miércoles, 26 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Érase una vez en Venezuela (Competencia Documental)

Un documental que hace un duro registro sobre la negligencia estatal en el país sudamericano. El protagonista de este filme es el pueblo de Congo Mirador, lugar que, según uno de sus habitantes, hace años fue poblado próspero, no en vano se ubica a unos kilómetros de las principales zonas de reserva de petróleo del país. El hecho es que nada de lo que describe el anciano se transcribe en el territorio ahogado por la sedimentación. Así inicia Érase una vez en Venezuela (2020). La directora Anabel Rodriguez desde un principio ya da sentido al título de su película. El pasado y el presente de este territorio expresan un contraste de realidades. Somos testigos de familias resistiéndose al éxodo. A pesar del panorama inhabitable producto de la precariedad sanitaria, un ánimo optimista se extiende en toda esta comunidad. La población ha migrado considerablemente, sin embargo, la vida sigue en el Congo. La pesca, los certámenes de belleza, la rutina en general sigue su marcha, así como las funciones de dos órganos, los cuales parecen dar sustento a la resistencia comunitaria.

La escuela y la administración de la comunidad, a cargo de la profesora Natalie y la líder chavista Tamara, respectivamente, son esos espacios que determinan el deseo del pueblo por salir adelante. Por mucho que las personas al mando de estos espacios tengan ideas políticas muy contrarias, las dos están de acuerdo que no quieren dejar morir a su amado Congo. Todo sea por Congo. Ambas, de alguna forma y a su manera, lidian contra las circunstancias para que las últimas familias de Congo no abandonen el lugar y a su vez este poblado no sea tragado por el efecto de la contaminación. Lo cierto es que la condena luce inminente. Érase una vez en Venezuela, luego del contraste entre el pasado y el presente, el de las posturas políticas que representan Natalie y Tamara, va descubriendo otros tantos más. Vemos jugar a niños en el lago y luego limpiándose las capas de petróleo que se les queda en los pies. Vemos a los pescadores haciendo la faena del día, pero también flotan los peces infectados por la contaminación de las aguas. Los días de Congo están contados.
Rodriguez parece crear una suerte de épica a propósito de la degradación progresiva de esta comunidad. Ciertas eventualidades internas nos han despistado de una muerte próxima. Mientras que el pueblo triunfaba frente a los sobornos del chavismo como estrategia para ganar votos electorales, mientras que Natalie confrontaba las observaciones insignificantes de una supervisora educativa del Estado o mientras que Tamara demandaba a las autoridades una draga para salvar a la comunidad de las aguas; Congo se estaba muriendo. De un momento a otro, el pueblo se vio infestado de plantas como telarañas en una casa abandonada. Los momentos más conmovedores de este documental sucede en la última media hora, para cuando el reloj del tiempo apretó el paso y la población se redujo al ritmo del mismo. Érase una vez en Venezuela representa un caso sobre cómo las normativas chavistas han perjudicado a ciertas comunidades venezolanas a partir de su difusión política de ejercicio improvisado y desinteresado. Una síntesis de esa conducta se manifiesta en dos reuniones. En la primera, Tamara, en calidad de funcionaria de Congo, se reúne con su comunidad. En la segunda, un funcionario provincial se reúne con Tamara, en calidad de representante de Congo. En sendos, los que comandan la reunión no dudan en contestar al celular a mitad de la tertulia.

24 Festival de Lima: El cuidado de los otros (Competencia Ficción)

Una película que crispa a causa de la ansiedad de su protagonista. La tranquilidad de Luisa (Sofía Gala) se ha comenzado a venir abajo desde que el pequeño a su cuidado ingresó a clínica luego de un descuido de su parte. El filme de Mariano González relata la historia de una enfrenta únicamente registrada desde un lado. Como si se tratara de alguna película de los hermanos Dardenne, la cámara se adhiere a la protagonista para registrar sus acciones, en gran parte, poco trascendentales, con el fin de atender a su vulnerabilidad emocional y a un hecho puntual. Es también un derrotero que estimula una alarma ética. ¿Es acaso un acto de negligencia o una cadena de ligeros infortunios el caso de Luisa? El relato no lo expresa, sin embargo, estamos seguros que la joven está bloqueada por un debate moral. No se sabe a ciencia cierta si la mujer reconoce los hechos como un acto de negligencia o algo fruto de la casualidad. Lo que sí es seguro es que Luisa asume la postura de los padres del niño afectado como un indicio de que su situación pasará a mayores.

