lunes, 23 de febrero de 2015

Vicio propio

En base a su ruta filmográfica, Paul Thomas Anderson con el pasar de los años se ha ido apartando cada vez más de los géneros clásicos a fin de apuntar a un estilo personal, una suerte de labor transgresora que establece dentro de un universo con jurisdicción propia. Dicho punto de inflexión se vio a partir de Punk-drunk love (2002), filme en donde la comedia romántica y el cine criminal parecen asociarse mediante giros absurdos. El resultado final es una historia plagada de sátiras y resultados excéntricos, sucesos apartados de cualquier normativa convencional dentro de dichos géneros. Ya con Petróleo sangriento (2007) y, especialmente, con The master (2012), las dinámicas del cine de género son cada vez más imperceptibles. Inherent vice (2014) se podría decir que es un retorno a ese experimento que PTA planteó en Punch-drunk love, la inclinación a un cine de género a fin de desvirtuarlos. Nuevamente el producto será algo sui generis.
Inherent vice se inicia cual cine negro. Doc (Joaquin Phoenix), detective privado, cierta noche recibirá la inesperada visita de su antigua amante. Shasta (Katherine Waterston), la femme fatale, acudirá a Doc con la finalidad de evitar un posible atentado: la desaparición del actual amante de Shasta, un rico agente inmobiliario. Como en los mejores filmes del cine negro, al día siguiente sucederá lo que en principio quería evitarse, activándose además la “bomba de tiempo”.  Como por ejemplo en El halcón maltés (1941), será la historia de un caso poco transcendental que se irá complicando cada vez más. Inherent vice recuerda también a Gilda (1946) o Retorno al pasado (1947) sobre protagonistas masculinos que se reencuentran con un viejo amor del que aún no se reponen, y contra su voluntad tendrán que emprender una tarea que los irá comprometiendo cada vez más. A esto PTA le añadirá una gran dosis de comedia y estupefacientes.
Al igual que en Punch-drunk love, el nuevo filme del director irá desmitificando al género a través de la sátira. El ambiente del hippismo de la California de los 70 será medular dentro de la trama al promover un lenguaje que desencaja frente a las clausulas del cine negro. Las drogas y los referentes sexuales –a propósito de falos bañados en chocolate– propios de dicha época, priman a medida que embaucan el drama o la tensión por la que pueda verse envuelto Doc, un detective que dentro de su sufrimiento sentimental de púber y su debilidad por el consumo de alucinógenos, parece manejar con gran compromiso su oficio a cargo. Inherent vice juega además con esa norma sobre la complicación de la trama de un modo exorbitante al sobre acumular personajes y nuevos eventos criminales que se citan sin ser importantes o incluso resueltos al final de la trama. Más que despistar, hay una necesidad de contemplar una lógica de lo disparatado, como ese personaje de Owen Wilson que cómicamente se muestra en todos los escenarios y bandos, o como Shasta a quien todos buscan mas se asoma campante. Por último, esos cambios bruscos en la atmósfera que recorren el erotismo o un hermetismo hilarante, nuevamente, apelando a quebrantar con lo convencional. Esa escena de Josh Brolin pastando marihuana y Joaquin Phoenix conmovido hasta las lágrimas –o por culpa de la dosis– es más para contemplar que para razonarla.

domingo, 22 de febrero de 2015

Una previa a los Oscar

A diferencia de otros años, este he podido lograr ver la mayoría de películas que han sido nominadas para los próximos Oscar. Es por ello me veo motivado a realizar una síntesis de lo visto, y de paso señalar cuáles serían aquellas que merecerían (o merecieron) ganar próximas estatuillas.

