jueves, 25 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Homeland

Más allá de su intención por registrar el cambio condicional que se ha generado en la sociedad iraquí durante el antes y el después de la invasión militar de EEUU en el 2002, el director Abbas Fahdel en su documental Homeland (2015) va apuntando a detalles que en cierta forma siempre se permanecieron perennes dentro del cotidiano. Luego de las casi seis horas de duración, una de las conclusiones de este filme parece afirmar que Irak, incluso desde antes de la invasión de las tropas militares de “Bush padre” durante la década de los 90, ya estaba viviendo en calidad de una nación ocupada por extraños. Homeland, por encima de contemplar las heridas reveladas en el “después”, no deja de revisitar el “antes”, etapa que evoca además a un tiempo aún más pretérito, cuestión que los más grandes recuerdan por memoria y que los más pequeños conocen por herencia. Pero vayamos por partes.
Homeland, tal como lo indica el director a inicio del filme, será un acercamiento a las vivencias de sus familiares y algunos conocidos de estos mismos. Una primera parte abordará los meses antes de la invasión, mientras que una segunda parte hará lo mismo en tiempo después de finalizada la guerra con la toma de Bagdad, capital del país en cuestión. En el primer extracto conoceremos a la gran familia de Fahdel, en su mayoría tíos y sobrinos. En ella veremos a una ciudad preparándose para la guerra. Es decir, juntándose de provisiones, asegurando con cintas sus ventanas, perforando la tierra en busca agua para los días de sequía que anuncia traerá la invasión. Existe sin embargo un detalle curioso durante todo este trámite. La ansiedad o la tensión son nulas durante esta espera. Salvo por la alza de precios en el mercado, todo parece seguir su curso normal. Se realizan bodas, los jóvenes salen a disfrutar de su juventud, los niños juegan en las calles. Como si se tratase de un documental producido por la Discovery, el filme despliega costumbres. Es el diario de una parte del país.

Ya para el final de su primer fragmento, el director junto a su sobrino deciden visitar las ruinas (hoy convertidas en museo) de una zona bombardeada durante la primera invasión yankee en 1991. Los escombros están intactos, las paredes desfiguradas y adornadas de tizne y fotos de víctimas inocentes. Lo que más sorprendente de este cuadro es el sobrino, no mayor de quince años, haciéndola de guía. Esto es un punto notable de la primera parte en Homeland, en donde veremos además a muchos otros niños, pero especialmente a este pequeño, quien parece el protagonista más recurrente en todo el documental, el cual opina con lucidez precoz sobre la situación por la que está pasando su país. Al cierre del primer fragmento, el niño sumará a su currículum sus dotes de conocimiento histórico. Su naturalidad para hablar sobre la guerra, las tragedias e historias de muerte acaecidas en su nación, no es más que reflejo de esa rutina condenatoria con la que Irak ha tenido que convivir por más de una década.
Para la segunda parte de Homeland, Saddam Hussein ha sido derrocado. EEUU ha establecido un gobierno provisional mientras da promesa a la población se realizará unas próximas elecciones democráticas. Por un lado la población está aliviada ante la caída del tirano. No más reverencias ni monumentos a Hussein. No más desaparecidos políticos. No más burocracia desigual. Muy a pesar, están los efectos de la invasión. Muchas ciudades están devastadas, los apagones de luz son más recurrentes, la ración de comida ajusta, la policía está inactiva y los robos y secuestros están a la orden del día, las familias se protegen a sí mismas de las pandillas, mientras que los excesos de los estadounidenses no dejan de hacer eco. La pobreza aquí termina siendo la mayor víctima, y Abbas Fahdel la va registrando a medida que los pobladores hablan y rememoran. Ni Hussein ni EEUU han generado tranquilidad. Los tiempos del aceite, que son los tiempos antes del combustible, es la época añorada. Homeland es una visión antropológica a Irak. Ni la primera ni la segunda parte reflejan una situación mejor que la otra, y, lo que es lamentable, es que existe una percepción colectiva de este fracaso.

