martes, 20 de agosto de 2013

El conjuro

Artículo publicado originalmente en Cinespacio.

Alfred Hitchcock pensaba que mientras más se oculte al gestor del crimen, más efectivo será el suspenso. Steven Spielberg aplicaría dicha regla en Duel (1971), su ópera prima, y la resultante sería uno de los filmes más perturbadores del director. Más adelante repetiría misma dinámica en Tiburón (1975). Spielberg nuevamente escondería al “criminal” y este no se mostraría sino hasta la última parte del filme. Esta película de terror fue igual de efectiva. De pronto ocultar al enemigo fue una estrategia clave para el cine del género de horror. Ridley Scott (Alien, 1979) lo hizo, y más tarde John Carpenter (La cosa, 1982). Lo cierto es que no basta con no mostrar al monstruo. Existen pues pautas a seguir, recursos que son inevitables pasar por alto, y los mencionados directores fueron conscientes de dichas normas. De nada vale privar al espectador del terror físico, si antes no has preparado el terreno. La tensión lo es todo.
James Wan con El conjuro (2013) se encabeza como uno de los pocos directores que prometen dentro del género de terror. Wan ya ha dejado al olvido su experiencia con El juego del miedo (2004), filme donde el gore primaba. En su lugar, ha comenzado a inclinarse por un cine más psicológico. Uno que prefiere antes que la sangre, la atmósfera tétrica, donde, en efecto, el enemigo también aguarda con mucha precaución antes de ingresar a escena. Al igual que Insidious (2010), Wan retoma el tema de lo sobrenatural, familias viviendo en casas encantadas, atormentadas por entes y espíritus que se ocultan entre los roperos o las puertas cerradas. A diferencia de los filmes sobre zombies o asesinos en serie, las historias de fantasmas tienen el factor de tensión más a su favor. No existe nada más pavoroso que no ver al enemigo. Es el mal resistiéndose a manifestarse. Primero juega con su víctima para luego arremeter contra ella con todas sus fuerzas.

Basado en hechos reales, El conjuro narra la historia de la familia Perron y su estadía en una casa ubicada en Rhode Island. Desde el primer día, sus miembros serán víctimas del acecho. La primera fase del filme es sobre cómo los personajes ignoran mientras el espectador va siendo testigo de lo inusual; algo no está cumpliendo con las pautas de lo normal. Los ladridos de un perro, golpes misteriosos que resuenan por la casa, contusiones en la piel que aparecen sin razón alguna. En paralelo, otra historia se va dictando. Los esposos Warren son investigadores de fenómenos paranormales. Hacer una antesala sobre las actividades y experiencias previas por las que pasó este matrimonio, es fundamental para el efecto de tensión. Mostrar al espectador el lado serio, casi una lectura académica, de los eventos paranormales que siguió la pareja, es crear verosimilitud. Hacer que el público asuma por un instante que lo que está ocurriendo es real y, por lo tanto, es cosa seria.
El conjuro aquí se diferencia con Insiduous, filme que mostraba más bien un lado paródico o cómico de los inspectores de fantasmas. Los Warren son todo lo contrario. Ellos no leen las cartas ni juegan a la ouija. En su lugar, formulan hipótesis, comparan casos, citan precedentes. El personaje de Ed (Patrick Wilson) es el lado teórico, mientras que Lorraine (Vera Farmiga) es el lado espiritual, uno que de por sí provoca una mirada escéptica. Lo cierto es que a la mano de la ciencia, hasta lo más retorcido resulta ser universal. El final de El conjuro es el final de The innkeepers (2011), de Ti West. Es una escena en que el espectador está a la espera del terror. La dilatación de pronto es efecto de tensión, no por el hecho de que esté sucediendo “algo”, sino porque nada está sucediendo y la expectativa de pronto alimenta el miedo. Tanto James Wan como Ti West se han apropiado de una de las semillas del terror. La sangre no es la clave, sino el miedo a temerle a lo que no estamos seguros irá a ocurrir. Ambos directores, son generados del terror en su estado más puro.

domingo, 18 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: Balance de nuestras favoritas y comentario final.

El sábado pasado concluyó el Festival de Lima y, por nuestro lado, hacemos el balance merecido. Sin rodeos, este año ha estado compuesto de una débil selección de filmes, desde sus Secciones en Competencia y las en Paralelo. El cine convencional pareció invadir este año la competencia de Ficción: Tesis sobre un homicidio, Roa, Wakolda, Edificio Royal, Tercera llamada y 7 cajas, tranquilamente pudieron asentarse en la sección Galas o Miradas Múltiples. ¿Por qué esa fascinación de incluir siempre algo de Ricardo Darín en Competencia?

Por otro lado, la llegada de Alexander Payne fue lo mejor que pudo sucederle este año al Festival. La llegada de un cineasta –ojo, no estamos diciendo valorado o canónico– tan mediático como Payne, significa para el Festival y para nuestro país como un espacio a tomar en cuenta en lo que se refiere a difundir cine. En efecto, Edgar Saba no se equivocó al afirmar que esto servirá que directores, productores y demás difusores del cine, verán en el Perú como un medio para estrenar o presentar productos que antes la trascendencia de 17 años pudo convocar.

Y lo mejor es que esto también servirá para los “otros” Festivales, aquellos que poco a poco van afirmando su terreno en la capital, y que, le guste o no a Saba, serán parte de esta contemplación. La mirada de los de afuera es práctica. La idea no es ver “en qué Festival”, sino “en qué país” el cine tiene movida. Es decir, el éxito de uno, será compartido en ciertas dosis para con los demás, esto porque todos están en un mismo terreno.

Nuestra preferidas: Heli y Las historias que contamos.

Películas también agradables, pero en menor dosis: El sonido alrededor, Gloria.

Directores de óperas primas, a seguir en un futuro: Fabio Grassadonia y Antonio Piazza (Salvo), Rufus Norris (Broken), Ritesh Batra (The Lunchbox), Marcela Said (El verano de los peces voladores).

