lunes, 30 de enero de 2023

IFFR 2023: Cielo abierto (Bright Future)

El director Felipe Esparza representa con particularidad el vínculo inquebrantable entre un padre y su hijo. Cielo abierto (2023) nos traslada a las canteras de sillar, ubicado en Arequipa, escenario en donde descansan las arquitecturas pétreas generadas por los efectos volcánicos, única fuente necesaria para fabricar los sillares, bloques de piedra que desde un tiempo muy anterior a la colonización española fueron base esencial para la construcción de edificaciones y la modelación de esculturas locales. Es a partir de este antecedente que podremos reconocer las condiciones de una relación filial que aparenta un distanciamiento, o hasta resentimiento, cuando más bien insinúa una consonancia que se define como algo inquebrantable o irrevocable. Podrá haber una brecha física entre un padre y su hijo, sin embargo, más allá de la mutua invocación sentimental que surge entre los dos, ambos están unidos y arraigados a un mismo imaginario que a su modo mantienen vigente. Los dos personajes están dedicados a un oficio que se conecta con el sillar. Sus aportes, de alguna u otra forma, apuntan a la preservación de la modelación de la roca volcánica mediante rituales que se figuran como actividades vitales producto de la constancia de su práctica y una sensación hipnótica que emiten a medida que lo practican.

Esparza escatima cualquier interferencia del entorno cuando vemos a estos dos personajes, cada uno por su lado y en su escenario respectivo, realizando sus funciones. Es como si el director fabricara o demandara un estado de total intimidad entre el operario y el sillar. De ahí esa definición de ritualidad, aunque en un sentido que se eleva casi a lo sacro. Las respectivas labores de estos personajes se definen como una suerte de conexión o interacción sagrada entre el humano y la materia prima que condensa a una tradición. Esas mismas actividades se ven además ambientadas por profundo mutismo, un gesto de respeto y solemnidad, que bien podría ser interpretado como un culto. Tal vez no sea gratuito que el escenario en donde opera el hijo sea una iglesia. En tanto, la interacción entre las ruinas —escenario de trabajo del padre— y el templo —entendido como la arquitectura por excelencia de la colonización española—daría señas de esa importante trascendencia del sillar. Habrá habido, en gran medida, una aniquilación cultural en tiempos de la conquista, aunque, muy a pesar, el sillar trascendió y además evolucionó al ser asimilada por una cultura extranjera que la usó incluso para edificar sus más nobles inmuebles. Es una interpretación que, en efecto, abre camino y nutre esa importante visión a futuro que el director asocia a ese culto al sillar.
Decíamos que, durante los rituales, tanto del padre como del hijo, reinaba una especial conexión entre los obreros y el sillar. Es el fruto de la interacción que, ciertamente, no sería posible desde un mediador o el uso de las herramientas. El padre es picapedrero en la cantera de sillares, mientras que el hijo hace una digitalización de una iglesia compuesta por sillares. Entonces, tenemos un pico de metal y los dispositivos digitales. Uno ayuda a amoldar la piedra y el otro repite, simula, recrea la modelación de las piedras. Sendos preservan el culto, solo que uno desde una artesanía insipiente o arcaica y el otro desde una manipulación moderna. Lo importante de Cielo abierto (2023) es que no crea un enfrentamiento o imagina las ventajas y desventajas de uno u otro. Aquí toda acción está al servicio de la edificación y trascendencia del sillar. Más allá de advertir una frontera, contempla una sociedad a la orden de una tradición. Hasta este punto, ya podría comprenderse el drama entre el padre y su hijo. La muerte de la esposa/madre los ha separado, aunque solo físicamente. El sillar llega a ser ese punto de encuentro que posterga cualquier brecha que podría existir entre uno y el otro. Así como tantas películas western sobre vínculos filiales, en la película de Felipe Esparza se hace también una reflexión sobre el lazo inquebrantable entre un padre y un hijo a propósito del contexto, un oficio, una cultura, un imaginario compartido.

viernes, 27 de enero de 2023

IFFR 2023: Munch (Opening Film)

Comienzo a compartir algunas críticas de películas que he podido ver en la presente edición del Festival de Rotterdam que va hasta el 5 de febrero.

