jueves, 25 de mayo de 2023

Cannes 2023: Rien a perdre (Un Certain Regard)

Una película que va acumulando ansiedad y frustración a causa de una serie de negligencias que su ejecutora es incapaz de reconocer. Sylvie (Virginie Efira) es una madre soltera. En su mente, ella cree conducir una vida decente junto a sus dos menores hijos. Es la proyección de una realidad que no comparten los miembros del hogar de acogida que decidirán retirarle la custodia del pequeño de los hijos. Rien a perdre (2023) es un drama familiar que se oculta bajo un drama social. Se podría decir que el caso de Sylvie y su familia nos sirve de ejemplo para comprender lo urgente que es la intervención de este tipo de entidades que pugnan por salvaguardar la seguridad de los menores así tengan que pasar por encima de la angustia de una madre por tener nuevamente a su hijo entre sus brazos. La directora Delphine Deloget nos va describiendo esta historia de la manera que el mismo espectador pueda anticipar por sí mismo que algo no está bien dentro de la convivencia de sus personajes. La película arranca con un accidente. Sylvia trabajaba durante el momento en que su pequeño hijo se quemó cuando intentaba freírse unas papas. Sería obtuso asumir que dicho evento se reduce únicamente a la ausencia de la madre. Ese tipo de situaciones son las que lastimosamente suelen suceder cuando una madre soltera trabaja sin una ayuda económica adicional. El problema es que Sylvia padece de una deficiencia cuando se trata de responder con madurez hacia ese tipo de hechos inesperados y no deseados.

No pasa mucho tiempo para darnos cuenta de que esta madre de familia ha venido acumulando sus percances domésticos y los ha ido amontonando en un cerro de la indiferencia. Antes de que se llevaran a su hijo, ya estamos casi seguros de que no tiene ánimo por reparar la vida de sus hijos y de sí misma. Simplemente acepta que ella es un caos y sigue haciendo lo suyo en espera de que las cosas sigan “bien”. Mientras sus hijos sigan riendo, no habría de qué preocuparse. Error. Entonces sucede ese conflicto que fractura esa tranquilidad que la madre pensaba vivía, y con ello es que comienzan las pruebas. ¿La madre será capaz de lograr adaptarse a la burocracia y ganarse el derecho de recuperar a su hijo o será presa del pánico o su propia personalidad? No suficiente con describir la separación de una madre y uno de sus hijos, la ópera prima de Deloget decide mantenerse al lado de esta mujer a fin de convencernos de que tal vez es mejor así. Vemos momentos en que las cosas parecen equilibrarse. Sylvia contiene su rabia, atiende a los asesores y parece entender las normativas que dicen que no le será fácil recobrar a su hijo si no pone de su parte. El panorama parece cambiar. Contemplamos la fantasía de la renovación personal, un nuevo trabajo, por fin un orden en casa. Pero todo se viene abajo como un castillo de naipes. En cierto punto, luego de haber visto a Sylvia culpando a todo su alrededor menos a ella, solo podemos esperar que las cosas se pondrán peor.
Por momentos, esta persuasión por enderezar a una madre no está lejos a una terapia que incentiva a un drogadicto a dejar los estupefacientes. Parece que Sylvia ya actúa con cordura, pero luego reincide en ser ella. De ahí la frustración que provoca Rien a perdre. No es solo la compasión que se siente hacia los niños, sino también hacia la protagonista, quien soslaya una obstinación por aferrarse a su personalidad, resentimiento e inmadurez. Y lo desesperante es que comienza a maltratar lo poco que le queda. La vemos patear cada prueba u oportunidad que se le extiende. Su acción es de temer sin si quiera haber alcanzado la violencia física. Esta es una batalla emocional y psicológica. Los hijos de Sylvia han recibido y siguen recibiendo tanta violencia emocional por parte de su madre, y las marcas en sus cuerpos lo prueban. “Mi cuerpo se está expresando”; dice en un momento su segundo hijo cuando intenta decirle a su mamá a qué se debe su ataque de ansiedad. La película de Delphine Deloget ataca los nervios, trae abajo la fe de un sistema hacia ese tipo de caso. Ahora, y a propósito de casos clínicos críticos en infantes, la interrogante que no deja pasar la película es si los grupos de asistencia social están preparados para enfrentar ese tipo de situaciones. Así como la madre restringe su responsabilidad maternal a alimentar y hacer reír a sus hijos, vemos cómo los agentes de una beneficencia social están modulados a reaccionar siempre bajo un mismo código. Del otro lado de la madre, hay también un acto de negligencia por parte de un sistema burocrático que capaz estimule un problema clínico o engendre uno nuevo en los menores acogidos dada la obstinación por ver cambios inmediatos en la salud mental de estos. Es como la reacción de la madre que quiere apurar el proceso de recuperación de la custodia.