Notas a tomar en cuenta
-La sección Competencia de Documental no fue del todo cubierta
-De entre las más comentadas, faltó ver: Soy mucho mejor que vos, El policía.
-Las peruanas no se comentan dentro del Festival. Cada una lo será en sus respectivos estrenos.

viernes, 16 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: The Lunchbox (Semana de la Crítica de Cannes)

En el filme de Ritesh Batra se reza: “el tren equivocado puede llevarnos al camino correcto”. Esto es lo que ocurre literal y metafóricamente en The lunchbox (2013), ópera prima que se desplaza por el cuento moral y romántico entre una pareja que se conoce por correspondencia. En la ciudad aglomerada de Mumbai, los repartidores de niños y almuerzos son efectivos al momento de transportar sus “enseres”. A diario, madres embarcan a sus hijos, esposas envían las comidas a sus maridos, pero nunca antes una encomienda había llegado al destino incorrecto. Ila (Nimrat Kaur) y Saajan (Irrfan Khan) se conocerán por accidente. La joven mujer será cocinera voluntaria de alguien que no es su marido, pero que ciertamente ha hallado en dicha circunstancia esa fantasía que no percibía en su vida marital.
The lunchbox es el encuentro fortuito entre dos personajes comunes, ambos seres sensibles en medio del letargo rutinario y la inmensidad. El principio del filme es el reconocimiento a una ciudad amplia y alborotada. El ruido urbano, el gentío y los vehículos aglomerados son imponentes. En Mumbai, aparentemente, no hay espacio para el vacío. Muy a pesar, Ila y Saajan son dos solitarios. Una en la cocina y otro en un escritorio de oficina, ambos inmersos en lo cotidiano. La mujer entera a expresarse, mientras que el hombre aprisionando sus pensamientos. Similar a ciertos clásicos románticos del cine norteamericano, este relato sigue esa línea sobre dos extraños viviendo en una inmensa ciudad. Son los olvidados, habitantes de sus propios conflictos, ambos desconociendo la existencia de su complemento.

Ritesh Batra realiza un filme atípico al ritmo del cine de Bollywood. En The lunchbox están los recursos románticos, cómicos, dramáticos e incluso la mirada social y cultural, todo esto, sin embargo, se despliega con moderación. Esta película hindú no tiene ese aire jubiloso ni trágico correspondiente a la industria fílmica de su país. La mesura es la gran virtud de esta historia. Los giros que aplica la trama no son vuelcos intempestivos. El director prefiere en su lugar provocar las pequeñas dosis de ternura, el sentimiento nostálgico de personajes enclaustrados. Creo percibir ciertos brotes de El apartamento (1960), de Billy Wilder.

17 Festival de Lima: Stories we tell (Gira Ambulante)

Capturando a los Friedmans (2003), del director Andrew Jarecki, recrea con perfección la decadencia de una tradicional “familia americana”. Este aclamado documental retrata la historia de cómo un grupo de personajes ingresan a un estado de desmoronamiento a raíz de una acusación que recae en su patriarca –fiel esposo, padre amado, ciudadano ejemplar –. Jarecki, sin embargo, siempre es neutral ante el caso. Es así como en el transcurso del filme veremos desfilar a una serie de personajes, desde amigos, vecinos y curiosos, hasta académicos e investigadores del asunto. A su vez, se irá manifestando más de una hipótesis que juzgan o liberan de culpabilidad al acusado. Frente a esto, el espectador sacará sus propias conclusiones. En Las historias que contamos (2012), la directora Sarah Polley se decide a construir similar intencionalidad.
Al igual que en el filme de Jarecki, la directora canadiense nos introduce al lado gozoso de toda familia. Los testimonios se inclinan a la mirada nostálgica de una vida matrimonial, sobre las manías, virtudes y defectos, de los que la conformaban. Se descubre así la historia de un personaje de actitud compleja, carismática pero con un sesgo afligido. Consigo, una historia reveladora comienza a perfilarse. Las historias que contamos es la colectividad de crónicas que toman memoria sobre un ser querido a manera de rompecabezas, en ocasiones con piezas faltantes o inconexas. Es, además, la obsesión personal de la directora en exteriorizar su lado íntimo, ese secreto que de pronto gran parte del círculo supo reprimir.
Sarah Polley construye un filme alineado a las nuevas dinámicas del documental. A medida que la historia se arma en base a los testimonios reales, en paralelo se elabora su versión dramatizada. Las historias que contamos se fija entre lo real y lo ficcional, ambos basados en comentarios que, según sus locutores, un día ocurrieron. El cierre del filme es anecdótico. Queda claro que la historia oficial solo lo sabe su propia protagonista. Al respecto, Mario Vargas Llosa afirmaría que la memoria es selectiva. El recuerdo no es más que la ilusión de un pasado conveniente. Es decir, la memoria y la ficción se confunden, y la directora es consciente de esto.

17 Festival de Lima: Broken (Semana de la Crítica de Cannes)

En medio del paraíso, el infierno también reina. Rufus Norris, reconocido director teatral, realiza una ópera prima que se debate entre el bien y el mal. Broken (2012) parece ser un boceto extraviado de Terrence Malick sobre cómo el amor y la violencia conviven dentro de un mismo espacio. Tres familias de pronto serán víctimas de la tragedia, una que se revela en distintas formas y niveles. La enfermedad, el luto y la locura serán sus puntos sensibles. Shunk (Eloise Laurence), una niña de once años, padece de diabetes en nivel 1; el señor Oswald (Rory Kinnear), luego de la muerte de su esposa, tiene que convertirse en padre y madre para sus tres rebeldes hijas; Rick (Robert Emms), un cohibido adolescente, será recluido en un sanatorio a raíz de una confusión.
Broken se muestra dramático desde su principio. Lo cierto es que durante todo el largo del filme, los personajes no dejan de provocar ternura a través de sus diálogos de rutina, los abrazos grupales, el juego entre hermanos, sus primeros amores y demás afectos que vanamente intentan frenar lo trágico. El mismo vecindario donde se establecen estos protagonistas parece predecir el caos y la destrucción. En el corazón de este barrio un depósito de chatarras funciona. Entre el correteo y las risas de los niños paseando por las calles, el quejido metálico de los autos reciclados retumba a unos metros. No existe espacio para la apacibilidad en este pequeño pueblo. Los mismos infantes parecen incluso haber adoptado ese comportamiento brusco durante sus horas de juego, robando bicicletas en el camino o arrojando estiércol a cualquier transeúnte distraído.
Rufus Norris parece ubicarse entre las fronteras del cine de Shane Meadows y Harmony Korine. Del cineasta inglés cita esa afición por admirar la simpleza social en su fase más cálida, mientras que del estadounidense adopta ese perfil más áspero de la sociedad suburbial. Norris, sin embargo, tiene como adicional una narrativa visualmente lírica, sello que sutilmente revitaliza esa dicotomía entre bien y el mal. Logradas son las interpretaciones de Robert Emms y Eloise Laurence, pero sobre todo el de la pequeña actriz, no precisando de gritos o lágrimas para llamar la atención.

miércoles, 14 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: Heli (Sección Oficial de Ficción)

Última crítica a la Competencia de Ficción; nuestra favorita.

