Hasta hace algunos años hablar del enfrentamiento del celuloide versus la proyección digital fue casi un debate en vano, discusión que viraba más que todo hacia las especulaciones donde se priorizaba el valor de lo transcendental, lo nostálgico y, fundamentalmente, lo artístico, perspectivas que significaban las proyecciones, por ejemplo, en 35mm. Eso era por un lado, mientras que por otro estaba la nueva industria sedimentada bajo el formato digital, esta impulsada por cineastas que pertenecían a esta nueva Era del gran formato comercial, siendo además esta tecnología una óptima forma para que las nuevas generaciones de directores logren obtener un equipo de grabación bajo menores costos. Entonces aparentemente todo estaba en balance, cada uno pertenecía a una posición más apropiada. Si bien a finales de los ochenta el formato digital tenía las de perder ante un gran rival que había formado tanto el arte como la industria, es desde hace algunos años que los formatos clásicos tales como super8, 16mm y 35mm son los que ocupan el lado de la periferia. Obviamente esto no significaba la extinción de este último pues siempre habrían cineastas interesados en obtener esa imagen con esos fallos de textura y definición; una imagen "artística", como muchos llaman. El cine como arte entonces nunca habría de morir, al menos eso se suponía hasta hace algunos años.
A inicios de octubre, Kodak, una de las mayores industrias que producen cámaras de película, negaba una posible crisis financiera en la Bolsa. Lo que sí no pudo negar era la escasa venta por la que pasaban sus productos. Semanas después sendos representantes de Panavision, ARRI y Aaton - también importantes industrias de este soporte fílmico -anunciarían lo mismo además del cese de fabricación de cámaras fílmicas, concentrándose en su lugar solo en la producción de cámaras digitales. Actualmente no existe mercado de cámaras fílmicas en Estados Unidos, es decir, el país con la mayor producción de cine será uno de los primeros en renovarse a este cambio del celuloide al digital, donde incluso proyectores de formatos en 35mm serán retirados de las salas, algo que ya se había estado programando con el ascenso del formato en 3D.
Hace algunos días estuve viendo El bebe de Rosemary (1968) de Roman Polanski, una de esas películas que uno se pregunta cómo hubiera sido verla en una sala de cine, obviamente con el proyector que se merece, junto a un público que actúa y reacciona en medio de un cuarto oscuro poblado de butacas, todos mirando a esa pantalla con ciertos defectos de imagen, terrosa, grisácea, imperfecta pero seductora. Hoy con los nuevos dispositivos de proyección fílmica como son el Netflix o la misma web, las salas de cine –espero equivocarme –tal vez algún día sigan esa misma suerte del celuloide.
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