La filosofía Munch es atemporal. Siempre va a existir algún genio creador opacado por el canon o las convenciones oficiales, especialmente si esa creación se trata de una proyección personalísima, aquella que nace de las entrañas de alguien que ha convivido constantemente con el dolor, el rechazo, confinado al aislamiento. En esta ficción, Edvard Munch en un momento citaba a Henrik Ibsen, otro recluido social, a propósito de que el hombre es una isla y su obstinación por mantenerse al margen de las personas: “El hombre más fuerte es el que resiste a la soledad”. Sin embargo, más adelante, un Munch a orillas de la muerte, pide un rato más de compañía a un amigo suyo. “La gente piensa que me gusta estar solo”. La condición del pintor noruego era un síntoma social. Lo cierto es que los egos sociales y la restricción de la libertad en todos sus sentidos, sumado a sus experiencias trágicas, fue lo que persuadió al autor a sustentar su pensamiento sobre el arte como expresión de la disfuncionalidad espiritual. El arte no es objetiva, es expresiva. En tanto, tomando en cuenta que estábamos tratando con un espíritu liado y fracturado, entonces eso malinterpretada al arte de Munch como una creación demente o insana, lo contrario a la fantasía burguesa en donde el arte es la percepción de la belleza desde la impresión. El pintor estaba condenado.

El director Henrik Martin Dahlsbakken realiza un biopic en cuatro momentos inspirados en la vida de Munch, siendo uno de ellos un caso hipotético. Es a partir de estos escenarios que podemos tener una aproximación a su percepción sobre el arte y una revisión a sus antecedentes íntimos y clínicos. Son a través de estos instantes que lo entendemos a él antes que su arte. Si algo causa curiosidad de esta adaptación es que no hay un primer plano a las creaciones del pintor. No lo vemos trabajando o mirando un lugar que bien podría haberlo inspirado en su momento. Munch (2023) es una película que se niega a crear una empatía a partir de sus pinturas. Capaz sea un acto consciente del director de no empujar a que el espectador se deje llevar por la valoración objetiva. Esta es una biografía que exige de mucha percepción o empatía hacia la persona, sus dramas, comportamientos y flaquezas. Entonces, es mediante ese panorama de que nos iremos introduciendo al arte de Munch, aunque siempre desde lo teórico, no mediante su representación. Esa es la vía segura para poder valorar los cuadros del noruego sin tropezar con las alucinaciones industrializadas que gravitan en torno al mundo del arte. Ahora, claro, eso no priva a Henrik Martin Dahlsbakken de servirse en el trayecto de una fotografía que apela por una virtualidad pomposa. La pintura o los genios de la pintura, por muy trágicos o deprimentes que sean, siempre aportarán un espectáculo visual hasta para el ojo más objetivo.

jueves, 26 de enero de 2023

Sundance 2023: La memoria infinita (World Cinema Documentary Competition)

Cálido y a la vez desgarrador testimonio de una pareja de esposos. Ya son más de ocho años que Augusto Góngora, consagrado periodista chileno, padece de los efectos del Alzheimer; aunque no es un padecimiento en solitario, sino uno junto a su esposa, la actriz y ex ministra de la Cultura, Paulina Urrutia, única celadora a tiempo completo de ese hombre que recuerda muchas cosas, pero a veces no recuerda a Paulina. A pesar del panorama trágico, este es un documental que se esfuerza por captar el lado reconfortante del drama. La memoria infinita (2023) es en gran medida una secuencia de homenajes: al escritor, al amor y a la memoria. No es de extrañar que Maite Alberdi se cautive por una historia que implica una lucha entre el recuerdo y el olvido, pugna que desata una gran paradoja, una mezcla de júbilo, pero también congoja. El recordar es motivo de alegría, pero también un sentimiento que nos hunde en la tristeza. Ahí están los personajes de sus documentales Los niños (2016) o El agente topo (2020), por poner un par de ejemplos. Ambos coinciden en esta idea de un familiar que no retornará, sin embargo, se abrazan con júbilo al recuerdo, a la imagen ausente de aquel que ya no está. Es, en cierta manera, una suerte de consuelo el recordar. De ahí radica el drama del Alzheimer y, por tanto, del último documental de Alberdi.