martes, 23 de mayo de 2023

Cannes 2023: Légua (Quinzaine des Cineastes)

¿Seguir o no las tradiciones? Existen circunstancias en que resulta difícil seleccionar cuál es el camino correcto (o más conveniente) a seguir. Décadas atrás, Pier Paolo Pasolini nos daba ideas vaticinadoras de que la modernidad provocaría la decadencia moral de la sociedad. En cierta perspectiva, tenía razón. Su idea era no abandonar las tradiciones. El hecho es que lo que le faltó mencionar es que muchas de estas también concentraban sus propios conflictos y limitaciones. A posteridad, la modernidad subsanaría esos problemas o convenciones. ¿Pero a costa de qué? Nuevamente, el rostro de Pasolini se asomaba diciendo: “Se los dije”. Algo de decencia había muerto en las comunidades llamadas modernas. Son esas ideas las que me nacen al ver Légua (2023), una película que a primera vista parece reducirse a un retrato entre dramático y humano a propósito del gesto de su protagonista. Ana (Carla Maciel), una madre de familia madura, decide cancelar sus planes tras caer enferma Emilia (Fátima Soares), la anciana con quien ha cuidado por muchos años una casa vacacional ubicada al norte de Portugal a la que sus dueños cada vez menos acuden. Entonces tenemos a esta mujer que impredeciblemente se verá atada a seguir con ese oficio mientras se hace cargo de su compañera. Es un sacrificio que cualquier moderno no haría.

Dicho esto, tenemos esta película que nos recuerda a otras como La gueule ouverte (1974), de Maurice Pialat, o Amour (2012), de Michael Haneke, en donde una persona es calcinada por una enfermedad mientras que observamos distintas reacciones a su alrededor. No solo identificamos a Ana comprometiéndose a un acto de caridad, sino también a su familia respondiendo con desapego hacia la necesitada en base a sus aspiraciones o creencias. Estos últimos son los modernos. Del padre tenemos una idea, pero es de la hija de Ana de quien tenemos un mejor enfoque. La película realizada por Joao Miller Guerra y Filipa Reis inicia como si tratase con dos historias separadas. Por un lado, la rutina de la madre. Por otro, la rutina de la hija. No es sino luego de un rato que nos enteramos de su vínculo familiar. Es como si el relato nos diese la impresión de que son dos mundos o relatos distintos. Y claro que así es. El conflicto de Ana es poder atender a Emilia mientras se hace cargo de la casa a la que en cualquier momento podrían llegar los dueños. El conflicto de la hija de Ana es escapar lo más pronto de ese territorio rumbo a Porto a hacer cosas de jóvenes. Emilia canturrea canciones del ayer, mientras que la muchacha escucha música electrónica. Una se está consumiendo, la otra está pensando en el futuro. En tanto, la madre está en medio, haciendo algo que tal vez no quiere, pero lo está haciendo.
A diferencia de las películas citadas, el primer plano es el cuidado de la enfermera y no el padecimiento de la enferma. Légua nos evita ser testigos de esos momentos de dolor y frustración que de seguro padece la postrada. La idea de esta historia en primera instancia es crear ese contraste de posturas, el de la madre respecto a la hija, que tiene que ver con el quedarse o irse. Ya después es la descripción del rito del cuidado. Así como el cuidar la casa, Ana asumirá la ritualidad de cuidar de Emilia. Es otro tipo de ceremonia, una clase de actividad que de igual forma exige mucha atención por parte de la cuidadora, solo que esta vez está dirigido al cuerpo. Me parece fascinante esta escena en donde vemos a Ana concentrada. Ella cambia de mantas, limpia el cuerpo, muda las vestiduras, arropa con pulcritud y finaliza con un gesto de ternura. Era casi lo mismo que hacía cuando Emilia la adiestraba en las secuencias de limpieza hogareña. En síntesis, es un profundo respeto hacia el cuerpo, pero no dejo de pensar que Emilia es una representación de las tradiciones que se manifiestan moribundas. O sea, Ana tiene un profundo respeto por las tradiciones, algo que su hija no comparte porque es una generación adaptada a la conciencia moderna, la cual ya no se sabe si es buena o mala, aunque pueda que sea la más consecuente, tomando en cuenta que estamos en un escenario en donde incluso los mismos dueños ya no se ven interesados en visitar. Entonces, ¿de qué sirve preservar o mantener vivo algo que no se aprecia o está quedando en el olvido? Es un dilema moral.