Amat Escalante en Sangre (2005) dramatiza la tormentosa relación entre un hombre sometido por una mujer castrante, una que lo cela, lo controla, le prohíbe, lo cosifica. El director mexicano contempla con crudeza la convivencia de pareja y las consecuencias de ser parte de una familia fragmentada. En Los bastardos (2008), Escalante representa una ventana al problema de la inmigración, sobre la crisis laboral que se percibe en la nación mexicana y la violencia como respuesta a la superación. Es también una mirada a la familia disfuncional y la inocencia ultrajada. Heli (2013), su último filme, es sin duda lo más polémico en su filmografía. El narcotráfico y la violencia en México son tema central en esta historia que se limita a un plano objetivo. Escalante no es portavoz de una postura o un discurso social-político. Lo que sucede en el filme es lo que los noticiarios y sus conciudadanos comentan, escuchan, viven y padecen a diario.
A diferencia de El infierno (2010), de Luis Estrada, o Miss Bala (2011), de Gerardo Naranjo, además de otras películas mexicanas que han tomado por tema a la narcoviolencia, Heli se abstiene de mirar el rostro físico del narco, posiblemente el principal responsable de esta guerra campal que ha venido sacudiendo a dicha nación desde hace años. Si bien en el filme una familia no será víctima directa de la mafia organizada, sus verdugos serán, por el contrario, aquellos que con el tiempo pasaron a formar parte de esta guerra. Desde agentes del orden a simples habitantes, grupos rebeldes que a consecuencia del narcotráfico se fueron transformando en otro tipo de víctimas. Tanto la corrupción paramilitar como los asesinos asalariados son los colaboradores alternos al caos. La sola presencia de estos tendrá para el filme un rol intimidatorio. El acecho y el miedo serán sus armas letales.

La historia de Heli (Armando Espitia) es la contemplación a un caso de esos tantos. En medio del terreno agreste e infértil, una familia será víctima de las circunstancias. Escalante para esto no da lugar a tregua al optimismo. Si bien somos observadores de cómo una familia surge de entre sus carencias, ya en la introducción no han dado pautas de que el terror está próximo. Heli desde su inicio se muestra sincero. La violencia mora entre sus habitantes y ellos viven –o tal vez fingen– haciendo caso omiso. Este es un punto importante en el filme. La película de Escalante está dispuesta de escenas escalofriantes. La violencia es a carne viva, tal y cual como sucede a vista y paciencia a ojos de la ciudadanía mexicana a diario, en sus noticieros, periódicos o redes sociales, y esto no se escapa de las manos del director. En una escena de tortura no se concibe qué es más indignante: si las crudas imágenes de un castigo infrahumano o la admiración de ver cómo un grupo de personajes no hace un mínimo esfuerzo por frenar dicho acto.
Heli habla sobre la sumisión, sobre cómo una sociedad en medio de la muerte, viviendo entre los cuerpos inertes colgando de los puentes y las cabezas decapitadas, son abstemias al dolor ajeno. Hay incluso una mirada morbosa en este grupo de indolente –tal vez una de las consecuencias sobre qué tan nocivo son las acciones de los medios de comunicación–. La contemplación de un rehén siendo molido a golpes no es de la incumbencia de una madre que desde su cocina observa y prefiere proseguir con su rutina. En contraparte, un grupo de niños sí miran, pero con una curiosidad que implica una especie de goce audiovisual. En ambos casos, la mirada que vigila desde cerca o desde lejos pasa a ser un cómplice más de la tragedia. Al igual que en sus anteriores filmes, Escalante se remonta nuevamente a la inocencia interrumpida, la convivencia familiar como un espacio conflictivo, solo que en esta ocasión es la misma violencia externa la que altera e invade el ámbito íntimo. El final de Heli es más pesimista de lo que parece. Su cierre aspira a la normalidad, como si todo hubiera sanado o, incluso, como si nada hubiera pasado.

17 Festival de Lima: J’enrage de son absence (Semana de la Crítica de Cannes)

Mejor conocida por sus roles en películas dirigidas por celebrados directores tales como Maurice Pialat, Agnes Varda, Patrice Laconte o Claude Chabrol, la actriz, y ahora directora, Sandrine Bonnaire, realiza su ópera prima de ficción basada en la historia dramática de un padre atormentado por los recuerdos. William Hurt encarna a Jacques, un estadounidense millonario que tendrá que retornar a Francia para reconocer una herencia. Su padre ha muerto, pero no es dicha tragedia la que lo aflige o lo entristece. J’enrage de son absence (2012) es el calvario de un progenitor por la pérdida de un hijo, tragedia que persigue a Jacques a pesar que ya han pasado ocho años desde el fallecimiento de su único niño, aquel que concibió junto con Mado, interpretado por Alexandra Lamy, hoy convertida en su ex esposa.
Bonnaire realiza un filme que contempla la angustia casi enfermiza de un personaje obsesionado con el recuerdo. Jacques es una especie de Scottie, en Vértigo (1958), siendo en inicio un acosador inofensivo para luego convertirse en un invasor de la intimidad. El personaje de Hurt, embaucado por su memoria, decide entrometerse en la nueva vida de Mado, quien ahora es esposa y madre de una familia casi postiza, una suerte de “nueva vida” que adoptó como estrategia curativa para menguar el dolor causado por la ausencia de su hijo extraviado. La llegada de Jacques significará el quiebre de ese recuerdo que estuvo sedado en la mente de Mado desde hace ocho años. Lo cierto es que también la presencia de su ex marido ha comenzado a calar su círculo familiar. Tanto su segundo hijo como su nuevo compromiso, poco a poco van siendo víctimas directas o indirectas de este tormento ajeno.
Lo mejor de J’enrage de son absence es sin duda la interpretación de William Hurt. El veterano actor está contaminado por una mirada triste y melancólica, siempre ido, mirando al vacío, encorvado de hombros, víctima de una depresión que lo ha convertido en una especie de Segismundo que, por el contrario, ha decidido vivir por su propia voluntad encerrado en una cárcel, negándose a saber de la realidad, viviendo entre las tinieblas, ajustándose entre los sueños.

martes, 13 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: El sonido alrededor (Sección Oficial de Ficción)

Trabajar cansa (2009) narra la historia de un padre que ha perdido su trabajo y una madre que, a propósito de esto, ha decidido emprender su propio negocio. El filme contempla un plano dramático y otro más optimista. Es la vida de ambos personajes observados por separado. Pero la cosa no queda ahí. Ocurre a la mitad algo en la trama, un suceso extraño y escalofriante ha ocurrido de improvisto. Este filme brasilero asume un nuevo perfil, el del género de terror. Por un lado, el miedo pisando los talones de la madre, mientras que por otro el padre angustiado por su infortunio laboral. A esto se suma un perfil cómico y paródico a cada que la familia se reúne después de sus deberes. El sonido alrededor (2012) va por lo mismo. La adopción de una variedad de géneros, solo que manifestados sin turnos establecidos, tan enfáticos pero aún más impredecibles que el filme anteriormente citado.
El director Kleber Mendonça Filho realiza una ópera prima particular al generar una variedad de personajes, emociones y situaciones distintas, en algunos casos ajenos y en otras correspondientes. Estamos en la ciudad de Recife y todo (a excepción de un par de escenas) ocurre en un vecindario plagado de condominios que son propiedad de un viejo patriarca, dueño además de un ingenio azucarero ubicado a las afueras de la ciudad. En medio de la arquitectura moderna y simétrica, el espectador será testigo de la rutina y la intimidad de una serie de personajes, la de los familiares del dueño y la de algunos inquilinos que habitan en los departamentos de dicho condominio. El sonido alrededor no inspira convertirse en una trama sobre historias que se cruzan, en su lugar se incita a que estas historias compartan mismos factores emocionales. La vida en los condominios, tanto para sus dueños como para sus inquilinos, implica cláusulas y contraindicaciones que la distinguen de otras zonas al ser este un barrio estable, propio de la clase media o acomodada.

