lunes, 22 de febrero de 2016

Festival de Berlin: Toro

Una cadena de prejuicios se manifiesta a los primeros minutos de Toro (2015). En un principio, la nueva película del joven director Martin Hawie apunta a ciertos antecedentes reciclados que devienen tanto del cine europeo como de la industria en Hollywood. En primera instancia se asoma el tema de la migración, trasfondo tan redundante dentro del circuito de los festivales en el “viejo continente”. A este se interpone una cuota equivalente al “sueño americano”, en referencia a personajes marginales que intentan sobrellevar su estigma de subalternidad en base a alguna práctica que los estimule y empuje hacia el optimismo (o la redención). Los precedentes en el filme de Hawie son claros, sin embargo, sus intenciones son totalmente distintas. Existe una cuota de originalidad que lo absuelve de una argumentación trivial.
Toro (Paul Wollin) y Víctor (Miguel Dagger) son dos grandes amigos y migrantes residiendo desde hace años en Alemania. Por lo resto, uno es totalmente distinto al otro. Mientras que Toro es entrenador de boxeo, Víctor se inunda cada vez más en las drogas. Mientras Toro va ahorrando para sus sueños, Víctor se van endeudando producto de sus vicios. El lazo que existe entre ellos, sin embargo, parece inquebrantable. Por otro lado, está claro que Toro simula ser el sostén en dicha relación amical, la misma que penderá de un hilo para cuando Víctor pise fondo. A la referencia del boxeo, se me viene a la mente una película como The fighter (2010), de David O. Russell, en donde un hombre tendrá que cargar con los tropiezos de su hermano. Continuar con dicha rutina implicaría poner en riesgo las aspiraciones del primero. Esto se plantea también en Toro, muy a pesar, la reacción del protagonista principal se manifiesta a línea del estado anímico que el director de esta película viene tejiendo.

Toro se perfila a ser un drama sombrío y depresivo. El filme despliega un estado de incertidumbre y ansiedad a través, por ejemplo, de la musculatura tensa y monocromática que su protagonista contagia. A propósito de eso, la fotografía en blanco y negro predice un ambiente carcomido por los bajos fondos. Las locaciones de esta historia se sortean entre bares, cuartuchos y espacios abandonados; son lugares que invitan a la degradación. Toro está en medio de todo esto. Su optimismo, sin embargo, insiste en mantenerse al margen. Él sobrelleva los percances que se presentan en su rutina, sea trabajando como escort sexual al servicio de mujeres o tolerando los tropiezos que pudiera generarle su amigo. En respuesta a esto, se va manifestando los primeros síntomas de un personaje reprimido. De pronto los silencios que vienen de Toro son significativos. El golpe agresivo que aplica a un saco de boxeo, ¿es hábito de entrenamiento o represión? ¿Qué significado tiene una primera visita a una capilla? ¿Existe una culpa o es solo simple reclusión?
Martin Hawie realiza un filme que pone al descubierto a un individuo impredecible. Lo que parecía ser la historia de un hombre intentando cumplir un sueño personal, se torna a la historia sobre el desmoronamiento de una integridad que, en cierta forma, nada tiene que ver con las premisas iniciales. Ni el boxeo ni el tema de la migración son medulares para este filme, sino, meras excusas que abren paso a un personaje que será abatido por sus propios prejuicios. Sin darnos cuenta, el protagonista de esta película ha sido víctima de una lucha interna que, para el final de su historia, logrará despedir con ira desmedida. Si bien sus sueños se vieran cumplidos, la derrota de Toro es clara, y frente a esto, no habrá carga de culpa o búsqueda de alguna redención.

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