viernes, 16 de septiembre de 2022

Bárbaro

Recién llegada de Detroit, Tess (Georgina Campbell) se da con la sorpresa que el cuarto que reservó por línea ya está ocupado por otro huésped. Este descubrimiento no tiene nada que ver con un efecto paranormal. Se podría decir que es más bien una pesadilla recurrente para todo usuario que en algún momento ha hecho un alquiler de cuarto por Airbnb. Nada más terrorífico que encontrar a otra persona en una habitación que creías desocupada y que para colmo ya te lo facturaron. Barbarian (2022) se abre de esta manera. La película de Zach Cregger juega con esos temores cotidianos enfocados a aquellos que se relacionan a invadir tu “espacio”, no necesariamente tu territorio legal o rentado, sino también físico. Para cuando Tess logra familiarizar con Keith (Bill Skarsgard), ese roomie inesperado, entonces comienzan a charlar abiertamente sobre sus prejuicios frente a situaciones como la que acaban de vivir. Temas como el acoso, el qué harías o cómo reaccionarías “desde tu posición de mujer o de hombre”. Entonces un momento divertidamente anecdótico, se interpreta también como un instante de confesión, reflexivo y, por tanto, serio. La historia promueve así una introducción en donde se nos hace un panorama a una sociedad siempre en guardia, en constante expectativa hacia lo que piensa y hace el/la otro(a).

Ya más adelante, veremos un caso aún más extremo, también inspirado en hechos y situaciones reales que despiertan debates internos relacionados a temas coyunturales como víctimas perdiendo el miedo ante una tradición insidiosa, la victimización como nueva modalidad para la difamación o el cinismo que abraza una falsa mea culpa. El personaje que es la raíz de este conflicto es definitivamente ese otro monstruo de la trama, uno inmediato a nuestro presente, versión actualizada de ese grotesco y maligno invasor, el gran monstruo del relato, que consecuencia de sus viejos pecados provocó un impacto o giro de trama en la vida de esos huéspedes de un vecindario carcomido tiempo atrás por un ciclón económico y social que también generó en mayor amplitud el deceso de muchos ciudadanos. Barbarian es como una caja china de problemas que han y siguen azotando a la sociedad estadounidense, solo que sus agresores y sus dinámicas han asumido nuevos rostros o modos de operación. Cregger asume un claro perfil comprometido a partir de la insinuación. Obliga a dos desconocidos de sexos opuestos a dormir bajo un techo, confronta el lado opulento y el abandonado de Detroit, pone como único habitante de ese pueblo fantasma a un afroamericano. “Ese mal no me ha sacado de mi casa”; parece decir este. Es un repaso a la crisis industrial, el apartheid racial y la violencia de género perennes en esa y tantas otras naciones.
Pero vamos a la otra comidilla de la película, aquello que suelta las riendas de la crítica social y abraza fuerte al género de terror. Barbarian es una película inspirada en pueblos fantasmas, casas malditas, sótanos que cuentan una historia trágica del que ya nadie habla porque ya casi nadie existe. Es además como un mito que ha poseído a ese domicilio y provocado una gangrena en todo su alrededor. A propósito de lo pretérito, es interesante cómo Cregger genera un flashback a fin de crear una dialéctica entre un antes y un después. No hubo necesidad de hacer una precuela para ello. Es a raíz de esta que se descubre la fantasía terrorífica de secuestradores que toman como principal fuerte la parte baja de su casa, una suerte de caverna o catacumba en donde se ha engendrado una criatura contra natura. Se suman así otros tópicos del terror: asesinos seriales, seres atrofiados, maternidades irrisorias, casi extravagantes. Zach Cregger tiene esta habilidad para crear un vaivén de situaciones y sensibilidades. Pasa de lo reflexivo a lo burlón, habla de la coyuntura y luego de lo que sucedió hace décadas, sugiere una historia fantasmal para luego descubrir una menos ficcional. Aunque se exhiban varias convenciones, este fraccionamiento hace que en sumatoria Barbarian sea ágil y entretenida.

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