martes, 14 de enero de 2020

Video Ensayo: Amour (sin diálogos)


Un video que presta atención al valor sonoro de Amour (2012). La sumatoria del no diálogo y el sonido (extra)diegético en el cine de Michael Haneke es crucial. Importante y significativo en todas sus películas. Una especie de marca que firma un tránsito entre la calma y el caos, o es el propio caos reprimido dando signos de su punto más álgido. Sin embargo, la constancia de este mecanismo luce más enfática en esta historia en donde dos ancianos padecen a causa de una enfermedad, una experimentándola físicamente y el otro emocionalmente. Son dos registros distintos, dos modos de sufrimiento que se expresan, por ejemplo, mediante el estruendo de los quejidos y el mutismo de los pensamientos. Es un consenso sensorial comprometido a desestabilizar el orden incluso en los momentos más rutinarios, como el de una cena interrumpida por un grito fuera de campo. Este desequilibro sonoro no es más que un reflejo del rumbo que toma el drama central de la película. Fuera quedan las fobias de la cotidianidad, los traumas sociales, los del pasado, los de la infancia que carcomen la conciencia del protagonista en el corte original. Son los argumentos frecuentes de Michael Haneke para sus películas que retratan a personajes o colectivos reaccionando con violencia (que no es otra cosa que un gesto de liberación) ante dichos antecedentes. Amour (sin diálogos) es otra historia. Son los fragmentos de un padecimiento, la rutina que desea recobrarse con optimismo, a veces con desesperación, y, en extensión, es todo lo contrario, una desesperanza, en principio, reservada, después menos discreta, y luego áspera. En tanto, el sonido y no sonido insiste en invocar una consumación irreparable. Es, finalmente, un ejercicio de la percepción. La anulación de las palabras no genera vacíos ni pone en duda la sensibilidad del tema y la angustia de los protagonistas, al contrario, refuerza las intenciones de la secuencia dramática.

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