De plano El sonido alrededor se presenta con una serie de mezclas de sonidos que entorpecen los sentidos. El ruido natural y el artificial se combinan, y en paralelo una sinfonía extradiegética compone un ambiente de inestabilidad (esto ya predicho desde su primera toma donde una cámara en mano persigue sinuosamente a una niña en patines). Los personajes comienzan a asomarse y nos percatamos que unos parecen percibir dichos sonidos más que otros. La sensibilidad de los sentidos no es la misma en todos, tal es el caso de una mujer que a diario es atormentada por los ladridos de un perro, mientras que sus imperturbables hijos siguen su itinerario sin malestar. Mendonça Filho en  principio nos envenena de una dosis de nerviosismo, una que ha sido encabezada por un barullo orquestado y que hasta el final del filme, será contenido por acciones que invitan a la tensión o la “mala espina” de lo que podría pasar, pero que finalmente no suceden.
Este filme brasileño es logrado al tener una actitud manipuladora para con el espectador. Los distintos personajes hacen sus cosas y es en medio de esta normalidad que vamos percibiendo elementos, situaciones e incluso hasta nuevos personajes que no cuadran o que desencajan dentro de nuestras expectativas. Desde el ladrido de un perro, las cámaras que vigilan el condominio, el nuevo guardián de ojo tuerto, una mujer planchando sin zapatos, el extraño ruido que emana de un electrodoméstico, el cartel que anuncia “peligro tiburones”, todos son indicios que van alimentando la paranoia que sutilmente se nos ha estado transmitiendo. Es partir de esto que la arquitectura blanca y geométrica gana otro sentido. Entonces lo que se veía majestuoso de afuera, por dentro simula un encierro. Pasadizos angostos, espacios no iluminados, altas paredes de concreto, portones y rejas que aprisionan. La gente que habita este lugar le tiene miedo a la calle.

Se entiende entonces por qué los protagonistas son de poco salir. Son apenas algunos los que a vista de otros entran y salen de estos edificios. Ciertamente una de ellas es la enamorada del nieto, pareja que vivía una historia de amor que de un momento a otro se ve esfumada. A inicios del filme veíamos cómo la joven había sido víctima de un robo en dicho vecindario. Su retorno resultaba ser la prueba que su relación con el nieto estaba por encima del encuentro furtivo. Más adelante, sin embargo, esto se revierte. Es como si nunca esta mujer hubiera encajado dentro de ese vecindario, uno que en el pasado ya había abandonado para cuando los condominios no eran sino casas independientes. El sonido alrededor también manifiesta un aire nostálgico. La arquitectura nunca parecerá tener el valor sentimental de un barrio común y silvestre. Por el contrario, sus habitantes son víctimas de la intranquilidad, una que parece estar más cerca de lo que es.
Un caso anecdótico es sobre cómo dentro del círculo familiar puede también acechar el sentimiento de inseguridad. Mientras que los dueños del condominio han repartido estratégicamente cámaras vigilantes, además de haber contratado una nueva guardianía, siguen siendo presas de la ansiedad a causa de un familiar a fin, un joven que es conocido como el ladronzuelo del barrio. Otro caso, la de una mujer que observa en su hermana como su frecuente enemiga, esto entendido durante la escena de una pelea por un televisor. Parece indicarse que el miedo incuba dentro de nuestro propio círculo. El sonido alrededor es también la notable división social que existe en este pequeño universo, la del patrón y la servidumbre. En ocasiones contemplándose ambos grupos como un todo, como en otras vista la servidumbre como una extensión de un sector dominante. Mendonça Filho mezcla en su filme el suspenso, el terror, el thriller, lo romántico, el drama, la comedia, el surrealismo e incluso el western (una escena donde dos cowboys aparecen a los extremos de las calles, y el zoom los aproxima feroz). A propósito de los sueños. Estos no son gratuitos, son predictivos, simbólicos y perturbadores.

17 Festival de Lima: Retrato peruano del Perú (Sección Oficial Documental)

Tres son los factores fundamentales para mantener vivo un arte. En primera instancia está el productor, aquel que no solamente se dedica a practicarlo, sino también a promoverlo, esto mediante la motivación y la valoración vista a través del significado adquirido, sea estético, cultural, hereditario, hasta sentimental. Un segundo encargado es el dedicado a difundirlo. Este es el ejercicio de expansión, el que transmite la novedad en espacios donde no se practica dicho arte, es decir, lugares donde se desconoce o se ignora su existencia. Esta labor es expositiva, sea testimonial o por medio de muestras. Y, por último, existe otro plano, uno que es más contemplativo, pero que no deja de ser fundamental para el porvenir del arte en cuestión. Este es el mero espectador, aquel que admira, reconoce y valora el arte, sea mediante un punto de vista objetivo hasta el más académico. Estos tres aseguran trascendencia.
Retrato peruano del Perú (2013), de Carlos Sánchez Giraldo y Sofía Velázquez Núñez, es un documental que hace reconocimiento al arte del retrato de un pintor, de paso que devela el circuito de sus promotores y adeptos. La historia de tres personajes reales es el encadenamiento a dichos factores que son fundamentales para oficializar este arte. Está el pintor, la fotógrafa que funciona como una especie de estudiosa y el distribuidor o exportador de las mismas pinturas. Es en medio de estos tres actores que se filtran más personajes y nuevas historias. Los individuos, parejas o familias que desean ser retratadas, son parte del arte, complemento fundamental, tanto en carácter valorativo como visual. Por un lado, ellos reconocen al arte y, por otro, son fuente de inspiración, elementos que proponen o complejizan el producto final, esto dependiendo de sus exigencias, costumbres o fantasías.
Pero hay una lectura más interesante en todo esto. Ambos directores le otorgan a este documental una mirada antropológica, un valor que no es adicional, sino un punto de vista que comprende todo su universo significativo. La memoria es palabra clave en este filme. La pintura forma a ser parte de una fuente gráfica imperecible, algo que va más allá de la tela imborrable o la calidad del óleo. Retrato peruano del Perú, sobre todo durante sus escenas en Huaraz, se encuentra con la mirada nostálgica al pasado. Sea la fotografía como la pintura, son artes que cobijan un momento en la historia de un grupo de personajes. La mirada a un retrato es la contemplación a lo íntimo pero a la vez a lo públicamente limitado. Cada cuadro colgado en un hogar, a vistas de un forastero, es una invitación a la intimidad ajena, aquella que está dispuesta compartir sus recuerdos, siempre desde un estado gozoso. Una escena a resaltar: una familia mexicana posa junto a su retrato recién hecho, cuando de pronto los personajes reales se desvanecen y solo queda el cuadro. La memoria no se extingue.

