domingo, 31 de enero de 2016

Brooklyn: un amor sin fronteras

A diferencia de otras películas sobre migrantes europeos rumbo a los EEUU, Brooklyn (2015) no desea ser un testimonio sobre la persecución al “Sueño americano”. El filme de John Crowley es más bien un relato sobre la nostalgia. Una joven viajará rumbo a otro continente no por urgencia ni por obsesión, sino por mera oportunidad que le ha ofrecido desinteresadamente la iglesia a la que pertenece. Es así como se inicia el viaje a una nueva vida. El intercambio de la paisajista vida del terruño irlandés por el estilo citadino y agitado de una de las ciudades de New York. Aquí la historia no desata algún desencuentro o desencanto con el lugar. Crowley, por tanto, no asigna a su protagonista principal una serie de agonías propias del imaginario sobre la inmigración. Todo lo contrario. La joven Ellis (Saoirse Ronan) va calzando “cual anillo al dedo” en este nuevo contexto, espacio en donde no solo los irlandeses, sino también otras naciones, han comenzado a fundar sus comunidades en este lugar del que poco a poco están haciéndolo suyo.
La estadía de Ellis se convierte así en un proceso de adaptación. En distintos ámbitos y situaciones, veremos a la encantadora joven tomando partido de esas nuevas oportunidades que se le presentan y también de las experiencias que en su momento no acontecieron en su lugar natal, tal como el amor. Ya para la mitad de la historia, y para cuando Ellis parecía añorar menos ese lugar llamado Irlanda, un suceso le hará virar nuevamente a esa nación de la que un día partió. Es con este quiebre en su historia que Brooklyn afirma ese carácter nostálgico, a consecuencia de una partida. Muchas cosas cambiaron y otras no en el pueblo donde vivió, y, sin embargo, todas estas parecen atraer a la nueva Ellis, quien, de igual forma, no desencaja. Ni sus vestidos ni sus nuevas aptitudes crean un muro ante sus conocidos. En su lugar, son más bien ellos los fascinados por esta Ellis renovada. La joven, por su lado, se verá envuelta por la melancolía, sentimiento que para el final de la película le reclamará también desde el otro lado del Pacífico. Brooklyn no es una gran película, ni mucho menos manifiesta algo novedoso. Hay, sin embargo, un carácter emocional, en gran parte proyectado del carisma de la actriz Saoirse Ronan, que la hace reconfortante por momentos.

martes, 26 de enero de 2016

La habitación

La habitación (2015) es lograda en su primera parte. Lástima que esta logra extenderse solo hasta antes de la mitad de la película. Es en este fragmento en que la historia narra el cautiverio de una madre y su hijo, hallando su gran clímax para cuando la primera comienza a reeducar y luego imponer con tensión dictatorial al pequeño, quien se arrepiente de haber cumplido cinco años, edad en que, según la madre, ya está preparado para conocer la “verdad”. El director Lenny Abrahamson hace un vuelco emocional de lo que hasta hacía poco parecía un mundo de fantasía, idea complaciente y optimista que obviamente hace contraste con la cruda realidad de un secuestro. A partir de entonces cualquier rastro de cuentos de hada se habrá extinguido. Bastará un par de días para que Jack (Jacob Tremblay) se enterara que existe un mundo afuera de la “habitación”. Además de su celador y su madre, el niño se enteró que existen más personas en esa llamada verdadera realidad.
La segunda parte de la película es después de la “liberación”, una que si bien libra a los protagonistas del horror del encierro, les trae nuevas consecuencias dramáticas, incluyendo los rezagos postraumáticos, especialmente en la madre. La habitación, a partir de entonces, se torna trivial. El regreso a casa abre paso a las tensiones entre los nuevos personajes que aparecen en la historia. El filme se inclina al drama familiar, a propósito de cómo la madre de Jack tendrá que lidiar en solitario su conflicto interno. Entonces las cosas comienzan a manifestarse en un ritmo acelerado. Un abuelo que toma distancia ante el “problema”, Jack abriéndose al mundo, la madre rozando con todo lo que le rodea, la prensa que hostiga por el amarillismo. De pronto todo parece haber hallado su rehabilitación (o al menos el camino correcto) y ni si quiera se percibe qué tanto ha pasado el tiempo para los personajes. Un punto más a favor, la notable actuación de Jacob Tremblay, quien incluso es más vital que Brie Larson.