martes, 23 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Videofilia

Para los años 80, David Cronenberg comenzó a fundar realidades fílmicas en dónde la ciencia ya no solo era capaz de regenerar el cuerpo humano, sino también el de manipular la mente. En películas como Videodrome (1983) o eXistenZ (1999), el hombre, literalmente, es engullido por las nuevas ciencias, las mismas que lo han encaminado rumbo a las vías de la deshumanización. De repente la humanidad pasa de ser creadora a ser un injerto más de la tecnología. Es una mirada perversa y, a la vez, apocalíptica de la ciencia evolucionada. Videofilia y otros síndromes virales (2015) se podría decir que es una versión actualizada de ese apocalipsis, uno que a diferencia de las películas de Cronenberg, no necesariamente se conciben entre las paredes de un laboratorio o mediante la hábil praxis de un grupo de científicos o programadores. Aquí el “virus” se expande por todas partes, en distintas dimensiones y está al alcance de todos.
En su nuevo filme, el director Juan Daniel F. Molero promueve lo que sería una contemplación a las dinámicas de la “era digital” desde un punto de vista truculento. La historia de una pareja de jóvenes es de pronto una ventana a la perversión, siendo su principal proveedor el internet o todo aquello que esté ligado a los contenidos digitales. El director, sin embargo, no se introduce de frente a hurgar entre las rutinas de los vicios y la depravación. Ante de eso, lo digital se despliega como producto de consumo, sea desde el chat con usos de alcahuetería o a través de un noticiario que informa sobre la última paranoia colectiva que se desenvuelve en todo el globo. Es decir, la tecnología digital observada también como práctica sustancial en la actualidad. Es desde esta premisa que iremos viendo a los personajes moviéndose en función a dichas plataformas, desde las más cotidianas hasta las clandestinas. Dicha convivencia será además la que generará un punto de inflexión entre la realidad y las representaciones digitales.

A medida que sucede la trama, Videofilia sugiere una realidad simulada. De pronto el contexto de los personajes fuera de los ámbitos digitales va asumiendo rasgos que van desvirtuando la materialidad de su naturaleza. La distorsión de la imagen, la sonoridad diegética que alude a un videojuego, la reproducción del efecto trip provocado por los narcóticos y que solo los sueños o el mundo digital son capaz de representar. Hay una necesidad por desconfigurar lo real o incluso reemplazarlo desde la perspectiva de un visor digital. Son escasas las escenas en que los protagonistas se encuentran frente a una pantalla o una lente. Como sucede en las películas de Cronenberg, el culto o la fascinación a algo provocan efectos y daños colaterales en sus consumidores o en la realidad de estos. Si bien los personajes de F. Molero no sufren cambios físiológicos o mutaciones, sus cuerpos parecen sustituidos por meros registros digitales. Se pixelean, se fragmentan y se deforman. Desde sus acciones más habituales hasta algo tan humano e íntimo como la sexualidad, todo pasa a ser una representación visual y sonora.
Ya para el final de Videofilia todo ha perdido su forma real y, curiosamente, la trama ha asumido además un giro en dónde la realidad virtual le ha sacado ventaja a la realidad misma. Si bien en Reminiscencias (2010) F. Molero le hallaba un uso esencial al registro digital empleado como fuente de memoria, en ese mismo documental el director no oculta los percances técnicos, la imagen de textura terrosa, el molesto ruido de la edición analógica. Videofilia y otros síndromes compone esto y le otorga un sentido en la trama. Es también un modo de filmar, cuestión que en la actualidad va a contracorriente. A la línea de Bill Viola a algunos directores del videoarte, Juan Daniel F. Molero parece ser parte de esa minoría de creadores aún fascinados con los defectos del analógico. Un modo de ver el mundo sin las expectativas que plantea por ejemplo la tecnología de una película comercial. Por último, inevitable no separar la estética amateur con ese deslumbramiento por lo voyerista, conducta que es evidente en su última película como en el mismo Reminiscencias. El cine nunca dejará de ser perverso.

lunes, 22 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Taxi

En una formidable secuencia de El espejo (1997), la pequeña actriz que protagoniza la historia se ha rebelado contra todo el equipo de filmación y ha decidido abandonar el plató. Como una salida al apuro, el director decide dejar de lado su trama original para ponerse a seguir a la niña a fin de convencerla retorne a la película. Este se podría decir que es uno de los ejemplos más anecdóticos en el cine de Jafar Panahi, en referencia a ese hábito de que a medida que sucede el relato va generando impases en su trama, convirtiendo de esta forma sus películas en diestros montajes que por cierto ponen al descubierto esa demarcación entre su creatividad fílmica y su labor comprometido. Es sabido que Panahi a lo largo de su carrera ha sido responsable de una filmografía que duramente ha cuestionado tanto el sistema político como las costumbres tradicionales en Irán. Esto incluso le costó la censura de una de sus películas y una posterior pena que hasta el día de hoy le restringe salir del país, además de realizar cine.
En Taxi (2015) un conductor, protagonizado por el mismo Panahi, durante su ruta irá recogiendo a una serie de personajes (los previstos como los imprevistos), siendo estos mismos los que van fabricando una historia plagada de impases. Nuevamente el cruce de situaciones será mera excusa para que el director recree una ventana a los comportamientos sociales y las gestas que aplica a diario la represión política en dicha nación. Para esto, Panahi genera una dialéctica que vanamente provoca ese cuestionamiento sobre la disolución del límite que divide a la ficción del documental. La cámara encubierta, los pasajeros de paso como los que boicotean al director delatando qué es verdad y qué es ficción, el reencuentro con un amigo de barrio o la tarea que le ha sido asignada a una sobrina suya. Todo es parte de un montaje. Jafar Panahi apunta, sin embargo, de que no hay mucha diferencia entre la ficción de sus películas y la realidad en Irán. Todo  escenario, desde un taxi hasta la celda de una prisión, es un plató.