17 Festival de Lima: Tesis sobre un homicidio (Sección Oficial de Ficción)

Al igual que la brasilera Tropa de Élite (2007), la argentina Sin retorno (2010) o ciertos filmes protagonizados por Ricardo Darín que estuvieron en competencia durante anteriores ediciones del Festival de Lima, Tesis sobre un homicidio (2013) se perfila a la cuota light en la selección de este año. La película dirigida por Hernán Golfrid apunta a ser un thriller sobre descubrir al asesino, lo que implica la revelación de pistas, el hurgamiento al pasado, la obsesión del acosamiento y del reto personal. 
El abogado Bermúdez (Ricardo Darín) se ha tomado a pecho el que uno de sus estudiantes comience a construir una serie de argumentos que lo encubran y a la vez lo descubran de un acto homicida. Es la fabricación de un desafío del alumno al maestro, y en medio de eso se descubren los conflictos internos de este detective “temporal”, sobre un amor frustrado, de soltería aparente y demás cargos que estructuran al estereotipo del cine negro. A Tesis sobre un homicidio le hace falta inteligencia para crear ese “monumento a la soberbia”, esa que nos recuerda al pecado capital del detective Mills en Seven (1995), de David Fincher.

lunes, 12 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: Gloria (Sección Oficial de Ficción)

En un Chile actual, existe un lugar en la sociedad donde una generación madura se reúne a diario para darse una oportunidad. Son el grupo de divorciados en busca de un “nuevo cambio” en sus vidas, situación que los ha dejado en soledad o en medio de conflictos internos. Son los rostros envejecidos de personajes que se (re)conocen entre sí. Conversan, se ríen, beben, bailan, se hacen mutua terapia. Todos ellos, sin embargo, no son capaces de rehabilitarse de la misma forma. Gloria (2012) significa para Sebastián Lelio una renovación en su cine. La historia de una mujer divorciada al borde los sesenta años se aparta de la necesidad de desmitificar a los cánones religiosos vistos en La sagrada familia (2004) o Navidad (2009), es además ajena a la crónica trágica contemplada en El año del tigre (2011). Lelio, por el contrario, no deja de tomar a la población chilena como elemento de estudio. Su cine insiste en representar una radiografía social de su país.
Gloria, en sus inicios, parece inclinarse a las normas convencionales que podría esperarse de un filme que toma por tema central a la vejez. El personaje principal de la película, en medio del júbilo festivo de un grupo de su misma generación, parece ser víctima de la “invisibilidad”, efecto que parece pronunciarse en sus espacios íntimos, en las inmediaciones de un tenue departamento custodiado por un felino intruso o en la visita de sus seres queridos, quienes parecen no percibir o compartir de su estadía. Gloria (Paulina García) a primera vista podría ser confundida por una mujer que rehúye de su soledad trágica, sea espantando a un gato de su morada o acechando de llamadas a sus mayores hijos. Su frecuencia a espacios sociales, en busca de compañía o libando alcohol al borde del exceso, podría ser interpretado como un efecto de frustración o estrategia desespera por curar una dolencia reprimida. Lo cierto es que hay otra intencionalidad en toda esta introducción.

Gloria se distingue de otros filmes al abordar el divorcio y la vejez desde un concepto contrario, casi radical. El personaje de García no es ni frustrada ni reprimida. En medio de las danzas y los juegos de cortejo empleados por Gloria, existe en ella una naturalidad que explaya franqueza y autenticidad. Sus visitas a espacios nocturnos no son más que el allanamiento al goce de ser libre (no se confunda con libertina), la necesidad de sociabilizarse no pensando en llenar un vacío, sino apelando a las normas de la misma naturaleza humana. Es así como el espectador es testigo de cómo Gloria ríe, canta, flirtea, tiene sexo, hace yoga, va a reuniones, conoce gente e incluso en el camino tiene amantes furtivos. Su vida de casada está finiquitada y ahora, en calidad de divorciada, no se impide en compartir su vida con una nueva pareja. Entonces conoce a Rodolfo (Sergio Hernández) y ambos se enamoran. Es a partir de aquí que Lelio dispone una confrontación en la trama, una que por cierto la vuelca hacia la realidad chilena.
Gloria y Rodolfo, ambos divorciados, son polos opuestos. Los dos se conocieron en una fiesta de solteros, lugar que por cierto es anecdótico. Por un lado invitando al cambio de vida, es decir, dejar atrás esa antigua rutina de casado y darse una oportunidad, es decir, vivir el presente; mas en paralelo, el ambiente de este espacio es pasadista, lugar de memoria donde se escuchan melodías de antaño. El pasado entonces insiste en no retirarse. Hay por lo tanto dos vías de acceso dispuestas a sus invitados: la superación o el estancamiento, y Gloria y Rodolfo responden a estos, respectivamente. Se abre camino así al conflicto del filme y además al discurso relacionado a la sociedad chilena. Gloria refleja dos modos distintos de enfrentar el divorcio, uno que está dispuesto a renovarse, mientras que otro está (de)pendiente a lo que en teoría ha sido consumado. Rodolfo es temeroso a rehacer su vida, se resiste al cambio.

Socialmente, la película da señas de la realidad chilena, una sociedad que está en pleno cambio. La jovialidad (no física, sino anímica) como estrategia para dicha renovación. En Gloria no solo los personajes, sino todo Chile está en un tránsito de cambios. Son los últimos rezagos de la Dictadura, es la expurgación de los tormentos o del pasado, aquello que no se abandona de un día a otro, es por eso que de vez en cuando los fantasmas reaparecen en forma de sueños o alucinaciones (muy acertada la escena donde Gloria hace memoria de los tiempos de “cacerolazos”). Rodolfo y Gloria son los rostros opuestos de una sociedad chilena, una compuesta y otra retraída, sometida aún al gobierno matrimonial ya extinto, pero que parece estar fresco en la mente de algunos. Inmersa a esta realidad, y volviendo a su introducción, Lelio parece brindar un reconocimiento a los personajes olvidados por la sociedad actual, los que vivieron de cerca esa etapa oscura de su Historia y que además tienen mucho por demostrar en aspecto de valores.
Respecto a esto último, Gloria simula representar a un ícono no solamente femenino, sino social. El personaje principal del filme, en medio de su drama íntimo, mantiene una lucidez y un optimismo arraigado. El amor no parece sonreírle a esta mujer, muy a pesar nunca somos testigos del desvanecimiento de este personaje. Parece existir un código de honor o tal vez simple dignidad en Gloria al prohibirse sufrir, salvo en sus momentos maternales donde no se reprime.  Paulina García es punto fuerte en el filme. La actriz es domadora de un poder de seducción que desata sensualidad y mucho encanto (hay un aire a Diane Keaton en la interpretación de la actriz chilena). Muy aparte de su construcción anímica, Gloria se establece en base a las miradas y gestos que lanza a diestra y siniestra, enamorando con sutileza efectiva. Está también un lado impulsivo, de mucho arranque y carácter, como la otra Gloria de John Cassavetes (1980), una que también aprendió a empuñar el arma.

