viernes, 23 de septiembre de 2011

“El diván en el cine": 5ta muestra de Cine y Psicoanálisis

Se abre esta semana un nuevo ciclo sobre Cine y Psicoanálisis que al igual que años anteriores contará con la presencia de psicoanalistas comentando sobre algunos de los filmes que serán proyectados. Esta es la nota de prensa:

La Sociedad Peruana de Psicoanálisis, la Filmoteca de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Centro Cultural de España presentan “El diván en el cine: 5ta muestra de Cine y Psicoanálisis”, que se llevará a cabo del 24 de septiembre al 7 de octubre en doce sedes de Lima y provincias.

Se presentará una selección de películas que muestra cómo directores y guionistas de varios países y épocas han emprendido la imposible tarea de dar cuenta de la situación y el proceso analítico a través de distintos géneros, con resultados que van desde lo serio y dramático hasta lo hilarante y aún lo caricaturesco. Se ha incluido, sobre todo, filmes en los que se pueda apreciar el desarrollo de algún vínculo terapéutico: profesional o silvestre, intencional o accidental, beneficioso o dañino, real o metafórico, con el denominador común de permitir una reflexión psicoanalíticamente informada sobre las historias y los personajes.

Como sucede en cada una de las muestras de Cine y Psicoanálisis, se han programado cine-foros conducidos por reconocidos psicoanalistas de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis. Los especialistas invitados serán Fernando Carvallo, Augusto Escribens, Sara M. Flores, Pilar Gavilano, Luis Herrera, Patricia León, Olga Montero, Fryné Santisteban, Pilar Sousa, Marga Stahr, Pierina Traverso, Viviana Valz-Gen, Carmen Rosa Zelaya y Rosario Zuzunaga.

Se entregará un certificado de asistencia a los participantes de los cine-foros. Inscripciones a través del correo filmoteca@pucp.edu.pe (enviar nombre completo, DNI y centro de estudios o laboral).

Programación en la Filmoteca PUCP:

http://www.centroculturalpucp.com/programacion-filmoteca-pucp

Programación en la Ventana Indiscreta Universidad de Lima:

http://fresno.ulima.edu.pe/sf/sf5500_bd002.nsf/CicloCine/B1425FFFD8CB687905257914007B1657?OpenDocument

jueves, 22 de septiembre de 2011

Bolero de noche

Bolero de noche (2011) habla sobre el pacto, los que se sellan bajo el contrato de las caricias y los besos, pero también los que se firman bajo palabra, aquellos donde se empeña hasta el alma por tan solo ver cumplido los más grandes deseos. Trovador (Giovanni Ciccia) ha elegido; cambiar su alma al Diablo (Leonardo Torres) por un bolero, uno inmortal, que no será escrito hasta que este encuentre el amor para luego perderlo. Eduardo Mendoza dirige una historia de ensueño plagado de personajes con aire nostálgico, conviviendo su pasado con su presente, dispuestos a revivir los recuerdos extraviados, a disponer fidelidad a sus más grandes pasiones o a conocer el amor verdadero, aunque para esto se tenga que sufrir después.

Similar al “Fausto” de Goethe, el protagonista del filme es un sujeto frustrado; hace mucho no halla la inspiración necesaria para escribir un bolero, uno eterno, que sea capaz de superar los límites de la memoria humana. Ciccia interpreta a un ser obsesionado por su pasión, pero que a diferencia del personaje literario no precisa viajar físicamente a lugares de antaño para localizar su propósito tan anhelado. Bolero de noche es una historia donde los tiempos se confunden, el pasado con el presente, siendo algunos personajes como una cantante, la viuda, el solitario e incluso el mismo Trovador quienes van amortiguando esta convivencia cada vez que se encuentran dentro del bar, recinto que parece estar suspendido en el tiempo, espacio donde la gente viste de guayaberas y radiantes vestidos de noche.
El bar es una suerte de máquina del tiempo donde el bolero cobra significado, para unos como parte de su presente, como es el caso de Trovador, mientras que para otros como parte de su pasado. Es a partir de este espacio que los tiempos y sus personajes se armonizan, ya fuera de este la presencia de estos mismos personajes desentona, son anacrónicos e incluso rozan con lo ridículo. Trovador está engatusado a la mediocridad laboral donde se le reprime su naturaleza creativa, aquella que retomará luego que conozca a Gitana (Vanessa Terkes), la mujer que será su amante, su novia, su musa, su inspiración. Trovador y Gitana son complemento, ambos son dos idealistas, uno en busca del bolero perfecto y la otra en busca del verdadero amor. Lo que un día empezó “por accidente” fue el paso de un amor verdadero, apenas el medio camino que el compositor necesita para crear su obra maestra.