sábado, 20 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Cavalo Dinheiro

Desde Casa lava (1994) hasta su actual Cavalo Dinheiro (2014), el enfoque temático del director portugués ha contemplado la rutina de los habitantes de mundos decadentes. Salvo por un par de cortos, el resto de cine de Pedro Costa es un cine sobre los desprotegidos. O sangue (1989), su ópera prima, es de hecho su único desvío en cuestión a este recurrente. Muy a pesar, son dos rasgos principales de esta película las que Costa ha venido reciclando hasta el día de hoy. Una de ellas es sin duda esa iluminación virtuosa, el gran vital en la filmografía del director. Los rayos de luz que se filtran entre la penumbra, la claridad de la luminosidad artificial que enciende los rostros en primeros planos, su fascinación por los claroscuros. En adicional, O sangue es también un viaje extraño. En su trama percibiremos la historia de dos hermanos, un romance, una desaparición, o tal vez una muerte. Son muchas las situaciones estancadas, o más bien, cercenadas por una edición que es abrupta, que adicionalmente otorga una atmósfera misteriosa y, por lo tanto, seductora. Esto último también sucede en Cavalo Dinheiro.
La película se inicia con una sucesión de fotografías. Hay una evocación al pasado. En estas vemos a individuos pertenecientes a finales del siglo XVIII o inicios del XIX. Los escenarios son distintos. Parecen ser áreas rurales, en otras son calles, un bar, lugares que tal vez ya ni existen. Hay también escenas de rutina. Familias reunidas, niños jugando, algunas personas posando. Finalizada esta especie de prólogo, la imagen cede su espacio al retrato de un desconocido. Acto seguido, se manifiesta el que será el protagonista de la película, y a quien no veremos su rostro con claridad sin antes verlo desde una perspectiva desenfocada, caminando por un pasaje oscuro con apenas una luz centellante y frontal que le pega al individuo directo a los ojos. Un cuadro totalmente espectral. Cavalo Dinheiro inicia con planos del personaje acercándose o alejándose desde o hasta el otro extremo, siempre entre la penumbra y sumada a una luz austera que reaviva, por ejemplo, el rojo de la única prenda que usa esta especie de zombi, quien parece estar descendiendo directo al mismo recinto de Hades.

Un detalle curioso es que durante esta marcha, vemos cómo el contexto irá cambiando para la siguiente escena, esto a pesar de que percibimos que el tiempo sigue lineal. Lo que en inicio nos invitaba a suponer que eran los interiores de un hospital abandonado, luego parece ser las escaleras que dirigen directo a unas catacumbas, más allá el lugar se torna aún más cavernoso. Lo que es seguro es que el personaje está ingresando a un lugar cada vez más profundo y estrecho. Costa retorna a esa formalidad narrativa que ya había empleado en O sangue. Tanto el tiempo como el espacio, e incluso su mismo argumento, son desiguales. Cavalo Dinheiro es un viaje a la mente de Ventura, el también protagonista de Juventud en marcha (2006). Es a través de este que vemos a los tiempos y a los lugares confundirse o hasta mezclarse. Lo veremos también hablar con personas que existen o que existieron. En sus recuerdos prima sin embargo su vida como peón junto a un grupo de colegas en la década de los 70, además de sus vivencias ocurridas en tiempos de una revolución, una temporada de represión a la que pudo sobrevivir.
Cavalo Dinheiro es de seguro el trabajo más elaborado que haya realizado Costa. La propuesta fílmica que aquí se plantea es más compleja y nutrida que lo que se ha visto en sus anteriores películas. Hay un propósito al emplear insistentemente una fotografía de colores cenizos y desgastados, la cámara que encuadra en fondos con texturas agrietas, la iluminación que se condensa de forma estratégica parece revalorar el cine silente en su estado expresionista, sus citadas locaciones decadentes e inhabitadas. Todo se alinea al margen del estado anímico de sus personajes. Muy a pesar, dentro de la lucidez por calzar toma una serie de recursos que se vinculan, que están bien pensados y argumentados como propuesta fílmica formal y estética, me es imposible serle indiferente al tedio que provoca por ciertos momentos el estilo de Pedro Costa. Y no lo menciono por referencia a esa narrativa accidentada o escabrosa que por ejemplo también se manifiesta O sangue, una película atractiva aunque poco citada, sino por el mismo tratamiento de una evocación sonámbula que hasta cierto punto mitiga la fascinación. Una secuencia musical, además de otras más compuestas por planos angulares, en ciertos casos, dándoles ligeros contrapicados, me da que pensar que por momentos se cede a un cine artificial, como si el director adulterara su propio cine.