Para Mejor Película
Aún no estrenada, La teoría del todo (2014) es la única película que me falta ver. De las siete restantes, solo tres de ellas consideraría merecen aspirar al premio mayor. Pero empiezo con las descartadas. Vale mencionar que ninguna de ellas me ha resultado insoportable, salvo por algunas escenas de Birdman (2014) que ya aclararé. Lo que sí estoy seguro es que dentro de este grupo no he percibido un esquema fílmico distintivo que no se haya realizado antes. En películas como El código enigma (2014) o Selma (2014) se sostienen solo del carácter trascendental, sea biográfico e histórico de personalidades con dramas íntimos o colectivos que trastocan. De El código enigma se puede rescatar el cuadro conservador de la corona Británica empeñada en reprimir y engatusar a su conveniencia a los propios actores que colaboraron incluso para beneficio de la humanidad. Caso Selma el relato es más superficial, es más una crónica que un diario. Como un libro de historia o el informe mismo de la FBI; objetivo y directo.
Francotirador (2014) apela a la dialéctica paternalista. Por encima de un mensaje político, es más un boceto de una parte del imaginario estadounidense. Su protagonista como producto de una familia conservadora, criado bajo el seno de la biblia y el compromiso frente a los de “su rebaño”. Es la religión y el carácter nacionalista que se imprimen en un mismo individuo. Chris Kyle será una suerte de héroe sin ánimos de autoproclamarse como tal. A pesar de haber sido educado para tal, hay un conflicto interno que lo inquieta y lo desmotiva. Es la herencia Eastwood, sobre justicieros que no esperan convertirse en héroes, sino son simples móviles que frenan lo que reconocen como injusticia. Ellos mismos incluso parecen ser conscientes de sus imperfecciones. Respecto a esto, Francotirador no es algo que antes no haya planteado incluso el mismo Eastwood, sin olvidar que temáticamente ya se han visto dichas referencias en el cine de Kathryn Bigelow. Birdman, por su lado, es una película de buenos momentos y otros que simplemente sofocan. Alejandro González Iñárritu se deja arrastrar por el ego que comparte con su protagonista y su necesidad de promover “el gran espectáculo”. El filme no sabe pisar el freno ante la presunción que, literalmente, pone incluso a volar a su personaje.
De entre mis finalistas. El gran hotel Budapest (2014) tiene la apariencia de ser otra vuelta de tuerca de Wes Anderson si no fuera por el género al que se intenta evocar. Su historia le es fiel a su humor excéntrico y a su diseño artístico bien encuadrado y plagado de tonos pasteles, pero está también ese relato de intriga. El asalto a una herencia y el propósito de emprender el juego policial/detectivesco. Está también el escape al centro penitenciario y sobre todo esa estructura narrativa simulando una “caja china”. Es Anderson indagando nuevos espacios en dónde desenvolver su lenguaje fílmico. De Whiplash (2014) me atrae el manejo de la competitividad (no deportiva) elevada a un nivel bizarro. El poder de obstinación y obsesión de un músico por superar nuevas vallas que por un lado inspira pero por otro horroriza. Es un personaje con el que te encariñas aunque perturbe su severa rutina de entrenamiento o el mismo ego –que de paso es seguridad– que lo atrapa y hace revelar lo peor de sí. En contraparte está su instructor, uno que parece haber sido engendrado del mismo molde que el aprendiz. Él es su némesis, esa gran valla que el alumno tendrá que pasar, si no es saltando será pateando el tablero.
Ambas películas están entre las más atractivas en esta candidatura. Boyhood (2014), sin embargo, es de lejos la mejor de las tres. En síntesis; Boyhood se perfila a ser un drama épico. El seguimiento a un personaje, y de algunos que lo rodean, a través del pasar de los años, va más allá de una evolución física o de época. El anunciar que la película de Richard Linklater es nada más que una muestra que prevalece a partir de cómo Ellar Coltrane va abandonando su semblante virginal, o cómo Ethan Hawke o Patricia Arquette van sumando arrugas a sus atropellas vidas, es como haber visto la película en una versión acortada a media hora. Boyhood dialoga sobre la madurez, la física y la personal. El niño del inicio no es el mismo que el adolescente del final de la película. Hay en efecto una esencia constante en cada uno de sus personajes, más no existe la negación a una línea del aprendizaje. Es Hawke echando nuevas raíces en una nueva familia, o Arquette revitalizando su semblante de mujer “soltera”. Cada etapa es un síntoma de lo que sucedió en la etapa anterior, es por ello que las palabras finales de su protagonista principal parecen recoger toda la memoria de su pasado, aquella que forma parte de su presente y formará parte de su futuro.

