viernes, 30 de marzo de 2018

Video Ensayo: Una lectura a La masacre en Texas

Los invito a ver este video ensayo que de seguro será el primero de muchos. No tendrán la frecuencia de las críticas, pero igual espero darle la mayor fluidez. La idea de este primero es que además sea una antesala a la próxima difusión de cursos online que ya se estará anunciando. Suscríbanse al canal por YouTube y en Vimeo, en donde también postearé lo que se vaya realizando. La presentación de este primer video ensayo es la siguiente:

Una lectura a La masacre en Texas (1974), de Tobe Hooper, desde la perspectiva de los villanos.

Sinopsis de La masacre en Texas: Un grupo de adolescentes citadinos viajan a una comunidad rural en Texas para visitar la antigua casa del abuelo de dos de sus miembros, sin saber que por la zona habita una familia de sádicos.


jueves, 29 de marzo de 2018

María Magdalena

Una versión que hace ajustes frente a la vigente, la cual asocia al personaje bíblico a los antecedentes de cortesana, redimiéndose por pecados cometidos y posteriormente pasando a ser parte del pasivo séquito de mujeres seguidoras del Mesías. María Magdalena (2018) narra días previos a la llegada de Jesús (Joaquin Phoenix) a Jerusalén yendo camino a su destino, en donde la presencia de María de Magdala (Rooney Mara), mujer repudiada por su familia y comunidad por razones distintas a la glosa “original”, no solo es protagónica sino imprescindible dentro de la historia. El director Garth Davis desarrolla una trama digna de ser vapuleada y vetada por los ortodoxos. María figura como un precedente feminista resistiéndose desde principio a lo que entonces se calificaba como parte de una tradición. Claro que queda como incógnita cuál es la naturaleza real del porqué la mujer se niega a esposarse con alguien a quien no ama. Lo que queda claro es que ese pensamiento o espiritualidad siempre estuvo presente en ella.
María Magdalena puede ser interpretada como un argumento que retrata dos modos de padecer: el primero establecido por lo divino, el segundo estimulado por lo terrenal (social). Jesús tendrá que ser recibido por una nación como el “Salvador”, luego juzgado y crucificado por la gran mayoría de estos mismos, porque es así como lo dicta Lo intangible. Mientras tanto, María tendrá que unirse a una escolta compuesta por hombres quienes la miran con poco fiar, víctima del prejuicio y el menosprecio, pero esto por propia vocación. A diferencia del hijo de Dios, la mujer de Magdala tiene la opción de demitir a esa acción, el evadir a ese castigo, mas no lo hace. No la maltratarán físicamente, pero sí anímicamente. Al igual que Jesús, ella será tenaz ante su idea, aunque se exponga a un juicio injusto. La película de Davis narra la historia de dos tipos de calvarios sometidos por dos casos de intolerancia, ambos sobrevenidos a consecuencia de la difusión de una ideología distinta que será censurada.
Lo disímil entre los protagonistas sería que a diferencia de Jesús, María es la única que manifiesta su idea: la mujer no tiene por qué ser relegada por su condición de mujer. Jesús tendrá seguidores por donde vaya, pero María solo encontrará enemigo –o hasta neutrales– en su trayecto. No hay cómplices para este personaje, pues todos están modulados bajo el pensamiento social de entonces que es contrario al de ella. El mismo círculo de los apóstoles es prueba de este razonamiento. La fe o el fanatismo en construcción es una cosa, mientras que las costumbres es tema distinto. Entre dudas, algunos de sus miembros no saben cómo fabricar una expulsión a la mujer que posee argumentos con sentido. Por muy objetivo que por instantes sea su discurso, María Magdalena no deja de ser una lectura bíblica a valorar dado que no acude a la típica espectacularidad y además porque se ajusta a una reflexión que la coyuntura reclama. Escapa también de la representación habitual. Adicionalmente a María Magdalena, Judas (Tahar Rahim) y Pedro (Chiwetel Ejiofor) son otros personajes a atender. El primero, más que traidor, es el que creyó y puso a prueba. Al segundo lo vemos más defectuoso que en otras versiones.