5to Festival Lima Independiente: The look of silence

El ejército desnudo del Emperador sigue marchando (1987), de Kazuo Hara, es un documental japonés en donde vemos a un anarquista acosando a un grupo de veteranos de la Segunda Guerra Mundial. A estos últimos se les culpa de ser responsables de los asesinatos de los familiares de las dos personas que también harán compañía al radical durante las mencionadas visitas no planificadas. El resultado de estos encuentros será un encaramiento al pasado, un rescate de la memoria, pero, sobre todo, la búsqueda del perdón que hasta dicha actualidad pesa sobre los deudos. Esa premisa parece repetirse en The look of silence (2014), un documental que resulta tan emotivo y perturbador como su antecesor. A diferencia de The act of killing (2012), Joshua Oppenheimer es esta ocasión pone como protagonista al familiar de uno de los tantos desaparecidos durante el genocidio desatado en Indonesia, a partir del golpe de estado en 1965. Lo curioso es que está víctima no es cualquiera, sino un caso en especial que incluso parece cumplir una representación simbólica más amplia.
Aquí el deudo es un hombre que nunca conoció a su hermano. Él fue concebido dos años después del atentado contra su familiar, y lo que supo de este fue en base a lo que sus padres numerosas veces le contaron. Es decir, él heredó un luto, uno que en su momento no padeció ni fue testigo, pero que sin embargo lo vincula. El protagonista en The look of silence me recuerda al mismo protagonista del documental de Hara, el ex soldado japonés que apenas conoció a sus compañeros caídos, pero que asume por compromiso averiguar la verdad de los hechos acontecidos en el pasado y de paso reclamar el arrepentimiento de los culpables a fin de acudir al derecho de los deudos. Hay un compromiso cívico de por medio. Una necesidad de excavar en la Historia para reavivar la memoria y exigir el perdón. Ambos parecen demandar un reclamo histórico en nombre de toda una comunidad. Lo cierto es que en el documental de Oppenheimer, los sucesos están más que aclarados. Resta recurrir al acto de contrición de los asesinos que hasta el momento siguen siendo los líderes de dicha nación, y justamente ese es el camino más sensible de la película.

The look of silence no solo rememora con crudeza los hechos acontecidos durante la matanza en el “rio Serpiente”, lugar donde fue violentado el hermano del protagonista junto a centenares de detenidos, sino que además registra los testimonios de los culpables e implicados quienes justifican sus propias barbaries con un cinismo “lúcido”. Ya en The act of killing había quedado en claro cómo el discurso egocéntrico de los ex miembros militares en Indonesia ha calado en el imaginario de toda la nación. La cacería y el aniquilamiento a los comunistas en la actualidad, sigue siendo símbolo de heroísmo y congratulación para muchos de los ciudadanos comunes de esa localidad. Es bajo dicho pensamiento colectivo que hay una negación al arrepentimiento. En consecuencia a esto, durante el documental seremos testigos de la frustración del protagonista, quien finalizada cada visita mirando silenciosamente al vacío, como contemplando un luto infinito, fruto de la negligencia y alimentado de mucha impotencia.
En El ejército desnudo del Emperador sigue marchando un ex soldado japonés “literalmente” exige a golpes la verdad y el perdón que los asesinos le deben a los deudos. En The look of silence veremos también a un protagonista exigiendo lo que le corresponde. El último Oppenheimer incluso es distinto al director que percibimos en The act of killing, uno que es silente, que se plantea a ser simple oidor de las recreaciones macabras que en un pasado practicaron los cazadores de hombres en Indonesia. En una escena, Joshua Oppenheimer pasa de ser un director pasivo a uno que obliga a que también debe existir una herencia de culpa. Son los hijos de un fallecido militar, quienes con incredibilidad observan cómo el heroísmo de su padre fue en realidad los honores de un verdugo.