De habla no inglesa
De las cinco, Timbuktu (2014) es la única que no logré ver. Entre las restantes Leviatán (2014) e Ida (2013) son las que más sobresalen. La estonia Tangerines (2013) y la argentina Relatos salvajes (2014) totalmente descartadas. Tangerines es la historia de un hombre benevolente y celador provisorio de dos enemigos por naturaleza. Un soldado georgiano y otro checheno, heridos de gravedad luego de un enfrentamiento, han sido cobijados por un anciano estonio. Una película sobre la redención y giros trágicos que invitan a la conciencia frente a los enfrentamientos bélicos entre ex comunidades rusas. Relatos salvajes es el menos serio de los cuatro. Damián Szifrón realiza una serie de episodios sobre ciudadanos argentinos de clase media a alta ejerciendo demencialmente la venganza luego de verse implicados en una serie de eventos fabulosos. Cada capítulo más absurdo que el otro. Szifrón parece apelar a la dialéctica de seriales de telenovela en clave grotesca.
Leviatán, de Andrey Zvyagintsev, es un drama social. Similar a anteriores películas del director ruso, este filme posee un discurso del desencanto además de un cierre pesimista. La historia de una familia que enfrenta la próxima expropiación de sus tierras a manos de un abusivo político, será el inicio de una lucha en vano que durante su curso irá sumando nuevas tragedias. A su relato Zvyagintsev va filtrando la metáfora sobre un ambiente degradado, como prediciendo la degradación de sus mismos personajes, o las ruinas de una iglesia convertida en antro de pandillas juveniles, señal de desmitificación de los referentes religiosos, los mismos que parecen delegar las infamias políticas degeneradas por el enriquecimiento. Prueba de ello es su final; el levantamiento de un nuevo recinto de la iglesia ortodoxa. Ida (2013), de Pawel Pawlikowski, es de lejos la mejor de las cuatro. Un filme sobre el (des)encuentro y la búsqueda de la identidad en todas sus formas. El relato narra la sociedad temporal de una aspirante a monja y una jueza comunista, sobrina y tía, ambas reprimiendo sus propias dudas o tormentos. Ida es compleja y además de una estética de interés.
En documentales
Solo pude lograr ver dos de ellos. La primera es Citizenfour (2014), película realizada por Laura Poitras, la cual narra su acercamiento a Edward Snowden, un trabajador de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional en EEUU), quien decide compartir con la directora y dos reconocidos periodistas unas pruebas que incriminan a dicha agencia de realizar vigilancias ilícitas a ciudadanos comunes, proceso que el Estado ordenó llevar a cabo como prevención antiterrorista luego del ataque sucedido el 11 de setiembre. Tal como lo afirma uno de sus protagonistas, el “Caso Snowden” parece una historia sacada de un libro de espías. Citizenfour es un seguimiento al cautiverio de un empleado que ha decidido no solo descubrir a su propia delegación, sino también a todo un estado de gobierno. Dada las dimensiones del asunto, en el tránsito inicial veremos a Snowden exponiendo sus fundamentos éticos y morales, las razones del porqué revelar esta información top secret, a la vez que pone en peligro su integridad y la de los suyos.  A días de soltarse la noticia, entonces se van revelando –incluso hasta físicamente– los síntomas más severos de ansiedad y temor.
El segundo documental que vi fue Finding Vivian Maier (2013), dirigida por John Maloof y Charlie Siskel, que narra la historia de cómo el primero descubre por “pura casualidad” a Vivian Maier, una mujer de quien no se sabe nada más que fue dueña de una técnica fotográfica soberbia, prueba de ello son los millares de negativos que poco a poco fue recolectando Maloof. Si Citizenfour es un documental de espionaje, Finding Vivian Maier es detectivesco. En este veremos a Maloof indagando por espacios públicos como íntimos, sobre posibles familiares o amigos que puedan brindar algún detalle de esta artista que al parecer insistió en mantenerse en anonimato. El resultado será el descubrimiento de un personaje complejo. Vivian Maier, la mujer que fue por décadas niñera de muchas familias, mujer solitaria, excéntrica, misteriosa, amante de la fotografía, de buen sentido del humor, resentida, acumuladora compulsiva, sombría, misándrica, funesta. Finding Vivian Maier va tejiendo la historia de una mujer dual y un mecenas que se ha obsesionado con una fotógrafa anónima. Aunque Citizenfour sea favorito para ganar en esta sección, Finding Vivian Maier tiene una cuota universal. De esos documentales que de acá algunas décadas seguirá siendo valorado, esto a diferencia de la línea coyuntural del filme de Poitras.
La despreciada
Foxcatcher (2014) es la gran ausente a Mejor Película. El filme de Bennett Miller fue una de las mejores películas del año pasado. Al nivel –o hasta superior– de Boyhood. De igual forma la gran interpretación de Channing Tatum fue dejada de lado. La Academia tiene una debilidad por los actores que le dan vuelco a sus carreras y para ello tienen que ponerse kilos de maquillaje y prótesis en sus rostros. No se desdeña las logradas interpretaciones de Steve Carell o Mark Ruffalo, pero lo de Tatum va a un nivel superior.