martes, 27 de marzo de 2018

Yo, Tonya

La historia de Tonya Harding (Margot Robbie) calza a la perfección con las crónicas endémicas de los tabloides en EEUU, a propósito de la caída de un ídolo o, como sucede en este caso, de una promesa. La patinadora que llegó a realizar dentro de una competencia la pirueta más compleja en dicho deporte, no conocerá más gloria que esa. Lo resto a narrarse en el trayecto de su biopic será pura desdicha. Yo, Tonya (2017) es una historia dramática sobre una mujer criada y asediada por lo indecente, sin embargo, el director Craig Gillespie opta por promover una comedia en tonos de sátira. El retrato que se fabrica en esta película no está concebido para redimir o liberar de culpa a los personajes envueltos en esta historia. Su intención no está lejos de los documentales de cable que abundan a granel, dirigiendo y estimulando los (pre)juicios y opacando la problemática social que acontecen en la trama, desde los modos de crianza hasta las políticas discriminadoras de las competencias en patinaje de hielo.
La película de Gillespie parece estar dirigida a la demanda voraz de un espectador a la expectativa de un protagonista defectuoso como los que se figuran en cualquier archivador escandaloso de la Discovery y demás. Sea por esa razón que Yo, Tonya se comporta como un documental en donde los personajes de un presente que hacen remembranza a su pasado dan pauta de sus imperfecciones desde el solo significado de sus vestimentas y las locaciones en las que se encuentran. A Tonya y LaVona (Allison Janney), la madre lapidaria, las conocemos en sus respectivas casas, ambas vistiendo como lo harían en su rutina: el fracaso es evidente y anticipado. Yo, Tonya es entretenida, tiene logradas actuaciones, un soundtrack de los setenta grato para cualquier melómano, pero peca de reusar ciertas usanzas que generan tonos ridículos y caricaturescos (todos tienen sus momentos, en especial el guardaespaldas) y sobretodo peca de un amarillismo rutinario.

jueves, 22 de marzo de 2018

Titanes del Pacífico: La insurrección

Hay que ser ingenuos para pensar que esta secuela tendría algún parecido con la realizada por Guillermo Del Toro. Titanes del Pacífico: La insurrección (2018) no solo ha perdido el atractivo visual de su original, sino que también se olvidó de la cuota de géneros a los que hacía referencia, desde el noir al kaiju, solo quedando el drama y la acción. Las criaturas niponas todavía estarán presentes en dicho universo, así como los robots gigantes, guardianes de un planeta en reconstrucción, más el espíritu de fascinación con que se describía tanto a los titanes buenos como malos, como si se tratasen de figuras intercambiables, se ha reducido. Como se nota la diferencia entre una película dirigida por un cinéfilo y un realizador de teleseries. A pesar de eso, el director Steven S. DeKnight hace lo posible para que la película no sea un fracaso argumental.
Lo mejor de Titanes del Pacífico: La insurrección es descubrir la manera cómo la historia hace revivir a los temibles kaijus que supuestamente habían sido erradicados de la Tierra. El chispazo que vuelve a abrir esa “caja de Pandora” tiene un origen desagradablemente atractivo. La humanidad es perversa y cuando tiene ganas de autodestruirse se la ingenia muy bien para resolver eso. La trama, que tiene como coguionista a Del Toro, también productor de esta entrega, manifiesta ese único rastro seductor. Lo resto es el reconocimiento a esa nueva generación de héroes que se encargará de subsanar la negligencia provocada por ciertos. Ya cada vez más típico de las películas comerciales en Hollywood, todas las razas son las que conforman este equipo, todos jóvenes, algunos casi en pañales. ¿Alguien acaso se ha percatado que cada vez son menos los actores mayores de 60 años?