lunes, 22 de mayo de 2023

Cannes 2023: Augure (Un Certain Regard)

Uno de mis recuerdos cinéfilos más memorables durante la Pandemia fue el programa propuesto por la edición del 2021 de LongShots de la BBC. Recuerdo haber visto The Letter (2019), un impresionante documental keniano realizado por Christopher King y Maia Lekow. Este relataba la historia de un nieto retornando a su lugar natal luego de enterarse de que su abuela había sido acusada por sus propios familiares de brujería. Es a propósito de esta situación que los directores me pusieron al tanto del desesperante panorama que estaban sufriendo personas, principalmente mujeres, procedentes de diversos puntos del continente africano. Hasta la actualidad, se está viviendo una oleada de falsas acusaciones de brujería. Al menos en Kenia, tras esas denuncias, existe un interés político y económico. Líderes religiosos, los llamados chamanes, robustecían su legión de seguidores dentro de su sector mediante el acto de señalar y acusar a supuestos endemoniados; en tanto, ciertas familias se beneficiaban de esas acusaciones al adueñarse de los terrenos de las brujas o brujos que eran ajusticiados ilegalmente por alguna turba iracunda. Aunque parezca ficción o cosas del medioevo, del 2000 en adelante, África presenta un gran número de casos de personas humilladas, golpeadas y hasta quemadas públicamente. Este conflicto es el que se representa en Augure (2023), ópera prima de Baloji, director que es más conocido en tierra belga por su música. Como detalle curioso, la directora de The Letter es también una conocida cantante de origen africano.

En Augure, también el protagonista retorna a su terruño, una comunidad rural en la República de Congo, a fin de atender un asunto familiar. Junto a Koffie (Marc Zinga), le acompaña su prometida, una mujer belga. Es fundamental su presencia. Diríamos que la llegada de la joven a este escenario dominado por los rituales chamánicos es una realidad estresante para ella. Podemos entonces hacernos idea de lo que siente Koffie, un hombre que reniega de todo ese escenario mágico-fraudulento, pero a pesar de ello es el imaginario de su familia, por quienes no deja de sentir un profundo respeto. Hay un código férreo del vínculo filial en la tradición congoleña. Es algo que Koffie no desea romper. Sería como autodestruirse. Es por eso ha retornado a presentar su dote como parte de un ritual tradicional de la familia. Lastimosamente, sucede algo imprevisto, y Koffie será una de las tantas víctimas del ostracismo luego de ser calificado como un demonio o brujo. Pero hay más. Baloji va introduciéndonos otros personajes, no necesariamente acusados de brujería, sino demás afectados por las políticas chamánicas. Hay una historia muy particular de un adolescente de la calle, jefe de una collera de “bailarinas” que hacen tributo a un ser querido del líder. Es por esta historia que el director de origen congoleño se filtra en las filas de los directores nóveles a seguir. Aquí se encuentran el cine de terror, el serie B, las películas de pandillas, los cuentos de hadas, la estética de los videos musicales; pero siempre ejerciendo una denuncia hacia esa realidad que destruye los pensamientos individuales y prevalece el pensamiento colectivo y caduco desde la preservación del vínculo familiar.