viernes, 19 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Costa Dulce

El relato narrado por un grupo de habitantes sobre una posible riqueza histórica extraviada en algún lugar del terruño paraguayo, da como primera impresión de que nos estamos introduciendo a lo que sería un filme documental. Costa Dulce (2013), sin embargo, se prevalecerá de esta suerte de prólogo para darle protagonismo a un tipo de discurso que además de ser frecuente, será fundamental durante el largo de esta ficción. El director Enrique Collar asiste a las dinámicas de la oralidad no solamente a fin de fundar la premisa de su historia, sino también como un medio para generar inquietud. David (Christian Riveros), un joven forastero que ha llegado al poblado de Costa Dulce contratado como celador provisional de una casa, a medida que va fraternizando con la rutina de sus nuevos vecinos va siendo testigo de una serie de cuentos sobre tesoros perdidos, almas en purgatorio, buscadores desaparecidos y pistas inacabadas. Esto va seduciendo al muchacho. Lo va obsesionando.
Como en el cine de Apichatpong Weerasethakul, Costa Dulce por un lado retrata a comunidades preservando sus creencias sobrenaturales, sucesos que abordan el realismo mágico y que además forman parte de su cotidiano. Hay un profundo respeto por el lenguaje de la oralidad y, en contraparte, hay un ajusticiamiento contra los que no hacen caso a dicha normativa. Es dicho desequilibrio el que genera David. El extraño que se va dejando arrastrar por la oralidad no por fervor al misticismo, sino por pura morbosa curiosidad. Como el Humphrey Bogart en El tesoro de Sierra Madre (1948), David irá cediendo a la codicia. Su lectura a las revelaciones fantasmales será cada vez más maligna. La oralidad de esta forma se convierte en cómplice del drama. Enrique Collar no solo la usa a fin de fundar una historia en base a la leyenda de un tesoro, sino también es la que provoca la confusión sacando a flote el lado perverso en algunos, a pesar de que emerge buenos hábitos en otros.

viernes, 12 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: Celos

En una escena, un padre lee mentalmente una carta que su novia le ha escrito mientras que su hija entre juegos intenta arrebatársela. Finalizada la lectura, el hombre levanta en brazos a la pequeña y con tono entre amoroso y burlón le dice que ella está celosa. Este es el único indicio en toda la película en donde un personaje se atreve a poner al descubierto los celos de otro individuo, comportamiento que de hecho casi todos los protagonistas de este filme padecen al estar acondicionados a alguien o algo. A comparación de algunas otras películas que haya realizado Philippe Garrel, Celos (2013) parece estar más abierto a un lenguaje actual. Salvo por su primera etapa mítica y experimental, el francés siempre se ha inclinado a promover un cine que recuerda el espíritu post Mayo del 68. Un estilo evocativo, citando una temática militante, creando historias épicas, fundando una manada de individuos románticos, no solo políticamente hablando, sino también desarrollando melodramas o conflictos internos, sobre todo los artísticos.
Celos de todas formas sigue preservando la esencia de Garrel. Sigue su uso continuo de rótulos. Una suerte de frases poéticas a modo de introducción a los leves giros del argumento. Está también su estilo narrativo con elipsis en diferentes grados, robando cortas como grandes porciones de tiempo. Louis Garrel, hijo del director, y además su actor fetiche, interpretará a un actor de teatro y joven divorciado, padre de una niña que no pasa los diez años, y que además está experimentando una nueva relación amorosa. Como sucede en otras películas de Garrel, existen varias tramas que funcionan de manera independiente. A Louis lo veremos probando suerte en su oficio como actor, en su rutina como padre, enamorándose de Claudia (Anna Mouglais), evadiendo cualquier gesto de infidelidad, son también los encuentros con su hermana y el recuerdo de un padre. El melodrama, sin embargo, será el que mayor peso tendrá en todo el argumento.

