Ante todo, Shame (2011) no es un filme erótico. Sí,
un acercamiento al carácter pornográfico, que exactamente no busca el
estancamiento de lo obsceno, sino la necesidad de graficar y visualizar en
detalle la imagen, tanto del sexo como de la sexualidad, visto a través de
primeros planos, de movimientos sinuosos que simulan el contacto frenético de
los cuerpos en medio del acto, la degradación del fondo de la imagen que solo
se concentra en aclarar la gestualidad del clímax e incluso del anti-climax. El
director Steven McQueen hace representación de un filme ajeno al erotismo, un
comportamiento que se cobija dentro de las fases del deseo, que no es nada más
que un preámbulo al querer y que en nivel superior se conoce como el amar.
Brandon (Michael Fassbender) es un intruso de lo erótico, insensible y mecánico
cuando de practicar o necesitar de la sexualidad se trata. Fuera del tema;
Brandon es un hombre de éxito, organizado, sensible, racional, un personaje
natural, un tipo que incluso sabe ruborizarse.
American psycho (2000), basado en la perturbadora novela de Bret Easton
Ellis, narra la historia de un yuppie inmerso en el placer de la matanza. Es la
rutina insaciable de un sujeto materialista que ha encontrado en su perfil
sádico y asesino, su nueva obsesión, aquello que lo endiosa al tener el poder
de degradar el valor de lo físicamente humano. En un perfil menos perverso, Wall Street (1987) es la imagen de un
yuppie en ascenso en manos de la avaricia. Es el relato voraz y codicioso de la
obsesión de poder, en este caso, monetario. Shame
es, por otro lado, la desviación y obsesión hacia lo sexual. La necesidad de
consumo de revistas, videos, citas sexuales, manías incontrolables que el
personaje de Brandon, también un yuppie, ha mudado en todos sus ámbitos: hogar,
trabajo, lugares públicos. McQueen nos muestra a un hombre que no programa
horarios de masturbación o consumo de pornografía. Desde este sentido, este
filme inglés es el ejercicio desvergonzado de un personaje que, a pesar de
moverse dentro de un círculo de amigos también sedientos de lujuria, rebaza el
límite de lo “socialmente” permitido.
Brandon es calificado
como un virus informático, uno letal. Infestado, enfermizo de aquello que lo ha
sometido. Los encuentros sexuales del personaje de Fassbender no son
manifestaciones erógenas o impulsos eróticos. La cámara es vigilante tan solo de cómo los cuerpos en principio se encuentran y descubren su desnudez para que
seguido de eso se produzca el acto sexual o, incluso, se salte estas mismas
escenas. En Shame no existen indicios
de sensualidad, toqueteos o alguna especie de preámbulos que son signos o
señales de placer. Brandon es un adicto, un estado anímico que ha espantado por
completo al placer para albergarse hacia la necesidad. El sexo y sus derivados
son una necesidad para Brandon, como lo es la bebida para un alcohólico. Solo
existe una escena en que este personaje ha intentado recurrir al rito de la
sensualidad, la misma que rato más tarde vemos a este mismo derrotado, incapaz
de continuar con algo que lo desmotiva y que lo conduce hacia la ruta de la
satisfacción por conectarse con otro cuerpo. Brandon, más que huir de la
formalidad, huye del afecto, algo que incluso se resiste a compartir con sus
más cercanos.
La aparición de Sissy (Carey
Mulligan), hermana de Brandon, es el nuevo sentido que toma el filme y que
replantea además la personalidad de Brandon, uno que en principio es abrumado
por una serie de comportamientos enfermizos. Esto sucede a inicios del filme y
es el primer error que comete McQueen; el de crear a una paria, un ser
repulsivo y grotesco hasta el punto de hostigar, no por el hecho de que pueda
resultar amoral –algo que poco debería importar en este tipo de película –,
sino porque estigmatiza de forma apresurada y “falsa”. Prueba de esto es la
llegada de Sissy, y entonces el hombre sexualmente perverso, es un buen
hermano, sensible a la plegaria femenina, tolerante a los abusos de confianza
de su visitante que ha terminado por irrumpir su rutina, la que obviamente
implica el avistamiento de su desorden sexual. La presencia de Sissy es la luz
que descubre el otro lado del rostro de Brendan, uno que llora, que te abraza y
que se avergüenza de sus propios actos. Lo que para Sissy es descubrir un lado
hilarante de su hermano, para Brendan es verse descubierto de algo que
realmente le apena. Ser como es.
Shame se hunde bajo su propio discurso al encaminarse al tema de la redención.
¿Qué es caminar en un lugar descampado bajo la lluvia y llorar hasta caer de
rodillas? Brendan, que a inicios se asomaba como un ser descomunal, es nada más
que otro adicto, posiblemente, con deseos de sanarse. Uno que al observar cómo
la tragedia ha tocado a su puerta, se retuerce y baja la cabeza. Steven McQueen
manifiesta un filme que se encamina al retrato sombrío de una debilidad, pero
que finalmente termina por ser un discurso escindido, frustrado por la
moralidad que de pronto el personaje sostiene. A mediados del filme, Brandon se
conmovía al escuchar una versión melancólica de la triunfal New York, New York; eso entonces eran
indicios. Lo que más adelante se da, son hechos, aquellos que confirman, tanto
a Brandon como a Sissy, como personajes que han compartido conflictos
familiares, seres indispuestos a amar o establecer una relación. Efectivamente,
Shame no tiene tabú en representar la
sexualidad, existen logradas escenas como el canto de Sissy, la necesidad de no
confundir la sexualidad con el erotismo, la contextualización – Manhattan como
la ciudad mecánica y degradada –, actuaciones a mencionar, pero, en general, no
es la gran película que las reseñas mencionan. Es defectuosa y bipolar, y
obviamente sobrevalorada gracias a Michael Fassbenber.
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