Augusto se hizo nombre a causa de su activismo durante la dictadura en Chile a partir de reportajes, investigaciones, publicaciones, iniciativas que condenaban al presente de entonces y, posteriormente, concientizaban la necesidad de no olvidar lo que en algún momento sucedió en su nación. Resulta entonces un giro irónico el estado mental que hoy embarga al periodista. Un hombre que hizo de la memoria su trabajo, dedicación y pasión. Un voraz lector que, además, un día fue actor en La recta provincia (2007), una miniserie realizada por el también célebre Raúl Ruiz, director que fue un obsesionado de la memoria. Sus películas iniciales son fuentes históricas del panorama chileno durante la Dictadura. En sus últimas películas, vemos historias infestadas por personas que viven del recuerdo, muertos que reviven a causa de la memoria activa de algún vivo, como el que interpreta Augusto en la mencionada realización. La memoria gravita en torno a la figura de este hombre, a quien lo veremos tropezar con el olvido y la desesperación. Es un destino pesaroso, pero que, ciertamente, está balanceado por ese marco que Alberdi le otorga. Así como otros retratos de personas diagnosticadas con Alzheimer, La memoria infinita es un documental que hace tributo al aporte que en algún momento hizo esa persona que por instantes “no está” o desaparece producto de la fragilidad mental.

En First Cousin Once Removed (2012), el director Alan Berliner registra a Edwin Honig, autor de una gran variedad de publicaciones, pero lo hace en un tono póstumo, no solo consciente de la proximidad del deceso de su familiar y mentor vocacional, sino también porque poco o nada queda de lo que un día fue Edwin Honig. Entonces Berliner comienza a citar la obra publicada de su primo con Alzheimer, esa memoria que existe y será imborrable a diferencia de los recuerdos de Honig. Es una respuesta al vil destino que le tocó padecer a un hombre que dependió de su creatividad mental, el ingenio que solo puede ser concretado por la suma de las vivencias y conocimientos percibidos en la realidad. Alberdi también parece estar persuadida a asistir a los antecedentes de Góngora con intención de buscar un consuelo ante el advenimiento de una pérdida progresiva de los recuerdos. La directora hace homenaje al periodista con excusa de mostrar la memoria que deja. El autor podrá estar olvidando, pero sus recuerdos han quedado impresos y grabados en distintos soportes. Pase lo que pase, la memoria de Augusto Góngora tiene un seguro de preservación, un escudo contra el olvido. Es el lado reconfortante de esta historia. Ahora, hay un lado aún más acogedor.

La memoria infinita es también una historia de amor. Este es un documental sobre Augusto y Paulina, los amantes que decidieron casarse luego de años de relación y algunos después de que al primero lo diagnosticaran con Alzheimer. Eso convierte a esta película en un melodrama. Una historia de dos personas que se quieren con devoción mientras luchan con un destino trágico. Los vemos abrazados y luego comunicándose con desesperación. Pasan de la calma a la tempestad y luego retornan al Edén rodeados de una vegetación de ensueño. Hay un frecuente ejercicio de la resistencia física y emocional en esta relación. Los dos sufren, aunque de distinta forma, pero lo hacen juntos. En tanto, el contexto de la pandemia pareciera descubrirnos un mundo apocalíptico, mas existe un aparente equilibrio a causa del cariño férreo que los ata. Este es un testimonio que hasta cierto punto adolece de una fuerza que resulta intempestiva e incontrolable. Solo queda esperar a que ese momento de agonía cumpla su ritual. Más allá de la mitad del documental, los síntomas de la enfermedad de Augusto tomarán las riendas de la pauta dramática. Maite Alberdi, por su parte, aprovecha a revisar las fuentes que también serán prueba de un amor perdurable. No hay un manoseo dispuesto a alivianar el dolor de esa realidad. Es un reconocimiento honesto. Hay muchos instantes de ternura, pero el destino es irrevocable.