lunes, 16 de febrero de 2015

Whiplash

Lo que más me llama la atención en Whiplash (2014) son esos otros escenarios y personajes fuera del conservatorio de música, los que son escasos y, además, los pocos que hay serán obstruidos. El director Damien Chazelle está decidido a agudizar la obsesión de su personaje principal por la música. Andrew (Miles Teller), baterista empedernido, literalmente parece vivir en su propio mundo, y cuando existe algo que parece atentar o poner en riesgo su rutina, él (instantáneamente o a plazo moderado) se revela. Se nota en la escena durante un convite familiar; en principio dejando ser subestimado por los demás para luego afilar las garras y defender su honor. Está también en su fugaz relación con una joven, quien al igual que él es cohibida por el mundo (aunque aquí claramente vemos la diferencia entre ser cohibido y ser fruto de la misantropía justificada). La separación será abrupta, fruto de la obstinación personal del músico. Más adelante, su intento por enmendar las cosas será infructuoso. Él es un destinado a no fraternizar con lo demás.
Chazelle parece frustrar todo intento de su protagonista por querer generar apatía con su alrededor. La misma relación con su padre parece cercana pero a la vez distante. Andrew es una suerte de antihéroe que genera tanto admiración como disgusto. No hay lugar para decir que Andrew en su camino se hará de amigos, sino todo lo contrario. Claro ejemplo estará en su relación con ese otro personaje incorregible. Terence Fletcher (J. K. Simmons), profesor del conservatorio en donde se instruye Andrew, de la misma forma que el estudiante será intransigente respecto a los que atenten contra su usanza. Whiplash es la historia de dos personajes que se admiraron en secreto pero que las circunstancias los obligaron a ser contrincantes. Es el aprendiz y el instructor enfrentados. Cada uno consciente de sus capacidades. Ambos se convertirán al final en rivales. Fletcher tan tiránico cual instructor militar, Andrew tan enérgico por su condición de prodigio; serán vehículos impulsados por su propio orgullo.

jueves, 12 de febrero de 2015

Birdman

Alejandro González Iñárritu parece tener algo en común de Riggan (Michael Keaton). Es decir, ambos regresando en grande, intentando desmitificar una imagen que habían proyectado hacia su público por largos años. Es el retorno al mundo del espectáculo de manera espectacular, un giro radical a sus carreras que además de implicar riesgos, inconscientemente implica mucha fanfarronería. Birdman (2014) se abre cual película de Jean Luc Godard: créditos intermitentes y una música de fondo descompasada aunque en plena catarsis. Dentro de la historia tenemos a Riggan, un ex actor comercial decidido a producir y dirigir en Broadway su propia versión de una historia sobre un individuo filosofando sobre el amor. En paralelo, nuestro (anti)héroe protagonista sufre de los tormentos de su propio alter ego, “Birdman”, un superhéroe de ficción que se cristaliza mayormente voz en off o mediante poderes telequinéticos que solo la mentalidad de su anfitrión puede ver.
El problema de Birdman es que peca de extravagancia. González Iñárritu está decidido a manifestar un cine ostentoso que deviene desde distintas direcciones. Los personajes del filme llevan una excentricidad en la sangre. Unos son víctimas de la frustración, otros del ego, drogadictos en rehabilitación, disfuncionalidad familiar como de pareja, el romance y la reconciliación, la madurez y la redención. Hay una larga cadena de tragedias humanas, cuestión que desemboca a forma de drama, comedia (que limita con el humor negro), lo surrealista (que no desaprovecha el uso de efectos especiales). Y esto se extienda también a un nivel técnico. La construcción narrativa que simula largos planos secuencias serpenteando entre luces y bambalinas. Toda una “sincronía” bien orquestada. Un impacto visual que no deja de ser provocativo a pesar de convalecer de la misma exuberancia de su director. La actuación de Edward Norton es tal vez el único engrane que promueve “lo exagerado” en buenos términos. Alejandro González Iñárritu lucha por hacer ademanes a fin de llamar la atención, un gesto que recuerda nuevamente a Riggan, quien desde el inicio ha venido preparando su cierre con broche de oro.