Cannes 2023: L'autre Laurens (Quinzaine des Cineastes)

La película de Claude Schmitz cumple con casi todos los códigos del cine negro. Tenemos una muerte sospechosa, una rubia viuda, la hija del fallecido con una imagen de Lolita, locaciones de bajos fondos, policías y delincuentes hostigando al protagonista, un detective decadente que se podría decir está en su mejor momento para tocar fondo. Ahora, digo con “casi” todos los códigos porque resulta que este detective no hace su trabajo de detective. Es más, se resiste a hacerlo. He ahí una negación al gran motivador de todo noir: un sujeto es persuadido a hallar las respuestas de un supuesto crimen. Gabriel Laurens (Olivier Rabourdin) no quiere saber cómo murió su hermano gemelo. Así es, el muerto es su hermano. Ni si quiera se preocupó en ir al entierro. Un profundo resentimiento cobija el personaje principal de L’autre Laurens (2023), una historia que acontecerá de manera que irá empujando al antihéroe a enterarse de ciertos detalles, descubrimientos que aclararían la muerte de su familiar y de paso podría menguar el dolor sincero de Jade (Louise Leroy). La sobrina de Gabriel es la única empecinada en querer saber la verdad y persuadir al tío a que averigüe lo que sucedió con su padre, un acaudalado empresario de negocios turbios, dueño además de un calco de la White House asentada en la frontera de Francia y España.

Schmitz se presenta como un director atraído por el cine de género. No solo se trata del cine negro, sino que también las ideas de fabricar a una hija abnegada a la memoria de su padre —a pesar de ser consciente de la imperfección de este—y confrontar a mafias francesas con españolas me retrae al western. Por decir un ejemplo, ahí tenemos a True Grit (1969). En tanto, las producciones de spaguetti western como las de los Sergio Leone y Corbucci juntaron a todas las razas y lenguas y los pusieron a odiarse y matarse entre sí. Respecto al personaje de Jade, su imagen que tiene de testaruda y sensible la convierten en una representación entrañable. Su presencia se mueve con naturalidad entre la legión de moteros sacados de un serie B de Roger Corman sin complejo alguno. De igual forma, puede caminar con tranquilidad en un barrio rojo español y no tiene problema si la confunden con alguna cortesana de esa calle. Es un retrato formidable. Volviendo al noir, tiene esa imagen de insolencia e inocencia como las tantas muchachas de la época dorada de Hollywood que intentaban convencer a Robert Mitchum o Humphrey Bogart de que estaban limpias. Y claro que Jade está limpia, solo que como esos personajes tipo del cine negro no tienen la más mínima idea de lo serio y peligroso que es esa cueva a la quieren espiar.
Referente a ese otro punto de comunidades confrontándose como en tiempos del viejo oeste, también se suma a la confrontación un dúo de estadounidenses. Con ello son tres naciones implicadas en un fuego cruzado. No puedo quitarme de la cabeza de que hay algún mensaje político en esto. En un momento de la trama, el personaje del marine afroamericano sospecha de que la hostilidad de uno de los moteros es consecuencia de un gesto racista. No lo creo. En su lugar, sospecho más bien de un acto xenofóbico, ello evacuado por el grupo de los moteros franceses. Según la tradición de los moteros, el cine de serie B nos ha instruido que todos son chauvinistas o hasta neonazis. Estamos tratando con ese caso. Igual este complejo sale del círculo de los “Hells Angels franceses”. Los estadounidenses aquí son representados como traidores o asesinos a sueldo. Esta idea además de que la casa de un líder de mafia se apropie del apelativo y la arquitectura de la White House, lugar que es guarida del hampa, escenario de intereses económicos en donde manos derechas no dudan en apuñalar a sus líderes, es hilarante. Resulta también cómico sumar a esas insinuaciones la premisa de unos gemelos (o partidos) que ya no se hablan porque en el pasado hubo una pugna por un reinado. L’autre Laurens es una película provocadora. Narrar una historia sobre un magnicidio, una conspiración, un líder duplicado, personajes que son sinceros al momento de comunicar sus resentimientos personales, sea contra una cultura o política ajena o incluse tu propia sangre, es ser atrevido.

