martes, 30 de septiembre de 2014

Boyhood, momentos de una vida

Richard Linklater es un director que construye tramas en base a la memoria. Caso el de Celine y Jesse (Antes del amanecer, 1995) y su primer encuentro en la ciudad de Viena, ambos armando el diálogo mientras cada uno va citando sus propios recuerdos o los ajenos; aquellos que, por ejemplo, develaron los libros de escritores o teóricos que en el lapso de sus vidas un día leyeron. Es la memoria puramente compuesta por las ideas o conceptos preconcebidos. La memoria aquí como una especie de ventana hacia la esencia de cada individuo. Somos lo que vivimos o algún día leímos. Pero aparte de esto también existe otro tipo de memoria, una que por cierto es más tangible e igual de inevitable. La fisonomía de individuo como un registro más de la memoria, esta focalizada en los rostros, los cuerpos e incluso en las vestimentas que develan en los personajes el paso errático o venturoso de los años.

Linklater promueve personajes ajustados al tiempo, individuos que simulan estar viviendo a “tiempo real” (Tape, 2001) o en lugares donde simplemente el tiempo “no existe” (Waking life, 2001). Son también las historias de “tiempos a plazos”, aquellas que aparentan funcionar de igual manera según el tiempo real aunque con amplios recesos que fragmentan toda una trama. Tal es el caso de su trilogía melodramática de personas asomándose cada nueve años. El director gusta experimentar con el tiempo en todas sus formas de impresión y amplitudes, siendo Boyhood (2014) su nuevo proyecto que apunta a un plano temporal cronológico. La historia de un niño y su tránsito hasta las orillas de la adultez es la reunión de vivencias y cambios que va experimentando su organismo y su personalidad misma. Linklater coincide esos dos tipos de memorias anteriormente descritas manifiestas en un orden lineal y promoviendo elipsis que levemente conectan los cambios. Es la captación de frecuencias altas que van apuntando a la crianza y posterior formación de un individuo.
Mason (Ellar Coltrane), desde los seis años, es una especie de nómade. Su vida no solo deja de experimentar progresivamente cambios naturales, sino que también cambios impuestos. Las mudanzas son situaciones clave dentro de su historial. Frecuentes cambios de vecindarios, que implica cambio de escuela, cambio de amigos e incluso cambio de familias. Es partir de esta premisa que se va construyendo su formación tanto personal como emocional. Mason irá madurando en base a su situación, es decir, a su vivencia bajo la lumbre de un divorcio, a las relaciones amorosas temporales de su madre, las visitas circunstanciales de su padre, a la sintonía de los estilos de vida de cada uno de ellos, dispares aunque igualmente conflictivas. Linklater va atendiendo a las reacciones precoces en un niño con el fin de manifestar el cambio personal o la reacción que irá encumbrando al pasar de los años.

Boyhood es también esa memoria del aspecto físico cambiante. A diferencia de lo que resultaron películas como Cinema Paradiso (1988) o Forrest Gump  (1992), filmes donde también el tiempo marca etapas, Linklater promueve un cine menos maquillado y más sintomático. Es así como Mason mudará de estilos, vestimentas, cortes de cabello (incluyendo los incidentales), rutinas, posturas y semblantes. Todo aquí marca un momento, una asimilación de lo pretérito. Son “los distintos rostros de Mason”. El niño activo de un día será luego el adolescente cohibido y encorvado. ¿Es la moda juvenil o el síntoma de sus propias vivencias? Tal vez un poco del primero y mucho del segundo. Linklater es consciente de que sus personajes cambian externamente, más no internamente. Existe una madurez de por medio, más no una renovación del carácter esencial. El último Mason que veamos tal vez sea más sociable y maduro, más en su inconsciente siguen siendo frecuentes esos temores heredados, dudas o miedos que se revelaron a manera de puntos de inflexión en su vida.
Los personajes de Linklater son como una especie de palimpsestos caminantes. En su rostro e integridad se reflejan las antiguas huellas de su pasado, aquellas que inevitablemente se manifestarán a futuro. El último Mason, al igual que la manada de adolescentes de Dazed and confused (1993), es reflexivo frente al presente, por lo tanto, medroso de un futuro incierto o no convenido. ¿Es que acaso ese cuestionamiento no es similar a la pregunta sobre la existencia de los duendes? En Boyhood el tiempo pasa pero los personajes no dejan de ser los mismos. Muy claro está en el ejemplo del padre poniéndose al hombro una nueva responsabilidad, pero que a pesar no carga por sí mismo sencillo alguno en su billetera. Similar caso sucede en la madre que ni sus investiduras académicas han logrado darle equilibrio emocional a su vida. Los padres mudan de casa o de auto, se dejan crecer el cabello o el bigote, más parece que sus moduladores de vida son inmutables. Es simplemente la rutina o el contexto el que cambia.

En referencia a esto último, Boyhood no precisa representar una historia sobre unos padres que nunca terminan por madurar. Todo lo contrario. Así como el pasar del tiempo, la renovación y la madurez son inevitables y consecuentes. Habrá un momento de la trama en que los padres de Mason crearán un consenso en lugar de una afrenta. Es el gesto de madurez interpretado como una etapa asimilada y que además ha provocado nuevas formas de comportamiento. Ahora, tampoco implica la absolución total. Es así como el padre de Mason nunca abandonará la idea de que su divorcio fue fruto de una incomprensión de parte de su cónyuge. Una bondad en el cine de Linklater es que sus personajes no anhelan cambios radicales. Sus protagonistas son imperfectos y reales. Son indecisos e inconformes. Muchos no aspiran a metas o simplemente se resisten a la cotidianidad. Las películas de Linklater en su mayoría no promueven happy endings. Boyhood, al igual que otros de sus filmes, tiene un final abierto. Esto al parecer fruto de esa incertidumbre que invade su trama. Nada parece estar resuelto en esta historia.
Otra de las bondades en Boyhood es su recurso sobre lo efímero. La vida de Mason, así como se dilata, tiene esa sensación de desarrollarse casi fugaz. Su niñez pareciera larga y a la vez corta. De la misma manera sucede con los hechos. Lo que en un inicio parecía crucial en una etapa de su vida, más adelante solo será una marca más en su historia. Qué fue de su primer amigo de la infancia a quien apenas solo conocimos unos minutos; esos hermanos políticos de quienes tampoco pudo despedirse; ese primer amor, quién en realidad fue. Boyhood en vista general es el diario de las vivencias perdidas y arrebatadas, la vida transcrita en muchos apuntes, alguno de estos extraviados. Linklater al dialogar con el pasado, dialoga también con la nostalgia y la melancolía. Una reflexión implica madurez en el joven pero pesar en el más adulto. Por último, Boyhood es también la memoria fílmica del mismo Richard Linklater, una que prueba la madurez del director. Luego de muchas acciones en la vida de Mason, Linklater finalmente pone a caminar a su protagonista, es decir, lo coloca en una especie de “diván andante” hasta postrarlo frente a un ocaso. Es el fin del primer acto. Una etapa cierra y otra nueva se abre en la inconclusa vida de Mason.