domingo, 5 de septiembre de 2010

Contracorriente

Aviso de spoilers. Se recomienda ver la película antes de dar lectura a la siguiente crítica.

La historia de amor entre una pareja de hombres, en algún lugar de la costa peruana, es la respuesta al título de la ópera prima de Javier Fuentes-León, ganadora al Premio del Público en el Festival de Sundance. Contracorriente es el testimonio de dos personas que van contra la tradición de un pueblo, sus costumbres y ritos. Contracorriente es la reflexión de dos hombres limitados por los prejuicios sociales, morales y religiosos, preexistentes en su realidad, pero más aún, dentro de sus propias conciencias.
Javier Fuentes-León describe el contexto (anónimo) como un pueblo conservador, religioso y lleno de creencias. A inicios de la película, todos los pobladores están unidos a una cadena de representaciones, que en contraparte, es la ilación de una red de prejuicios. Esto se detecta con la presencia de Santiago (Manolo Cardona), un joven pintor que tiene un corto tiempo de llevar establecido en el pueblo. Los rumores dicen que él es homosexual, y además, que no tiene fe de los ritos pueblerinos. Mediante estos comentarios, hay una diferencia entre el rumor y la afirmación, esto dando prueba de una subordinación a los prejuicios latentes del pueblo.

Santiago es víctima de una doble negación: el ser forastero y homosexual. La naturaleza de toda comunidad está unida a una tradición, frente a esto se sobreentiende un hermetismo; de que todos los “ajenos”, aún así sigan las costumbres del pueblo, tendrán un estigma que los identifique como extranjeros, víctimas de la subalternidad o marginación social. Santiago, al no seguir los cánones de la población, está destinado a una marginalidad en segundo grado. Muy a pesar, Javier Fuentes-León nos indica que existe una posibilidad de concebir las ideas más reaccionarias, dentro de las comunidades más obtusas.
Miguel (Cristian Mercado) y Santiago viven en secreto una relación. Lo que resulta ser más dramático es que Miguel está casado, y además, está a vísperas de convertirse en padre. En Contracorriente no existe un preámbulo sobre cómo se inicia la relación. Fuentes-León se limita a hurgar una historia sobre “cómo empezó el amor”; clásico en distintos dramas sobre triángulos amorosos. Miguel desde un comienzo lleva una relación extramatrimonial. Ver desde esta naturaleza dicha relación (la extramatrimonial), es fundamental. Los habitantes al ir sospechando la posible relación entre estos dos hombres, condenan la homosexualidad antes que la misma relación extramarital. Similar reacción se identifica en Mariela (Tatiana Astengo), la esposa de Miguel, que sufre al enterarse la supuesta “homosexualidad” de su marido. Todo el pueblo está manipulado por una mecánica machista, siendo, en gran parte, las mujeres quienes más se escandalizan.
Contracorriente puede ser dividido en tres momentos. Un primer instante describe la relación de los amantes furtivos, sobre los amores que Miguel y Santiago viven a espaldas de la población. Un segundo momento narra la manifestación del espectro de Santiago, la relación sin tapujos que lleva la pareja a “ojos ciegos” del pueblo, concluyendo esto con el retiro de la presencia fantasmal de Santiago y el retorno de Miguel a su vida “normal” (como padre, como esposo y como el poblador que era). El último suceso se inicia con el hallazgo del cuerpo de Santiago.
Es a través de estos momentos que los personajes de Contracorriente se verán evolucionando, cambiando sus formas de pensar o ver el mundo. El primer instante refleja a Miguel como una persona de doble vida: un hombre casado, un habitante más de un poblado costeño (establecido por sus costumbres machistas y religiosas) y, por otro lado, un hombre que lleva una relación extramatrimonial-homosexual (negando o contradiciendo su vida real). Dentro del cariño que Miguel siente por Santiago, su naturaleza como poblador lo obliga a razonar desde sus costumbres, desde su machismo, negando a aceptar así sus verdaderos sentimientos-deseos. Miguel se resiste a aceptar la relación homosexual que está ocurriendo. El viaje hacia una caverna apartada del poblado, es una excusa para no poder manifestar la nueva realidad que está afrentando, que inclusive desmiente cuando se encuentra a solas con Santiago.
