De
entre la lista de cinco películas nominadas a Mejor Documental, Time (2020) es la menos estimulante,
aunque no por eso la menos significativa. Al margen del interés social, el
filme de Garrett Bradley tiene la ventaja de ser la única de las seleccionadas
que atiende a un tema que está dentro de la agenda coyuntural. Pueda que de no
ser por ella, además de los nuevos requerimientos asumidos por la Academia en
referencia a dar prioridad a las producciones inclusivas, este documental haya
sido pasado por alto. Lo que rescato de Time
es que en gran parte es una recolección audiovisual que certifica el compromiso
de toda una familia. No solo es la obstinación de Fox Rich pugnando ante la
justicia por más de dos décadas, a fin de que se le reduzca la penalidad de
cárcel a su esposo, es además la gráfica del marco familiar que evoluciona sin el
padre de familia, siendo su ausencia un motor para trascender educativa, social
y moralmente. El encarcelamiento del hombre entendido como una fuerza que motiva
al desarrollo personal y fortalece el lazo entre los parientes. Ahí está la
mujer que transitó de exconvicta a ser una defensora de los derechos de
encarcelados afroamericanos o el hijo que no “conoció” al padre y se convirtió
en abogado penalista.
Time es
una película que se valora desde el plano de la humanidad, el vínculo familiar
férreo que no cede a resignarse a la separación. Ahora, el problema es que esa
recurrencia de lo emotivo despista detalles imprescindibles que permitan
comprender la naturaleza de eso que Rich manifiesta como una desigualdad de
derechos cuando se trata de un afroamericano en la cárcel. Garrett Bradley
olvida o pasa por alto lo sustancial que es para el documental revisar la
normativa penitenciaria. ¿Cuáles son esas medidas que segregan a los
prisioneros afroamericanos? ¿Estas dependen o varían según el tipo de crimen o
tiempo de encarcelación? Podemos imaginarnos estas desde un discernimiento o
suspicacia generalizada, sin embargo, es competencia de la propia película
poder describir estas incidencias a manera de sostener la demanda que pretende
proyectar. De igual forma, no se aprovecha en profundizar la gestión judicial
desde la experiencia de los demandantes. Apenas hay una secuencia en donde Rich
conversa con una secretaria que pone en evidencia la inapetencia por canalizar
su caso judicial. Lo resto es la insatisfacción de la familia hacia el sistema
de justicia. Pero, ¿por qué no definir o describir el escenario a través de
documentos o más situaciones como la de la conversación telefónica?
En
un extremo contrario, está Colectiv
(2019). El documental rumano dirigido por Alexander Nanau brilla por el rigor
de su compilación informativa que, ciertamente, exige el caso. Aquí los héroes
son Catalin Tolontan y el equipo de Gazeta Sporturilor –sin dejar de lado a
Vlad Voiculescu, Ministro de Salud, equivalente a un Harvey Dent que nunca
logra corromperse– encargado de investigar las causas de la muerte de más de 30
jóvenes tras un incendio en el club “Colectiv”. Lo que en principio figura como
el escenario de una tragedia desatada por la negligencia de los organizadores,
se desplaza a algo muy mayor. Así como All
the President’s Men (1976) y Spotlight
(2015), Colectiv es una muestra del
ejercicio del cuarto poder en una condición solvente. Aparte, no puedo dejar de
relacionar el trayecto de esta pesquisa con el cine negro. En este género un
detective se compromete a resolver un crimen y termina adentrándose en una
maraña de intrigas en donde reconoce obstrucciones, nuevas indecencias, más
damnificados, embusteros o personajes con dobles rostros, el reconocimiento al
escenario de una criminalidad organizada. Esta es básicamente la ruta que se
establece en el documental. La chispa de la denuncia pública son las pruebas de
que el hospital en donde fueron atendidos los heridos del incendio laboraba con
productos de saneamiento que no cumplían con las pruebas mínimas. En razón, los
pacientes fallecieron no por consecuencia de las quemaduras –algunas de estas
no críticas–, sino ante la infección provocada por los utensilios infestados de
bacterias. ¿Quién tiene la culpa? Sabemos que el proveedor de estos productos
es solo un germen en medio de la carne putrefacta.
Colectiv
es un panorama de la corrupción supurando en el sistema de salud en Rumania.
Tolontan y los otros detectives serán los encargados de desmantelar qué tan
arraigado está el hábito del cohecho en los hospitales de la nación en
cuestión. Los hospitales son reconocidos como ámbitos que sostienen los
paraísos fiscales de grandes empresarios, espacios de pugna entre médicos y
enfermeros dispuestos a brindar la mejor apuesta por la oficina o sala más
lucrativa. Es decir, servidores públicos y civiles privilegiados se costean
ilegalmente a costas de la salud de las personas. Ahora, lo alarmante de esta
situación es que vamos viendo cómo a raíz de las denuncias se suman otras más.
Por un lado, era de esperarse que se vendría una marea, pero no deja de ser
mortificante cómo es que se forma una fila de personas que se “cansaron de
callar”. El documental de Alexander Nanau pone al descubierto a toda clase de
gérmenes del sistema, desde los más chicos hasta los más grandes, siendo estos
últimos los invisibles e intocables. La intromisión del partido socialdemócrata
en la escena, y cómo este ejerce una defensa populista negligente para “sanear”
sus infracciones, es una retrospectiva histórica rumana dada la vigencia de esa
política arcaica y nociva. A este punto podemos fantasear con una versión en
ficción próximamente relatada por Radu Jude o Corneliu Porumboiu, directores
que retratan el pasado rumano para poner en evidencia la tradición de un
sistema que aparenta desarrollo, moralidad y compromiso, cuando es todo lo
contrario. Colectiv es un filme que
canaliza a un sentimiento de impotencia. Es de lejos la mejor entre las
nominadas a Mejor documental.
Se puede ver Time en Amazon Prime y Colectiv en HBO Max.
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