viernes, 25 de enero de 2013

El final original de El resplandor: una mirada al optimismo superficial

Sin duda uno de los finales más intrigantes nos lo proporciona El resplandor (1980), para muchos la película de terror por excelencia, que esconde un mensaje que da lugar a una interpretación más allá de lo que se había observado durante toda la película. ¿Será que el personaje de Jack Torrance (Jack Nicholson) no es nada más que un ente reencarnado, un alma perturbada que retorna del otro mundo para poner en orden esa tradición trágica y cíclica del Hotel Overlook? O, ¿es acaso esa foto una ilusión más, un producto fantasmagórico que se revela luego que Torrance pasara a formar parte de la lista de los caídos en los alrededores de dicho hotel, es decir, ya tendría licencia para penar en ese lugar? Tantas hipótesis son las que convierten a este filme en un material sustancioso, algo que podría esperarse de un director como Stanley Kubrick, siempre deseoso de compartir su obsesión con el espectador.


(A más de 30 años) Hace algunos días se ha dado al descubierto que El resplandor tendría un final original eliminado. Uno que al parecer se habría dado al descubierto en sus primeras funciones, pero que luego sería corregida por su autor por el final que la mayoría conoce o recuerda. No existe (por el momento) una prueba fílmica que revele ese “otro” final, uno donde los personajes sobrevivientes ya han sido auxiliados en un hospital, mostrando además señas de mejoría siendo el trauma ya superado. Es así como lo anuncia la coguionista del filme Diane Johnson, quien afirma que inicialmente Kubrick se habría inclinado a este desenlace a manera de compasión o debilidad por sus personajes, una muestra a los espectadores de que todo había vuelto a la normalidad. Para esto se ha publicado el extracto del guión de la escena anulada. En este se detalla conversaciones entre el señor Ullman (Barry Nelson), administrador del Hotel Overlook quien aparece en las primeras escenas de la película, junto con Wendy (Shelley Duvall), esposa de Torrance, y su pequeño hijo, Danny (Danny Lloyd). Hay además dos personajes más, un policía y una enfermera.


Son cuatro las páginas que conforman esta escena, las que a primera impresión resultaría sin duda un final desalentador e innecesario o incluso hasta impertinente. Es decir, en un final está la incertidumbre mientras que en el otro está la resolución. Es la ignorancia de los efectos posteriores a la tragedia frente a la sanación del trauma. Uno más manipulador que el otro, y cuando se trata de historias en el cine, algunos preferimos ser persuadidos hasta la perturbación. Ahora, luego de hacer una nueva lectura con mayor detalle al escrito, puedo percatarme que aquella impresión de Diane Johnson, coguionista, es en cierta forma una verdad a medias. O sea, no tengo la mínima idea que conversaron Kubrick y ella al momento de escribir este fragmento. De hecho comentaron entre sí, compartieron sus perspectivas sobre cómo debería de terminar la historia y eso los llevó a vomitar los sentimientos hacia sus personajes. Es lo que me imagino sucede cuando estás al final de una aventura creativa como esa.


Sin embargo, insisto, creo que no es tan exacto eso que afirma Johnson. Es decir, El resplandor trata sobre los trastornos mentales, y ver cómo los afectados se recuperan de ello con una facilidad tan misericordiosa, es de veras contradictorio. A las pruebas me remito; vamos al guión. La conversación entre el señor Ullman y Wendy se reduce a preguntarle cómo se encuentra, qué tal está Danny y a proponerle a que vaya a vivir a Los Angeles. En el inicio de la conversación ocurre algo que llama mucho la atención. Es de seguro que Wendy, como parte del proceso de investigación, ha declarado tanto al administrador como a la policía los sucesos precedentes a la locura de Jack Torrance, su marido. Esto incluye los avistamientos de presencias en el hotel, litros de sangre que brotan de los ascensores o niñas (algo habrá agregado el pequeño Danny) que juegan al “muertito” en los pasadizos. Esto de hecho habrá despertado el escepticismo de Johnson quien no vacila en decir: “It’s perfectly understandable for someone to imagine such things when they’ve been thru something like have…”. Esto le anuncia el administrador luego que los de la policía no han hallado ninguna evidencia (en referencia a lo declarado por Wendy) “fuera de lo ordinario”. ¿Qué ocurre aquí? 