miércoles, 25 de enero de 2023

Sundance 2023: Heroico (World Cinema Dramatic Competition)

En Mano de obra (2019), el director David Zonana parece darnos a entender que la corrupción no es una asignatura exclusiva de cierta clase social. En esa historia vemos pues cómo los poderosos se aprovechan de la mano trabajadora y luego estos hacen lo mismo e incluso se aprovechan de sus iguales. Es una estupenda manera de retratar a una sociedad degenerada sin hacer una representación gráfica de la violencia, tópico que es una constante en el cine mexicano actual. En Heroico (2023), su segundo largometraje, el director hace un nuevo aporte a ese catálogo de historias que atienden a la violencia, aunque sigue abrazando el tema de la corrupción. A propósito, el vínculo entre estos dos tópicos es a veces necesario a fin de generar una aproximación a cómo es que se origina la violencia y, de paso, no caer en el efecto irracional. Pienso en películas como Heli (2013), de Amat Escalante, o Nuevo orden (2020), de Michel Franco, quien es productor de la película de Zonana. En los argumentos de los citados, vemos que la violencia es una consecuencia —y no una mera pulsión— en dichos casos, en donde la corrupción se ha generalizado en los bloques de defensa y, por tanto, estos, a partir de sus acciones abusivas, pervierten a los ciudadanos, algunos de ellos, figurados como personajes pasivos, casi ignorantes de la existencia de un crimen organizado engendrado y respaldado por los órganos del Estado.

Heroico narra la historia de Luis (Santiago Sandoval), un adolescente que decide inscribirse a la escuela militar. Un detalle importante es que la mayoría —o tal vez todos— de los inscritos observan esta carrera como una “asistencia social”, más allá de verlo como un núcleo vocacional que inculca o estimula las ideas de un sentimiento patrio. No es gratuito que más de uno de los novatos son miembros de comunidades indígenas y, por consecuencia, son personas de pocos recursos. Podríamos decir entonces que la escuela militar es un salvoconducto. Vital es el seguro médico como parte de los beneficios de ser un cadete, en especial para Luis que tiene una madre enferma en casa que demanda de atenciones médicas que generan gastos considerables. Junto a las características antes mencionadas, podemos percibir las disfuncionalidades que gravitan en el entorno del protagonista. Mantenerse en la escuela militar es una necesidad irrevocable. He ahí el drama de Heroico que desde el principio nos perfila un escenario autoritario y violento. Zonana hace un foco especial a los métodos humillantes que implica la ejercitación física y mental diaria de los cadetes, algo que también expone de manera concreta Heli. Los entrenamientos militares no están lejos a las rutinas de las correccionales de antes del siglo XX, aunque la idea no se reduce a castigar, sino a preservar esas rutinas. Hay un espíritu por hacer trascender los mecanismos de la violencia.
Es mediante ese marco que la corrupción se entiende como una constante. El degenerar está normalizado en dicho ámbito. En tanto, el novato Luis irá respondiendo con total resistencia a ese principio amoral que lo premia, lo privilegia, lo persuade, ello a propósito de una habilidad del muchacho. La denominación de “Heroico”, además de citar el nombre de dicha escuela militar, se percibe como un apelativo irónico y, por qué no, alude al temple del protagonista y de algún otro cadete que de igual manera repele a esa idea de aceptar como normal los hábitos violentos y humillantes que se propalan en la escuela militar. Es un valor heroico el que se hacen merecedores siendo su motivación un acto altruista. Luis resiste a la pesadilla del campo militar por su madre. Eso lo convierte en héroe. Y, a propósito de pesadillas, es que el director David Zonana se inclina por hacer de su protagonista un modelo de mártir, quien es incapaz de desfogar esa rabia, la que, obviamente, lo rebajaría a los circuitos de la violencia. De ahí esa frecuencia de malos sueños que padece el cadete. Ese es el único terreno en donde es capaz de expresar su rabia y enfrentar a sus demonios. En consecuencia, existe una posibilidad de que el final de esta historia sea también una expresión onírica y, por tanto, sea posible que el héroe esté destinado a ser cínico y cómplice de ese sistema violento y corrupto que vemos a través de la deformación del lente angular de la cámara. Es como si este escenario, por naturaleza, está deformado, es irreal, es una pesadilla.