viernes, 22 de enero de 2016

Los 8 más odiados

The killing (1956) narra la historia de un robo que, si bien parece el atraco perfecto, de pronto todo comienza a salir mal. Esa premisa es la que plantea Quentin Tarantino en Reservoir dogs (1992) y toma además como centro de atención. A diferencia de la película de Stanley Kubrick, aquí la historia inicia con el robo perpetrado. Incluso hasta el final, poco nos hemos enterado del mismo. Lo que prevalece en el relato es cómo los implicados irán perdiendo el control luego de reunirse en un mismo lugar. En Los ocho más odiados (2015) nuevamente esta rúbrica se ve aplicada, solo que esta vez un robo no es el motivador para un grupo de personajes. ¿Qué diferencia percibimos del Tarantino de la ópera prima frente al Tarantino de su “promocionada” octava película? No hay duda que lo más visible es su nivel de producción. Hoy en día Tarantino es sinónimo de carta segura para la gran industria, lo que le permite poder darse el lujo de crear una película de altos costos. Por lo resto, Tarantino ha sido siempre fiel a su estilo hasta el día de hoy.
En adición, si algo ha venido enriqueciéndose en el director son sus modos en cómo descubrir la tensión. El cine de Tarantino es violento, o sea, prevalece de la tensión para que la violencia sea consecuente. Pueda ser por eso que Django sin cadenas (2012) es por momentos desabrido por el propio hecho de manifestarse una violencia injustificada y hasta pueril. Los ocho más odiados, sin embargo, revitaliza ese poder de generar la tensión. La película en principio parece querer asegurarse en dar forma y sentido a las personalidades de John Ruth (Kurt Russell) y el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson). El conocer los antecedentes de estos dos cazarrecompenzas es prioritario, como, por ejemplo, el saber sobre las tensiones de la coyuntura de entonces. La Guerra Civil en EEUU recién había terminado y en términos que en parte beneficiaba a los de la Unión y obviamente disgustaban al bando de los Confederados. Son también las justificantes del porqué Ruth decide llevar “viva” a una buscada prisionera. El concepto que tiene este mismo sobre la ley y el castigo, tomará sentido para el final de la película.

Por lo tanto, el largo inicio y “sin balas” dentro de una diligencia, no solo servirá para presentarnos a los personajes que viajan en esta. La prioridad aquí es establecer el orden de la tensión y comprender los comportamientos de los protagonistas que posteriormente serán puestos a prueba en una conocida fórmula del director. Lo que le claro a Tarantino es que para dar rienda suelta a la tensión –entendido como un preámbulo a la violencia–, es de carácter obligatorio reunir a sus protagonistas en un mismo lugar, sea un depósito, una iglesia en un desierto o un bar nazi. Es de absoluta importancia además que este sea un lugar no público, y si lo es, los límites del recinto deben simular el encierro, sea a través de sus ajustadas dimensiones o la poca concurrencia. Si somos conscientes de eso, entonces sabremos que la llegada de los dos cazarrecompensas a una posada en donde se aloja un grupo de desconocidos es el lugar en donde correrá un río de sangre.
Los ocho más odiados, en efecto, logra dar aviso de la proximidad de su clímax para cuando todos los personajes coinciden –algunos premeditadamente– en ese espacio reducido. El primer y gran imprevisto se genera con la llegada de una tormenta. Entonces los forasteros tendrán que hacer posada contra voluntad hasta que el clima vuelva a la calma. Hasta entonces, y sin suponer lo que se propone el director, ¿qué tenemos? Están un mayor negro que perteneció a la Unión y un general de los Confederados veterano, además de un cazarrecompensas resguardando celosamente a su presa de un grupo de desconocidos; todos bajo un mismo techo. Pero hay más, pues de hecho la trama es más complicada. Se podría decir que a medida se iba tejiendo una historia, otro grupo de personajes estaba fabricando una propia, la misma que se narrará a su momento. Tarantino, al margen de la tensión, gusta filtrar una historia alterna a modo de dar el “tiro de gracia”. Caso similar, es el secreto de Mr. Orange en Reservoir dogs. En Los ocho más odiados está también esa otra historia que una parte de los personajes ignora y que el director descubre al espectador para el momento más adecuado.