Aquí también los personajes de Garrel son románticos, tanto de oficio como en su vida íntima. En un inicio de la película vemos a Louis apenado por la escasez de trabajo y  su baja situación económica, mas su ex esposa parece decirle: “Igual aún sigues haciendo lo que te gusta. Ánimo”. Como en Los amantes habituales (2005) Garrel inserta dudas vocacionales a sus protagonistas, mas no con la intención de reducirlos al fracaso, sino como mero contraste de su próxima superación. Por otro lado, ya inmersos al melodrama, se reconoce a un amante que ama con obsesión y otro casi por interés o simple rutina. Es en primera instancia la ex esposa de Louis, para que sea luego el mismo Louis, quien más adelante sufrirá ante la frialdad de Claudia. En cuanto al amor, Garrel gusta citar al amante que exige fidelidad y ser amado. Sucede en la misma Los amantes habitualesLibertad, la noche (1983), donde por ejemplo vemos a una mujer reclamando ser protegida a totalidad por su pareja, al punto de que cualquier indicio de abandono sea motivo de locura.
De igual forma, Louis desespera, se frustra y se deprime para cuando vaya entendiendo que su relación con Claudia no significó mucho para esta. Aquí veremos los indicios de celos más frecuentes; mas los hay de otra clase. Una escena ejemplar es la hija de Louis entrevistándose con su madre, ex esposa de Louis. La niña le cuenta lo formidable que la ha pasado junto a su padre y la nueva novia de este. Seguido, con malévola inocencia, la pequeña le pregunta: “¿Te pasa algo?”. Garrel nos dispone de un pequeño personaje inteligente y que sutilmente rasca con malicia al lanzar, tanto a su madre como a su padre, preguntas de un alto grado de precocidad. Más celos. La hermana de Louis hacia este mismo, siendo este de niño el preferido del padre. “Apenas lo recuerdo”, dice indignada la hermana cada que le preguntan por el padre. Es incluso también un celo que no recae en personas. Claudia, por ejemplo, deseando un mejor departamento, o Louis escuchando cómo una ex fan de su padre (quien también fue actor), le confiesa su admiración y amor perdurable por el hoy extinto. Más que celos de hijo, celos de un actor.

miércoles, 10 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: Primer amor

Las películas de Mia Hansen-Love evocan a situaciones convencionales. Estos se inclinan a ser dramas puramente íntimos y que incluso se desarrollan en un principio con cierto letargo. El modo narrativo en el que se despliegan sus tramas es de manera secuencial. La historia de sus protagonistas es como la revisión de un calendario al que le faltan hojas, como la separación entre un entonces y el “hace algún tiempo”. En vía a esto, se percibe la fundación de un conflicto interno, uno que con el paso de las fechas ha comenzado a agudizar la fragilidad de sus personajes, a quienes veremos sufrir y, en el peor de los casos, fracasar. Hansen-Love es sin duda una de las mejores directoras en la actualidad. Su cine aspira a convertir sus modestas historias en grandes dramas o tragedias, y Primer amor (2011) no se separa de este rito. Lo que simula ser el diario de una adolescente encaprichada con un amor, se va convirtiendo en un acontecimiento perdurable, que la absorbe, la deprime, la enferma y todo simula irreparable.
La relación entre Camille (Lola Créton) y Sullivan (Sebastian Urzendowky) inicia como la de cualquier pareja adolescente. Por un lado proyecta un amor casto y puro, pero también revela un lado de debilidad emocional y hasta inestable. Son los rastros de la inexperiencia. Es la joven que abraza con total dependencia a su amante, mientras que este otro observa la posibilidad de nuevos planes y rumbos que no incluyen a su compañera. Primer amor cuenta las vivencias de Camille y sus vanos intentos por reponerse ante la repentina separación de su amor juvenil. Hansen-Love posee una narrativa que recuerda a las novelas epistolares francesas, al Truffaut de La piel suave (1964) o Las dos inglesas y el continente (1971) o a algunos personajes de los Cuentos morales de Rohmer. Es decir, la evolución emocional de un individuo en base a un tiempo o temporada determinada. El filme de la directora francesa se destina a representar la educación sentimental de su protagonista.

