miércoles, 30 de octubre de 2013

Antes de la Medianoche

Slacker (1991) iba por el camino de un cotidiano poco conocido. Entendamos por “cotidiano” como situaciones objetivas y puntuales. Toda historia aquí es corta y superficial. Existe pues una multitud de personajes, muy a pesar, no hay tiempo ni espacio para encariñarnos con alguno de estos. Las visitas a un fragmento de la vida de estos individuos son fugaces. En estas, cada uno va charlando su propio “rollo”, ninguno (salvo un caso) sufre algún hecho increíble, todos lucen comportarse bajo la rutina, eso sí, no en un sentido cansado, sino gozoso. Dentro de sus acciones poco activas, la mayoría aquí parece disfrutar por lo que pasa. Nadia comparte lo del otro, sin embargo, todos tienen algo en común. Ellos vagabundean. Son los tipos que están de paso. De esos que cruzan la calle y te saludan y te hacen conversación como si el tiempo no corriera para ellos, y esto es significativo para el tiempo en que vivimos.

Los inicios de Richard Linklater están bajo las órdenes de un cine que hace una pausa frente a los filmes que sufren acciones tras acciones. Es la contemplación hacia un mundo “invisible”, una especie de sociedad que se incluye al grupo de los “pequeños detalles”, sobre cómo sujetos, del más selecto común, pueden ser interesantes, graciosos, ocurrentes, situacionales, espontáneos, impredecibles, y muchas otras cosas que crean curiosidad, no obsesiva, pero al menos suficiente para desear saber un poco más sobre este tipo de personaje con un estilo de vida errático: el vagabundo. Este ya había sido tratado en su ópera prima It’s impossible to learn to plow by reading books (1988) y posteriormente en Dazed y confused (1993). Mientras tanto, Linklater le reza al poder de la dialéctica, pero no una convertida en una perorata interminable, sino que se renueva continuamente, muda de temas, se va por las ramas, siempre desembocando a convertirse en puntos aparte. Lo cierto es que su personaje principal, el vagabundo, si bien lo contemplamos, casi siempre no nos vemos a través de este. Los diálogos son fascinantes, está bien, pero todo es epidérmico y limitado.
Antes del amanecer (1995), cuarto filme de Linklater, siguió la misma fórmula aplicada por este director. Dos jóvenes están de paso, se conocen y conversan de una y otra cosa. La ventaja de los primeros filmes de Linklater es que invitan a una atención que no es obligatoria para comprender la historia, ya que estos mismos discursos guardan una apariencia independiente. Lo que se expone son en su mayoría diálogos que nos son familiares, sea porque los incluimos como parte de nuestro ocio o porque giran en torno a temáticas que están dentro del interés general. Este último filme citado, sin embargo, pone en observación un asunto que por fin logra quebrar ese límite que, valga la redundancia, a su vez limitaba a que el mismo público espectador se sintiera reflejado ante esta nueva rutina. Antes del amanecer toca un tema universal: el amor. Pero no es un amor cualquiera, es un amor especial, concebido de manera especial, tratado de forma especial y que une además a dos personalidades muy especiales. La historia de Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se gesta como una anécdota juvenil, imprevista, improvisada, la que la convierte en una historia transparente y sincera.

Antes del amanecer es el “amanecer” de un romance idílico entre dos jóvenes que tienen mucho en común, pero que a su vez no dudan en manifestar eso que posiblemente incomode o no se adecúe a la personalidad del otro. Jesse es estadounidense, bromista, relajado, sin hoja de ruta, es pesimista, pero también no puede evitar ese lado romántico que aflora casi inconsciente de él. Celine es francesa, muy leída, continuamente piensa en el futuro, es optimista y víctima de una manojo de prejuicios que van desde lo existencial a lo místico. Uno proviene de una familia fragmentada, mientras que la otra de un matrimonio de largo tiempo. Son ocasionalmente opuestos, pero existe demasiada química entre los dos. En medio de conversaciones que abarca desde lo íntimo hasta lo cotidiano, la pareja deja al descubierto esa timidez virgen propio de los primeros "verdaderos" amores. Son pruebas de que se está gestando algo puro y que va más allá del encantamiento furtivo. Richard Linklater y sus actores son orfebres de una improvisación que fluye de manera natural y verosímil. El final de esta historia es abierto. Nueve años después, el caso se reabre.
En Antes del atardecer (2004), el reencuentro de Jesse y Celine es igual de anecdótico, solo que desde un sentido distinto a las expectativas. Ambos han madurado, él se casó y ella ahora parece no temerle tanto a la muerte. De la misma forma que en su primera parte, nuevamente la pareja se enrumbará a una infatigable conversación. La química sigue presente, muy a pesar la magia parece haberse disipado. Esta vez no hay nerviosismo en ellos. Ambos parecen haber extraviado esa seducción torpe y primariosa que un día se revelaba en medio de sus conversaciones. Antes del atardecer es un plano de madurez. Jesse y Celine son conscientes que no están en la situación ni en la edad de fantasear con un amor idealista. Es por eso que las conversaciones parecen ser más frías, incluso menos interesantes. Hay una gran ansiedad que se está gestando, tanto para el espectador como para sus protagonistas. Ellos desean saber qué está pensando uno del otro. Las pistas los delatan. La conclusión es que “uno no deja de ser el mismo aún pasen los años”. Jesse no ha dejado de ser romántico ni Celine ha dejado de ser idealista. Ambos han jugado a fingir, a ocultar eso que un día sucedió pero que han ido arrastrando por años. Nuevamente ocurre un final abierto.