lunes, 9 de febrero de 2015

Foxcatcher

En medio de la arena, dos hermanos se ponen en posición para iniciar su práctica rutinaria de lucha libre. Luego de una serie de caídas e intercambio de golpes, se hace notoria la desigualdad de habilidades y tácticas que posee cada uno. A diferencia de Dave (Mark Ruffalo), Mark (Channing Tatum) no posee ni la cautela ni la serenidad al momento de la lucha. En su lugar cede al impulso y a la potencia de su musculatura. Frente a esto, Dave no recrimina, en su lugar aconseja a medida que adiestra. Es decir, mientras que Mark lucha con el cuerpo, Dave lucha con el cuerpo en sintonía con la mente. Uno es el aprendiz y el segundo el mentor. Son las dinámicas del hermano menor frente al hermano mayor. Muy a pesar, parece haber una separación que va más allá de la estrategia deportiva. Foxcatcher (2014) va persuadiendo a esa clásica dicotomía sobre hermanos disímiles y, más adelante, posiblemente, confrontados.
Ciertas evidencias parecen apuntar a ello. Desde un inicio vamos a ser testigos de ese hermano que simula ser la sombra del otro. En un auditorio, Mark será el reemplazo a último minuto de Dave; ya existe una razón para subestimarlo. Sin haber aparecido en escena, el espectador además ya está al tanto de Dave a través de Mark, de quien solo sabemos parece estar envuelto en una rutina ermitaña. A cada lugar que visita el hermano menor, la soledad se abre paso. Caso contrario a la primera aparición de Dave, a quien lo veremos rodeado de otras personas. El hermano mayor no solo congrega sino que genera simpatía. A esta escena le sigue el de la lucha, zona en donde el mejor impone respeto y el perdedor revela su frustración. Tal parece que Dave siempre está un paso adelante de Mark, personaje que incluso “habla” con el cuerpo. Mark es el sujeto cohibido, y esto lo refleja a través de su mirada gacha, su postura tensa y reacia a asumir una distinta. Mark parece haber convertido su integridad en su mecánica de defensa, una vigorosidad muscular que busca reemplazar su inseguridad ante los demás. Su rostro ceñudo y esa caminata “astronáutica” son siembras de su incertidumbre.

Como si se tratase de un guión escrito bajo el modelo del cine clásico, el director Bennett Miller no iniciará con la trama no sin antes habernos descrito primero a dos de sus protagonistas principales. Lo mejor de Foxcatcher de hecho tiene que ver con el modo en que se compone a sus personajes. En lugar de construirlos mediante el diálogo, Miller prefiere argumentar la personalidad de sus protagonistas mediante situaciones. Las actitudes de los personajes nunca son pronunciadas, solo se infieren o se manifiestan a la vista de los demás, y esto tomará más sentido a la introducción del tercer protagonista del filme. John du Pont (Steve Carell) es el personaje del que más se puede interpretar en la película. Complejo desde sus antepasados hasta su actualidad. Du Pont, el hombre de más de 40 años viviendo aún con su anciana madre, ambos únicos dueños de un vasto suelo. Él, amante de la ornitología, coleccionista de pájaros disecados. Ella, madre lapidaria y castrante. Miller hace de Du Pont su Norman Bates (también ornitólogo), y lo convierte de igual forma en un “pájaro” de nariz aguileña, ese animal pacífico que Alfred Hitchcock convirtió en un animal impredecible. Du Pont, sin embargo, posee algo que lo distancia del clásico personaje de Psicosis (1960). Él es un ególatra.
John du Pont, heredero de un linaje y una abundante riqueza, es el cazador de glorias, aquellas que por su condición de hijo castrado no pudo alcanzar. Du Pont no tendrá ni la habilidad ni la musculatura de los hermanos Schultz, sin embargo tiene los medios para conseguirlos. Los logros que ellos alcancen, serán sus logros, cura de su frustración heredada por su madre, esa mujer que en un principio vimos de lejos, como la madre de Norman cuando dejaba ver su silueta desde la ventana de la residencia Bates. Miller convierte a la anciana madre de Du Pont en una especie de mito o deidad, una que no fraterniza ni cruza palabras con el resto de lacayos. Mencionarla incluso no es apropiado. Más razón para que Du Pont se sienta minimizado ante la sacralidad de su madre. Es por ello que ha hecho de su ego su elixir, y ha convertido de Mark en su nuevo trofeo, aunque en principio haya sido amigo o padre para él. La relación entre Du Pont y Mark pasa por etapas, aquellas que además de fraternizarlos más, los hace semejantes.