En efecto existen indicios de sanación mental en los afectados, más anunciado eso nuevamente aflorarán los traumas, y Wendy se preguntará: ¿Qué fue lo que vi? ¿Fue acaso producto de mi imaginación? ¿La policía en realidad habrá investigado de manera ardua todas las habitaciones del hotel? ¿Será que ellos tienen la razón? Ajá, Kubrick dice (y no creo que haya sido Diane Johnson, no después de lo declarado) que si bien hay una recuperación, esta es superficial o hasta posiblemente un modo de autodefensa, una especie de autoengaño que el paciente se fabrica a forma de escudo contra ignorantes como el señor Ullman, quien no vacila en quebrar esa defensa de una pedrada. Es de hecho la reacción natural cuando te encuentras con algo que no funciona al ritmo de “lo real”. Eso sí, esto es inconsciente. El administrador no se está dando cuenta que su idioma de las flores, sus consejos de “mejor” estadía, plagado de palabras arrulladoras, se traducen para Wendy como un: “estás loca”. Y de todo esto es testigo Danny, quien posiblemente no se dé cuenta de ello y de hecho no le afecte; claro, no hasta que el buen Ullman saca una pelota amarilla de su bolsillo (esa misma que rodaba por sí sola en los interiores del hotel) y se lo lanza a las manos del niño mientras dice “I forgot to give you this”. Gracias a Ullman ahora Danny se llevará un souvenir de su tormentosa estadía en el Hotel Overlook, lo que le hará recordar a esos pasillos malditos, a las gemelas y su padre persiguiéndolo con un hacha. Díganme si eso es volver a la “normalidad”, díganme si Stanley Kubrick no merece cárcel.

jueves, 17 de enero de 2013

"My French Film Festival", tercera edición.

Del 17 de enero al 17 de febrero, My French Film Festival celebra su nueva edición en la que competirán diez largometrajes y diez cortometrajes de lo último del cine francés. Al igual que sus años anteriores, este Festival se realizará vía online y de manera gratuita. Así mismo, el público podrá participar en la votación que posteriormente nombrará un ganador en la sección "Premio del Público". Para ver las películas se precisa crearse una cuenta previa al siguiente link: http://shop.myfrenchfilmfestival.com/customer/account/create/

Dirección del Festival: http://www.myfrenchfilmfestival.com/es/


sábado, 12 de enero de 2013

Lo imposible

Artículo publicado originalmente en Cinespacio

Cuando de filmes sobre catástrofes se trata, lo primero que se nos viene a la mente es la provechosa búsqueda al recurso de los efectos especiales, aquellos que nos aproximan a la cercanía de la destrucción masiva, la coalición de autos, el derrumbamiento de edificios, el quiebre de pistas o, como es en el caso de Lo imposible (2012), el maretazo que azota implacable las costas tailandesas. En Más allá de la vida (2010), Clint Eastwood cita la tragedia del Tsunami del 2004 para promover a una película sobre la temática sobrenatural. La primera escena donde se muestra como una población asiática es arrastrada por la tempestad de masas de agua que traen consigo postes, autos y casas, fue el eje de atención que provocó el veterano para introducir al espectador sobre testimonios cercanos a la muerte. Es decir, crea el evento y posteriormente representa el drama a modo de trauma. A diferencia, en Lo imposible es en el mismo evento donde el drama se dilata, y de forma muy severa.