sábado, 20 de mayo de 2023

Cannes 2023: Creatura (Quinzaine des Cineastes)

Elena (Elena Martín) desea hacer el amor con su pareja, pero algo no está funcionando en ella. Está sintiendo ese mismo aturdimiento que ha venido padeciendo desde niña. Es algo que la frustra al punto de que reacciona sobando su vulva con violencia en espera de que “lo descompuesto” asuma su función biológica. Es un cuadro angustiante el ver cómo en el rostro de la mujer se dibuja una pugna entre el goce y el sufrimiento mientras se masturba. Es una búsqueda desesperada por alcanzar el clímax que le es imposible abrazar. Creatura (2023) es una historia sobre la descompostura entre una mujer y su órgano sexual. La directora española Elena Martín, protagonista su propia película, no piensa en una situación de crisis. Este embargo no es un padecimiento temporal o repentino. Aunque suene paradójico, es casi congénito. Es una enfermedad con la que esta mujer de treinta años había tenido que convivir y no sabe cómo confrontarla. Esto ya lo veníamos sospechando a partir de la primera imagen en donde una menor lucha por reclamar eso que se supone merece sentir por naturaleza. Elena es una estigmatizada, una prohibida de experimentar un orgasmo. Obviamente, ello le ha generado un comportamiento agresivo e involuntario. No solo vemos a la mujer reaccionando con hostilidad emocional o física contra sus amantes, sino también contra sí misma. Incluso su mismo cuerpo reacciona agresivo mediante sarpullidos. La “ausencia” del órgano sexual está descomponiendo su ser, tanto física como mentalmente.

A partir de este retrato clínico podríamos decir que el caso de Elena es un deleite para los psicoanalistas, y Martín parece ser consciente de ello. No en vano la película es en gran medida retrospectiva, convoca sueños y muchos momentos de introspección. Elena ha llegado a un momento de madurez en su vida que ha decidido tomar conciencia de su condición. ¿Cómo y por qué padece ello? Entonces comienza a recordar. Rebusca en su memoria. Transita en su pasado a fin de revisar su historial sexual. La vemos de adolescente y de niña. Es como si ella misma hubiera decidido echarse en el diván y ser su propia terapeuta. Ahora, lo que queda como incógnita es si sus sesiones fluyen entre el sueño o el desvelo. Sea lo que sea, la mujer tiene una plena claridad de cuáles son esos escenarios al que debe prestar atención. Elena no solo rememora su intimidad sexual, sino también esos instantes en que dicho tema interactuó o dialogó con su escenario familiar. Atención a una escena de almuerzo familiar parece repetirse solo que en diferentes tiempos. Este dato es clave para un psicoanálisis. Si queremos evaluar los conflictos sexuales de un sujeto, pues en algún momento tenemos que recurrir a los vínculos e instrucciones maternales y paternales. Creatura se convierte así en una pesquisa clínica que pone a prueba de que la frustración sexual no es natural, sino orientada.
Por otro lado, si bien Creatura hace un foco a un caso puramente femenino y, por qué no, una representación ficticia de las fracturas sexuales que un bloque del universo femenino ha padecido consecuencia de los tabúes que gravitan en torno a la sexualidad, esquematiza de paso un perfil clínico masculino. En esta historia, estamos tratando sobre relaciones heterosexuales. Dicho esto, la obstrucción sexual de Elena interactúa en más de una ocasión con el sexo masculino, lo que nos hace observadores del hombre reaccionando ante esa situación particular de una mujer urgida de sonsacar el clímax de su cuerpo. Ahí está la actual pareja de Elena y su padre, quien miraba aterrado los impulsos libidinosos de cuando su hija era una niña. La película de Elena Martín describe a una masculinidad frágil, vacilante, dudosa de su virilidad, autocompadeciéndose al no poder ayudar a explotar o dirigir el goce sexual de la pareja o hija cuando más bien el conflicto radicaba de la mujer misma. Indirectamente, el problema de Elena sensibiliza los complejos sexuales de una masculinidad que es dependiente de las respuestas sexuales femeninas en condiciones “normales”. Entendido de otra forma, vemos al amante y luego al padre víctimas de la frustración al ver cómo la complejidad sexual de Elena no encaja con los patrones o convenciones que definen o limitan las normativas sociales.

