jueves, 17 de mayo de 2012

Shame

Ante todo, Shame (2011) no es un filme erótico. Sí, un acercamiento al carácter pornográfico, que exactamente no busca el estancamiento de lo obsceno, sino la necesidad de graficar y visualizar en detalle la imagen, tanto del sexo como de la sexualidad, visto a través de primeros planos, de movimientos sinuosos que simulan el contacto frenético de los cuerpos en medio del acto, la degradación del fondo de la imagen que solo se concentra en aclarar la gestualidad del clímax e incluso del anti-climax. El director Steven McQueen hace representación de un filme ajeno al erotismo, un comportamiento que se cobija dentro de las fases del deseo, que no es nada más que un preámbulo al querer y que en nivel superior se conoce como el amar. Brandon (Michael Fassbender) es un intruso de lo erótico, insensible y mecánico cuando de practicar o necesitar de la sexualidad se trata. Fuera del tema; Brandon es un hombre de éxito, organizado, sensible, racional, un personaje natural, un tipo que incluso sabe ruborizarse.

American psycho (2000), basado en la perturbadora novela de Bret Easton Ellis, narra la historia de un yuppie inmerso en el placer de la matanza. Es la rutina insaciable de un sujeto materialista que ha encontrado en su perfil sádico y asesino, su nueva obsesión, aquello que lo endiosa al tener el poder de degradar el valor de lo físicamente humano. En un perfil menos perverso, Wall Street (1987) es la imagen de un yuppie en ascenso en manos de la avaricia. Es el relato voraz y codicioso de la obsesión de poder, en este caso, monetario. Shame es, por otro lado, la desviación y obsesión hacia lo sexual. La necesidad de consumo de revistas, videos, citas sexuales, manías incontrolables que el personaje de Brandon, también un yuppie, ha mudado en todos sus ámbitos: hogar, trabajo, lugares públicos. McQueen nos muestra a un hombre que no programa horarios de masturbación o consumo de pornografía. Desde este sentido, este filme inglés es el ejercicio desvergonzado de un personaje que, a pesar de moverse dentro de un círculo de amigos también sedientos de lujuria, rebaza el límite de lo “socialmente” permitido.

Brandon es calificado como un virus informático, uno letal. Infestado, enfermizo de aquello que lo ha sometido. Los encuentros sexuales del personaje de Fassbender no son manifestaciones erógenas o impulsos eróticos. La cámara es vigilante tan solo de cómo los cuerpos en principio se encuentran y descubren su desnudez para que seguido de eso se produzca el acto sexual o, incluso, se salte estas mismas escenas. En Shame no existen indicios de sensualidad, toqueteos o alguna especie de preámbulos que son signos o señales de placer. Brandon es un adicto, un estado anímico que ha espantado por completo al placer para albergarse hacia la necesidad. El sexo y sus derivados son una necesidad para Brandon, como lo es la bebida para un alcohólico. Solo existe una escena en que este personaje ha intentado recurrir al rito de la sensualidad, la misma que rato más tarde vemos a este mismo derrotado, incapaz de continuar con algo que lo desmotiva y que lo conduce hacia la ruta de la satisfacción por conectarse con otro cuerpo. Brandon, más que huir de la formalidad, huye del afecto, algo que incluso se resiste a compartir con sus más cercanos.

La aparición de Sissy (Carey Mulligan), hermana de Brandon, es el nuevo sentido que toma el filme y que replantea además la personalidad de Brandon, uno que en principio es abrumado por una serie de comportamientos enfermizos. Esto sucede a inicios del filme y es el primer error que comete McQueen; el de crear a una paria, un ser repulsivo y grotesco hasta el punto de hostigar, no por el hecho de que pueda resultar amoral –algo que poco debería importar en este tipo de película –, sino porque estigmatiza de forma apresurada y “falsa”. Prueba de esto es la llegada de Sissy, y entonces el hombre sexualmente perverso, es un buen hermano, sensible a la plegaria femenina, tolerante a los abusos de confianza de su visitante que ha terminado por irrumpir su rutina, la que obviamente implica el avistamiento de su desorden sexual. La presencia de Sissy es la luz que descubre el otro lado del rostro de Brendan, uno que llora, que te abraza y que se avergüenza de sus propios actos. Lo que para Sissy es descubrir un lado hilarante de su hermano, para Brendan es verse descubierto de algo que realmente le apena. Ser como es.

Shame se hunde bajo su propio discurso al encaminarse al tema de la redención. ¿Qué es caminar en un lugar descampado bajo la lluvia y llorar hasta caer de rodillas? Brendan, que a inicios se asomaba como un ser descomunal, es nada más que otro adicto, posiblemente, con deseos de sanarse. Uno que al observar cómo la tragedia ha tocado a su puerta, se retuerce y baja la cabeza. Steven McQueen manifiesta un filme que se encamina al retrato sombrío de una debilidad, pero que finalmente termina por ser un discurso escindido, frustrado por la moralidad que de pronto el personaje sostiene. A mediados del filme, Brandon se conmovía al escuchar una versión melancólica de la triunfal New York, New York; eso entonces eran indicios. Lo que más adelante se da, son hechos, aquellos que confirman, tanto a Brandon como a Sissy, como personajes que han compartido conflictos familiares, seres indispuestos a amar o establecer una relación. Efectivamente, Shame no tiene tabú en representar la sexualidad, existen logradas escenas como el canto de Sissy, la necesidad de no confundir la sexualidad con el erotismo, la contextualización – Manhattan como la ciudad mecánica y degradada –, actuaciones a mencionar, pero, en general, no es la gran película que las reseñas mencionan. Es defectuosa y bipolar, y obviamente sobrevalorada gracias a Michael Fassbenber.

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