El español Juan Antonio Bayona, también director de El orfanato (2007), ópera prima de terror, realiza un filme basado en un testimonio que ocurrió, es decir, alineado a su contexto, un drama real. Puntualizar esto es fundamental ya que lo usual en las producciones occidentales o, por así decirlo, hollywoodenses (Lo imposible será producción española, pero Ewan McGregor y Naomi Watts como protagonistas principales; por favor) es que exista un atropello frente a los “hechos reales”. De pronto lo testimonial es más ficcional. Hay una necesidad por crear prototipos, la pareja que sobrevive, el anciano que muere en su lecho de toda la vida, la niña que se salva como por arte de magia (magia del cine, le llaman). Existe esa inclinación por inmunizar a los personajes quienes escapan una y otra vez de los desastres naturales siguiendo las reglas de trama en películas como Día de la Independencia (1996) o 2012 (2009), filmes donde si se espera que los personajes vuelen o que cuelguen de un dedo en los acantilados recién abiertos, esto porque están construidos bajo las normas fantásticas; invasión extraterrestre, destrucción del mundo. El filme de Bayona, sin embargo, es distinto a lo descrito.

Lo imposible inicia con el despegue de un avión (es el único spoiler, lo prometo). La pantalla oscura y el ruido que crece hasta confundirse con el de un grito o hasta un alarido. Esto no es nada más que la antesala a una historia que encierra momentos de tensión y angustia, efectos que de alguna u otra forma se incrementan al fraternizar con el retrato de una familia, una que juguetea, que abre sus regalos el día de Navidad, que admira el espacio natural embellecido por el cielo estrellado o la luminosidad paradisiaca, que incluso se preocupa por sus problemas laborales a pesar de estar de vacaciones. Frente a esto, el espectador no olvida que la película trata sobre el desastre ocurrido en el continente asiático; eso está muy en claro. Hay un plus entonces que nos empuja a la ansiedad: ¿Cuándo llegará? ¿En qué momento empezará todo? Cuando ocurre, el drama estalla y ciertamente los efectos visuales poseen los méritos adecuados para provocar el terror, el fastidio, la indignación de que algo podría estar falleciendo en las profundidades de las aguas, espacio donde todo es rápido y turbio, y nuevamente los efectos de sonido tienen una labor primordial aquí.
Momentos de gran tensión en Lo imposible es efectivamente cuando Bayona crea planos bajo el agua. Es la ignorancia de qué tan mal podría estarle sucediendo a la víctima que lucha por vivir. La imaginación del espectador entonces actúa, y son en estas ocasiones cuando el lado perverso se eleva y nos juega en contra. Lo que continúa es la tierra echa pantanos. Es el paraíso derruido y el asalto repentino de la soledad. Es el paso del ambiente familiar al de la incomunicación, un miedo que penetra más profundo que las lesiones físicas. En referencia a esto último, el director no tiene complejos en mostrar lo que para ojos humanos es perturbador. El filme desde este sentido roza con el género gore, uno muy distinto al que se saborea en una película de terror. El espectador será presa de la sensibilidad, esto a raíz de la afección, por ejemplo, creada por la madre que no hace mucho ofrecía amor a sus pequeños hijos. Lo imposible no es una odisea ni una historia milagrosa, es lo real, aquello que no roza con lo exagerado ni lo increíble o lo sobrehumano. No creo además que el filme contenga un happy ending, ya que hay sin sabores de por medio, rezagos que posteriormente se convertirán en traumas, escenas imborrables, marcas, cicatrices, huellas, y eso te lo demuestran al final sus mismos personajes.

miércoles, 2 de enero de 2013

Una aventura extraordinaria (o Life of Pi)

Artículo publicado originalmente en Cinespacio.

Dado que ya muchos han comentado sobre los efectos visuales de Una aventura extraordinaria, de lejos lo más logrado del filme, nos centraremos en hacer análisis de su argumento.