Qué más se puede valorar de una película como Los ocho más odiados. La riqueza de sus personajes, desde los que tienen más protagonismo como los que tienen menos. El cinismo del mayor Marquis Warren es de hecho lo más atractivo del grupo. Es en su diálogo con el general confederado, este interpretado por Bruce Dern, en donde se observa de lo que está hecho. Ofreciendo en principio un plato de comida y luego regodeándose ante el sufrimiento de su interlocutor. Warren es maquiavélico. A este le sigue la prisionera Domergue, muy bien interpretado por Jennifer Jason Leigh. De las pocas grandes actrices subvaloradas actualmente. Su personaje desmitifica el género que representa, sin embargo, no cabe incluso denotarla como un personaje masculinizado. Domergue es una de las villanas más buscadas, es perversa y rastrera, y eso es lo que representa y nada más. Caso de la fotografía y sobretodo la banda sonora, bien interpretados por colaboradores frecuentes de Tarantino, Robert Richardson y Ennio Morricone. Si bien es la primera vez que Tarantino trabaja junto al compositor italiano, las bandas sonoras de Morricone siempre han sido citadas u omnipresentes en otras de sus películas.
Los ocho más odiados es de lejos mejor que Django sin cadenas. A pesar de esto, ciertos asuntos no la convierten por sí sola en un gran filme. Al igual que en otras de sus películas, Tarantino estructura su relato mediante capítulos. Lo cierto es que, a diferencia de Pulp fiction (19949 o Kill Bill Vol. I (2003) en donde se aplica este uso, en su último filme dicha estructura no resulta necesaria, incluso tratándose de un extracto en donde el director decide emprender un flashback. En Los ocho más odiados no existe un héroe cumpliendo fases como tampoco personajes desarrollando una historia desde su propia perspectiva. Por otro lado, ese ingenio de Tarantino para los diálogos resulta menos elaborado, y eso se percibe sobretodo en la secuencia dentro de la carroza, en donde el diálogo toma cierta monotonía. El ser transcendental no necesariamente lo convierte en una conversación atractiva. Quentin Tarantino filma además en 70mm, un formato propiamente paisajista, pero que se desenvuelve en gran parte en interiores. Por último, el final de su historia, uno que está entre lo complaciente hasta decepcionante. Es tal vez lo más cercano a un happy end a lo Tarantino.

martes, 19 de enero de 2016

Farinelli, il castrato

Por encima de una castración física, es una castración mental la que parece afectar al joven Carlo Broschi, también llamado Farinelli (Stefano Rosi). Sin embargo, mientras la presencia de su hermano Riccardo (Enrico Lo Verso) lo resguarde, todo simulará orden o normalidad, tanto en el plano de su oficio de cantor como en el plano sexual. En Farinelli, il castrato (1994) el director Gérard Corbiau más que retratar a un solista realiza el retrato de un dúo. La inquietante relación de los hermanos Broschi me recuerda al de los gemelos de Dead ringers (1988). En esta película, David Cronenberg junta a dos mentes que trabajan en sintonía. Sus lazos fraternos corresponden a la de una complicidad inquebrantable. O al menos eso es lo que ellos piensan, pues la llegada de un agente externo será el inicio de su separación. Similar suceso ocurre en Farinelli. Aquí ese agente externo es el gran compositor alemán George Frideric Handel (Jeroen Krabbé), el engreído de la corte inglesa, quien intentará persuadir a Carlo para que cante exclusivamente para el rey Felipe V.
Handel es conocido por su época como el compositor a seguir. Su arte es tan aclamada como envidiada. Un mozuelo Carlo, sin embargo, lo rechazará sin remordimiento, pero en un futuro, ya luego de haber probado las encarecidas adulaciones de distintas noblezas europeas, será consciente de su conformismo artístico. Su voz hasta entonces solo había sido explotada y ajustada a las modestas partituras compuestas por su hermano Riccardo, otro servil de la filarmonía banal. Ambos personajes, sin darse cuenta, fueron presas de una “castración artística” motivada por esa fidelidad fraternal que fue sellada tras la muerte del padre de los hermanos. Farinelli apunta a ser un drama familiar en consecuencia de un acto de egoísmo, esto a propósito de la castración de Carlo. Lo que fue una extirpación de la masculinidad para este, para su hermano Riccardo sirvió como fuente de motivación. El tenerlo a su lado no solo significó estimulación para componer, sino también conducto para complacer su sexualidad a través de todas las damas que Carlo conquistaba mas no podía satisfacer a plenitud.
Farinelli parece remontarse a ese imaginario que Ken Russell había representado en las biografías de otros genios de la música clásica, tales como Mahler o Tchaikowsky. Existe un cordón entre el estado anímico y físico de estos protagonistas, víctimas de tormentos que eran agudizados por una época inundada por la mediocridad (o incluso las negligencias médicas). Farinelli, il castrato es también esa dinámica sobre genios enfrentados, una relación de admiración y odio entre personajes. Como lo fue Salieri para Mozart en Amadeus (1984), similar caso se observa en Farinelli y Handel, aunque de manera recíproca. Ambos despotricándose de cerca, aunque elogiándose de lejos.