jueves, 18 de mayo de 2023

Cannes 2023: Inshallah a Boy (Semaine de la Critique)

En After Love (2020), tenemos también una historia en donde el repentino fallecimiento de un marido conlleva una “herencia sorpresa” que la viuda no verá con ojos de amor. Ahora, el otro común que tiene ese filme con Inshallah a Boy (2023) es que estamos tratando con matrimonios asociados a un vínculo musulmán. Caso en la película de Aleem Khan, ese precedente resulta un tanto secundario. Lo que experimenta a lo largo de la historia la protagonista de su película, tranquilamente le podría suceder a cualquier deuda procedente de cualquier religión o credo. En tanto, en la ópera prima de Amjad Al Rasheed, sí que prevalecen y marcan la pauta del conflicto los antecedentes ideológicos que encierra ese mundo árabe, específicamente los correspondientes a la localidad a la que se hace referencia: Jordania. ¿Qué implica que una jordana enviude? Pues son varios hábitos las que tendrá que obedecer con el fin de no quedar mal ante la mirada de Dios. De principio podemos percibir que si eres una mujer en Jordania no es conveniente que se te muera el marido, a menos que no tengas problema de que en tus primeros meses como viuda te ajustes a una rutina de cuarentena como la que muchos experimentamos durante los momentos más críticos del COVID. Pero eso no es nada. Lo que le aguarda a la protagonista y madre de una niña es algo más serio. No solo se trata de que el esposo también le dejó algunos pendientes, sino que además las normativas de herencia no estarán de su lado al no tener el “respaldo” de un varón.

Nawal (Mouna Hawa) es joven. Hasta no hacía mucho esperaba con ansias poder tener un hijo varón junto a su marido. Era una petición maternal. Luego el esposo se le muere y ahora su petición se ha convertido en una necesidad que lastimosamente le resulta imposible obtener. Según ley de Jordania, una viuda podría perder parte importante de la herencia de su esposo si esta no tiene un hijo varón. En ese sentido, el tener un bebé hombre para una mujer de ese país resulta ser un seguro de vida. Es algo que no goza Nawal. Ahora ella y su hija están a poco de perder su casa a manos del hermano del fallecido. En paralelo, Al Rasheed se va ingeniando la manera de ir desfogando otros antecedentes que descubren un panorama social que pone en desventaja o incluso agravia a las mujeres. Temas como la violencia doméstica, el machismo, el acoso y demás robustecen el estado de intranquilidad de Nawal y Lauren (Yumna Marwan), otra esposa como ella, quien por cierto goza de una comodidad económica a diferencia de la primera. Entonces, no se trata de si tienes más o menos dinero, se trata de que las políticas patriarcales de esa sociedad empobrecen a la sociedad misma en razón a las convenciones y leyes arcaicas. La estructura argumental de Inshallah a Boy me recuerda al cine de Asghar Farhadi y el de los hermanos Dardenne. Un problema acontece, tiene la apariencia de algo que podría ser solucionado, pero hay muchos baches en el camino, obstrucciones, protocolos y rituales sociales que complican el problema y convierten a su protagonista en una mártir dando todo de sí para luchar a contracorriente.