martes, 24 de enero de 2023

Sundance 2023: When It Melts (World Cinema Dramatic Competition)

Un drama evocativo que descubre un coming-of-age y de paso desfoga un recuerdo contenido. A Eva (Charlotte De Bruyne) la conocemos en su etapa adulta viviendo en Bruselas lejos de su pueblo natal ubicado en Suiza. La mudanza de su hermana, la única familiar con la que mantiene contacto, será un precedente que removerá las tristes memorias durante la infancia de esta muchacha introvertida. Het Smelt (2023) es en gran medida una narración en flashback de la protagonista para cuando tenía trece años, temporada de transición de la infancia a la adolescencia o reconocimiento de un escenario adulto que todo menor contempla con curiosidad, a veces con deseo u otras con rechazo. La pequeña Eva vive en una granja en donde pasa gran parte de su tiempo con dos amigos de su misma generación. Se podría decir que estamos ante un escenario idílico, a propósito de la infancia en medio de un apacible terruño. Lo cierto es que esta inmediación nos va revelando ciertos dramas universales que nos van dando señas de que no estamos ante un jardín del Edén. La directora Veerle Baetens nos presenta un espacio dominado por personajes infantiles que van tropezando con malestares de distintos niveles. Desde un asedio de piojos hasta el alcoholismo, son circunstancias que exponen a los menores a seguir un tramo corrupto como parte de su madurez.

Het Smelt se alinea a las películas sobre testimonios femeninos que en su etapa adulta concientizan la violencia del que fueron víctimas durante su etapa infantil. Pienso en The Tale (2018), de Jennifer Fox, una historia en donde una mujer madura mira con otros ojos un viejo e idílico romance de la infancia. Es un ejercicio del mirar desde una perspectiva moral —todavía ejercitada en la infancia—, lo que implica la concientización de un estado de víctima que no se advirtió en su momento. Aunque también comparte una concientización tardía, las circunstancias son muy distintas en la protagonista de Baetens. Eva siempre ha sido consciente de su estado de víctima, sin embargo, es recién en su etapa adulta que opta por considerar un estado de reacción y denuncia frente al abuso del que fue víctima, algo que en su etapa infantil no pudo hacer o, incluso, demandar dada la precariedad de su entorno familiar. Aunque secundario, un detalle a tomar en cuenta es que aquí las redes sociales convenientemente remueven la memoria y además no dejan de ser espacios que visibilizan a la hipocresía masculina. Het Smelt es un drama duro que piensa en los estragos de una violencia sexual. Así como en Promising Young Woman (2020), observamos en la película de Veerle Baetens ese marco frustrante de cómo el pasar de los años le otorga una vida “normal” a los agresores, incluso próspera, mientras que las víctimas solo se siguen hundiendo.

Sundance 2023: Mamacruz (World Cinema Dramatic Competition)

Comparto algunas críticas a películas que están siendo proyectadas en la actual edición del festival de Sundance.

