Mientras veo la última película de Fernando Gutierrez, a.k.a. Huanchaco, se me viene a la memoria Terremoto Santo (2017), un cortometraje brasileño que en resumen es una selección de temas musicales evangélicos siendo representados por sus cantores. Permítanme la cadena de regresiones. Y cuando vi dicho filme, recordé las películas propaganda de cultos religiosos procedentes de Estados Unidos, estos realizados entre la década de los 50 y los 70. Ahí está la muy entretenida The Believer’s Heaven (1977), en donde vemos los castigos que le aguardaban a los pecadores terrenales y el premio que obtendrían los fieles seguidores de la comunidad evangélica, película que ya hubiera querido tener la persuasión de la anterior mencionada. Pasa que mientras que la brasileña realizada por Benjamin de Burca y Bárbara Wagner empoderaba su apología religiosa desde una estética lírica que podría compararse a los video clips de Kanye West, la dirigida por Ron Ormond se convertía en un claro ejemplo sobre cómo el serie B a veces es materia de risas involuntarias. Es decir, uno te inclinaba a formarte tras las filas del evangelismo —así de efectivo es el lenguaje fílmico de esa película—, el otro y similares te convencían de que a veces uno preferiría irse al infierno que terminar siendo un payaso como los representados en esa ridícula fábula. Una indudable joya del cine excéntrico.
lunes, 8 de mayo de 2023
La chucha perdida de los Incas
Entonces, a dónde quiero llegar
con eso. Que veía La chucha perdida de los Incas (2019) y se gestaba en
mí un consenso de sendos juicios. En efecto, parte del dictamen se debía a mis
ideas preconcebidas. Huanchaco, Mario Poggi y los Alfa y omega en una misma
producción; algo hilarante tendría que acontecer en esa película. De Huanchaco,
sabemos que el artista gráfico realizó La amenaza del helado (2002),
hasta no hace mucho un secreto de Estado dado que el propio autor saco de
distribución esa producción generando mitos entre la cinefilia peruana, quien
la calificaba como película de culto. Está además una exposición fotográfica en
donde su alter ego, “Superchaco”, un superhéroe limeño, y un imitador de Miguel
Grau, héroe nacional, se alían para rescatar el Huáscar, barco capturado
durante la Guerra con Chile. Por su parte, Poggi es un personaje de culto. Si
hablamos de la cultura chicha, el psicólogo Poggi y la ex vedette Susy Diaz
deberían ser considerados sus embajadores oficiales. Los Alfa y omega es un
crossover entre Jesucristo y los OVNIS. Es decir; había leña para el serie B.
El hecho es que esta película genera cierto magnetismo. Resulta efectivo que
sea Poggi el que nos introduzca a este OVNI fílmico. Personalmente, siempre he
considerado al “loco” de la farándula peruana como alguien muy inteligente.
Entre esa marea de muletillas y looks extravagantes, manifestaba chispazos de
sabiduría. Era como tratar con una persona ilustrada vulnerada por el Alzheimer.
Alguien en su cabeza jugaba a prender y apagar la luz de la cordura. Pero en
esta ocasión a Poggi pocas veces le bajan el switch, alistando un terreno en
donde todo discurso absurdo sea mediado por un plano racional o incluso
espiritual.
La chucha perdida de los Incas inicia con la idea de que todos
tenemos un padre ausente y estamos en una continua búsqueda de este.
Obviamente, no es literal. Es psicoanálisis. Y aparece Poggi diciendo que todos
somos huérfanos de padre, huérfanos de esa imagen que forja nuestra moral. “Por
eso todos los presos son huérfanos de padre”; afirma. En consecuencia, me pongo
a pensar en frases como “somos huérfanos del Estado”, “la política es amoral”, “esos
malditos padres de la patria”. Son constantes del sentir pesimista de nuestra
localidad, peruanismos heredados. ¿Será que el peruano promedio es preso de ese
historial clínico social? Eso me hace reflexionar el Poggi sabio. De pronto, el
prejuicio de lo ridículo se disipa y lo miramos y atendemos de la manera que lo
hace el Huanchaco. Esto es serio. No quiero preguntarme si es impostación. Solo
me dejo llevar por la ficción, porque lo es por muy “documental” que sea el
modo en que se narran las cosas. La chucha perdida de los Incas en más
de un sentido es una película híbrida. La docuficción, ensayo o sátira, somos
vigilados por un creador abstracto o una civilización tecnológicamente superior.
Hay elementos del video arte, performance, improvisación. Es el idioma complejo
que expresa Fernando Gutierrez lo que hace sea estimulante su película. Claro
que no en un sentido de ir corriendo a inscribirse al próximo tour a Chilca
para avistar globos de Bugs Bunny, sino bajo la idea de que aquí hay evidencia
de un estilo fílmico propio, guiado por el fetiche y no por las convenciones.
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