Antes de la medianoche (2013) es el equivalente a la rutina. Otros nueve años se han sumado a la vida de esta pareja, y ambos parecen haber sobrevivido a las dudas impuestas en capítulos anteriores. Jesse y Celine es una pareja de casados, con hijos en común, y, sobretodo, con problemas en común. A medida que ha ido pasando el tiempo, la dosis de idealismo se ha ido relegando por el realismo. La vida de matrimonio es lo que se espera. Es la contemplación a momentos gratos y discusiones maritales. A diferencia de las dos películas anteriores, Antes de la medianoche tiene otros personajes. La vida matrimonial como un lazo que parece haber quebrado ese ambiente íntimo, uno que a duras penas parece rescatarse. Muy a pesar, el director se las ingenia para otorgarles intimidad a la pareja. Jesse y Celine retomarán una nueva caminata juntos y a solas. El espacio íntimo se va reconstruyendo, sin embargo, la llegada a un hotel cambiará esa animosidad que parecía remembrar sus años mozos.
En el cine, el cuarto de un hotel ocasionalmente ha reflejado el desencuentro entre la vida de pareja. Es el espacio de los amantes que van a romper, los que se encuentran a escondidas o que intentan rescatar el fuego de la pasión. Es una especie de preámbulo al desamor, y esto no es ajeno a Antes de la medianoche. Jesse y Celine no son la pareja perfecta. Lo que parecía una recreación a lo íntimo ideal, se convierte en lo íntimo en su estado de crisis. La rutina como crisis; esa es la médula de esta nueva historia. Al igual que sus anteriores, este nuevo filme tiene un final abierto. Richard Linklater en ningún momento parece agotar esta historia, cada una vista y razonada desde ánimos distintos. Al igual que los diálogos expuestos, los tres filmes tienen esa ventaja de ser digeridos independientemente. Jesse y Celine han pasado por ciudades que juegan a ser una suerte de etapas. Viena como la ciudad ideal, París como ciudad de la razón, mientras que la península del Peloponeso, Grecia, como la ciudad de la crisis, no económica, sino marital.

miércoles, 23 de octubre de 2013

25 Festival de Cine Europeo: No habrá paz para los malvados

Del 22 al 17 de noviembre, se realizará el Festival de Cine Europeo en su edición 25. Dentro de su transcurso iremos haciendo algunas críticas de las películas que vayamos viendo.

De pronto la necesidad de eliminar al único de testigo de un triple asesinato se convierte en la obsesión de Santos (José Coronado), algo que parece ir más allá de salvar su propio pellejo. ¿Redención o algo puramente personal? No habrá paz para los malvados (2011), de Enrique Urbizu, tiene como mayor atractivo a un protagonista que rememora a un detective sacado de un filme noir combinado con un duro de la década de los 80. Santos es una especie de sujeto híbrido. Alcohólico, divorciado, atormentado por un pasado que calla hasta el final de la película. Santos tiene las facultades de todo buen veterano, es duro de roer, sin embargo, todos los de su departamento creen que ya es momento de un retiro definitivo. Santos es víctima de “achaques”, como él mismo llama, y son estos mismos los que han provocado que cometa un terrible y ridículo error.
No habrá paz para los malvados es la historia de un hecho absurdo que conduce a un hecho increíble. La muerte accidental de tres sujetos ocasiona una doble investigación. Por un lado, Santos localizando al único testigo de su crimen; en paralelo, una jueza indaga el mismo caso calificado como un ajuste de cuentas. A medida que ambos avanzan, el ojo de la tormenta va tomando forma. Enrique Urbizu hace memoria al atentado del 11-M, además de la crisis social y económica en España. Dentro de este contexto, Santos se revela como un antihéroe, uno que no obedece a las normas morales, sino a las cínicas. Cazar al villano es desmantelar toda una red que conspira contra toda una nación. A Santos esto le tiene sin cuidado, él solo quiere matar al maldito. No habrá paz para él hasta no haberlo tachado.