martes, 20 de marzo de 2018

Netflix: Annihilation

A diferencia de las películas de acción en donde los egos de hombres rudos se ponen a prueba al embarcarse a misiones peligrosas, en Aniquilación (2017) vemos a voluntarias que en el fondo son conscientes que formarán parte de un viaje sin retorno. Las protagonistas de la segunda película de Alex Garland no son personas en un declive físico anticipando el fin de sus historias. Ninguna de ellas es una militar cumpliendo una misión suicida de la que no tienen más opción que acatar. La razón de dicha acción es a propósito de una cuesta anímica. Cada una ha reconocido una justificación que las impulsa a atravesar ese velo extraño, excusa que nada tiene que ver con descifrar la naturaleza de esa incoherencia física, posiblemente, una emisión extraterrestre, sino que responde a una incapacidad por continuar una vida doliente.
Aniquilación narra la historia de Lena (Natalie Portman). Lo primero que se sabe de esta maestra en Biología es que, a pesar del tiempo, ella no ha sido capaz de sobrellevar la ausencia de su marido. Garland toma como premisa a una mujer anímicamente atrofiada. Sucesos que acontecen le hará conocer a otras mujeres también víctimas de sus propias inapetencias. Un asunto interesante es que el desconsuelo en las protagonistas es imperceptible. El tema del luto que resguardan estas mujeres se maneja en un plano reservado. Es el caso de Lena, manteniendo en secreto su motivación, mientras nos enteramos por medio de flashbacks su motivación exacta. De igual manera, a las otras las vemos fingiendo un estado de ánimo incongruente a sus penas. La sola misión resulta para la mayoría un artificio, un medio para acallar el desasosiego.
La historia sobre el internamiento a un espacio en donde los especímenes terrestres se unifican resulta ser un interés por excavar la naturaleza autodestructiva de la humanidad. De pronto los extraterrestres son una especie de macguffin que no dejan de empujar a los verdaderos protagonistas a esa autodestrucción. No suficiente con alistarse a dicha expedición de riesgo categórico, en un punto de la trama habrá un indicio de mutuo exterminio. En un momento crucial, para cuando Lena se encara a esa “manifestación” que en teoría es la razón de la misión, solo observa una representación suya asumiendo esa naturaleza exterminadora; la única respuesta de ese viaje alegórico. Aniquilación afirma el talento de Alex Garland dentro del género sci-fi ya expuesto en Ex Machina (2015). Su filme además es prueba que una película no necesariamente tiene que ser una comedia para asentar al género femenino como protagónico. Obviamente, esto no garantiza que haya un síntoma feminista en la trama (lo masculino es el centro de una de las protagonistas), aunque sí avala por una equidad protagónica.

miércoles, 14 de marzo de 2018

El sacrificio del ciervo sagrado

El cine de Yorgos Lanthimos desplaza sus tramas mediante un tono de extrañeza. Muchas cosas que suceden en un principio son ininteligibles. Existe además una sobriedad en la atmósfera que deviene de la parsimonia de sus personajes. Tonos claros asaltan sus locaciones que por cierto revitalizan el estado enfermizo y agonizante de los que integran la historia. El sacrificio del ciervo sagrado (2017), su última película, tiene como protagonista a Steven (Colin Farrell), un médico y padre de familia, quien sobrelleva una tercera rutina al lado de Martin (Barry Keoghan), un adolescente con quien pasa ciertas tardes junto. Ya para cuando la frecuencia y el consentimiento se lleven a cabo, el joven rebelará a su acompañante sus verdaderas intenciones. Es a partir de aquí que se devela el tópico de la insanidad mental, constante temático en la fílmica del griego.
El conflicto principal –o las reglas de juego– en El sacrificio del ciervo sagrado es claro, lo que es difuso son los mecanismos “sobrenaturales” que se establecen. Obviamente, esto no es esencial. Es en efecto un rasgo atractivo de la trama y a la vez huella del director quien siempre escatima argumentos. Por mucho que se aclaren los roles de los personajes se mantiene firme un perfil extravagante y enigmático. A esto se suman actos irracionales que se suministra a todos los personajes desproporcionalmente. Lo de la insanidad mental siempre tiende a recaer más en una figura. Caso en esta trama, Martin es ese personaje. Su presencia va generando un efecto de ambigüedad que encandila a algunos y perturba a otros. Es como una bomba de tiempo que en cualquier momento está a punto de estallar desatando una reacción visceral.
Así como otros filmes de Lanthimos, uno de los personajes es el huésped de un conflicto mental que de pronto comienza a expandirse en el resto. Todos, en cierta forma, son vulnerables a la locura. Ello, así como el sexo, son gestos o comportamientos naturales en las películas de este director. El sacrificio del ciervo sagrado tiene además otro común con otros de sus filmes: la solidez del símbolo patriarcal. Así como en esta historia, en Canino (2009) y Alpes (2011) vemos también a hijos rindiéndole tributo de alguna forma a sus padres, lo que a su vez les ocasiona un desorden en sus vidas. En el reciente filme de Yorgos Lanthimos vemos ese efecto en partida doble: un perturbado hijo reivindicando a su padre, mientras otros menguando por culpa del suyo.

