sábado, 3 de diciembre de 2016

4to Festival Transcinema: Viejo calavera

El día de ayer se inauguró la cuarta edición del Festival Transcinema. Las funciones van hasta el 9 de diciembre. Aquí nuestra primera crítica, y además una de las que no deben perderse.

Si nos remontamos al cine soviético durante su etapa muda, Viejo calavera (2016) resulta una propuesta apasionante. El solo hecho que un sindicato de mineros (protagonizado por miembros “reales” pertenecientes a un sindicato en Huanuni, Bolivia) se convierta en uno de los focos temáticos de este filme, a propósito de sus demandas laborales contra el Estado, hace referencia a un argumento de discursiva laboral que, por ejemplo, ejerció un director como Serguei Eisenstein mediante el uso de actores no profesionales y el emprendimiento de un cine colectivo y social comprometido, reconociendo a una sociedad desprotegida como un solo protagonista, a consecuencia de la desigualdad de clases. El protagonismo de los exteriores en la película del boliviano Kiro Russo tiene además una carga dramática también provocada en el cine soviético. Es la naturaleza exterior como el plató por excelencia que de alguna forma personifica a los protagonistas que están inmersos en esta.
Viejo calavera inicia con la presencia conflictiva de Elder, un joven de malos hábitos y costumbres. Su salida de la ciudad y retorno a Huanuni acontecerá luego que su padre falleciera por consecuencias trágicas. A partir de entonces, veremos al perturbado Elder desencajando dentro de las labores de esta austera comunidad compuesta por trabajadores del sector minero. Russo desde un principio promueve una estética visual a través de los contrastes provocados por la fotografía que explora la nocturnidad que transita de la artificialidad estridente de una discoteca a la composición elegiaca de las montañas, en donde, por ejemplo, vemos clamar a una madre ante la ausencia de su hijo. Ya más adelante, esa atmósfera anímica se alinea a un asunto decadente, pero también de tensión. Además de ver a Elder sometiéndose a rigurosas terapias de alcohol, observamos de cerca a ese segundo protagonista de la historia. Es el sindicato minero ejecutando reuniones a fin de compartir sus intereses laborales y de paso exponer sus molestias ante la llegada del muchacho que está provocando un malestar general.
De pronto es importante notar que el escenario de aquellas reuniones se da lugar en las entrañas de las minas. Es esta misma clandestinidad la que descubre las fronteras espaciales que la dividen de sus antagonistas estatales, a quienes reclaman calidad de vida dentro de un oficio que va en vía de lo incierto. Ahora, lo curioso es esa contraparte, la representada por Elder, quien, a pesar de haber sido acogido por la comunidad minera, no deja de autodestruirse y generar el estrés entre sus “compañeros” (nótese ese apelativo que parece haber sido prestado de la discursividad socialista). Así como en Octubre (1928) existen “topos” o agentes externos que comienzan a desnaturalizar a la comunidad desde dentro y que es necesario expectorar. Viejo calavera alude también a esas generaciones irreflexivas, agentes de malos hábitos (que, contradictoriamente, hasta cierto aspecto, los viejos parecieron haberles heredado). Kiro Russo realiza un filme arriesgado y sugerente. No dejo de pensar en esos instantes en donde vemos a las maquinarias mineras haciendo lo suyo mediante un juego de sobreimpresiones; técnica muy explotada en el cine mudo en general. Fue el cine soviético además el que otorgó a la máquina un significado simbólico.

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