Más que rutas de aprendizaje, Hansen-Love emprende historias de personas cargando sus dramas internos. Sus personajes se mueven en base a sus antecedentes. El tiempo pasa, mas Camille no deja de arrastrar su pasado, que es un luto que no duda en exteriorizar. Se le ve en su radical corte de cabello, esa sexualidad que ha sido obstruida por sí misma. Es como si la nueva vida de la joven proyectara un aire reservado y conformista. Es su elección de una carrera universitaria impredecible a su personalidad, un trabajo a medio tiempo, un nuevo amor, nuevos retos profesionales. La joven ha cambiado su mundo, mas sus emociones permanecen preservadas para su amante ausente. Primer amor tiene ese engranaje de elipsis casi imperceptibles que manifiestan una temporalidad que transcurre silenciosa. Es como si Camille pareciera estar condenada a no cumplir con esa etapa de vida, pero lo cierto es que el tiempo nunca ha dejado de fluir con deprisa.
Hansen-Love elabora historias de personajes que sufren por lo irremediable. Débiles y frágiles ante las adversidades que sus antiguos errores les ha heredado. En Todo está perdido (2007) un padre vive arrepentido por el tiempo que no pudo compartir con su hija, en El padre de mis hijos (2009) una familia carga con el duelo y las deudas de un padre angustiado por una crisis financiera. Al igual que Camille, ellos fueron aspirantes suicidas. Mia Hansen-Love revisita el tema del suicidio como ese punto crítico del drama, uno que usualmente parte a sus películas en dos momentos. Pasada dicha crisis, llega la recuperación que parece reivindicar. Primer amor es una fábula sobre una mujer que sobrelleva su propio drama. No es ella, sino el tiempo el que va sanando sus heridas y frustraciones, y ya para el final, es como si todo lo ocurrido hubiera sido anécdota. Ya ni los lugares que un día visitaron juntos le recuerdan a él.

martes, 9 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: Crónicas diplomáticas

Ágil y excéntrica es lo más reciente de Bertrand Tavernier. Crónicas diplomáticas (2013) consiste en una serie de sucesos dentro de la muy activa agenda laboral de un ministro francés y sus colaboradores. Basándose en una novela gráfica, Tavernier promueve la sátira en un tono cortés, es decir, sin provocar prejuicios, sino más bien pura simpatía. Todo empieza cuando el joven Arthur (Raphael Personnaz) ocupa un nuevo puesto en la oficina del Ministerio de Relaciones Exteriores. Él será el nuevo encargado del “lenguaje”; o sea, de convertirse en boca del propio ministro Alexandre Taillard (Thierry Lhermitte) durante los cruciales encuentros diplomáticos, o, lo que es lo mismo, de encargarse de fabricar los discursos, cartas y hasta los guiones de los almuerzos que tendrá dicha autoridad. A partir de eso el espectador será testigo de toda una serie de comportamientos disparatados que se desalinean al protocolo que imaginase cualquier ajeno a la materia.
Dos actuaciones a resaltar.  Thierry Lhermitte, como el ministro que parece tener licencia para hacer suyo las palabras y frases ajenas. Ver al político ir y venir entre las oficinas del ministerio, es como ver suelto a un pequeño ciclón que literalmente deja rastro por donde anda. Lhermitte es formidable para cuando ejerce su lenguaje pantomímico acompañado de sonidos onomatopéyicos, los cuales hasta sus más antiguos colaboradores todavía se esfuerzan por descifrar, y esto incluso le sucede a Claude, su secretario y brazo derecho, interpretado por un imperturbable Niels Arestrup; esa segunda gran actuación. El personaje de Claude posee la apacibilidad y el ajuste que el señor Ministro merece. El secretario le otorga al grupo de secuaces (circenses) del ministro el toque disciplinado que remarca sobretodo en los momentos más catastróficos. Esos dos personajes son el espíritu de Crónicas diplomáticas, otorgándole una verborrea que en ocasiones desvaría y en otra resulta muy lúcida.

lunes, 8 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: Respira

Las primeras secuencias de Respira (2014) inevitablemente me traen a la memoria La vida de Adele (2013) por el solo hecho de observar cómo dos adolescentes van relacionándose mutuamente. Muy a pesar, ambas películas van por un camino totalmente distinto. En la historia de Abdellatif Kechiche sucede desde un principio una atracción espontánea entre sus protagonistas. Mientras tanto, en la historia de Mélanie Laurent todo resulta ser parte de un proceso. Es el tránsito de la amistad al sutil juego erótico, uno que llega de la personalidad de Sarah (Lou de Laage), la chica nueva del colegio. Su carisma, su frescura y su belleza natural no solo han creado simpatía en Charlie (Joséphine Japy), sino que además ha comenzado a despertar en esta última un sentimiento que va más allá de la rutina íntima entre dos mejores amigas. Es así como el poder de seducción y persuasión de Sarah será medular para definir su relación frente a su sumisa confidente.
Respira, para la mitad, se torna más interesante. Sarah de repente ha asumido un rango tiránico en la relación. Es la amiga que aparece y desaparece cada que se le antoja. Charlie, sin embargo, será la amiga obediente o angustiada, esto dependiendo del humor de su “maestra”, de quien tal parece se ha obsesionado. Mélanie Laurent dramatiza una historia de amor y odio, sobre una amistad adolescente que por un lado reacciona cruel, mientras por otro es abnegada. Esa sugerencia de relación lésbica no es más que una excusa para graficar la dominación de una aspirante a “Lolita” que, además, ha embargado la tranquilidad de su compañera. Mientras que Sarah, la joven conflictiva, no dejará de ser lapidaria, Charlie no dudará en brindarle su otra mejilla. Respira transita por la amistad, la seducción y finalmente por la enemistad. Lástima que su final cierra de una manera gratuita.