lunes, 18 de enero de 2016

No estamos solos

A las afueras de las alcobas de los recién establecidos, la cámara acompaña a una entidad que va emitiendo crujidos a medida que desciende de una escalera. Luego se planta y deja una marca de su presencia. Esa escena descrita es lo mejor en No estamos solos (2016), la nueva película de terror de Daniel Rodríguez, quien hace un par de años realizó El vientre (2014). En comparación con esta última, en su más reciente filme existen ciertas mejorías, las cuales van desde la composición del suspenso hasta la interpretación de sus actores. En la historia, nuevamente los personajes están apartados de la ciudad. En lo que al parecer fue una hacienda, una familia de a tres tendrán que lidiar con el intimidamiento de presencias fantasmales que acechan el lugar. Rodríguez parte y construye su nuevo relato en base a constantes dentro del género. Ese es de hecho el gran pormenor de la película.
De entre la historia, es tal vez lo más desacertado la inserción de un personaje que juega a ser cura y detective obsesivo de la casa embrujada en cuestión. Curiosamente, la resolución de este mismo tiene un giro no premeditado, de quien en su lugar se espera una especie de redención o curación espiritual. A pesar de todo, No estamos solos no aburre ni exaspera. El crédito llega debido a su ambientación y a cómo el suspenso se va abriendo. Lástima que Rodríguez se incline ocasionalmente por rúbricas tan caducas como, por ejemplo, el incómodo y tan predecible efecto susto. Un detalle a valorar. Es curioso ver cómo la figura del padre carece de sentimentalismos para con la hija. La historia en general parece desear librarse de ciertos conceptos, sin embargo, su mismo esquema está afianzado en lo trivial.

viernes, 15 de enero de 2016

Joy

El inicio de Joy (2015) es de veras desmotivador. Su protagonista principal, una modesta trabajadora, está rodeada de personajes deprimentes. Una madre adicta a la televisión, un padre con problemas financieros, un ex esposo viviendo en su sótano, y ella con dos hijos pequeños y una casa qué sostener. El cliché está salpicado por todas las paredes. Pero eso no es todo. De repente, una especie de epifanía se manifiesta en los sueños de Joy (Jennifer Lawrence). Su subconsciente le ha hablado y le ha brindado una confianza que le será necesaria para emprender su nueva faceta. Tal parece que la historia está decidida a vendernos un material motivacional. No es la primera vez que David O. Russell recurre a un relato convencional. Tanto El luchador (2010) como Los juegos del destino (2012) son fórmulas conocidas, en donde vemos a personajes levantándose de entre sus carencias o depresiones. Con excepción a Estafa americana (2013), se podría decir que las películas de Russell de los últimos seis años han dependido de su cast de actores. Esto, sin embargo, no resulta para su última película.
Ni Lawrence ni De Niro ni Cooper son motivación suficiente para alzar una historia que no posee un carisma ni una vitalidad suficiente. Joy apunta para ser un cargado drama con un conducto optimista, muy a pesar, no parece vigorizar ese carácter que incluso invita, por ejemplo, el sobreendeudamiento de su protagonista o las tensiones y resentimientos que tiene esta misma hacia su padre y hermanastra. En su lugar, prefiere ser dócil. Su misma narradora, la abuela de Joy, es signo de decaimiento de energía. Jennifer Lawrence es de hecho una actriz de gran potencial dramático. Esto no se manifiesta. En su lugar,  lo que mantiene a flote a Joy son los momentos en que la historia decide virar a una anécdota sobre patentes. Es el capitalismo facturando ante la inexperiencia. David O. Russell, muy a pesar, no deja de filtrar cuotas de un buen emprendedor o capacitador motivacional. Pueda que sirva en la realidad. En la ficción, simplemente aburre y no funciona.

