domingo, 5 de agosto de 2018

22 Festival de Lima: Las buenas maneras (Competencia Ficción)

En la escena en donde Jack Torrance ingresa a la habitación 237, el diseño artístico cambia a una geometría en tonos pasteles. Stanley Kubrick parece hacer una alegoría a los cuentos de hadas, en donde brujas atraen a sus víctimas en base a apariencias, desde físicas como contextuales. Son bajo esos rasgos que se construye el ambiente de la primera parte de Las buenas maneras (2017), que de paso es lo mejor de la película. Los directores Marco Dutra y Juliana Rojas se alían una vez más desde su estupenda Trabajar cansa (2011) y desarrollan una historia que también desequilibra lo cotidiano, a propósito de una proximidad fantástica. Ana (Marjorie Estiano) contrata a Clara (Isabel Zuaa) para que sea la niñera de su primogénito por nacer. Rasgos ordinarios se perciben: la eterna brecha económica que separa a las mujeres y sus respectivos mundos, la parquedad de la enfermera, la soledad de la embarazada, y la cordialidad y complicidad que se va gestando entre ellas.
Así como en Trabajar cansa, la extrañeza de algo, que ya se anticipaba mediante su atmósfera, irrumpe el escenario. Clara se da cuenta que la normalidad de su empleadora termina en las noches en que la luna va tomando protagonismo. Las buenas maneras se apropia del folklore gótico y la asienta en una ciudad modernista. Lo cierto es que aquí el “terror” no se echa a andar desvergonzadamente por las afueras, como sucede en la segunda mitad de la clásica Un hombre lobo americano en Londres (1981). Dutra y Rojas crean una historia sobre un monstruo en la alcoba. Nadie sabe de su existencia, y qué decir de su origen. Y eso es lo que hace estimar la primera parte de Las buenas maneras. Suceden cosas, hay evidencias, y mientras no se manifieste esa anormalidad que está incubando la madre, los efectos serán inquietantes. Esa alarma, obviamente, se enciende en Clara, quien toma apunte y formula hipótesis.
Ya cuando se manifieste el monstruo, la película no plantea novedad. Seguirá esa presencia fantástica en la alcoba, sin embargo, está claro que no por mucho tiempo. En esta sección, el filme hace un recorrido que se siente predecible y, por tanto, largo. Las buenas maneras decrece su interés también a causa de su dosis cursi, la que gesta el nuevo rol de Clara, que a su vez provoca una nueva personalidad que hace contraste con la que notábamos a inicio de la historia. Por entonces, la parquedad convertía a este personaje en otra incógnita, la cual sugería una mezcla de ternura y sensualidad, como la que gestaba Ana. No en vano las secuencias en que las mujeres fortalecen su vínculo de relación son logradas, sin caer en lo pueril o gratuito. Por esta, además de otras razones que acontecen en la primera parte, es que Las buenas maneras, en general, es una película que se aprecia. A seguir lo próximo de Marco Dutra y Juliana Rojas.

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