domingo, 20 de octubre de 2013

El evangelio de la carne

El evangelio de la carne (2013) se abre con una serie de premisas dramáticas que parecen conducir a la esperanza y la redención en un grupo de personajes que viven su propia vía crucis. Ellos son víctimas del infortunio, en la mayoría de casos, enfrentando las consecuencias de actos errados o nocivos, tales como el alcoholismo o el pandillaje. Es, sin embargo, que en el cenit de sus tragedias, estos personajes no practican la teoría sobre la moralidad o la mea culpa a la que han parafraseado o intentan aspirar. En lugar de esto hay una respuesta con naturalidad moderna, es decir, cínica. Cuando una puerta de escape parece abrirse, los protagonistas de esta historia terminan por cerrarla de un portazo. Es la necesidad de finiquitar sus etapas oscuras, una que ciertamente es inacabable porque trae rezagos o arrastra víctimas, los que por cierto también terminan por ser engullidas al caos. El evangelio de la carne es un ejercicio sobre el cinismo. Eduardo Mendoza felizmente no pisa el terreno total de lo reiterativo, muy a pesar, su último filme no posee personalidad, algo que sí sucedía en Bolero de noche (2011).

martes, 15 de octubre de 2013

La noche del demonio 2 (o Insidious Chapter 2)

Un fantasma o un espíritu. ¿Qué de especial tiene un ente para ser temido? El conjuro (2013) tenía esa virtud de dejar en conocimiento que lo intangible era sinónimo de impotencia. Esa sensación de incombatibilidad hacia algo que apenas percibes o solo reconoces a menos que este se manifieste, sea mediante apariciones o posesiones. Para ambos casos, expurgar es la clave. Enfrentarlo es lo errado. No se puede enfrentar a las fuerzas malignas. El hombre asume pasividad frente a estos casos, es decir, tiene las de perder, y esto ya es suficiente materia prima para promover el terror. En Insidious (2010), James Wan no logró entender por completo esto, muy a pesar, había madera para componer el miedo. Ingresar al pesado ambiente de la inestabilidad y provocar a partir de ello la inseguridad, algo que, por el contrario, en su secuela pierde total emoción.
Insidious 2 (2013) es la continuación del final abierto de su predecesora. Son los rezagos impregnados en Josh (Patrick Wilson) luego de su viaje al “más allá” en pie de rescatar a Dalton (Ty Simpkins). El caso de su menor hijo ya ha sido resulto, sin embargo, es ahora el padre quien tendrá que sufrir las consecuencias de su acto heroico. Espíritus lo han seguido desde el inframundo hasta el terreno de los vivos. Ahora viven detrás de él, acechando a sus espaldas, alimentándose de su miedo y el de su familia, y pronto habitarán en su cuerpo. Los fantasmas de su infancia han retornado a su vida. Pesadillas que ya habían desaparecido pero que han vuelto a revivir. James Wan entonces nos obliga a virar al pasado. El principio de la película se compone en flashbacks, los que nos aproximan a la infancia de Josh y al misterio de “la novia que viste de negro” (que nada tiene que ver con Truffaut).

En paralelo a esta premisa, en el presente, la espiritista que ayudó al rescate de Dalton fue muerta luego del final de dicha sesión, justo después que Renai (Rose Byrne) captara en una fotografía de cómo un espíritu ahora habitada a la espalda de su marido. Todo esto ya había sucedido en la primera parte, salvo la muerte de Elise (Lin Shaye). Ahora, ¿a qué viene mi intención de contar lo que sería la sinopsis del filme? Pues el simple hecho de dar a notar que desde su anterior capítulo, James Wan nos tenía preparado una historia de intriga. Lo que a continuación se verá en Insidious 2 no es una historia de miedo o de terror; para nada. Es la historia de un asesinato, es atrapar al asesino. Ese individuo que, al estilo del cine noir, toma por prestado una identidad y la convierte en el falso culpable. En esta película hay un crimen (la espiritista), hay pruebas (la foto), hay antecedentes (el pasado de Josh y todo lo que implique sus antiguas pesadillas), hay “investigadores” de fantasmas, unos que juegan a los detectives con ayuda de espíritus que les “echan una mano” en un caso que incrimina a un inocente.
Insidious 2, como filme policiaco, se gana cierta simpatía al crear coherencias y encajes frente a los otros tiempos, tanto los correspondientes a la precuela como los que pertenecen al pasado de Josh. No sé por qué se me vino a la mente la trilogía de Volver al futuro e Inception (2010), de Christopher Nolan. Como filme terror, James Wan hizo la inversa de El conjuro. El efecto “boo” está latente. El carrito y el intercomunicador del bebe que se enciende, el piano que toca por sí solo. Por cierto, Wan ha convertido el armario en un nuevo cliché fantasmal. El director comete el error de hurgar al pasado, al origen de la enfermedad. Asistir a las respuestas o razonamientos, es acercarse a la ciencia, lo que reemplaza el miedo por la lógica. No existe nada menos atractivo que ver a un grupo de personas intentando burlar a los muertos. El grupo del tipo con su tecnología de dados y sus secuaces que le ponen la dosis cómica; menudos detectives.