Un detalle curioso de Mamacruz (2023) resulta luego del encuentro entre la protagonista y la sexualidad. Ante todo, la sexualidad no entendida como el acto sexual, sino como instinto por el deseo o placer de la carne. Lo reconozco además como un “encuentro” y no como un “reencuentro”, a propósito de que esta mujer madura parece ser extirpe de una tradición que no ha experimentado o concientizado la naturaleza de su sexualidad a tal punto que el placer del sexo para esta resulta ser algo nuevo. Ya profundizaré la idea más adelante. Entonces, surge algo curioso después que por accidente Cruz (Kiti Mánver) reconoce ese deseo por el placer sexual: los referentes católicos se convierten en estimulante de su inquietud natural. Dentro pronto, la Biblia o un santo desnudo emiten mensajes o señas lascivas para esta abuela. Más allá de un acto de transgresión, la directora Patricia Ortega nos da idea sobre cómo un imaginario propiamente púdico como el catolicismo siempre ha transcrito o representado a la sexualidad con una naturalidad, la cual el conservadurismo nunca debió cancelar o instruir a que sus feligreses la redujeran únicamente al acto de la reproducción. Dicho esto, veremos cómo una parroquiana irá emancipándose de esa lección moral diseminada por un fanatismo a fin de hacer caso a su naturaleza “divina”.

Cruz es esposa, madre y abuela. Su rutina consta en ir a la iglesia y cumplir con algunos mandados como costurera. Desde una convencionalidad social, se podría decir que no hay nada malo en que una mujer de su edad se ciñe a una vida soporífera y conformista, algo que, ciertamente, iría en sintonía con el escenario en donde se ubica, alguna pequeña comunidad española periférica. De ahí lo que señalaba líneas más arriba. Esto de la represión o la cancelación del deseo sexual es efecto de una conciencia social, el efecto de una tradición en donde la mujer es el sujeto en desventaja al incluirse discursos como el machismo o la maternidad es equivalente a lo virginal. ¿Cómo romper ese “equilibrio”? En tiempos del franquismo, capaz era más difícil. En la actualidad, basta prender algún ordenador y darle click a aquello que no debes. Esto sucede con Cruz. Es casi como el efecto de una epifanía. La mujer se transfigurará. Entonces todo en ella comienza a fluir con naturalidad. Descubre su cuerpo, el deseo, la curiosidad por saber y, de paso, su conciencia por rebotar su experiencia hacia sus iguales. Un detalle importante, es que aquí no se trata de un versus de creencias. El catolicismo no es foco de esta represión. Basta atender al caso de la hija de Cruz para comprender que la cancelación de la sexualidad radica de un escenario más amplio, siendo una convención social asociada a la rutina moderna.

martes, 3 de enero de 2023

Willaq Pirqa. El cine de mi pueblo

Una serie de anticlímax asedian a esta película a pesar de que en gran medida denota carisma, resulta entrañable y hasta inocente. Un brillo romántico destella en este terruño andino, lugar en donde la experiencia del cine no se ha difundido en parejo. En complemento, digo que es inocente no solo por el hecho de que sus miembros entienden o perciben con ingenuidad la naturaleza de la proyección de las imágenes y el sentido de la ficción, sino además porque estos mismos personajes habitualmente razonan desde una pureza que definitivamente los convertiría en seres frágiles dentro de un escenario como el de las grandes ciudades. He ahí el gran anticlímax de Willaq Pirqa. El cine de mi pueblo (2022), de César Galindo, una película que, por un lado, resulta cálida, tierna e idílica; pero, por otro lado, define a un sector social vulnerable, carente o limitado de recursos. Curiosamente, esta historia inicia presentándonos a una familia con una ausencia. El tono con que esto se menciona es casi trágico, como si se tratara pasasen por una pérdida humana. No es tanto así, pero así se hace sentir. Ya luego vienen sus hermosos paisajes y el reconocimiento de su protagonista. Dentro de este escenario, la infancia se siente aún más casta —hasta un preámbulo sexual resulta inmaculado—. Entonces llega flotando del cielo el “detonante”, eso que cambiará la vida del pequeño Sistu (Víctor Acurio) y llenará de curiosidad y júbilo su vida. El hecho es que la llegada de ese “anuncio del cielo” deja también en evidencia la brecha que existe entre este escenario y la ciudad más cercana.