El filme de Mendoza se compone de ciertos diálogos inteligentes, aquellos que nos aproximan por ejemplo a la naturaleza de Trovador, sobre su oficio y sus respectivos maleficios. “Para amar se necesita tener alma, y para escribir un bolero hay que amar primero para sufrir después”, dice la cantante al Trovador. El personaje de Ciccia parece ser un destinado a perder su alma, sea vendiéndosela al Diablo o separándose de su verdadero amor, el único camino que te convierte en un buen trovador. Las circunstancias se dirigen por ese lado trágico de las cosas, siempre condenada a la nostalgia, sobre los cuerpos envejecidos que un día lo vivieron y hoy se las heredan a los que ahora siguen ese mismo legado, un precio que les toca pagar a los que aman y amarán el bolero.
Bolero de noche es simple en su historia, pero es su puesta en escena y el estado anímico que se provoca lo que la hace interesante. El filme parece rozar con el género noir, plagado de personajes con un aire de misterio y melancolía, herméticos en su pasado, callándolos incluso hasta concluida la película como ocurre con el personaje de Eduardo Cesti. Teddy Guzman sin duda es la mejor interpretación del filme personificando a la cantante del bar y además la consejera de Trovador, la de espíritu jovial y un poder de seducción innato que aflora elegancia incluso cuando frunce el ceño. A esta interpretación le sigue la de Leonardo Torres, actor de naturaleza teatral y que acertadamente logra teatralizar al personaje del Diablo, de una mirada sabionda, llena de guiños y otros amagues. Por último, la dirección artística es motivadora, crea contrastes con tonalidades sepias que nunca pierden la viveza colorida. La escena mejor expuesta, la de la entrada en el bar donde Trovador y Gitana parecen mirarse por última vez y el cartel de un anuncio centellea sus luces nocturnas mientras el Diablo cuadra su impecable auto rojo que irá rumbo a la mortalidad.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Medianoche en París