Una constante en la fílmica de Ang Lee es sobre el tema del romance, el idílico y el tortuoso, aquel que tiene mucho de inocente o que representa el símbolo de la carnalidad. Por un lado están Sentido y sensibilidad (1995) o El tigre y el dragón (2000), mientras que por otro La tormenta de hielo (1997) o Crimen y lujuria (2007). Alternamente, Lee construye tanto a los personajes como a sus ambientes en base a precedentes. Es la necesidad de promover una radiografía social o coyuntural de una época en cuestión. Adaptar un evento o situación, implica que el director indague y respete las clausulas del mundo o cosmos al que hace referencia. En Hulk (2003), por ejemplo, antes de retratarse al monstruo verde, se rescata al hombre atormentado por su pasado, el mismo que posteriormente parece autodestruirse en medio de una coyuntura científica muy controversial.
Una aventura extraordinaria (2012) está al margen de esta frecuencia. Ang Lee adapta una historia sobre una ruta de aprendizaje en base al testimonio de sobrevivencia de Pi (Suraj Sharma), un joven que naufragó en una mínima embarcación junto a un tigre de bengala por más de 200 días, en medio de los bravos oleajes y el clima agreste de la naturaleza oceánica. Cual pasaje bíblico de Job, Lee sostiene su filme bajo un código de fe, uno que por cierto ha pasado por una serie de territorios religiosos, desde los más mundanos hasta los más conservadores. Es decir, la película no busca confrontación ni duda religiosa. La infancia y madurez de Pi logra captar lo que en principio o en términos generales desea germinar toda religión: la búsqueda de la fe. Vishnú, Alá, Buda o Dios son deidades que en la realidad traen bajo el brazo leyes o mandamientos. En este mundo, son estas presencias intangibles el único centro de atención.

El pequeño Pi, más que dialogar con cuestiones existenciales, dialoga con las cuestiones humanísticas o terrenales. Es así como los dioses se vuelven superhéroes a admirar, seres dignos de ser seguidos en referencia a sus historiales míticos o bíblicos. Ang Lee limpiamente empuja al espectador a admirar una perspectiva que no te persuade o te hipnotiza, actitud que podría esperarse de un fanático o predicador dispuesto a extenderte su religión, según ellos, la ideal o más acertada. Frente a este discurso pasivo, Una aventura extraordinaria construye una historia práctica y didáctica, de citados amenos, anécdotas graciosas, llenas de inocencia y mucho aprendizaje. Es la mecánica que Robert Zemeckis hizo en Forrest Gump (1994) y que luego Danny Boyle imitaría con menos ingenio en Slumdog Millionaire (2008). Lee, sin embargo, solo usa dicha narrativa para la antesala de su filme. La historia del naufragio, tema central de la película, traerá al recuerdo otro filme de Zemeckis, esto gracias a la presencia del tigre de nombre Richard Parker, el “elemento” que mantuvo cuerdo al “Robinson Crusoe hindú”.
No existe diferencia entre Wilson del Náufrago (2000) y el tigre de bengala de Una aventura extraordinaria, al menos eso nos da a entender el final de la película. Wilson, para el personaje de Tom Hanks, es el símbolo de la desesperación por mantener activo los estamentos de la sociabilidad. Mantener en actividad dicha aptitud nos provoca a despistarnos del fracaso o el extravío. Pi en su adultez reflexiona y dice que si no fuera por Richard Parker, tal vez nunca hubiera sobrevivido. En lectura existencial, el fin de la sociedad es el principio del fin del hombre, y eso ambos náufragos lo sabían. Una aventura extraordinaria, si bien posee una lectura interesante sobre el naufragio o la fe, es la conclusión de su historia la que termina por desbaratar lo construido al poner en cuestión lo que fuimos testigos. Posiblemente, esto con la intención de provocar una sensación parecida a lo sucedido en El gran pez (2003), solo que en el filme de Tim Burton la premisa de la imaginación ameritaba recrear una versión falsa y otra oficial. Ang Lee visualmente realiza un filme logrado, muy alegórico, pero con un final que al abrir una historia alternativa, puede decepcionar, resultando ya no una historia extraordinaria, sino una simple parábola.