miércoles, 1 de julio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Invierno

El cine de Alberto Fuguet se ha venido encaminando bajo una misma línea. Sus películas toman por constante la temática de la frustración y el estancamiento, cuestiones que se ven reencarnadas en personajes treintañeros víctimas además de una pronunciada melancolía. Ellos son los eternos idealistas, aquellos que van a contracorriente al negar los cánones elaborados por una rutina manejada por una sociedad a la que guardan distancia. Mientras tanto, crean sus propias normas, obedecen a sus fantasías, fabrican su ideología. Es así como en el proceso se terminarán convirtiendo en los incomprendidos sociales, es decir, en individuos solitarios producto de su obstinada personalidad, una que en cierta forma encierra sus miedos e inseguridades. Es la tentación al fracaso. Desde Se arrienda (2005), su ópera prima, hasta Música campesina (2011), las películas de Fuguet fraternizan con esa fascinación por los personajes peleados con sus propios entornos. Incluso en un documental como Locaciones: Buscando a Rusty James (2012), el director chileno confiesa su obsesión por ese personaje de culto de Rumble fish (1983), uno que de igual forma es poseedor de un espíritu rebelde y transgresor, pero también dueño de una fragilidad que conmueve.

Invierno (2015), su última película, es lo mejor que ha realizado su director hasta la fecha. En esta veremos nuevamente las mismas constantes, sobre personajes depresivos, frustrados ante esa apatía que solo es perceptible por dicha generación de incomprendidos. Fuguet, sin embargo, parte desde una premisa distinta a sus otros filmes. En películas como Velódromo (2010) o el mismo Se arrienda, los dramas de sus protagonistas parten del cotidiano mismo. En sus historias no existen grandes giros. Todo va cayendo por su propio peso. Invierno, por su lado, es consecuencia de un gran punto de inflexión, un hecho que vuelca no solo la trama de la película, sino también el grado de atención de sus personajes. Como sucede en Psicosis (1960), la desaparición del protagonista principal será excusa para congregar a un grupo de personajes secundarios a fin convertirlos en los nuevos protagonistas principales a medida que se abre una nueva historia. Esto además provocará un cambio en el género. Lo que a comienzos parecía apuntar a ser un drama íntimo, pasa a ser un hecho trágico.
Con una duración total de cinco horas, Invierno es dividida en tres partes. Cada una parece corresponder a las etapas sobre cómo un grupo de personas asumen un suceso funesto, sea directa o indirectamente. Familiares, amigos y conocidos, se verán inmersos en sus propios dramas a propósito de la desaparición de ese gran protagonista de la historia. La primera parte de Invierno inicia una temporada de verano con la presencia de Alejo Cortés (Matías Oviedo), un joven escritor sentado entre las áreas verdes de una acogedora casa vacacional y en el preciso instante de finalizar su última novela. Hay sin embargo un detalle que desajusta esta escena. Las facciones de Alejo parecen disiparse de una mezcla de dolor y desconsuelo, estado que de seguro solo el éxtasis de su escritura pudo haber sido la responsable. Seguido, sabremos de su retorno a la ciudad de Santiago, el cumplimiento de su calendario que tiene con la editorial que se encargará de publicar su nuevo libro, el encuentro con algunos amigos y, finalmente, una entrevista concebida otorgándole primicia a un recién conocida. Una elipsis abrirá paso al invierno, y para entonces nuestro personaje principal ya habrá muerto.

Este es el punto de inflexión en Invierno. Justo para cuando ya estábamos fraternizando con el personaje, su extinción parece frustrar toda una larga cadena de afecciones, pero sobretodo de incógnitas. Fuguet, en esta primera parte, coloca al espectador en una situación familiarizada al cine noir. Existe pues una dialéctica detectivesca en consecuencia a la desaparición de un personaje, uno que a lo largo de ese corto camino en que lo conocimos nos ha ido dinamitando una serie de interrogantes. Alejo se presenta como un individuo misterioso desde su primera aparición. ¿Por qué tiene los ojos enrojecidos? ¿Qué significado tiene ese amuleto que le cuelga en el cuello? ¿Cuáles son esas cosas que nadie, ni si quiera su mejor amigo y confidente, conoce de él? ¿Esa amiga, ese departamento cedido, eso de lo que no quiere hablar y que parece ser la resultante de una larga historia? Alejo, después de su muerte, deja toda una biografía por descubrir, y dicha responsabilidad también recae en el resto de los personajes, aquellos quienes al parecer tampoco nunca terminaron por conocer al joven escritor, quien había hecho de su última novela su obituario.
Invierno, de ahí en adelante, estará compuesto por historias cruzadas. Son los personajes que rodeaban a Alejo, los que ahora se convertirán en protagonistas de la película. Alejo, sin embargo, no será descartado de la trama. Inconscientemente, ahora la vida de este grupo girará en torno a ese fantasma que no atormenta, pero sí deprime, frustra y ha bloqueado la cotidianidad del resto. Es como si el “muerto” le hubiera extendido una herencia dramática a cada uno de los suyos, herencia que por cierto los va convirtiendo en el melancólico escritor. A medida que los personajes vayan indagando o cuestionando los secretos y enigmas de Alejo, el escritor parece arrastrarlos hacia su mundo. Como en Laura (1944) o en The third man (1949), el ser detectives de ese fantasma prófugo implica renunciar a sus realidades mismas para adentrarse a la realidad ajena de ese personaje, en este caso, trágico. Entonces veremos a Alejo multiplicarse: en su hermana negando esa condición sumisa que venía arrastrando en su relación amorosa, a su mejor amigo obligándose a asumir riesgos y responsabilidades, a otro amigo cortando el cordón umbilical que lo amarraba a una anterior relación.

Fuguet emprende una especie de oda o culto a ese personaje que ya no existe, pero se va inmortalizando en la realidad e incluso en papel escrito, sea en la misma novela de Alejo o en la tesis que está emprendiendo uno de sus ex alumnos, caso que, por cierto, al margen de la trama central de la película, es un apartado sobre el tema de la obsesión hacia algo o alguien. Aquí vemos a un adolescente víctima de la fragilidad discursiva. Es como si el pensamiento de Alejo hubiera sido demasiado para él. Esto lo ha poseído, lo ha enfermado. Lo mejor de Invierno es que, cual novela, genera historias aisladas. El mejor amigo de Alejo, protagonizado por Pablo Cerda, ese fetiche del director chileno quien nuevamente encarna a ese personaje despreocupado y “pop”, lo veremos hurtando el nombre y la polera de su amigo. Será nuevo dueño de sus cartas más íntimas y de sus compromisos editoriales. E incluso será heredero de sus manías (hoteles como lugares de inspiración) y amores. Se me viene a la mente una película como Vertigo (1958). Alejo desde la ultratumba, amoldando a su amigo a su gusto y semejanza.
Invierno, al igual que el resto de películas de Fuguet, tendrá un final con una mezcla de felicidad y tristeza. Por un lado los personajes parecen haber hallado esa senda de madurez. Un gran cambio se ha dado en sus vidas. Es el lado optimista del filme. Muy a pesar, en otro extremo, los personajes han extraviado algo en el camino. Tal vez es esa conformidad que antes los hacía felices. Es el lado deprimente de la película. Resuena entonces esa primera escena de Alejo frente a su novela terminada. El orgullo y el abatimiento se ven confundidos en un solo cuadro. Alberto Fuguet es un generador de anti happy endings. Un punto de vista que convierte sus películas en historias reales y que, en esta ocasión, aglomera sabidurías y pasiones de un aire tan personal como universal.

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