17 Festival de Lima: Día de pesca (Sección Paralela Gala)

Tal como se infiere en uno de sus títulos más celebrados, Historias mínimas (2002), el cine de Carlos Sorín está dispuesto de relatos que dentro de su sencillez y su mesura dramática aspiran a convertirse en crónicas artesanales, eventos que no pecan de pretensión sino de sensibilidad y una belleza natural. El cineasta argentino es promotor de un estilo de carácter bucólico. Sus locaciones plagadas de minimalismo y paisajes rurales, despliegan melancolía y la traducen en su versión más optimista. Al igual que Bombón, el perro (2004) o La ventana (2008), el último filme de este director es una invitación a la esperanza y a la reflexión.
En Día de pesca (2012), Sorín retorna a su espacio fetiche, la Patagonia, geografía que servirá de lugar de reposo para Marco Tucci (Alejandro Awada), un ex alcohólico recién rehabilitado que llega desde Buenos Aires en busca de un hobby y de una hija que no ve desde hace años. Similar a la mayoría de sus filmes, el director crea de un drama una fábula con aire de comedia. Es una ruta en vías al aprendizaje, aquello que en su tránsito será testigo de esas “historias mínimas”, el encuentro con pequeños personajes que van despertando afección y naturaleza humana. Tucci si bien es extranjero en estas tierras desconocidas, en su camino irá hallando algunas amistades furtivas, señas y ánimos que le darán cobijo y terapia a una alma arrepentida.
La redención es tema central en esta película. El protagonista principal, recuperado de su adicción irá en busca de aquello que un día fue extraviado. Por encima de seguir las pautas médicas, Tucci hace caso sobre todo a sus pautas espirituales. Renovar su vida implica hacer las paces con su hija a la que un día abandonó por culpa de su vicio. No cumplir dicha meta, implicaría el desgano o la pereza de seguir en pie con sus planes de pesca, aquello que ha decidido tomar como hobby como parte de su tratamiento. No pescar significaría el fracaso. El resentimiento y el perdón serán nudo dramático en el filme. Así como en Día de pesca, los personajes de Carlos Sorín son viajeros, personas errantes en busca de afecto; una road movie terapéutica.

domingo, 11 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: Nebraska (un comentario)

Libre de spoilers.

Solo un breve comentario a Nebraska, último filme de Alexander Payne. Ya para su estreno comercial me decidiré a hacerle un artículo más amplio (estoy seguro que llegará más adelante por aquí).  Viendo las imágenes de esta película, hay una escena que me hizo notar cierto detalle, uno que se repite en Up in the air (2009), de Jason Reitman. Es casi un deja vu. Esto me hizo reflexionar la cercanía que existe entre ambos directores, no por el hecho de ser generacionalmente correspondientes, sino porque ambos comparten similares manías. Tanto Payne como Reitman, y por qué no decirlo, Carlos Sorín y Pablo Stoll en Latinoamérica, son directores que realizan dramas apañados por la comedia, la ironía, la parodia o lo satírico. Desde temas como el divorcio (Sideways en Payne y 3 en Stoll), el conflicto emocional (Los descendientes en Payne y Young adult en Jason Reitman) y la vejez (Nebraska en Payne y La ventana en Sorín), el humor, en cualquiera de sus versiones mencionadas, cumple una labor de neutralizador dramático.
Es también un cine reflexivo. Los protagonistas de Payne, como del resto de mencionados, son personajes que se sienten frustrados, decaídos, hay un desgano en sus corazones y en contra respuesta, estos están decididos a encaminarse por las vías de la rehabilitación, sea mental, sentimental e incluso hasta ideológica (Citizen Ruth, 1996). Es este tránsito el despertar del lado más humano en Payne, sobre cómo esta terapia o cambio de aires es una especie de negación al estancamiento para beneficio personal o para el mismo círculo íntimo de dichos personajes que están en sus idas y venidas. El road movie es símbolo de renovación, es la negación a la rutina que se divorcia de lo venéreo, de lo deprimente o que simplemente va en busca (o por pura suerte) de un pasado necesario. Reencontrarse con esta etapa es encarar viejos rencores o sensaciones reprimidas, y esto es lo que percibo en Nebraska (2013). La historia, no de uno, sino de dos individuos que viajan en vía a la rehabilitación.

17 Festival de Lima: César debe morir (Sección La Vuelta Al Mundo en 8 Días)

El día de ayer colaboramos con una reseña de la película italiana César debe morir en "Vértigo", suplemento encargado de cubrir el Festival de Lima. Esta es una versión ampliada de la publicada.

En la cárcel romana de Rebibbia, el director teatral Fabio Cavalli ha venido impulsando desde hace algunos años una serie de puestas en escenas a los interiores de esta prisión como parte de un programa de talleres dispuestos a los reos que cumplen sentencias que van desde penas cortas hasta cadenas perpetuas. César debe morir (2012), de los italianos Paolo y Vittorio Taviani, es una película ficticia basada en esta premisa real. Los directores de las laureadas Padre padrone (1977) y La noche de San Lorenzo (1982) realizan un filme que se asienta en una especie limbo narrativo. Protagonizada por actores profesionales, ex convictos y presos actualmente cumpliendo condena, los veteranos directores promueven una nueva lectura al “Julio César” de William Shakespeare, una que aspira a ser ficción y documental a la vez.
A grandes rasgos, César debe morir contempla los ensayos y el proceso de aprendizaje de los reos que juegan a ser emperadores, sucesores de un Imperio o cónsules asesinos, es decir, se dramatiza los previos al estreno teatral a celebrarse en el auditorio de la penitenciaría. Es a partir de lo indicado que se cumple un plano ficticio. En paralelo, los Taviani van apuntando a un lado más específico, es la mirada que congrega los testimonios de un grupo de personajes que van asimilando un texto a medida que reflexionan, que son presas del recuerdo o el rencor hacia sus compañeros o hacia ellos mismos. La obra de Shakespeare, a medida que se repasa en voz alta, va calando las mentes de estos condenados por asesinato, tráfico de drogas, crimen organizado y demás delitos que sin querer parecen refractarse en esta obra teatral canónica. Es entonces cuando el plano real se delata en el filme.