González se las ingenia para restringir la presencia de los padres del menor. Este acto es el gran estimulante de la incertidumbre de la protagonista, quien no tiene idea a lo que está enfrentando. Ahora, además de ella, existe otra víctima, siendo su caso más conmovedor que el de la misma cuidadora. El cuidado de los otros (2019) presenta una capa más de complejidad con la presencia –en un segundo plano– de Miguel, novio de Luisa, interpretado por el mismo director, quien no solo se vio implicado en el incidente, sino que indirectamente fue el promotor del mismo. Lo curioso es que Miguel también cumplía una labor de “cuidador”, el de su novia. Es un gesto que lo ennoblece, tanto como su rutina de hombre correcto que el director descubre estratégicamente para provocar la compasión. Mariano González relata la historia de estos dos cuidadores correctos cargando una culpa que en términos específicos podrían liberarse de la misma, pero no es tan fácil cuando la otra parte no está emocionalmente preparada para evaluar la defensa de los acusados. En El cuidado de los otros vemos a personajes teniendo emociones en primer plano (Luisa), en segundo plano (Miguel) y fuera de campo (los padres).

24 Festival de Lima: Blanco de verano (Competencia Ficción)

Una película de fuerza actoral. A propósito de las secuencias iniciales, la historia del director Rodrigo Ruiz define un vínculo especial entre una madre y su hijo a partir del acercamiento físico que bien podría asociarse a un complejo de Edipo. Blanco de verano (2020) consta sobre el desajuste de esa sociedad a propósito de la introducción de un tercer personaje. Desde que su madre le presentó a su “amigo”, la actitud de Rodrigo (Adrián Ross) ha comenzado a expresar un lado hostil que expurga fuera de casa y que contiene dentro de ella. Lo que veremos en el transcurso, será el incremento de ese conflicto interno que hasta cierto punto no será capaz de reprimir. Esta película mexicana hace esquema de un menor viendo a su madre renovando una nueva alianza amorosa y que, en consecuencia, comienza a experimentar una etapa de celos, un estado alucinatorio y nocivo que su dócil mente fabrica y es incapaz de corregir por sí solo.


Blanco de verano, desde los ojos de este niño de doce años, es un conflicto provocado por un menage a trois, en donde su posición afectiva privilegiada ante su madre peligra debido a la presencia del hombre que, además de haber invadido su espacio íntimo, ha arrebatado –o al menos así lo asume el menor– el amor materno que le correspondía. Ahora, desde una vista general, el conflicto de esta película deviene de la negligencia de los adultos imposibilitados en promover una orientación adecuada en el niño. Rodrigo se desquita, se fuga, destroza lo que encuentra a su paso; en respuesta, los adultos le pegan un grito, lo consienten o, en el peor de los casos, lo amenazan –“¡Te vas a ir con tu padre!”–. Es decir, los grandes promueven una evasión o una reacción insidiosa al problema que está al mismo nivel de la inmadurez del más chico, personaje desorientado, pensativo, que aguarda a que le lean la mente o descifren sus actos.

24 Festival de Lima: Fico te devendo uma carta sobre o Brasil (Competencia Documental)

La búsqueda sobre el historial político del padre se convierte en un homenaje al compromiso de la abuela. La premisa del documental de Carol Benjamin es descubrir los detalles del proceso de tortura, encarcelamiento sin juicio y exilio forzado que su padre experimentó durante la dictadura en Brasil. Ante la negativa del mismo a participar del filme, la directora concientiza que todo lo que sabe sobre los antecedentes de su padre, se lo debe a Iramaya, su abuela materna, quien promovió una lucha para la liberación y amnistía de su hijo. En Fico te devendo uma carta sobre o Brasil (2019) nos enteramos de la “memoria” del padre construida a partir del testimonio de la abuela. Es decir, se habla del caso del preso político desde el punto de vista de un testigo cercano. Esto implica que involuntariamente se sabrá más de la abuela que del padre y que sabremos más de lo que pasaba al exterior de la cárcel que del interior de la misma.