Medianoche en París (2011) se inicia con una larga secuencia de planos generales que van pintando el rostro de la capital francesa. En principio, el sol que se va asomando al igual que los primeros rostros de la ciudad parisina. Es el cenit y el gentío ha tomado avenidas, galerías, museos, puentes y escalinatas, así hasta que la luz natural se va asiendo cada vez más tenue; el anochecer se acerca, es momento del espectáculo. La “Ciudad Luz” es majestuosa, las calles brillan, el ambiente toma ese aire mágico innato o abstracto, sentimiento que muchos posiblemente nos hemos contagiado luego de leer libros de tanto viajero excitado. Son casi dos minutos donde la ciudad, su gente y su clima, el ambiental y el anímico, dan apertura a la nueva película de Woody Allen, que luego de recorrer en anteriores filmes las calles más transitadas de Londres y Barcelona, se asienta en esta ocasión en París a rendirle tributo.
Allen parece tomarse su tiempo cuando se trata de hacer una buena película, siendo la más próxima Match point (2005) y no las siguientes, ya que la misma fama que se ha impuesto el neoyorkino provoca ser más exigente sobre sus diálogos de sujetos disparatados, los mismos personajes que no dejan de ser tan ricos y seductores. En Medianoche en París, Woody Allen introduce casi lo mismo que ha realizado en parte de su filmografía, crear una historia sobre la vida sofisticada a partir de la mirada de un sujeto que si bien pertenece a este círculo se abochorna, está aburrido de un espectáculo que juzga pero que reacciona –inicialmente –con un perfil bajo. Gil (Owen Wilson) es el típico escritor frustrado, guionista próspero en Hollywood que hasta ahora no encuentra la seguridad para escribir una novela, la misma que esconde a sus más cercanos por ser “seres” ajenos al tacto literario o al menos al egocentrismo que todo escritor nato posee.
Gil es el extranjero que ha viajado a Francia junto a un grupo social al que también es ajeno, conformado por Inez (Rachel McAdams), su prometida, y los padres de esta, dueños de una elegantísima casa en la zona más exclusiva de Hollywood. Doblemente extranjero. El personaje de Wilson se ve atrapado en un mundo insalubremente irreal, embarrotado a los viajes de la futura suegra a tiendas donde las cosas valen su peso en oro, aturdido ante la apatía natural de su posible suegro y sus relaciones en el Tea Party (persona que lo toma además por comunista al tener una ideología contraria al republicano), a los recorridos interminables al museo o alguna galería junto a su novia, lo cual no tiene nada de malo si no fueran acompañados por una pareja de amigos de lo más insoportable. Allen siembra su estilo, de tomar al protagonista y rodearlo de gente intolerable, la suegra metiche, el suegro conservador, la novia romántica, el tipo que “lo sabe todo” –o seudo-intelectual –y su pareja de este que no dice nada. Es la comedia irónica, todos poniendo de su parte para alimentar la inseguridad del aspirante a escritor, Gil, quien no tiene ningún otro deseo más que pasear por esa Francia que leyó de sus héroes literarios y todos los demás artistas que tomaron posada en la ciudad donde caminar bajo la lluvia es toda una experiencia.
Medianoche en París es la historia de un incomprendido que viaja cada medianoche a un mundo asincrónico, un lugar y tiempo de fantasía, el “viaje al país de la maravillas”, el escape perfecto de Gil que lo aparta de lo insignificante y lo enrumba a lo inspirador, a lo estimulante, a lo mágico, al amor. Tal como ocurre en La rosa púrpura del Cairo (1985), Allen acerca a su infeliz protagonista a lo imposible, a lo gratificante. El veterano director luego de enclaustrar a sus personajes les brinda luz, aquella que consiguen a través del deseo, una mezcla de sentimientos pasionales, prohibidos e incluso imposibles. Gil tendrá la oportunidad así de convivir con los suyos, con los que admira, personajes como Ernest Hemingway, Man Ray, Cole Porter, Gertrude Stein (Kathy Bates), quien le dará consejos sobre cómo llevar mejor su novela. Gil viaja a la Francia de los años 20, rodeándose de intelectualidad, de la bohemia, de su pasión como escritor, de Adriana (Marion Cotillard), bella, seductora y al parecer inalcanzable, doblemente deseable. Allen no responde a la razones sobre cómo ocurre eso, solo se da y se disfruta.
Medianoche en París es una suerte de comedia intelectual, donde la mayoría de bromas giran en torno a una profunda cultura general de los años 20, donde la risa que se provoca en el debate entre Salvador Dalí (Adrien Brody) y Gil sobre los “viajeros del tiempo y surrealistas” es lo más cómico en todo el filme. Ernest Hemingway (Corey Stoll) creando afrenta a todo el que se le cruce, un simpatiquísimo Dalí, genial y orate, un F. Scott Fitzgerald (Tom Hiddleston) enfermamente enamorado, cada uno de los personajes con una esencia carismática. Owen Wilson es distinto al de las comedias comerciales, e incluso a sus interpretaciones al lado de Wes Anderson, quien hace méritos protagonizando un “alter-ego” de Allen. Medianoche en París si bien no está entre las mejores de Woody Allen, es lo mejor que ha realizado desde Match Point, dejando un genial debate sobre si en verdad lo pasado o lo clásico es mejor que lo presente o actual. Tal vez esto solo pueda ser correctamente respondido por las póstumas generaciones.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Baaria

Baaría narra la historia de Peppino Torrenouva (Francesco Scianna), desde su infancia hasta su adultez, de los inicios del fascismo hasta su militancia como miembro del comunismo italiano, y es a su paso también que vamos descubriendo el mundo de Bagheria, ciudad siciliana, una que va sufriendo cambios –la ciudad y su gente –a medida que corren los años. Giuseppe Tornatore recrea su propio Novecento (1976) –haciendo alusión al filme de Bernardo Bertolucci –que a diferencia del original, el primero tiene más de ensueño que de drama. Tornatore retrata la gélida época de la Segunda Guerra Mundial como Roberto Benigni lo hace en La vida es bella (1997), mediante un lenguaje de “cuento de hadas” donde se confunde lo serio con lo inocente...

Artículo completo en el siguiente link:

lunes, 5 de septiembre de 2011

La otra familia


La otra familia (2011), película mexicana dirigida por Gustavo Loza, contempla un tema serio y actual sobre la convivencia entre un niño de ocho años junto a una pareja de homosexuales. Hendrix (Bruno Loza) es víctima del abandono por parte de su madre biológica, una mujer víctima de las drogas, y luego criado bajo el cuidado de Jean Paul (Jorge Salinas) y Chema (Luis R. Guzmán), sus tutores provisionales, quienes poco a poco van logrando un lazo afectivo frente al menor en medio de los prejuicios que los rodean tanto dentro como fuera de su domicilio.
Este filme mexicano se desarrolla a modo de un manual que enfrenta las marginaciones hacia el tercer sexo. Es una crítica al comportamiento social que aísla a la homosexualidad hacia un extremo perverso y libertino, pero que sin embargo dentro del filme se logra evidenciar huellas donde los personajes ceden a esta conducta. La otra familia condena el prejuicio pero peca de usarlos ocasionalmente para provocar esos momentos amenos o cómicos dentro de la historia. Revistas pornográficas en medio de la sala o palmadas que intercambia la pareja se modelan como rutinas que en lugar de curar, alimentan el morbo o incluso justifican las palabras fiscalizadoras de un cura que lucha por convivir las ideas de otros y la de la Iglesia.
La otra familia más que un tratamiento sobre la aceptación de las preferencias sexuales, es un primer acercamiento que sí alinea los juicios errados de esta sociedad mexicana –que aflora un machismo natural de sus habitantes –condenándolos a un castigo justificado. Gustavo Loza provoca un drama donde los buenos y los malos tienen lo que se merecen, pero que antes de eso han de ocurrir una serie de tragedias rigurosas por las que pasan sus protagonistas. El ambiente del filme es casi “telenovelado”, como queriéndose destinar hacia el drama ligero donde el tipo de espectador no necesariamente tiene que estar familiarizado con el tema. La historia entonces podría resultar clara o de interés, pero fílmicamente no cumple con las expectativas. Por último, las interpretaciones dentro de la película no juegan al dramatismo sobrecargado, aunque tampoco saben provocar sentimientos en los momentos donde las lágrimas deberían florecer.

viernes, 2 de septiembre de 2011

The beaver (o La doble vida de Walter)


Luego de una serie de escándalos que pasan por el alcoholismo, declaraciones racistas, perfiles violentos e incluso impulsos suicidas, Mel Gibson en La doble vida de Walter (2011) interpreta a un sujeto que tiene todo eso, exceptuando claro la idea que sea racista, comportamiento que no se manifiesta en el personaje, no se sabe si porque el protagonista cree en la igualdad de razas o porque en escena no participa ningún judío. El hecho es que Gibson tiene la bandeja servida al interpretar a un sujeto que no es nadie más que él mismo. Un hombre adinerado, dueño de una fábrica de juguetes, que sin más de pronto pasa por una crisis personal para luego convertirse en una crisis familiar, el abandono, la desidia, la vejez y la soledad se reluce en su rostro plagado de surcos bien marcados difíciles de borrar como su misma dolencia. Walter va cayendo de un precipicio sin saber que la solución a su problema está “al alcance de su mano”.
Jodie Foster dirige esta película que a principio podría compararse con lo equivalente a un libro de autoayuda, pero a paso que va sucediendo la trama es posiblemente que sea todo lo contrario. La doble vida de Walter tiene el defecto de contener un aire anímico deforme que responde además a sucesos que no se aclaran al menos lo suficiente para poder dar cordura a lo que está ocurriendo. El filme de Foster –luego de apresurarse a contar cómo un hombre de pronto toma una doble personalidad que manifiesta a través de un castor-títere que él mismo manipula –no sabe explicar lo fundamental: cuál es la dependencia que existe entre Walter y el castor. Por un lado uno es frágil e inestable, mientras que el otro va variando en el camino. Roza con lo cómico, lo dramático, lo psicológico y por último con lo terrorífico. Es decir, va mostrando nuevos rostros, distintos comportamientos que provocan pensar que bien la locura de Walter está evolucionando –más de dos personalidades en evidencia –o que el castor ha tomado vida propia y este es el de personalidad múltiple.
Walter es un personaje al que nunca se entiende porque siempre es el castor el que habla, y nosotros nos preguntamos: ¿pero quién habla, él o el castor? ¿Qué acaso no son lo mismo? Una pregunta lógica a la que no se puede responder porque el guión no sabe hacerlo, al contrario, son más las preguntas que uno se va haciendo a medida que la película avanza. El final es la “cereza del helado”; un acertijo al que no me atrevo a descifrar. En general, La doble vida de Walter correspondería a una tragedia, uno que roza con lo absurdo y sin simpatía, creando dramas débiles que aparentan ser grandes dramas, que si la historia o el diálogo le da un ambiente conciso o apenas consolidado, entonces nunca va a ocurrir ese entendimiento con los personajes que sufren por resolver la depresión de un sujeto -eso es claro -pero cuál es esa o al menos cuál es el camino para intentar, sea exitosa o frustradamente, resolverla. La película termina con una escena de fotografía, pero ¿es eso en verdad un final de fotografía?, yo creo que no, pero es lo que quiere aparentar Mel Gibson, o más bien Walter.