El director Park Chan-Wook en referencia a su película sobre vampiros, Thirst (2009) – por obvias razones evitaremos llamarla Rito diabólico, titulado así en nuestro país – decía con ironía que era más que necesario que sus “chupasangres surcoreanos” tendrían que ser distintos a los vampiros occidentales, esto porque aquellos le temen al ajo, mientras que en Corea del Sur el ajo es considerado ingrediente base en casi todos los platos de comida, es decir, era absurdo ver a un surcoreano huir de dicha hortaliza. Lo cierto es que Thirst parece aparentarse al modelo, por ejemplo, del vampiro nórdico de Tomas Alfredson en Criatura de la noche (2008), un “drácula” que parece confrontar o hasta convivir su naturaleza instintiva junto a una conciencia humana, atrapado en medio de una maldición, una que para otros resulta ser más bien una bendición o hasta una salvación.
Park Chan-Wook es posiblemente el director mejor visto en Corea del Sur, país que tras la última década es referencia vital en el Cine Contemporáneo. Su más famosa obra es su “Trilogía de la venganza”: Simpatía por el Señor Venganza (2002), Old boy (2003) y Simpatía por Lady Venganza (2005); tres historias formidables, una más sorprendente que la otra. Las historias de Park Chan-Wook, en su mayoría realistas, están contagiadas de una dinámica de lo imposible, lo absurdo, de la coincidencia, es el encadenamiento de una serie de sucesos que parte de una repentina tragedia del protagonista principal para luego resolver una tragedia aún mayor. El cine del surcoreano habla sobre la moralidad a través de la inmoralidad. Los personajes de sus historias son las personas más buenas de la ciudad, sin embargo terminan por ser las más perversas y viscerales. Park Chan-Wook observa la esencia humana provista desde su dualidad sujetada entre el bien y el mal, ambos tomados desde sus extremos, y Thirst no es un caso ajeno.
Sang-hyun (Song Kang-ho) pasa de ser un sacerdote a ser un vampiro, de vestir el oscuro hábito de la religiosidad a vestir una simbólica capa negra heredada por la descendencia vampírica. Thirst cuenta la historia de cómo el modelo del bien se corrompe, peca, duda, es cínico, pasional, violento y sanguinario. La película urge observar el lado irónico de las cosas, sobre cómo el acto más puro de la caridad – una acción de por sí desinteresada – mancilla hasta el corazón más sano y casto para convertirlo en un ser interesado, egoísta, pasando de la vida llena de sacrificios a sacrificar a los demás para vivir, de beber desde una copa concedida la sangre de Jesucristo a beber la de su propio prójimo la cual arrebata a hurtadillas. Park Chan-Wook habla sobre el quiebre de la moral a manos de un sujeto que fue bondadoso, ahora sediento de sangre, ingeniando excusas para calmar su sed, creando culpables o posibles donantes que “fuera del coma no dudarían en brindarle el líquido que nace de sus venas”, dice.
Thirst es también el despertar de los deseos dormitados, aquellos que solo el comportamiento instintivo de un vampiro los impulsa como también los motiva. Por un lado Sang-hyun se alimenta a costas de los demás, pero también su lado asesino y el deseo carnal despiertan en él. Es frente a esto que Park Chan-Wook aprovecha para manifestar ese lado escatológico que pronuncia las escenas violentas y los encuentros sexuales entre el sacerdote y su amante, una manía similar a la que usa por ejemplo su compatriota Kim Ki-Duk (Bad guy, 2001). Thirst no escatima en relucir el sexo pueril y retorcido al graficar el intercambio de besos en las zonas donde nacen las secreciones corporales, en medio de la muerte, en los charcos de sangre. Los comportamientos vampíricos de pronto se convierten en una alegoría a lo grotesco. Desde este sentido el filme retoma alguno de los principios de la fama del vampiro occidental, el instinto asesino y el sexual cogidos de la mano, sin embargo es desde el lado de la víctima que al vampiro se le impone un sentimiento impropio, el del bienhechor, el del poder mesiánico. La maldición o la enfermedad vista como un medio de salvación a la congoja de otros, bien sanando la deficiencia de un anciano cura o resolviendo los deseos de venganza de una humillada esposa.
Los personajes de Thirst son crápulas, sean vampiros o no. Park Chan-Wook hace memoria de los protagonistas de sus anteriores filmes, los “otros santos”, los de alma caritativa, aquellos que a raíz de tragedias ajenas crearon su propia tragedia, una mayor, concibiendo malas costumbres, despertando conflictos y defectos que dialogan con el cinismo hasta hacer pacto con la perversión. Thirst sabe localizarse en una ciudad en tinieblas, entre lo baldío, en medio de casas y espesas nubes que flotan en la superficie de una laguna. Park Chan-Wook nos seduce mediante los sucesos surrealistas y algunas apariciones fantasmagóricas, el suceso ingenioso de sus acciones, la composición sinfónica que evoca el sentimiento gótico y siniestro, sin embargo es a partir de un hecho en específico en que la película decae. Thirst tranquilamente hubiera hallado un desenlace antes de los 90 minutos, muy a pesar el director parece haberse obsesionado con el tema del melodrama que apunta más a un conflicto de alcoba. A esto le siguen una apresurada escena por resolver un crimen y la redención del maldecido.
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