viernes, 19 de noviembre de 2021

36 Mar del Plata: El perro que no calla (Competencia Latinoamericana)

Inició la 36 edición del Festival de Mar del Plata que va hasta el 28 de noviembre en modalidad presencial.

Un modesto y cálido retrato de la vida durante los treinta años. Ana Katz nos presenta la historia de un joven que parece no irradiar por sí mismo algún detalle especial. Se podría decir que este hombre, socialmente, está dentro del promedio, a propósito de su rutina y ambiciones un tanto limitadas. Se diría que es una película que va a la deriva de lo insustancial o poco trascendente. Lo cierto es que la directora se las ingenia para reunir, a manera de fragmentos o retazos de vida, eso que convierte a su personaje en alguien especial y quien, definitivamente, reflejará “eso” que se convierte en una esencia o frecuencia generacional. El perro que no calla (2021) sigue a Sebastián (Daniel Katz), un diseñador gráfico que trabaja desde una oficina y a quien le aguarda una serie de desvíos. Basta percibir la condición laboral y el profundo amor que siente este protagonista hacia su mascota para entender que estamos ante un embajador de un perfil familiar dentro de la sociedad. Katz parece hacer un tributo a una generación asociada a ciertas políticas e idilios que la distingue del resto. Ahora, no es de estos tributos que enaltece, o que mucho menos gesta alguna reflexión autocrítica, sino uno que simplemente contempla, describe aptitudes y reacciones, y provoca empatía por muy insulsa que sean las circunstancias descritas.

El perro que no calla se compone en secuencias temporales, etapas por las que transita Sebastián, siendo las elipsis o uniones una frontera que bien podría distinguir un antes y un después, pero que, a pesar, no dejan de tener una familiaridad o constante, ello consecuencia de esa personalidad dominante en este personaje. Sebastián es tímido, escatima palabras e incluso emociones. Esto, sin embargo, lo descubre como alguien emocional, sensible hacia su entorno y hacia con quienes crea un vínculo afectivo. Esa es la pauta de toda la película. A lo largo de esta trascendencia, el gesto humano es reinante, lo que provoca en cierta manera una recepción reconfortante, entrañable y que no percibe conflictos que generan algún desasosiego. Hay dos puntos dramáticos en todo el tránsito, muy a pesar, estos se digieren rápidamente, se difuminan en el tiempo, se extravían en el presente que no deja de avanzar. El impulso de Ana Katz por provocar estos saltos de tiempo frecuentes nos da esquema de un protagonista que logra superar y asimilar esas etapas críticas. Es a propósito que Sebastián, hasta cierto punto, se convierte en un individuo universal. Esa referencia a un escenario pandémico —o como padre de familia— es una seña inmediata. Es entonces que este hombre deja de ser promedio y pasa a ser un héroe de su propio entorno, digno de trascendencia.

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