lunes, 12 de marzo de 2018

La rueda de la maravilla

La tragedia oculta bajo la comedia. Esto también sucedía claramente en Blue Jasmine (2013). Era un filme sobre la decadencia económica y moral, encallando a un trastorno mental. Fatal el cierre que le aguardaba a la historia de la protagonista que en principio descubría un tramo optimista en donde la misma se esfuerza por hallar su redención. Woody Allen está seguro que algunas personas nacen con el estigma. La rueda de la maravilla (2017) tendrá todo un maquillaje de encanto empezando por su panorama central, Coney Island, cuna del concepto de la feria recreacional, además de los recónditos jardines chinos que reserva la zona sur de New York, la música entusiasta de los 50 y los atardeceres provocados por la deslumbrante –aunque por momentos surreal– fotografía del gran Vittorio Storaro, pero todo esto es ilusión dentro del terreno del infortunio.
Ginny (Kate Winslet), camarera y ex actriz –oficio fetiche que da indicio al fatalismo en el universo de Allen –, es una esposa y madre desdichada. Tanto su marido como su menor y pirómano hijo generan razones independientes para que la mujer viva con desencanto su día a día. Sin embargo, una segunda vida, el “salvavidas” o comodín, le dará el alivio, la oportunidad de ser feliz, de fantasear en medio del parque de ilusiones en donde ella labora. Claro que, como toda ilusión, esa realidad será efímera. Así como en Blue Jasmine, en La rueda de la maravilla vemos cómo la vida le sonríe –por segunda vez– a la protagonista en un tiempo limitado. Si bien la mujer ya habrá tenido un fracaso anterior, aún no ha tocado fondo. Está en el trabajo de la historia recrear una ruina, a partir de la integración de una hija pródiga, y darle un desenlace digno de la degradación personal del protagonista en cuestión.
Importante notar el asunto de la ruina “recreándose”. Tanto a Jasmine como a Ginny, Allen les asocia un pasado. Es a propósito de alguna remembranza que se gesta en la historia que nos damos cuenta cómo las protagonistas reinciden a sus delitos. Son las destinadas a tropezar con la misma piedra, culpa posiblemente de sus progenitores, quienes, cual tragedia griega, les han heredaron una maldición que trasciende y se agrava. La rueda de la maravilla es una tragicomedia que tiene toda la esencia del cine de Woody Allen, no dejando de ser atractiva y hasta por momentos auténtica. Sus historias que han caminado por esa línea argumental siempre han tenido una apariencia incierta, pero lo cierto es que todo tiene un destino prescrito dentro de sus ficciones. Lo que si no está claro es lo que le depara en adelante a las producciones del neoyorquino, pero eso ya no es terreno de la ficción.

miércoles, 7 de marzo de 2018

FICUNAM: David, el regreso a la tierra y Esta película la hice pensando en ti

Hasta el 25 de marzo, el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) y la plataforma de Festival Scope presentan de forma gratuita una selección de películas programadas en la presente edición del evento mexicano. Comentamos algunos de los filmes que están disponibles.

Dos películas sobre personajes “retornando”.