Tanto Du Pont como Mark son huérfanos de padre, víctimas de la frustración que tratan de enmendar a través de sus únicas ventajas. Es decir, hay razones para que exista una buena convivencia, más que de padre a hijo, una relación amical. Una escena de Foxcatcher me hace recordar a la secuencia tan sugerente de Women in love (1969), de Ken Russell, donde vemos a dos amigos de toda la vida luchando desnudos frente a una fogata a mitad de la noche. Fuera de la lectura homoerótica que resulta de esta, se alinea también otra lectura sobre la necesidad por compartir la intimidad, fruto de las vivencias que sus personajes comparten, esto llevado a un nivel masculinizado en donde el golpe de cuerpos resulta ser ritual que afianza los lazos de amistad. Tal cuestión parece suceder también en Foxcatcher en una escena donde Du Pont cita a Mark a luchar entre la penumbra. Ambos huérfanos encerrados en un cuarto y peleando a la vista de los “padres”, esos cuadros históricos de personalidades que fueron parte de alguna guerra o evento fundamental para la historia de EEUU.
No hay duda que Foxcatcher es lo mejor que hasta el momento ha realizado Bennett Miller. Solo para citar otras dos escenas fascinantes. Una en donde la madre junto a su séquito irrumpe el área de entrenamiento de los luchadores. Seguido, John du Pont humillándose frente a sus “protegidos”. Otra donde Dave, cual padre, resguarda a su hermano menor de la posible fiscalización del mecenas Du Pont. Un detalle importante de esta escena tiene que ver con la actitud que asume Dave frente a este tipo de percances. Miller se niega a mostrar a este personaje como alguien colérico, no después de haberlo matizado con semblante benefactor y calmado. Es por ello que el espectador no logra ser testigo de cómo Dave enfrenta (y lo posible es que con gran molestia) a Du Pont. Solo lo vemos haciendo ademanes y expulsando al rico dictador de la escena. Por último, y sin menospreciar al resto, Channing Tatum haciendo la mejor actuación del elenco. En la primera escena de lucha de Mark frente a Dave, la inseguridad y el retraimiento del hermano menor se ve completamente reflejada en ese paseo circular que realiza Tatum, cual gran fiera enjaulada muestra su frustración ante su instructor.

lunes, 2 de febrero de 2015

El Código Enigma (o The Imitation Game)

Basta con mirar el pasado de los Premios Oscar para saber por qué The imitation game (2014) se ubica dentro de las nominadas a Mejor Película este año. Si bien la biografía del matemático Alan Turing pueda resultar no ser familiar para muchos, lo mismo no se podría decir respecto al modo en que se aborda la historia de este personaje. Para no ir muy lejos, caso en Una mente brillante (2002) observábamos la inspiradora vida de un colega de Turing, John Forbes Nash, matemático del que veremos fragmentos de su vida, desde sus inicios como estudiante hasta su momento cumbre. En paralelo, su atropellada vida romántica y el padecimiento de su propio fantasma, la esquizofrenia. De similar plantilla se construye la película del director Morten Tyldum. En esta veremos la historia de Alan Turing (Benedict Cumberbatch) en tres momentos: su infancia, durante la Segunda Guerra y la Posguerra. Es la ventana a la historia de un joven prodigio, solitario, hostil (dado que aprendió a vivir al margen, tanto intelectual como social). De él se sabrá también su frustrada vida amorosa como también su condición homosexual, en este caso, un fantasma de la propia Corona.
Un plus que la diferencia al biopic realizado por Ron Howard, es en referencia a que The imitation game parece obedecer a la moda sobre la “revaloración póstuma”, esto a propósito del “perdón póstumo”, uno que se señala en la rotulación final de la película. Es el cierre que conmemora a una víctima más del conservadurismo británico, y no cualquiera, sino de uno que sin querer (tal como reza la frase: la ayuda llega de la persona que menos imaginas) fue uno de los responsables que ayudó a frenar la IIGM salvando así a miles de vidas. Esto además de dejar un legado matemático y tecnológico.  La película así se dedica a hacer honor al héroe no reconocido, cosa que sí ocurre con John Nash al recibir el Premio Nobel. El final de Alan Turing por su lado será trágico y no reconocido. De igual manera, hubiera sido más motivador ver más tiempo al matemático durante la Posguerra, es decir, en un momento donde el anonimato primó, además de su martirio respecto a su acusación por “atentar contra la moral”, lo que en síntesis sería su momento biográfico con un grado de padecimiento superior y muy interiorizado.