jueves, 14 de enero de 2016

El diario de una adolescente

El diario de una adolescente (2015) parece seguir la ruta de ciertas películas teen. Como en Submarino (2010), Kick-ass (2010) o la más reciente Me & Earl & the Dying girl (2015), los adolescentes ponen al descubierto su vida (sea dramática, romántica o sexual) bajo una dialéctica de novela, diario o cómic. Un modo narrativo que servirá para establecer una temporada que casi siempre evoca a la madurez o el tránsito a una etapa que marca, por ejemplo, el inicio de la adultez. La ópera prima de Marielle Heller, similar a las citadas, manifiesta una dosis de precocidad en su protagonista principal. Lo cierto es que solo el hecho de contextualizarla en un ambiente como es el de los años 70, hace que su personaje se vea envuelva en esa rutina establecida por la liberación sexual, las drogas y la contracultura. El personaje de Minnie (Bel Powley) es un síntoma social. Una niña producto de una sociedad emancipada de los conservadurismos frenados por el movimiento hippie y la cultura underground.
Minnie ha perdido su virginidad, y con eso emprende su diario en audios en donde su descubrimiento sexual y femenino es temática principal. En paralelo a sus pensamientos de voz en alta, sus fantasías como dibujante de cómic va siendo cada vez más recurrente. El diario de una adolescente encadena estas dos filias a modo de retrato de una generación, la perteneciente al artista gráfico Robert Crumb y toda esa serie de personajes de caricaturas estando al margen de los cánones de belleza tradicional o el modelo del “buen americano”, reconociendo además al cómic como una vía en dónde se dan manifiesto sus sueños y frustraciones. Es en relación a esto que la película de Marielle Heller, diferenciándolas de las mencionadas en un principio, no se encamina a descubrir una ruta de aprendizaje. El diario de una adolescente, más que plasmar la historia de una adolescente reconociendo culpas o adquiriendo madurez, manifiesta una vida en donde las fantasías son desarrolladas y las frustraciones depuradas.

domingo, 10 de enero de 2016

La gran apuesta

Si algo hemos aprendido del mundo de la bolsa de valores, es que los que triunfan son los que arriesgan. Invertir implica tomar un riesgo, no solamente económico, sino también personal. Eso quiere decir que si es necesario sacar a alguien del camino para alcanzar una ganancia, se hará. Qué implica esto: no todo triunfador es necesariamente correcto. “La avaricia es buena”; decía Gordon Gekko. Pero, ¿hasta qué punto? No lo responde, sin embargo se sobreentiende que no hay límite para este, o al menos no para el individuo-calaña que representa el protagonista de Wall Street (1987). Es mediante dicha lógica que se inaugura un pensamiento moral en el área de las finanzas neoyorquinas, y de hecho ese es el punto al que quiere llegar La gran apuesta (2015) muy por encima de querer convertirse en un “manual práctico” sobre cómo la economía en EEUU se tropezó con su propia agujeta desamarrada.
Dos puntos importantes y atractivos de la película de Adam Mckay. Lo primero es su modo en cómo se desarrolla. Todo empieza en el 2005, años previos a la crisis del 2008. Un grupo de personajes descubrirá cómo el mercado de la subprime hipotecaria funciona a modo de bomba de tiempo. Todo el mundo hipotecario ha colaborado para activarla, sin embargo, nadie se ha tomado la molestia (o simplemente no les ha importado) en desactivarla. Es entonces, dentro de un plazo estimado, que los protagonistas indagarán sobre este asunto. La gran apuesta consiste en el proceso de convencimiento de un grupo de personas, hasta cierto punto, escépticas ante un próximo cambio. La suerte de la bolsa la conocemos, lo novedoso es cómo los personajes irán descubriendo las aberraciones de una normativa económica colectiva. Casi tres años tendrán que pasar para que esto se resuelva, muy a pesar, los sucesos no dejan de manifestarse a contrarreloj. Ese es el segundo punto atractivo del filme. La rutina de Wall Street es agitada, todo es think fast, y eso se manifiesta en la edición final de la película.
Existe sin embargo una desventaja en dicha dialéctica vertiginosa. Por muy básico que se manifiesten los conceptos financieros, el tiraje de información es incesante, lo que va creando dudas si en verdad se entendió o no, desplazando o retrasando frente al ritmo que no pisa freno. Por otro lado, más que cómico, creo que burlesco son los cameos a los que se recurren para dosificar ciertas explicaciones más densas. ¿Anthony Bourdain? ¿Selena Gómez? Mckay no reprime su formación de director de comedias para Hollywood. Otro asunto débil tiene que ver con la construcción de los personajes, en su mayoría estereotipos incluso poco trabajados por el hecho de abarcarse más en el universo financiero. Los personajes de Steve Carell y Brad Pitt son los únicos bien parados. Caso de Carell, es el más elaborado. Su personaje tiene todo un antecedente, y esto es fundamental para crear ese dilema moral que al final de la película golpea a todos por igual. El personaje de Brad Pitt mientras tanto convierte su escasa aparición en algo significativo luego de dar una reprimenda a sus dos pupilos. El personaje de Pitt, a pesar de sus grandes aptitudes, decidió a realizar un “no protagonismo” en Wall Street, tratándose este de un contexto turbio y cínico. Muy a pesar, esta no deja de ser la economía de su nación y la de otros.

