lunes, 18 de noviembre de 2013

Gravedad

Alfonso Cuarón con Hijos del hombre (2006) se convirtió en un director de importancia. El cuadro apocalíptico de un mundo donde la concepción se convirtió en historia y la juventud en emblema, se dilataba a una tragedia de coyuntura y de peso ideológico. Era un Reino Unido víctima de un “apartheid”, grupos rebeldes incubando entre la pobreza y la guerra campal. Toda una nación fiscalizada, perseguida, algunos viviendo en la clandestinidad. Tanto el arte como la cultura, desplomadas y no reclamadas, habitando en lugares anónimos, castillos o arquitecturas innovadoras que se contrastaban a primera vista con una ciudad derruida. En paralelo al discurso, Hijos del hombre es también valioso como filme visual y estético. Cuarón en más de una escena promueve una serie de planos secuencia al ritmo de los picos de acción que va motivando en su historia. Es por eso es una de las mejores películas de la década pasada.

Gravedad (2013), a primera mano, es una de las pocas películas en Hollywood que mejor explota el 3D. Junto con Avatar (2009), Hugo (2011) y La vida de Pi (2012), el último filme de Cuarón crea ilusión en lugar de decepción, tal como provoca el resto de películas que se han ido propalando durante los últimos años. Si bien es en solo ciertas escenas donde esta tecnología logra altos grados de “dimensión”, esta se desarrolla al margen de los efectos dramáticos que van jugando dentro de la historia. Es preciso tomar en cuenta que gran parte del filme se localiza en el espacio exterior, lugar que tiene como único paisaje los halos del globo terráqueo o la nada. Es por eso que son en los momentos de coalición metálica cuando los efectos gráficos se esmeran en crear la simulación óptica, instantes en que la profundidad dimensional está sobreexpuesta, desde pequeñas partículas a grandes escombros que sobrevuelan sin más destino que el de la fuerza de choque y la gravitacional, y es en efecto tales escenas los momentos hitos de la película.

Gravedad es una cadena de eventos de tensión. El filme sigue una estructura que deja por lo menos en dos ocasiones brecha para una pausa emocional, siendo una de ellas su primera secuencia, mientras que la segunda una que simula un punto álgido en la misión de la astronauta novata Ryan (Sandra Bullock). Cuarón nos introduce a esta aventura espacial con un primer plano secuencia. Es el reconocimiento al entorno, el espacio como contexto bucólico, un escenario idílico, casi lúdico e inofensivo, en donde las cuerdas o propulsores te mantienen al borde de la estación u hogar provisorio. No hay forma que puedas temer a lo pasivo. Este plano secuencia es además el rápido repaso al escaso elenco que va reparando o jugueteando entre la nada. Es un promedio de 15 minutos los que Cuarón se toma para engendrar su primera tensión, curiosamente, tal vez la escena más dramática en todo el filme. De pronto el tránsito intempestivo, del acompañamiento grupal a la soledad, es un golpe mortífero. Sensación que por ejemplo también se sintió en Lo imposible (2012) luego de cómo una mujer tragada por un maretazo se percata de su cruda soledad luego que hace instantes estaba en plena intimidad familiar/social.
Son de hecho el vértigo, el pánico y la ansiedad, tres motores esenciales dentro de esta película. Hay una necesidad por explotar ese lado baldío del espacio exterior. Cuarón se habrá preguntado: ¿de qué manera podríamos sacarle provecho a esto? Lo curioso es su inclinación a crear una suerte de encierro dentro de un lugar tan amplio. Una celda o una prisión no son más o menos perturbadoras dependiendo sus dimensiones. Basta que en ella no se encuentre lo necesario para sobrevivir “humanamente” (desde el aire que respiras hasta la misma comunicación humana), ya existe una fisura que da paso al colapso o a la desesperación. Ahora, existe además una necesidad de darle un significado subjetivo a este contexto. Así como lo desarrolla en Y tu mamá también (2001), road movie sobre la amistad y la experimentación sexual-erótica, Cuarón no se enfrasca en las travesuras de un par de adolescentes y una mujer madura, sino, sutilmente, promueve un discurso social crítico frente al imaginario mexicano, desde prejuicios que vienen arrastrando por décadas atrás, hasta eventos más actuales.

El drama en Gravedad comienza a tomar un nuevo sentido con el drama terrenal de la doctora Ryan. La intención aquí de Cuarón es menos sutil que en Y tu mamá también. El viaje al espacio –que es lugar fundacional de la vida a través de un Bing-Bang ocurrido hace millones de años– como lugar de retiro de una mujer con una esperanza frágil producto de un evento fatídico. Desde entonces Ryan es una zombie, un cuerpo varado en el “limbo”, lo que para Dante y el catolicismo era el espacio donde se hallan aquellos que conocieron la muerte sin ser bautizados, en su mayoría menores o adultos que nunca “aprendieron a rezar”, como el caso de la astronauta. Su desencuentro en el espacio será así una suerte de retorno a la vida. En un punto de la Vía Láctea, Ryan luchará por su vida en distintas formas, sea por golpe de suerte o a través de sus mismas aptitudes. Este es un breve boceto a lo que Darwin se refería en su selección natural, sobre cómo los aptos –los que se aclimataron de la mejor forma, por ejemplo, a la etapa glacial– son los sobrevivientes.
Ryan lucha contra la gravedad, la falta de oxígeno, el frío congelante de una cabina satelital. Una y otra vez vence las adversidades, por instinto y por adopción a lo que le dejaron sus predecesores. Las etapas de tensión o peligro se cierran con evocaciones sobre la concepción. El primer ingreso de Ryan desde su naufragio en el espacio a un punto seguro, es una alusión a la posición fetal, maniobra como gesto que la salvaguarda en toda esperanza de vida. Cuarón dramatiza lo que Darren Aronofsky representa en el cierre de Réquiem por un sueño (2000), momento en que sus personajes, todos trágicamente desesperanzados, no les queda más que retornar a la semilla o a lo puramente inocente, libre de peligros o realidades, fantasías o recuerdos. Gravedad, contrario al filme de Aronofsky, finaliza con optimismo. Es la alegoría al recién nacido, casi desnudo, empapado de una matriz acuosa, esforzándose por mantenerse en pie, apenas liberado de este cordón (umbilical) que en el espacio era el único nexo que la mantuvo con vida.