La mexicana Anais Huerta en su documental David, el regreso a la tierra (2017) nos descubre la vida de un francés de orígenes haitianos consultando sobre su origen. Una partida de nacimiento no habida parece ser la excusa de una exploración personal, una consulta a lo innato o revelación de lo propio. David es hijo de franceses por adopción. Es además hermano de otros también adoptados, y salvo por uno de ellos que también nació en su país de origen, el protagonista no tiene más vínculo con su nación oriunda. Un detalle curioso que nos revela este filme es que este hermano haitiano vive refugiado en una casa de reposo, asediado por males físicos y mentales. Él nunca aparece más que en fotos. Es con este precedente que vamos definiendo a David como un sujeto aislado de su esencia.
David, el regreso a la tierra, por mucho que simule ser el seguimiento a un hombre poniendo en regla sus expedientes, es un documental sobre el desarraigo. David y una sobrina suya conversan sobre su distinción racial. Tanto el hombre como la niña caucásica están de acuerdo que sus colores de piel son muy distintos. Es algo que, desde la perspectiva de David, un adulto o su familia no perciben. Es interesante cómo los cuerpos definen su identidad dentro de los espacios. David en Francia es un francés como muchos. David en Haití es un haitiano. La mistura racial que goza el país europeo pasa por alto la esencia cultural; esa es la queja del protagonista. Más que una búsqueda de respuestas David, el regreso a la tierra es un juicio ante la identidad que le corresponde.

En Esta película la hice pensando en ti (2018) el director Pepe Gutiérrez también nos presenta a una mujer retornando a su pueblo luego de muchos años. Carmen busca a su padre. La historia es difusa. No sabemos con exactitud los precedentes respecto al vínculo entre el padre y su hija, qué fue lo que los separó y si tuvieron algún contacto desde esa separación. Mucho menos es clara la resolución de esta búsqueda. Sucede que el mexicano nos introduce a un lenguaje que experimenta con la ficción no dejando de comportarse como un filme documental a fin de abrirse a lo hipotético, aludiéndose a un parlamento impostado dentro del peregrinaje de la mujer a ciertas casas, en algunos siendo reconocida, en otras siendo atendida con la espontaneidad de cualquier desconocido.
Esta película la hice pensando en ti es un filme que engancha la búsqueda física con la ilusión de un encuentro. Tal vez parte del recorrido de Carmen sea de un registro “real”, tal vez todo sea parte de un ensayo registrado por la cámara. La razón de la ficción insertada en este documental se debe al fracaso de encontrar al padre que ya no está más. Pepe Gutiérrez, o la hija huérfana, comienzan a plantearse supuestas conjeturas, inventa entrevistas, formas de llenar ese vacío que los pobladores o declaraciones reales no pudieron proveer. Luego de no hallar las respuestas que buscaba, la mujer parece imaginar versiones que se elevan incluso a lo absurdo. Es la resistencia a dejar vacante esa falta o extravío dentro de un espacio que fue su terruño, pero que no logra reconocer y no ve más que distorsión.

Aquí el enlace para poder ver David, el regreso a la tierra (http://bit.ly/2IaRyJE) y Esta película la hice pensando en ti (http://bit.ly/2todFsy).

domingo, 4 de marzo de 2018

El hilo fantasma

En Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, el protagonista ha conocido a una mujer con quien se obsesiona, no por lo que es, sino por lo que representa. Ella le recuerda a su amante muerta. Lo siguiente será la historia de ese hombre moldeando a la mujer a su antojo, y ella cediendo a ese retorcido capricho por amor. En El hilo fantasma (2018) vemos también a un hombre moldeando a una mujer y, al igual, ella consintiendo a esa transformación. El diseñador de moda Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es Scottie, el protagonista de Vértigo. Él comenzó a alterar la imagen de Alma (Vicky Krieps), a quien la hace mudar de vestidos una y otra vez como si se tratase de un maniquí. Tanto Reynolds como Scottie cosifican a la mujer para (re)crear sus propias fantasías. La ilusión de Scottie no deja de ser una representación carnal, la de Reynolds es una satisfacción vinculado a su oficio, pero también es una ofrenda a otra muerta: su madre. Paul Thomas Anderson alude a dos tópicos cruciales del cine de Hitchcock. Reynolds es un obsesivo crónico y además un castrado.
Es obsesivo por la rigurosidad con que fabrica sus vestidos y al momento de seleccionar los cuerpos que lo usarán. Observador agudo de itinerario exigente, de un gusto gastronómico que no debe ser violado, obstinado por naturaleza, dócil ante cualquier provocación o agresión que vaya en contra de su ritual ceremonioso. Es castrado porque la figura de la madre ausente está omnipresente, desde el tributo que descansa en la solapa del diseñador hasta la presencia de Cyril (Lesley Manville), hermana, socia y centinela de Reynolds, esa protagonista que inaugura el conflicto. Para cuando sucede el primer encuentro íntimo entre Reynolds y Alma, esa práctica solemne y casi sexual del tomar medidas en donde el hombre toma la iniciativa y la mujer es pasiva –confundida aunque cautivada–, la hermana repentinamente se entromete como espectador a mitad del acto de dominancia sobre el cuerpo de la muchacha recién llegada. Cual madre, Cyril da el visto bueno; reconoce y asiente los gustos del hermano/hijo en la joven, y a partir de entonces su presencia será equivalente a la intromisión.