Javier Fuentes-León, mediante un evento mágico-religioso, abre un segundo momento. Santiago al morir ahogado ha quedado en una especie de limbo. Ahora el único que podrá verlo es Miguel. Según los ritos populares de la trama, un alma perdida podrá ser liberada por la persona a quien más sea cercana, más claro decir, a quien más haya amado. El amor entre la pareja parece asomarse a un estado de pureza. Fuentes-León recurre a los eventos fantasmagóricos para dar prueba sobre la inmortalidad del amor, un estado puro, fuera de lo físico, acercado más a la “realidad”. En medio de la nada, lugar donde se encuentra Santiago, estará el amor para Miguel, al menos, hasta que el cuerpo de Santiago sea rescatado y pasado por un ritual para que así transite al lugar donde pertenece. Se va dando paso a la reflexión. Por un lado Santiago ha entendido que las costumbres del pueblo no eran habladurías, mientras que Miguel ha entendido que el amor verdadero no es retener u obsesionarse con el ser querido, sino dejarlo ir. Miguel, luego de haber callado al encontrar el cadáver de Santiago (este perdido en la inmensidad del mar), el alma decide ocultarse, y Miguel no tendrá que negarse.
El tercer momento es la prueba final del amor. Miguel, al enterarse que el cuerpo de Santiago ha sido encontrado, expondrá su “reputación” y la de su familia, un sacrificio que él tendrá que elegir, un medio para que el verdadero amor sea concretado. El cuerpo de Santiago representa la redención de Miguel, y además, la oportunidad de un pueblo de conciliar con lo que es, tradicionalmente, irreconciliable. La participación del cura del pueblo en el funeral de Santiago es clave. La figura de la iglesia no es castrante. No existe un juicio ultra-conservador, algo que en la mayoría de filmes se podría esperar de un padre de la iglesia. El final de Contracorriente es una mirada que pone en tela de juicio los prejuicios sexuales y tradicionales. Hay una posibilidad de redención en un sector de aquella población; muestra que siempre existirá un mundo desequilibrado, lleno de prejuicios, pero también de aceptación.
Javier Fuentes-León hace convivir y relacionar a dos mundos en contradicción. La misma dicotomía de un cadáver abandonado en medio de las aguas. El mar representado como fuente de vida, irónicamente aísla a un cuerpo sin vida, el cuerpo de un individuo que en vida luchaba “a contracorriente”. A inicio de la película las primeras escenas parecían predecir el futuro trágico de Santiago. Un cadáver soltado en medio del mar. Los muertos, aquellos que “no pertenecen al mundo de los vivos”, no tienen espacio dentro de la realidad, sino en el lado profundo de las aguas.
A diferencia de otras películas de temática homosexual, Contracorriente no materializa al agresor. Películas como Los muchachos no lloran (1999) o Brokeback Mountain (2005), la homosexualidad es condenada por un sujeto agresor, muy a diferencia de la ópera prima de Fuentes-León, que el principal agresor resulta ser la misma conciencia de los personajes en conflicto, una represión motivada por los límites sexuales o culturales.
La historia de Javier Fuentes-León es hasta la primera mitad ágil e ingeniosa. Las representaciones fantasmales como un tratamiento para replantear la conciencia de los personajes, es uno de los mayores atractivos dentro de esta película. Es a partir de la aparición del cadáver de Santiago que el curso de la historia parece debilitarse. La aparición de una familia adinerada, la esposa que se marcha y el enfrentamiento de Miguel a la sociedad, son rasgos que parecen apreciar un lado más dramático, no de acorde con la sutileza iniciada. Dentro de todo Contracorriente merece estar dentro de lo mejor del cine peruano en su historia y la actualidad.

1 comentario:

Cristina dijo...

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