y sus “dos padres”, el bueno y el malo. Willem Dafoe como el sargento de cordura equilibrada, el jefe justo que prefería rehenes a ultimados. Tom Berenger era el sargento implacable, el que promovía la matanza e incentivaba la insurrección. Wall Street (1987), de la misma manera, se sostuvo de esta dialéctica moral. Charlie Sheen, nuevamente, decidía entre los consejos de su padre biológico, Martin Sheen, y su padre ideológico, Michael Douglas. Con Salvajes (2012), Oliver Stone pone punto aparte a su cine de corte político para retomar el cine sobre la moralidad, aquella que dispone a sus personajes una oportunidad para redimirse.
 
Salvajes narra la historia de un trío de amigos-amantes. Ben (Aaron Johnson) y Chon (Taylor Kitsch) son dos traficantes de drogas a mediana escala de Laguna Beach. Ambos son fundamentales para la empresa. Ben se dedica a la negociación y distribución, mientras que Chon se hace cargo de los cobros y deudas. El primero es filántropo y un admirador de Buda. El otro es un ex soldado que sirvió en Afganistán y un castigador a sangre fría. En medio de ellos se encuentra “O” (Blake Lively), una belleza paradisiaca dispuesta a satisfacer o amar a ambos jóvenes. Desde estos estereotipos, Oliver Stone en principio emprende su historia desde una dinámica sobre lo moral. Ya en el primer fragmento de la película, los personajes de Salvajes contemplarán el buen camino o el mal camino. Ben y Chon tendrán que decidir entre continuar con el negocio, el que incluye asociarse a un cartel mexicano, o el de concluir sus actividades y ceder su mercado a los mafiosos supremos. Es entonces someterse o redimirse.
 
Scarface (1983) y Asesinos por naturaleza (1994), en cuestión de temas, serían las películas que Stone revisita. Es por un lado su antigua afición por el tema de las drogas y el narcotráfico, mientras que por otro es su atracción a situaciones o impulsos violentos, aunque más albergado a una inclinación morbosa, y esto parece incluir también a los citados sexuales. Las primeras imágenes de Salvajes más parecen hacer rito de una secuela de Saw o algún fragmento snuff. Los encuentros íntimos de Ben y Chon junto con “O”, sea en pareja o en trío, tienen un apartado y tratamiento especial que se aleja de la misma trama. Oliver Stone por un lado recrea una historia que posee un ambiente encantadoramente sórdido, mientras que por otro pinta con aire comercial su filme que aspira de fascinaciones espectaculares, tipo Tarantino, solo que reprimiendo el lado estético, aquel que apenas logra manifestarse en el matizado pictórico compuesto por colores vivos al estilo del último Tony Scott.
 
Lo mejor, o más bien lo satisfactorio de Salvajes, es ver a actores como Benicio del Toro, John Travolta o Salma Hayek haciendo lo suyo de forma apropiada. Esto es también de paso un engranaje más de la convocatoria de ciertos usos comerciales que resume el director en su último filme. El trío de jóvenes actores es el lado menos carismático de la película. Una especie de pequeño círculo intentando aspirar a ser violentos, duros e inhumanos. Otro punto, como lo habíamos mencionado anteriormente, algo ajeno a la película, es sobre el retrato de sociedad intima que surge entre estos mismos personajes que juegan a ser amigos y amantes, elevando ese estilo de vida hasta una especie de filosofía yonki, cuestión que se alterna de la trama. Salvajes finaliza con un desdoblamiento, entre satisfacer el morbo comercial y el de sujetarse a una “lógica” de lo real. El dato anecdótico del desenlace; Oliver Stone hace cita de una escena final de la genial Tráfico (2000), de Steven Soderberg. Es el mismo escenario, solo que con un personaje distinto.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Kim Ki-Duk

El día de ayer, el Festival de Venecia premió al director surcoreano Kim Ki-Duk por su película Piedad (2012), poniéndolo por encima de la favorita The Master (2012), último filme del gran director Paul Thomas Anderson. Por obvias razones no comento sobre estas películas, pero sí aprovecho a hacer una brevísima semblanza sobre la filmografía del director asiático, uno de los cineastas más importantes en la primera década de este siglo, dueño de películas que merecen ser bien preservadas para riqueza del cine. Películas como Primavera, verano, otoño, invierno…y otra vez primavera (2003), Hierro 3 (2004) o La isla (2000) son algunos ejemplos a considerarse entre lo mejor de este director.
 
El cine de Kim Ki-Duk es el retrato sobre los exiliados, los que la sociedad ha expectorado o ellos mismos han decidido abandonar. Los personajes del surcoreano van desde monjes hasta prostitutas, de seres bienaventurados hasta asesinos, todos ellos presas de un hermetismo que asumen con naturalidad y que intentan contagiar a otros que más bien se resisten y a veces fracasan. Es a partir de esto que surgen los conflictos, aquellos que siempre se elevan a un plano existencial. Kim Ki-Duk habla desde un contexto social como filosófico. Es por un lado el camino a la redención humanitaria, mientras que por otro es la aspiración a la esencia, el camino al zen. En un ámbito estético, Kim Ki-Duk enmarca matices saturados, capturando además escenarios naturales que representan el espíritu salvaje y, en varias ocasiones, grotesco del ser humano.

martes, 4 de septiembre de 2012

Cielo oscuro

Toño (Lucho Cáceres) y Natalia (Sofía Humala) se han conocido como por azar. Luego de condensar un negocio, un comerciante de Gamarra y una actriz de teatro serán, ante todo, protagonistas de una historia de amor. Cielo oscuro (2012) es un testimonio de pareja. Es el seguimiento de cómo el amor nace y se destruye sin ningún hecho complejo o situación extravagante. Joel Calero dirige su ópera prima de la manera más honesta; no tiene necesidad alguna de recurrir a discursos que sugieran una lectura alternativa a su película. Esta historia de amor que recrea su director entre dos mundos que se podrían perfilar como el encuentro de dos personalidades o estilos de vida casi contrarios, muy poco influye en el conflicto que va germinando en medio de la relación, un caos que surge de la forma más natural e inoportuna, algo que es universalmente humano. Los celos es una segunda historia de esta película.
En primera, Cielo oscuro se presenta como la representación de una pareja como muchas. Hay escenas de amor, momentos de rutina y de alcoba, actos sexuales y propiamente íntimos, peleas y reconciliaciones, silencios y risas; toda una serie de sucesos que limpiamente van creando un lazo estable y cotidiano, algo que comienza a desquebrajarse como por sorpresa. Lucho Cáceres es sin duda lo mejor de la película. Existe una naturalidad en el actor para interpretar a este negociante que pasa del embelesamiento a la intranquilidad. La película en gran parte se sostiene de personajes bien interpretados y retratados. Joel Calero sabe controlar las emociones de sus actores. No existen rasgos de sobreactuación cuando los conflictos despiertan, aquellos que al instante son neutralizados. La película se apoya además de una fotografía que crea contrastes a plena luz. Colores vivaces en un ambiente grisáceo. Cielo oscuro, sin embargo, no se esfuerza por ir más allá de esta historia. Joel Calero en sí no promueve una marca propia u original. La película termina con una gestualidad de anécdota, casi estancada o simplista.