Fascinante y sutil es la secuencia en que Reynolds y Alma van a cenar juntos. Simula ser un encuentro de pareja, pero lo cierto es que el encuadre nos limita el panorama. La mesa de a dos repentinamente se convierte en mesa de a tres. El ruido brusco –atención a la discursividad sonora a lo largo del filme– que ejerce un mozo al juntar una mesa en donde se sentará la hermana intrusa es lo que representa la presencia de Cyril, una aparición fastidiosa y agresiva que Reynolds acepta pero que a Alma le perturba. Vemos a una madre siendo asistente y espectadora de las citas de su hijo, quien deja en claro no es capaz de mantener una relación, culpa de su hábito, de su oficio, profesión que fue inspirada por la madre muerta. Obviamente, esa ubicuidad constante de lo maternal ha provocado también a un adulto dependiente del cuidado de una mujer. Ya expreso el rol de Cyril, El hilo fantasma pasa a concentrarse en el segundo protagónico de la historia. Vemos a partir de entonces a Reynolds en acción dentro de la casa de modas que él dirige, la corrección que comparten sus zurcidoras –curiosa la escena en que se preocupan más por el vestido que por el estado de su jefe al hacer una rápida “autopsia” a la prenda luego de un incidente– y cómo no solo es Alma, sino varias quienes están bajo el ojo del maniaco.
A lo largo de toda la historia, Paul Thomas Anderson no pretende crear un filme sobre la moda. Pocos son los instantes en que los vestidos desfilan o posan. Su película es más bien sobre el ojo del modista. Cuando Reynolds va cotejando las piezas de un vestido, la cámara no cambia de plano para contemplar a la prenda evolucionando y de paso observar la habilidad del autor. El plano sigue fijo a la mirada del hombre ejecutando su función de mirón. En una secuencia las maniquíes hacen marchar a los vestidos frente a la socialite inglesa, pero la dirección prefiere ver cómo el modista emula a Norman Bates desde la mirilla de una puerta. Y, a propósito de Norman, es posterior a esta referencia que Reynolds manifiesta un lado frágil que continúa siendo un rumor al protagonista de Psicosis (1960). Un desacierto en el desfile es una agonía anímica para el diseñador perfeccionista. Su condición dominante es sustituida por un comportamiento abatido y doliente. Reynolds asume su papel de hijo en busca del consuelo maternal.