lunes, 8 de mayo de 2023

La chucha perdida de los Incas

Mientras veo la última película de Fernando Gutierrez, a.k.a. Huanchaco, se me viene a la memoria Terremoto Santo (2017), un cortometraje brasileño que en resumen es una selección de temas musicales evangélicos siendo representados por sus cantores. Permítanme la cadena de regresiones. Y cuando vi dicho filme, recordé las películas propaganda de cultos religiosos procedentes de Estados Unidos, estos realizados entre la década de los 50 y los 70. Ahí está la muy entretenida The Believer’s Heaven (1977), en donde vemos los castigos que le aguardaban a los pecadores terrenales y el premio que obtendrían los fieles seguidores de la comunidad evangélica, película que ya hubiera querido tener la persuasión de la anterior mencionada. Pasa que mientras que la brasileña realizada por Benjamin de Burca y Bárbara Wagner empoderaba su apología religiosa desde una estética lírica que podría compararse a los video clips de Kanye West, la dirigida por Ron Ormond se convertía en un claro ejemplo sobre cómo el serie B a veces es materia de risas involuntarias. Es decir, uno te inclinaba a formarte tras las filas del evangelismo —así de efectivo es el lenguaje fílmico de esa película—, el otro y similares te convencían de que a veces uno preferiría irse al infierno que terminar siendo un payaso como los representados en esa ridícula fábula. Una indudable joya del cine excéntrico.

Entonces, a dónde quiero llegar con eso. Que veía La chucha perdida de los Incas (2019) y se gestaba en mí un consenso de sendos juicios. En efecto, parte del dictamen se debía a mis ideas preconcebidas. Huanchaco, Mario Poggi y los Alfa y omega en una misma producción; algo hilarante tendría que acontecer en esa película. De Huanchaco, sabemos que el artista gráfico realizó La amenaza del helado (2002), hasta no hace mucho un secreto de Estado dado que el propio autor saco de distribución esa producción generando mitos entre la cinefilia peruana, quien la calificaba como película de culto. Está además una exposición fotográfica en donde su alter ego, “Superchaco”, un superhéroe limeño, y un imitador de Miguel Grau, héroe nacional, se alían para rescatar el Huáscar, barco capturado durante la Guerra con Chile. Por su parte, Poggi es un personaje de culto. Si hablamos de la cultura chicha, el psicólogo Poggi y la ex vedette Susy Diaz deberían ser considerados sus embajadores oficiales. Los Alfa y omega es un crossover entre Jesucristo y los OVNIS. Es decir; había leña para el serie B. El hecho es que esta película genera cierto magnetismo. Resulta efectivo que sea Poggi el que nos introduzca a este OVNI fílmico. Personalmente, siempre he considerado al “loco” de la farándula peruana como alguien muy inteligente. Entre esa marea de muletillas y looks extravagantes, manifestaba chispazos de sabiduría. Era como tratar con una persona ilustrada vulnerada por el Alzheimer. Alguien en su cabeza jugaba a prender y apagar la luz de la cordura. Pero en esta ocasión a Poggi pocas veces le bajan el switch, alistando un terreno en donde todo discurso absurdo sea mediado por un plano racional o incluso espiritual.
La chucha perdida de los Incas inicia con la idea de que todos tenemos un padre ausente y estamos en una continua búsqueda de este. Obviamente, no es literal. Es psicoanálisis. Y aparece Poggi diciendo que todos somos huérfanos de padre, huérfanos de esa imagen que forja nuestra moral. “Por eso todos los presos son huérfanos de padre”; afirma. En consecuencia, me pongo a pensar en frases como “somos huérfanos del Estado”, “la política es amoral”, “esos malditos padres de la patria”. Son constantes del sentir pesimista de nuestra localidad, peruanismos heredados. ¿Será que el peruano promedio es preso de ese historial clínico social? Eso me hace reflexionar el Poggi sabio. De pronto, el prejuicio de lo ridículo se disipa y lo miramos y atendemos de la manera que lo hace el Huanchaco. Esto es serio. No quiero preguntarme si es impostación. Solo me dejo llevar por la ficción, porque lo es por muy “documental” que sea el modo en que se narran las cosas. La chucha perdida de los Incas en más de un sentido es una película híbrida. La docuficción, ensayo o sátira, somos vigilados por un creador abstracto o una civilización tecnológicamente superior. Hay elementos del video arte, performance, improvisación. Es el idioma complejo que expresa Fernando Gutierrez lo que hace sea estimulante su película. Claro que no en un sentido de ir corriendo a inscribirse al próximo tour a Chilca para avistar globos de Bugs Bunny, sino bajo la idea de que aquí hay evidencia de un estilo fílmico propio, guiado por el fetiche y no por las convenciones.