En consecuencia, el documental revela una lucha independiente, el de la mujer que al desempeñar un rol de madre abnegada, dio por impulso una militancia en favor al derecho de amnistía que recayó en tantos otros que compartieron el caso de su hijo. Fico te devendo uma carta sobre o Brasil, más que un ejercicio de la memoria, es del reconocimiento. Una serie de cartas que Iramaya le enviaba a Marianne Eyre, una portavoz de la Amnistía Internacional, son prueba de un trabajo en conjunto por reclamar un acto de justicia. Ambas, curiosamente, son personas que sus acciones y resultados de las mismas no han tenido la conmemoración pública merecida, siendo sus actos degradados a un plano relegado. Carol Benjamin insinúa una postergación del género femenino dentro de estos escenarios y circunstancias, siendo prueba de ello las recientes declaraciones de su padre a ciertos medios al omitir la crucial labor de las mujeres. Su documental, en tanto, hace justicia por ello, al visibilizar a estas presencias a propósito de sus vocaciones.

24 Festival de Lima: La restauración (Competencia Ficción)

Aseguraría que al cine peruano comercial le haría bien esta línea de películas al no subestimar al espectador a propósito de su historia aparentemente original que además no carece de un trasfondo reflexivo, tanto social o ético, claro, sin ser aleccionador, sino sugerente, aunque sucede que no deja de incomodar que la ópera prima de Alonso Llosa esté poseído por una personalidad pesimista que la orienta a un discurso pasadista. La restauración (2020) tiene como protagonista a Tato (Paul Vega), que por mucho carisma que tenga es una paria social que comienza a difundir la idea que el Perú es al consumo de la cocaína y vocifera que todo está mal sin verse al espejo. Mucho de Tato me recuerda al resentimiento social que parte del cine peruano explotó durante la década de los noventa. Es decir, no estamos tratando con un mártir de la moralidad, sino con alguien que, además de estar engatusado al polvo y la desidia, descubre un perfil hipócrita al “vender” su alma a un bando que él mismo describía con desdén.

Lo cierto es que La restauración no presenta las evidencias de que estamos tratando con un personaje netamente miserable. O al menos eso es lo que trasmite la comedia y los otros personajes que le acompañan a emprender un montaje. Tato ha decidido hacer caso a unos inversionistas inmobiliarios y poner en venta la anticuada propiedad de su familia, una de las pocas que sobrevive en un distrito residencial que experimenta el boom inmobiliario en la capital limeña. El reto es hacerlo sin que la madre postrada se percate de la venta y posterior desalojo de su propia casa. El emprender este plan es para Tato un acto de egoísmo, mientras que para los fieles empleados del hogar de la señora es un acto de compasión. Dicho esto, algo nos dice que la presencia de estos nobles personajes hará frente a la amoralidad que extiende el hijo cincuentón. Es decir, tal vez el destino de este protagonista no es la creciente de sus defectos, sino su encuentro con un acto de redención.

Los acontecimientos van por esa vía. La película de Alonso Llosa no encausa al camino fácil ni tampoco fabrica un forzado happy ending. Se diría que la resolución de la historia de Tato está a la medida de sus hechos y defectos. No hay ni final feliz ni triste. Es un final con las consecuencias merecidas y que, de paso, no extravía ese trasfondo que diferencia a esta película de otras comedias comerciales peruanas. La restauración al hacer un vistazo al boom inmobiliario, esa corriente en principio odiada por el protagonista, adjunta además a las consecuencias y sentimientos que han provocado un cambio en la sociedad limeña enriquecida. Mientras que en los Andes directores están reflexionando sobre el fin de una era, el abandonar los ámbitos rurales para asistir a la ciudad, en esta Lima vemos el fin de un estrato social. La casa maltrecha de una mujer agotando sus últimos días, madre de un hijo sin futuro, es la evidencia del último respiro de la antigua sociedad rica limeña, la que ha sido desplazada por una sociedad de inversionistas. De igual forma que en los Andes, vemos a los hijos emigrando hacia donde el negocio está.

24 Festival de Lima: El agente topo (Competencia Documental)

Luego de una dieta de cine negro que inicié desde el principio de la cuarentena, no puedo dejar de asociar el documental de Maite Alberdi con ciertos tópicos de este clásico género. Sergio, un octogenario, ha sido contratado por una agencia de espías para ser un infiltrado en un retiro para ancianos. La capacitación es anecdótica. Es la lidia entre el experto detective versus la memoria del nuevo agente, esencialmente, complicado por el uso de la tecnología. Ya dentro del recinto, el “topo” se enfrenta con un dilema típico del noir: una coqueta mujer se le ha enamorado. ¿Esto pondrá en riesgo su identidad? Se me viene a la mente al Fred MacMurray de Borderline (1950), agente encubierto que se enamora de la “cebo”, menuda disyuntiva porque sabe que al final tendrá no solo que romperle el corazón, sino que también arrestarla. Claro que esto es solo una fantasía en El agente topo (2020), pues Sergio parece estar enfocado a este oficio que rompió su racha de hombre retirado, ¿o es que simplemente no cede a los encantos de la mujer porque su mente piensa en su fallecida esposa?