En el elenco de Fabio Cavalli existe más de un Bruto o un Casio. Reos que en un tiempo fallido fueron traidores, homicidas de compañeros de crimen, personajes reales que en el presente se retuercen por un acto perpetrado e irreversible, responsables de un episodio que hoy cumple castigo y que en un futuro será lección para la sociedad. César debe morir se confunde entre lo que dicta el guión teatral y lo que expone un parlamento original. Es así como ciertas líneas expresadas por los reos parecen funcionar en sus propios dramas sin faltar a las normas expresadas en la obra de Shakespeare. En más de una ocasión el espectador es testigo de cómo los actores en medio de la catarsis modifican su parlamento, uno que no ha sido efecto del olvido, sino una especie de terapia que expurga los demonios y manifiesta con propias palabras un sentimiento compartido.
No se sabe si por obra del propio Cavalli o los Taviani, dentro del argumento los presos siguen como indicación que sus líneas deberán ser pronunciadas mediante su propio dialecto (lombardo, toscano, napolitano). En otros términos, hay una motivación o una necesidad que lo expresado por estos reos sea de carácter auténtico, lo más veraz posible, aquello que no los desligue de sus propias tradiciones o procedimientos. Es por esto mismo que “el Marco Antonio de Rebibbia”, un condenado por crimen organizado, al momento de hacer discurso a los pobladores romanos sobre la traición contra el César, parece más bien evocar el código de honor sujeto en la mafia italiana. César debe morir es ante todo un drama carcelario en gran parte compuesto en escala de grises, momento en que lo irreal cobra significado en la vida de un grupo de condenados, pero para cuando todo toma color, la normalidad nuevamente los apresa.

17 Festival de Lima: La paz (Sección Oficial de Ficción)

El desgano y el agotamiento son el diario de Liso (Lisandro Rodríguez), así como la dificultad misma de replantearse una nueva vida luego de su encierro en un sanatorio por un largo tiempo. En medio de su juventud y las comodidades de una crianza a manos de una familia de clase acomodada, Liso no haya remedio o respuesta para solucionar un desequilibrio mental que está a punto de ceder. La paz (2013), de Santiago Loza, es un drama que descubre a un personaje plagado de mutismos, uno que aísla sus conflictos y apenas los descubre en las mordeduras de uñas o miradas al vacío.
Nada se sabe de lo que fue o lo que hizo Liso tiempo atrás, lo que sí se descubre es su fragilidad, la actitud dócil de un infante que corre al regazo femenino en busca de la comprensión maternal, que lo cumplen la misma madre, la abuela, la sirvienta e incluso una amante furtiva, es por eso que la crisis llega cuando algunas de estas se van retirando de su vida. Santiago Loza realiza un filme que no encuentra novedades, componiéndose además de una estructura que no que claro o que simplemente cumple su rol de estructurar.

sábado, 10 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: La jaula de oro (Sección Oficial de Ficción)

Tres adolescentes guatemaltecos irán en busca de suerte a EEUU. Durante su recorrido coincidirán con un indígena de su misma edad, además de un centenar de personajes naturales de países vecinos, al igual que ellos, en busca de una mejor calidad de vida. La jaula de oro (2013), ópera prima de Diego Quemada-Diez, en inicio da la impresión de descubrir un viaje de aventura adolescente, mas es en lugar de eso un viaje al terreno del desencanto, algo que se pronuncia desde la mirada de este grupo aún inocente e ignorante de una realidad crítica, desde su normativa social hasta la insurgente. 
En el camino serán presas de la injusticia y el abuso, mas en paralelo, serán cobijados y alimentados por una población que se mantiene unida y pendiente a la caridad de la gran comunidad. La jaula de oro es de un espíritu realista, construido bajo las temáticas de la amistad, el reconocimiento al “otro”, la inmigración y la crisis social. Salvo la mirada de un grupo de menores, el filme contempla lo que ya se ha visto anteriormente en Norteado (2009) o Sin nombre (2009), películas pertenecientes también al cine mexicano. Es además la frecuente sucesión de eventos desafortunados la que la vuelve redundante, incluso repitiendo similares situaciones.

17 Festival de Lima: 7 Cajas (Sección Oficial de Ficción)

El descubrimiento de “los bajos fondos” en las inmediaciones de un mercado popular en Asunción, es el marco contextual de 7 cajas (2012), filme que se decide en explotar el campo visual y laberíntico de un mundo que congrega a soñadores y oportunistas, lugar que a su vez es sometido por las normas de la violencia y el pillaje. Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori dirigen una película que posee similar estrategia empleada en filmes como Ciudad de Dios (2002) o Slumdog Millionaire (2008) donde los espacios sórdidos juegan a ser símbolo exótico, una mera portada fotográfica que se esfuerza en revelar un lado cosmético que anula todo indicio de un drama sobrecargado. En medio de la pobreza y la delincuencia, la película se inclina en evocar ese lado lúdico, a veces cómico o sutilmente irónico, que se apega más a la radiografía de este espacio social que a la profundidad del asunto.
7 cajas se encamina por las vías del thriller, la contemplación a los misterios que van desde los contenidos de unas cajas al crimen cometido por una pequeña mafia. La resultante son una serie de sucesos que se complican, que van conectando a los personajes entre sí y van generando nuevos giros en su historia. En cierto modo, hay un momento de la película que se percibe la dilatación de los hechos que se van desgastando pero que a pesar no exterminan los logros construidos. La fotografía, el montaje, así como los movimientos de cámara (a pesar de un redundante uso del steadycam en interdependencia) son los puntos fuertes del filme, al igual que la variación en el uso de lentes, lo que la acerca aún más al cine de Danny Boyle, al menos en un ámbito estético. En lo argumental parece haber una cita directa. Esta película paraguaya tiene de Fargo (1996), esto además del lenguaje de los Coen al momento de recurrir al humor negro, obviamente, uno menos ingenioso.

viernes, 9 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: El verano de los peces voladores (Sección Oficial de Ficción)

Hoy se inicia el Festival de Lima. A partir de hoy posteareamos a diario las críticas de las películas que iremos viendo.