Aunque el título intente evadirlo, aquí existen dos pueblos: los de arriba y los de abajo. El cine, en tanto, se convierte en un puente de conexión entre estos dos. Es a través de una sala de cine itinerante que la comunidad de arriba gozará de historias y emociones ajenas a su cotidiano, pero también mediante el cine es que descubrirán —o capaz les hará recordar— su estado precario, aquello que los posiciona al margen de un circuito oficial. Un clímax parece aproximarse en Willaq Pirqa para cuando el pequeño Sistu convence a toda una comunidad para que desciendan a ver esa pared en donde habita Drácula. Por el contrario, surge un anticlímax. Los adultos, en su mayoría iletrados, se sienten confundidos frente a una realidad que no habla su lengua. Las historias exóticas, los idiomas extraños o el subtitulado que proyecta el cine, proyecta de paso la separación entre los de arriba y el resto del mundo. Antes de eso incluso habíamos visto la manera curiosa cómo esta comunidad de campesinos costea su pase al cine. La experiencia de ver una película para estas personas se entiende aquí como un acto extraordinario, el cual demanda de privilegios o dinero metálico que les resulta escaso. En efecto, el cine brinda entusiasmo a Sistu y los suyos, pero no deja de restregarles qué tan desventajados están respecto a ese mundo que además amenaza con desaparecerlos.

Willaq Pirqa manifestará todo un territorio de ensueño, casi de película —retengamos esta idea—, y lo cierto también es que aquí la gente se está marchando de este paraíso. La inmigración es un conflicto latente en este escenario, aunque Galindo lo reserva. Está ahí, solo que en un segundo plano. Es posible que así sea dado que es un problema irreversible. No hay forma de revertirlo o encontrar la solución para detener su avance. Estamos, por tanto, ante una comunidad que probablemente esté camino a su extinción, no solo física, sino también cultural. Vale recalcar que la inmigración del campo a la ciudad se denota como un problema cuando una cultura, tradición o sabiduría es eclipsada por otra. Este temor es una suerte de mantra en Willaq Pirqa, aunque por encima tenemos todo ese embellecimiento u optimismo que nos despista de ese drama de los Andes. En cierta forma, el conocer mediante el cine es ampliar el panorama cultural, un motivo de alegría y un preámbulo al robustecimiento de una conciencia; sin embargo, está también la idea de la depredación y depravación de una cultura débil frente a una fuerte y agresiva a partir de su experiencia frente a la pantalla grande. Basta interpretar las consecuencias posteriores luego de que los niños de la comunidad de arriba —los miembros más vulnerables— vieran una película de terror. Es casi una alegoría a los efectos de una cultura canónica agitando y vulnerando a las pequeñas culturas.

Decíamos entonces que la comunidad protagonista está padeciendo en razón al desplazamiento de algunos de los suyos hacia las grandes ciudades. La causa no se menciona, pero se insinúa, y ello, nuevamente, a través del cine. Al respecto, el pequeño Sistu se convirtió en portavoz de una cinefilia comunitaria, pero por razones de la trama, su misión se verá obstruida. No olvidemos que estamos hablando de un cine itinerante. Su función está en razón al consumo. Dicho esto, no tiene sentido su afincamiento a un lugar si este no provee un ingreso monetario, el cual es escaso en la pequeña ciudad andina en cuestión. Esa es la razón de por qué este cine es itinerante y por qué los más jóvenes se van de la comunidad. La carencia de recursos resuena en las actividades comunitarias, las viviendas, el transporte, la arquitectura de un colegio y en la sala de cine de este pueblo andino. Willaq Pirqa es un drama social disfrazado de una comedia familiar, algo que de hecho es consciente. César Galindo crea una versión idílica y ficticia de esta comunidad, pero eso no evita que deje de revisar sus carencias reales. No en vano al final decide descubrirnos un relato metaficcional. La ficción aquí es una forma de autoreconocimiento y una expresión consoladora. Al menos ya existe un indicio más de que la lengua quechua tiene un lugar. Pase lo que pase, el cine la preservará. Asimismo, lo que no es posible en la realidad, en la ficción sí, e imaginar la posibilidad ya reconforta. Tal vez no es del todo banal se la compare con Cinema paradiso (1988), película en donde también la idea romántica de vivir en la periferia se refugia en la nostalgia mental o fílmica al no poder trascender en la realidad moderna.