A la mitad de este documental chileno, cualquier gesto de cine negro se frustra y se abre al cuadro dramático. Sucede que Sergio comienza a faltar cada vez más seguido contra el mandamiento de “no hacerlo personal”. El aspirante a agente ha comenzado a simpatizar con el escenario y sus actores, como el Keanu Reeves de Point Break (1991), quien comienza a sentirse parte de un grupo de surfistas, sospechosos de ser ladrones de bancos. Caso Reeves, nace en él un perfil oculto, el de vivir al extremo. Caso en Sergio, el reconocimiento hacia este grupo de desconocidos es más inmediato y emocional. Para este detective no es difícil fingir ponerse en las pantuflas de estas personas de ochenta o noventa años. El agente topo es un sentido registro a la ancianidad, el valor de la compañía para un grupo de ancianos no privilegiados. Su ingreso provisional al retiro para Sergio es una introducción a un mundo familiar, pero con un rasgo desconocido, pues en su rutina él sí goza de la compañía familiar, eso que es carente en el grupo de abuelitos y abuelitas que van revelando sus testimonios o forzando sus memorias. En reacción, Sergio, más que un infiltrado, se convierte en un socio de esta logia.

martes, 25 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Emilia (Competencia Ficción)

Emilia (Sofía Palomino) ha retornado a su pueblo natal para mudarse junto a su madre. Ella acaba de terminar con su pareja. Ahora, lo que se supone sería su retiro de sanación, es todo lo contrario. Emilia (2020) nos presenta a una mujer de un proceder curioso. No se sabe con seguridad si su actuar deviene de su naturaleza o del duelo que ha provocado su rompimiento sentimental. Lo que sí es seguro es que ella, en lugar de empeñarse a restablecer algún vínculo afectivo saludable o asentarse a una nueva rutina que apremie a su tranquilidad, expresa un gesto lánguido hacia el espacio y los que están dentro del mismo, y de paso genera fricciones. Si bien vemos a Emilia relacionándose, estos actos o afectos son para ella casi un gesto autómata, comportamientos que ponen en duda su discernimiento, haciéndola irreflexible e incluso convirtiéndola en un agente nocivo, porque sus acciones la posicionan en una situación delicada e impertinente. Sucede que desde que llegó esta joven a su antigua comunidad, ella ha comenzado a diseminar el caos, aunque no ciertamente con un ánimo de mortificar al resto, sino a sí misma. Algo de su ejercicio desordenado, así como ciertas secuencias en donde se desplaza en solitario, parecen insinuarnos que estamos tratando con el derrotero de una mujer dejándose arrastrar por la depresión.

El director César Sodero parece sacarle la vuelta a la fantasía del retorno como receta emocional y, en su lugar, descubre a un personaje que no hace más que complicar su condición. Por un lado, es como si Emilia se autodestruyera. Posiblemente, algo de esa relación anterior, un remordimiento atroz, la está empujando a emprender una serie de trances que tendrán una consecuencia que la sancionarán. Es decir, la protagonista hace esas cosas para ser castigada, recibir un merecido que sería una suerte de ejercicio expiatorio. Por otro lado, podríamos asumirla como una mujer que simplemente no cuenta con una brújula sentimental, experimenta sin apetencia y por puro impulso a causa de una desmotivación inherente. Tenemos a la Emilia tentando una nueva relación, a la Emilia que se entromete en relaciones ajenas –tanto de la amiga como de la madre– y otra relación que provocaría un caldo de prejuicios de mayor radio. Existe más de una versión de Emilia, todas tienen que ver con relaciones sentimentales, aunque en distintas circunstancias, pero que siempre le provocan un deterioro emocional, sea inmediato o tardío. A esas versiones, se sumaría la versión de la Emilia sobreviviendo a una separación. Desde ese aspecto, Emilia es la historia de la degradación emocional, casi suicida, de una mujer.