domingo, 7 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! y 9 meses

No se logra entender con claridad si el comportamiento de Guillaume es síntoma de un estado edípico o el fracaso por una hija no concebida, el egoísmo de una crianza maternal o la represión patriarcal, o simple conducta adolescente que recién está reconociendo su identidad sexual. Lo que sí es seguro es que Guillaume se encuentra inmerso en una cadena de casualidades y contratiempos que lo etiquetaron como un aspirante a la homosexualidad. Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! (2013) es como un vodevil. Guillaume Gallienne, director y protagonista de la película, se basa en su obra teatral autobiográfica para representar una comedia ligera que desarrolla una variedad de situaciones en dónde el héroe será el centro de atención. Tal parece que su fascinación y obsesión por ser vivo retrato de su refinada y excéntrica madre, ha sido el umbral de una serie de interpretaciones que devienen tanto dentro de su circuito familiar como fuera de este. Será además, el origen de un viaje personal. Su inclusión temporal dentro de lugares y círculos que, dentro de todo, son complacientes, a pesar de su carga dramática.
En Nueves meses (2013) el humor apunta a ser una comedia chispeante, de un idioma acelerado y caricaturesco, y que recuerda al estilo de Jean-Pierre Jeunet de Amelie (2001), sobre todo durante la introducción del filme. En su trama veremos a una estricta y dedicada jueza, madura y aspirante a “solterona”, quien tendrá que lidiar con un dilema que arremete contra su oficio y su pensamiento. Luego de escuchar que dentro de unos meses le aguarda un tan ansiado ascenso, se sabe que no falta mucho para que se exponga esa gran disyuntiva que pondrá en riesgo sus planes personales. El director Albert Dupondel, también protagonista de la historia, es efectivo al momento de crear situaciones de una comicidad espontánea, acercándose además a un humor más hollywoodense que europeo, y, para bien, sin caer en la total dependencia de la obscenidad o lo grotesco.

sábado, 6 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: A pocas horas de Primavera

Un momento a subrayar de A pocas horas de Primavera (2012) es durante una secuencia en la hora de la cena. El silencio y la tensión reinan en la casa que postra a una madre y a su hijo en mesas separadas. La hostilidad es mutua y pesada, especialmente la que viene de la anciana, de quien hasta entonces solo sospechamos que su amargura es consecuencia de un resentimiento hacia su primogénito, este recién excarcelado, desempleado y, a total vista, huraño y depresivo. El filme de Stéphane Brizé es un drama duro en donde los rasgos humanos se manifiestan sin sedantes.
Aquí los personajes no aspiran a ser redimidos, no corrigen sus errores, se comportan con desesperación para cuando la furia o el miedo los embarga.  Es decir, no hay intención por neutralizar los conflictos que desarrolla este drama, desde los amorosos hasta los familiares, y esto también se aplica a la primera mención del tema central de la película. A diferencia de la española Mar adentro  (2004), la eutanasia en el filme de Brizé no se inclina al debate. No hay trabas ni cuestionamientos (y si los hay, son mínimos). Aquí la opción se acoge y se respeta. La película es dramática, mas no arma un drama sobre el tema.

jueves, 4 de junio de 2015

5ta Semana del Cine Francés: Timbuktu

Los yihadistas han tomado el control de Tombuctú. No solo sus armas son las que han restringido la vida de sus habitantes, sino que también las nuevas leyes y castigos que estos mismos extremistas han comenzado a poner en práctica. Timbuktu (2014) no solo es un retrato sobre un fanatismo religioso. Es también el retrato de un absurdo. El último filme del mauritano Abderrahmane Sissako se inclina a representar un drama real y actual desde una contemplación objetiva. Su sencillez parece empeñarse en crear un cuadro veraz de la situación. La historia no presenta estereotipos ni falsas fantasías. No percibe incluso una necesidad de satanizar a los enemigos o martirizar a los desvalidos. El drama central, sobre el incidente entre un ganadero y padre de familia frente a un pescador, no se perfila a ser un hecho extraordinario que desatará el lado más ortodoxo de esta suerte de “colonizadores”. Dicho suceso y sus consecuencias se presentan como parte de una rutina, la cual se va intercalando con otros sucesos igual de absurdos y desafortunados.