lunes, 8 de mayo de 2023

La chucha perdida de los Incas

Mientras veo la última película de Fernando Gutierrez, a.k.a. Huanchaco, se me viene a la memoria Terremoto Santo (2017), un cortometraje brasileño que en resumen es una selección de temas musicales evangélicos siendo representados por sus cantores. Permítanme la cadena de regresiones. Y cuando vi dicho filme, recordé las películas propaganda de cultos religiosos procedentes de Estados Unidos, estos realizados entre la década de los 50 y los 70. Ahí está la muy entretenida The Believer’s Heaven (1977), en donde vemos los castigos que le aguardaban a los pecadores terrenales y el premio que obtendrían los fieles seguidores de la comunidad evangélica, película que ya hubiera querido tener la persuasión de la anterior mencionada. Pasa que mientras que la brasileña realizada por Benjamin de Burca y Bárbara Wagner empoderaba su apología religiosa desde una estética lírica que podría compararse a los video clips de Kanye West, la dirigida por Ron Ormond se convertía en un claro ejemplo sobre cómo el serie B a veces es materia de risas involuntarias. Es decir, uno te inclinaba a formarte tras las filas del evangelismo —así de efectivo es el lenguaje fílmico de esa película—, el otro y similares te convencían de que a veces uno preferiría irse al infierno que terminar siendo un payaso como los representados en esa ridícula fábula. Una indudable joya del cine excéntrico.

Entonces, a dónde quiero llegar con eso. Que veía La chucha perdida de los Incas (2019) y se gestaba en mí un consenso de sendos juicios. En efecto, parte del dictamen se debía a mis ideas preconcebidas. Huanchaco, Mario Poggi y los Alfa y omega en una misma producción; algo hilarante tendría que acontecer en esa película. De Huanchaco, sabemos que el artista gráfico realizó La amenaza del helado (2002), hasta no hace mucho un secreto de Estado dado que el propio autor saco de distribución esa producción generando mitos entre la cinefilia peruana, quien la calificaba como película de culto. Está además una exposición fotográfica en donde su alter ego, “Superchaco”, un superhéroe limeño, y un imitador de Miguel Grau, héroe nacional, se alían para rescatar el Huáscar, barco capturado durante la Guerra con Chile. Por su parte, Poggi es un personaje de culto. Si hablamos de la cultura chicha, el psicólogo Poggi y la ex vedette Susy Diaz deberían ser considerados sus embajadores oficiales. Los Alfa y omega es un crossover entre Jesucristo y los OVNIS. Es decir; había leña para el serie B. El hecho es que esta película genera cierto magnetismo. Resulta efectivo que sea Poggi el que nos introduzca a este OVNI fílmico. Personalmente, siempre he considerado al “loco” de la farándula peruana como alguien muy inteligente. Entre esa marea de muletillas y looks extravagantes, manifestaba chispazos de sabiduría. Era como tratar con una persona ilustrada vulnerada por el Alzheimer. Alguien en su cabeza jugaba a prender y apagar la luz de la cordura. Pero en esta ocasión a Poggi pocas veces le bajan el switch, alistando un terreno en donde todo discurso absurdo sea mediado por un plano racional o incluso espiritual.
La chucha perdida de los Incas inicia con la idea de que todos tenemos un padre ausente y estamos en una continua búsqueda de este. Obviamente, no es literal. Es psicoanálisis. Y aparece Poggi diciendo que todos somos huérfanos de padre, huérfanos de esa imagen que forja nuestra moral. “Por eso todos los presos son huérfanos de padre”; afirma. En consecuencia, me pongo a pensar en frases como “somos huérfanos del Estado”, “la política es amoral”, “esos malditos padres de la patria”. Son constantes del sentir pesimista de nuestra localidad, peruanismos heredados. ¿Será que el peruano promedio es preso de ese historial clínico social? Eso me hace reflexionar el Poggi sabio. De pronto, el prejuicio de lo ridículo se disipa y lo miramos y atendemos de la manera que lo hace el Huanchaco. Esto es serio. No quiero preguntarme si es impostación. Solo me dejo llevar por la ficción, porque lo es por muy “documental” que sea el modo en que se narran las cosas. La chucha perdida de los Incas en más de un sentido es una película híbrida. La docuficción, ensayo o sátira, somos vigilados por un creador abstracto o una civilización tecnológicamente superior. Hay elementos del video arte, performance, improvisación. Es el idioma complejo que expresa Fernando Gutierrez lo que hace sea estimulante su película. Claro que no en un sentido de ir corriendo a inscribirse al próximo tour a Chilca para avistar globos de Bugs Bunny, sino bajo la idea de que aquí hay evidencia de un estilo fílmico propio, guiado por el fetiche y no por las convenciones.

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