Hasta
el día de hoy, la ideología radical de los Panteras negras resulta ser una
postura a cuestionar. En una realidad como la de la actual EEUU, ¿es
consecuente considerar una confrontación desde lo racial mediante la violencia,
incluso después del avance que aportaron las políticas progresistas para
generar una concientización universal sobre el abuso histórico al que ha sido y
sigue siendo sometido el sujeto afroamericano? Como algunos lo describen, sería
inclinarse a un racismo a la inversa, adoptar el mecanismo del miedo que se ha
venido denunciando desde los orígenes de la esclavitud, incrementar la brecha
de una nación desde el concepto del “color” de la piel; es decir, caer en la
contradicción. Dicho esto, resulta un tanto cuestionable la presencia de Judas and the Black Messiah (2021) en
una edición de la Academia que, en teoría –aunque esta práctica ya se ha venido
ejecutando hace unos años atrás–, invoca a que las producciones nominadas generen
una conciencia de la inclusión. Ahora, esto, se debería entender no únicamente como
una “inclusión” meramente física, sino también el de establecer el consenso, la
no distinción, desde un plano social e ideológico. Pero la película de Shaka King
define vagamente ese deseo al flotar en el ambiente el pensamiento de los
Panteras negras.
Judas and the
Black Messiah para el final pretende ser una
oda a la figura de Fred Hampton (Daniel Kaluuya), sin embargo, ante todo es la
historia de una traición, siendo el traidor el infiltrado Bill (resaltante
interpretación de Lakeith Stanfield), topo del FBI. La misión de este es
desactivar las funciones del área que domina Hampton. Por tanto, es el FBI
versus los Panteras negras, dado que Hampton es presentado como el líder
ejemplar de dicho pensamiento. ¿Por cuál pensamiento se inclina la película?
Por un lado, el traidor está en el bando del FBI. No olvidemos sobre esa
tradición representada en Hollywood: los soplones están destinados a la
hoguera, la no redención, su trágico final es prueba de ello. Ahí están
películas como The Informer (John
Ford, 1935) o The Departed (Martin
Scorsese, 2016). Luego, el agente Roy (Jesse Plemons) es presentado como un
modelo neutral dentro de las oficinas del FBI. El hecho es que habrá una
fractura moral en donde este termina cediendo al sistema de la conspiración tan
característico del régimen de J. Edgar Hoover (Martin Sheen). Ese panorama
versus el pensamiento de los Panteras negras, visto como una organización benefactora,
que martiriza no solo de Hampton, sino de otros más de sus colegas, y que tiene
apenas una leve reprimenda –Hampton cuestionado por su futuro paternal–. Shaka
King decide ser flexible al mensaje violento y radical cobijándolo bajo una
serie de mantos humanos. Judas and the
Black Messiah es de débil autocrítica.
Caso
distinto es la propuesta que se manifiesta en One Night in Miami… (2020). Al margen de lo que haya realizado
Spike Lee, la película de Regina King junto con Detroit (Kathryn Bigelow, 2017) y Get Out (Jordan Peele, 2017) son buenos ejemplos de producciones
recientes que hacen autocrítica de ciertos modos de discursos y acciones desde
la comunidad afroamericana en referencia a la lucha contra el racismo. Es el
principio de 1964. Estamos a vísperas del momento más álgido de esta demanda
social. Cuatro personalidades afroamericanas referentes de la cultura
estadounidense se reúnen. Su encuentro en el cuarto de un motel de mala muerte
en Miami será punto de confrontación de pensamientos. El tema de fondo: ¿cuál
es la manera adecuada de difundir la lucha por los Derechos Civiles? Es en este
intercambio de formas de proceder que Malcolm X (Kingsley Ben-Adir) figura
entre este grupo de cuatro como el militante modelo. No solo le apoya su
compromiso comprobado, sino además su fama que está en el punto más alto de su
carrera. El hecho es que en el transcurso veremos cómo ese “centro” se
desequilibra en razón a su exigencia por imponer a sus otros compañeros sigan
el modelo político que representa. El pensamiento Malcolm X, así como los
Panteras negras, orientó su ideología a un discurso racista y pro violencia,
aunque sin llegar a la confrontación armada.
Vemos
así a un líder reconociendo esos puntos ciegos de su ideología, esas
perspectivas o modos de lucha o insubordinación hacia esa comunidad que
tradicionalmente “esclavizó” al sujeto afroamericano, por ejemplo, como la que
asume el cantante, compositor y productor Sam Cooke (Leslie Odom Jr.), quien da
lecciones de emancipación hacia el capitalismo “blanco” desde el escenario de
la industria musical. No es gratuito que One
Night in Miami… abre con un Malcolm X desencantado por el bloque musulmán
al que se asocia, a propósito de los privilegios inmorales del gran líder. Este
es un quiebre importantísimo en la vida del político que bien podría servir de
ejemplo para cualquier militante apasionado, aunque cegado, por una causa. Es
un despertar el que ha tenido, la antesala a una autocrítica que hace reformule
su lugar de pertenencia. ¿Es a quién representamos o a quiénes? Lo que seguirá,
consecuencia del encuentro entre amigos, es un pinchazo a su postura obtusa,
posición que curiosamente lo salvó del infierno orquestado por Elijah Muhammad.
El compromiso moral de Malcolm X ha sido probado –y eso se define aún más en Malcolm X (Spike Lee, 1992)–; sin
embargo, eso no lo priva de ciertos contradiscursos. No hay seguridad que el
líder haya logrado digerir esas lecciones expuestas en One Night in Miami…, pero la autocrítica está servida.
Judas and the Black Messiah está disponible en HBO Max y One Night in Miami... en Amazon Prime.
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