viernes, 19 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Costa Dulce

El relato narrado por un grupo de habitantes sobre una posible riqueza histórica extraviada en algún lugar del terruño paraguayo, da como primera impresión de que nos estamos introduciendo a lo que sería un filme documental. Costa Dulce (2013), sin embargo, se prevalecerá de esta suerte de prólogo para darle protagonismo a un tipo de discurso que además de ser frecuente, será fundamental durante el largo de esta ficción. El director Enrique Collar asiste a las dinámicas de la oralidad no solamente a fin de fundar la premisa de su historia, sino también como un medio para generar inquietud. David (Christian Riveros), un joven forastero que ha llegado al poblado de Costa Dulce contratado como celador provisional de una casa, a medida que va fraternizando con la rutina de sus nuevos vecinos va siendo testigo de una serie de cuentos sobre tesoros perdidos, almas en purgatorio, buscadores desaparecidos y pistas inacabadas. Esto va seduciendo al muchacho. Lo va obsesionando.
Como en el cine de Apichatpong Weerasethakul, Costa Dulce por un lado retrata a comunidades preservando sus creencias sobrenaturales, sucesos que abordan el realismo mágico y que además forman parte de su cotidiano. Hay un profundo respeto por el lenguaje de la oralidad y, en contraparte, hay un ajusticiamiento contra los que no hacen caso a dicha normativa. Es dicho desequilibrio el que genera David. El extraño que se va dejando arrastrar por la oralidad no por fervor al misticismo, sino por pura morbosa curiosidad. Como el Humphrey Bogart en El tesoro de Sierra Madre (1948), David irá cediendo a la codicia. Su lectura a las revelaciones fantasmales será cada vez más maligna. La oralidad de esta forma se convierte en cómplice del drama. Enrique Collar no solo la usa a fin de fundar una historia en base a la leyenda de un tesoro, sino también es la que provoca la confusión sacando a flote el lado perverso en algunos, a pesar de que emerge buenos hábitos en otros.

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