jueves, 14 de febrero de 2019

La favorita

No es de extrañar que Yorgos Lanthimos se anime por realizar una historia ambientada en el siglo XVIII. Y es que el aludir a las cortes imperiales del Viejo Continente en aquel entonces nos remite a entornos y personajes frívolos y extravagantes, rasgos que son medulares en las películas que hasta la fecha ha realizado el director griego. Esto, mediante gestos reiterados –desde el comportamiento aparatoso de sus protagonistas hasta la malformación del campo visual provocado por los lentes en “ojo de pez” –, nos vincula a una realidad insalubre. La reina Anne (Olivia Colman) padece de la temible gota, pero además de un temperamento vulnerable, lo que resulta ser su verdadera cruz –y de paso la de su propio reino–. El cuerpo y la mente en el cine de Lanthimos están asociados a lo defectuoso. Ambos, de alguna u otra manera, emergen esa insalubridad. Las heridas en su fílmica, ciertas producto de la autolaceración, acentúan la personalidad de sus individuos dementes.
Así como en El sacrificio del ciervo sagrado (2017), en La favorita (2018) vemos también cómo la llegada de un intruso eclosiona el conflicto en la trama. El ingreso de Abigail (Emma Stone) al palacio inglés irá contrariando silenciosamente a Sarah (Rachel Weisz). La favorita de la reina comenzará a percibir un gesto invasivo en la presencia de la nueva sirvienta. Estas primas de sangre poco a poco se convertirán en enemigas, siendo la pugna o premio el cariño de la reina, o lo que representa el poder para estas mujeres. Lanthimos no relata una historia de amor y celos. Es más bien una historia sobre el arribismo y la supremacía, en donde vemos a sirvientes manipuladores y una ama sometida a estos, aunque en cierta medida. Pasa pues que la reina Anne, la protagonista menos presencial de la historia, nunca deja de ser el centro en un enfrentamiento de a dos, asumiendo su persona un rol de “dios” dentro de esta riña de humanos o lacayos. Su decisión desvariante es la que pone en jaque los triunfos independientes de sus acompañantes, al punto de reordenar la ley vertical del amo-criado.
La favorita preserva ese humor involuntario y sarcástico del cine de Lanthimos, los que son provocados por los achaques temperamentales o el carácter contenido de sus personajes. Pero, a propósito de esto, este su último filme es también el menos ambiguo de su filmografía. Desde Kinetta (2005), el director griego ha sembrado sigilosamente la comedia enmarcada en cuadros de intimidad dramática. Por el contrario, La favorita siempre posiciona en primer plano el desencuentro entre sus tres protagonistas, drama que no aparenta seriedad por mucho incluso que haya un marco de fondo bélico. Otro punto a atender, y que de paso esclarece la propuesta de este autor, es el diseño artístico. Este siempre ha tenido una personalidad característica a partir de Canino (2009): espacios blancos, arquitecturas amplias, mezclas que aluden a la modernidad y también a la frialdad. Esto, por obvias razones, cambia en La favorita. Las construcciones minimalistas son reemplazadas por el barroquismo victoriano. La misma fotografía –recurso que vigoriza el arte del diseño– determina el rasgo presuntuoso de los decorados, dorados y majestuosos. Dicho esto, Yorgos Lanthimos más que apegarse a un diseño artístico por razones estéticas, lo hace con intención de ambientar una “moda” que luce tan extraña y jactanciosa como sus mismos personajes.

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