viernes, 8 de enero de 2016

Hombre irracional

Existe apenas un paso que distancia al cinismo de la perversión. Este paso, sin embargo, es uno largo. Un paso que implica además una nueva visión (o perspectiva) en base a los conceptos de la moral. ¿Qué hallas en medio de ese tránsito? Lo posible es que te veas enfrentado ante una crisis existencial, mucho pesimismo, un estancamiento personal, negación o decepción frente a lo real. Son básicamente los síntomas por los que pasa un profesor de filosofía en la más reciente película de Woody Allen. Hombre irracional (2015) forma parte de un proyecto casi personal sobre cómo el director ha venido contemplando el comportamiento de la conciencia frente al dilema ético. En su historia un depresivo Abe Lucas (Joaquin Phoenix) ha llegado a una nueva universidad para enseñar. Ni la zalamería del campus ni las amantes “a disposición” parecen motivar al recién llegado. Si no son sus palabras, es su mirada gacha, su postura encorvada y su prominencia abdominal las que delatan su mentalidad sombría y desalentada.
Qué es sino Abe un prototipo sacado de la mentalidad romántica. No es de extrañar ver al desolado profesor flirtear con el suicidio o verlo contemplar la inmensidad del mar desde el vértice de un acantilado (como queriendo recrear el famoso cuadro de Friedrich). Lucas es síntoma del filósofo existencialmente bloqueado, es el poeta que rompió sus versos, que se dio cuenta que su proyección intelectual (tan aclamada por una mediocridad colectiva) no fue de utilidad para el mundo. Es decir, el problema radica tanto desde dentro como desde fuera, desde sí mismo como desde su propio contexto. Hasta ese momento Allen hace una recreación de sus personajes frustrados. Aquellos que se niegan a ser un “punto ciego” más dentro de la sociedad. Hay una necesidad de estar por encima del resto, como, por ejemplo, pasa con la protagonista de Blue Jasmine (2013). Lo cierto es que Abe no aspira a una mera banalidad o escala social. Su condición de filósofo lo incita más bien a una aspiración humanista.

Hasta antes de la mitad, Hombre irracional nos muestra a un individuo dominado por la razón, o lo que es estar en función a las normas de su sociedad. Ya para cuando acontece un evento en donde el azar se abre paso en la vida del profesor, Abe no solo habrá encontrado un “sentido a su vida”, sino que además se habrá despojado de sus túnicas románticas para entonces ser un nuevo hombre, esta vez razonando librado de las condiciones de la sociedad, tales como la moral. A partir de aquí, Allen no solamente vuelve a Friedrich Nietzsche, sino que también revisita la literatura rusa, la de Fiodor Dostoyevski. Hombre irracional reformula lo que Allen había desarrollado en Match point (2005). Contemplar a las dos películas a la par es observar ese tránsito del cinismo a la perversión, o cómo es que el hombre justifica un delito moral. Mientras que el protagonista de Match point se queda aislado en su cinismo, Abe se convierte en un sujeto perverso, pues ha llegado a divorciarse por completo del razonamiento moral establecido. Libre de culpa o ley real que le impida aplacar lo que para él es lo justo.
Hombre irracional logra interesar más bajo dichos conceptos que por su sola trama, una que se desplaza por la comedia romántica, el drama criminal y luego el detectivesco. Claramente el atractivo de la película es la mentalidad de su protagonista principal. Abe es el centro de los otros personajes. Su presencia es objeto de deseo. Se ve en una profesora y una alumna, ambas obsesionándose con su retrato distante y sombrío. La misma fotografía incluso responde al estado emocional del profesor que para en principio es tenue y depresiva, posteriormente despejada y jubilosa. Woody Allen con Hombre irracional demuestra nuevamente sus dotes de trágico moderno. La historia en sí es truculenta, especialmente la mente perversa de su protagonista, sin embargo, las notas musicales no dejan de entonar brincos propios de una screwball o comedia sofisticada.