Alamar parece estar atrapado entre el cine de ficción y el documental. Con un escaso contenido de trama, esta película dirigida por Pedro González-Rubio se esfuerza por describir el mundo pictórico que comparten dos personajes, un padre y un hijo, ambos, rumbo a su separación. Alamar es el diario íntimo de dos personas que se despiden para, posiblemente, no volverse a ver. Más que una despedida paternal, es una despedida hacia la naturaleza, rumbo al cobijo de la modernidad.
Pedro González-Rubio realiza un papel entero de director, guionista, editor y fotografía en este, su primer largometraje de ficción. En una entrevista que se le dio en el Festival de Rotterdam (donde la película ganaría el Premio Tiger a la Mejor Película), González-Rubio declaró que sus personajes, Jorge y Natan, padre e hijo, eran personas reales, así como la historia de su separación. El director, afirmó que todos los actos realizados por Jorge y Natan en el arrecife de Banco Chinchorro, eran planes que se le iban comunicando con anticipación. Los viajes a las profundidades de un coral, las actividades de pesca o las caminatas entre los matorrales son de por sí reales.
En la introducción de Alamar, el inicio de la historia narra las razones por qué los padres de Natan decidieron separarse. Hay una separación producto de las naturalezas tan distintas que existe entre los padres: él, mexicano; ella, italiana. La decisión de los padres será que Natan se quedará a vivir a Italia junto a su madre. Los preparativos a un viaje rumbo al arrecife de Banco Chinchorro, en México, será el lugar donde padre e hijo se aislarán en medio de la naturaleza, rodeados de las aguas, siendo esta su despedida.
La despedida de Natan no solamente responde a un desprendimiento paternal, sino además, a su ruptura con la herencia mexicana, herencia que viene de las raíces mayas a la que pertenece Jorge. Hay un tercer personaje, “Matraca”, el padre de Jorge, abuelo de Natan. Estas tres generaciones reflejarán la armonía que existe entre el hombre-familia y la naturaleza. A pesar que Alamar está destinado al drama de la separación, no hay más que un instante donde el sufrimiento del distanciamiento se manifiesta. El resto, sin embargo, es una dinámica jubilosa, donde hasta el cocodrilo más salvaje resulta ser parte del decorado perfecto de un Edén.
El trabajo de fotografía que realiza González-Rubio es sorprendente. Los marcos escénicos parecen recordar los viajes que Werner Herzog realizó en sus ficciones-documentales, adentrándose al corazón de las tierras vírgenes de la Amazonía o a los gélidos glaciares de la Antártida. La presencia de los corales, la fauna silvestre, el sonido de la naturaleza, son patentes que otorgan una enorme estética a esta historia humana. Alamar es el lenguaje del beatus ille. Es la armonía que existente entre el hombre y la naturaleza, el vivir una vida apacible, donde los temores y los conflictos no tienen lugar dentro de la vida marítima.
Alamar es altamente pictórico. La naturaleza y el hombre conviven todo el tiempo. No hay momento en que exista uno sin el otro. Las experiencias de la vida de un pescador, fruto del oficio familiar de Jorge, es el medio de convivencia entre el hombre y su espacio, formándose uno solo. Alamar es sobre el amor y la naturaleza, en esta se refleja la tranquilidad y la libertad, estas no existentes dentro del mundo urbano como Italia, futuro hogar de Natan. Alamar es hacer una “reservación” en medio de las aguas, fuente de vida, lugar donde un pequeño niño ahogará los últimos rastros culturales de su padre, incluyéndolo a él mismo.
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