El dueño de una finca al sur de Chile ha decidido ponerle fin a la sobrepoblación de carpas que han comenzado a reproducirse en el lago que bordea a su territorio, especie marina que desde su memoria no hace mucho ha iniciado esta invasión, esto a pesar que un cercano suyo insiste en afirmar que las carpas siempre han estado allí. El verano de los peces voladores (2013), ópera prima ficcional de Marcela Said, es un filme plagado de metáforas e indicios que se resisten a concretar algo que está sobredicho en su mismo ambiente, uno que aflora un estado pesado y denso, pero a la vez celestial. El contexto de la película es graficado por una dicotomía anímica, voluble y agresivamente contradictoria (cuestión que curiosamente no parece preocupar a sus habitantes). Este lugar de descanso revela una naturaleza paradisiaca adornada por árboles y recintos campestres, la que frecuentemente es opacada por una bruma espesa que no deja contemplar, que enceguece.
Said está a un nivel de consciencia sobre el significado que aporta el poder simbólico y sugerente de los indicios que componen sus locaciones para la comprensión de su película. El espacio natural delata un continuo conflicto entre el verdor y lo gris, entre el espacio que florece pero que a la vez consuma y extermina a las especies. Entre el brote de hierba habitan las zonas fangosas, lugares que ponen fin a la vida y que revelan ese lado agreste de lo rural. Se me viene a la mente el filme colombiano de Willian Vega, La sirga (2012), película donde el contexto juega un rol protagónico imprescindible. El área muerta e inhabitada resultaba ser símbolo del conflicto social. Eran pues los rezagos de la violencia. Es bajo similar idioma que El verano de los peces voladores parece comunicarse. La naturaleza voluble es solo el atajo a una historia que alberga sus propios conflictos, los mismos que, de igual forma, parecen tener un “orden natural”.

En las inmediaciones de una cabaña ubicada en las entrañas de un bosque, una familia acomodada pasa sus días de ocio disfrutando de la vida de campo. La pesca, la ruta al sauna, los juegos de mesa o las charlas infatigables con los amigos, son la rutina diaria de estos personajes que disfrutan en medio de las pequeñas rencillas que nunca faltan entre los miembros de esta familia. A Mane (Francisca Walker) le fastidia la obsesión de su padre por exterminar a las carpas “invasoras”. Le molesta también la tensión entre papá y mamá; a veces serenos, en otras peleados. Pero lo que le molesta aún más a Mane es cómo su padre ha comenzado a imponer reglas estrictas para con los pobladores que también habitan dicha naturaleza. Es a partir de esto que el bosque comienza a ser testigo de una confrontación entre los nativos y los foráneos, afrenta que ciertamente es casi silente, a modo de rumor o comentarios escindidos sobre cómo los mapuches están siendo intimidados por ajenos a su comunidad. Se entiende entonces la metáfora del exterminio de carpas.
En Solo el viento (2012), de Bence Fliegauf, se juega también al poder del intimidamiento entre una sociedad que intenta expurgar a una pequeña colonia. Al igual que la película de Said, este filme húngaro manifiesta la tensión en base a su ambiente tétrico, casi neurótico. Es la estrategia de ocultar al enemigo o al mismo enfrentamiento, y en su lugar disponer diálogos que indican que “algo está sucediendo”. El verano de los peces voladores, coindice con los filmes antes citados en disponer “la mirada no adulta” como un punto de observación neutral. Mane, al igual que los protagonistas principales de dichas películas, no está dispuesta de un discurso o ideología previa que la incline a preferir sea a los suyos como a los “otros”. Lo que sí posee Mane es un acto reflexivo. La adolescente es víctima del cuestionamiento, aquello que la va inclinando contra su padre y contra su sociedad. Mane ha sido víctima de un desencanto, tanto amoroso como social.

lunes, 5 de agosto de 2013

Cementerio General

El cine de terror es uno de los géneros frecuentemente más visitados por el espectador. Existe pues una fascinación por ser testigos de “el castigo a los otros”, esa inclinación retorcida que provoca mirar aquello que por un fragmento de segundos te convierte en víctima o victimario. El cine, en plano general, nos invita a ser parte de una catarsis, y, sin duda, el terror se convierte en el género por excelencia cuando se trata de aproximarnos con mayor efectividad a las emociones, captando en leves frecuencias a géneros ajenos como la acción o el drama, los mismos que de alguna u otra forma andan más rezagados de este al resultar menos perversos. A pesar de ser muestrario de monstruos fantásticos, seres de otro mundo o criaturas increíbles, el cine de terror además siempre trae consigo una cuota de realismo, esto reflejado en los arquetipos omnipresentes en este género que van del héroe al cobarde. Si el espectador no se refleja en uno, lo hará en el otro.
Ahora, en los últimos años, el cine de terror se las ha ingeniado por hallar un lenguaje que nos encare aún más con dicho realismo. El proyecto de la Bruja de Blair (1999) reconoce en el found footage una técnica que promueve credibilidad en el espectador. Una forma de mirar al mundo en un plano que parece integrar al espectador con los personajes, pasando de testigo omnisciente a protagonista. Es además su naturaleza inestable en el movimiento de cámara la que provoca confusión, es el punto de vista que “te juega sucio”, recalculándose así los niveles de tensión, aquello que encausará en un goce más instantáneo o efectivo. Cementerio general (2013), de Dorian Fernández-Moris, intenta beber tanto del género como de esta técnica fílmica. La historia de un grupo de escolares jugando con los espíritus en medio del crepúsculo y las lápidas, es (siguiendo la ficción de su argumento) documentada por la grabadora de uno de estos personajes. El filme si bien busca la necesidad de crear veracidad, comete infracciones tanto en su montaje como en su misma historia.
El found footage (también traducido como una fuente fílmica amateur) desatada durante las escenas en el cementerio, es transgredido intercaladamente por una segunda mirada, una grabación que observa por encima de los personajes y no con los personajes. Cementerio general falta a su misma trama, aquella que minutos atrás indicaba, según uno de sus personajes, que lo se vería a continuación eran hechos capturados por una cámara casera. Frente a esto, existe pues una interferencia entre la mirada ficcional y la documentada. El filme se frustra al no decidir a qué mirada inclinarse, confunde su objetivo con intención de amoldarse a lo conveniente. Es decir, cuando la mirada diabólica de la niña es enfocada, la simulación casera es presta porque se ajusta a la ocasión. Pero cuando esto no sucede, se hacen presentes las lagunas, entonces hay encuadres que no se amoldan al enfoque improvisado de una cámara en mano. La película sin querer pierde realismo y credibilidad.
En trama, Cementerio general absorbe los clichés del cine de género, desde los estereotipos de una infante poseída hasta los giros argumentales producto de una antigua promesa. Filmes como The grudge (2002) o Actividad paranormal (2007) se confunden en esta historia que no provoca tensión desde su antesala, en lugar de eso aguarda a llegar a los momentos puramente de terror que ocurren en las locaciones del camposanto cuando el personaje de Flavia Trujillo hace contorsiones de su cuerpo y se extravía entre las lápidas. La tensión en este filme anda de anónimo. En el principio de la película, gran parte del ambiente lúgubre se sostiene de la fotografía, uno de los escasos aciertos del filme. Finalizada la escena central, y cuando el cierre de la historia parecía verse, nuevos hechos ocurren y entonces todo es más predecible o familiar. Surge una historia aparte, una que sucede acelerando el paso. Más clichés. El carisma espontáneo de Nikko Ponce no logra sobrevivir ante el resto de protagónicos. En resumen, el problema de Cementerio general es subestimar al espectador, ofreciendo como resultado un filme que tiene buenas bromas, pero poco o nada de escalofríos y, sobretodo, mucho reciclado.