Paul Thomas Anderson tiene una predilección por los personajes ambiguos. Como los protagonistas de Petróleo sangriento (2007) y The master (2012), los personajes principales de El hilo fantasma tienen sus momentos contrarios y abruptos. Esto se manifiesta en la personalidad de Reynolds, más adelante en Cyril, por momentos dando la impresión que ha cambiado al bando contrario. Alma, ese tercer personaje que será la generadora de un nuevo conflicto luego que se percató de la fragilidad de su amado, tampoco es ajena a dicha ambigüedad. El cambio de carácter de esta mujer es el más radical del trío dado sus antecedentes de persona asociada a la sencillez, propia de las comunidades no urbanas, quien curiosamente va ajustándose sin mínima resistencia al mundo artificioso de la moda. Más que gesto de amor, Alma rebela un gesto de admiración, tal como se maquilla en la secuencia en que se deshonra a un vestido hecho por la mano de Reynolds. Vemos a una mujer enérgica sin rastro pasivo. Una especie de preámbulo al comportamiento de Cyril, esa rival que Alma tiene en mente destronar.
El protagonismo de Alma se incrementa para cuando Reynolds ha dejado expuesta su debilidad, esa demanda que lo somete y lo amansa. El hilo fantasma se perfila a la historia de la amante intentando suplantar a la sombra de la madre, es la única solución para llegar a su amado, tal como sucede en una película como Los pájaros (1963). Hitchcock siempre ha gustado desarrollar personajes femeninos sacrificados, malcriando a los hombres aferrados a lo materno. Lo de Alma, sin embargo, es una argucia, un acto perverso que además de extender sus credenciales ambiguas gesta el último acto en donde ella reemplaza a la fantasma y la vida de pareja se vuelve protagonista. Desde ese momento la historia me recuerda a ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), de Mike Nichols, en donde la vida amorosa se preserva mediante un castigo recíproco y cómplice. Paul Thomas Anderson por su lado no apela al dramatismo áspero, sino a una excentricidad cómica. Esa es una de las razones del porqué El hilo fantasma argumentalmente se siente ligero a comparación de otras películas del director, sin embargo, es la complejidad de sus personajes la que compensa la densidad de este filme.

viernes, 2 de marzo de 2018

Llámame por tu nombre

Es significativo que James Ivory realice el guion de esta película basada en una novela. El guionista y director estadounidense a lo largo de su carrera ha tenido un vínculo férreo con los dramas de época. En ellos encontramos a personajes contradiciendo las normativas tradicionales de su tiempo y contexto. Los reconocemos en películas como Maurice (1987) y Regreso a Howards End (1992); protagonistas que o bien esconden sus “comportamientos” fuera de la vista de la sociedad o se manifiestan sin pudor y con aires de emancipación ganándose de paso el rechazo. Llámame por tu nombre (2017) tranquilamente pudiera funcionar en un ambiente de inicios del siglo XIX a los que usualmente hace referencia el cine de Ivory. Una familia pasando el verano en su lugar campestre provisional de la Italia de los años 80. La llegada de un invitado será de gran motivación para la rutinaria vida del hijo único de la familia.
El filme de Luca Guadagnino tiene la composición argumental de la literatura de época. Antes que suceda el romance, hay una gran antesala. Es la larga etapa de la resistencia y la timidez de los protagonistas, incitado además por las dudas sociales en respeto a las tradiciones. Ambos son de descendencia judía. Aunque no siempre evidentes, se entiende que los prejuicios son una camisa de fuerza, especialmente para Oliver (Armie Hammer), el convidado estadounidense, personaje de un encanto especial que la familia y amigos de estos perciben, incluyendo Elio (Timothée Chalamet), aunque no lo acepte en un principio. Muy típico en los melodramas de época, un amante se niega a caer en el embrujo que ha expandido a la sociedad el recién llegado. Elio es áspero y a veces hiriente con Oliver. Elio es el mal anfitrión. Los celos y el amor trabajan de manera misteriosa.
A esta primera etapa, le deviene el del reconocimiento de los sentimientos y finalmente el del desenlace indiscutible. Lo estimulante de Llámame por tu nombre es que la educación sentimental no deja de efectuarse. Todo el trecho, por muy escurridizos que hayan sido en inicio sus sentimientos, los protagonistas de esta historia aprenden y reconocen el amor, sentimiento que, diría Heráclito y señala el sentido discurso del padre de Elio, llega en un momento preciso, y ya después es otra cosa menos amor. Serán los mismos ríos o los mismos personajes, pero tal vez ya no esté la misma agua o los sentimientos. Amar el instante. Hasta la última imagen de la película, Elio no deja de aprender, y posiblemente también Oliver. Llámame por tu nombre retrata un amor de verano en una historia que sucede en un instante en que se respira el beatus ille. Ya después es invierno, todo es melancolía.