domingo, 5 de agosto de 2018

22 Festival de Lima: Teatro de guerra (Competencia Documental)

Un interesante ejercicio que busca reactivar la memoria y de paso liberar ciertos demonios. La directora Lola Arias convoca a veteranos de la Guerra de las Malvinas. Británicos y argentinos, que oscilan la base cuatro y cinco, se reúnen y comparten sus experiencias. El recuerdo de cada uno va construyendo un pronunciamiento colectivo. Escenas en el campo de batalla que quedaron tatuadas en su memoria, marcas (físicas y mentales) que el conflicto les dejó, resúmenes de lo que fue de ellos tras el fin del enfrentamiento, son algunas de las declaraciones compartidas por los ex soldados. Muchas de estas serán representadas en una puesta en escena, lo que nos lleva a pensar en una similar propuesta empleada por Joshua Oppenheimer, expuestas en The act of killing (2012) o The look ofsilence (2014), con el fin de dar una versión más palmaria y –por el propio tema de la guerra– cruda, y que además coquetea con la ficción.
Los protagonistas de este documental van soltando sus recuerdos mediante una representación que da la impresión de ser un ensayo o casting. Arias estimula esta idea mediante el descubrimiento del plató y la intromisión del equipo técnico. Queda en evidencia un montaje; tal vez un acto consciente de que lo teatralizado no se asiente o identifique del todo dentro del territorio de la ficción. Teatro de guerra está en una especie de limbo. Los ex soldados por momentos gozan de una libertad de expresión, y en otros siguen instrucciones. La entrevista y el teatro se ven intercalados, y repentinamente se definen como uno solo. Arias empuja a que se cumpla con un guion, pero no restringe del todo la espontaneidad de sus emisores, y esto se hace indiscutible mediante un incentivo.

Teatro de guerra (2018) es una puesta que estimula la dialéctica y la convivencia entre los protagonistas. Si Oppenheimer hacía un retrato aparte para cada bando, Arias reúne a los dos bandos. Enemigos de un hecho “en pendiente” se ven las caras, se reconocen e interactúan. Se emprende así un experimento inquietante: ¿qué pasaría si los juntamos en otra circunstancia? La prueba manifiesta una resultante opuesta a una situación de guerra. El documental se inclina a una experiencia que se perfila a la camaradería. Ausentes son los resentimientos, a pesar de que hay evidencia de posturas contrarias. Existe una diferencia ideológica y cultural, pero, muy por encima, el gesto humano domina a estos hombres, y esto se reduce a que todos comparten el mismo drama, el de la eterna convivencia con una memoria dolorosa.
La interacción con el otro bando resulta para los ex soldados una oportunidad para sanar o aliviar. La película de Lola Arias parece buscar la reconciliación entre estos dos grupos a partir de la identificación de emociones, y la forma de lograr eso es a partir de la dialéctica y la representación. Británicos y argentinos conversan, intercambian información cotidiana hasta la emparentada con la guerra. El diálogo como medio para romper el hielo, y de paso los complejos. Seguido, la actuación de la memoria ajena. Argentinos narran y representan sus memorias, mientras tanto, los británicos colaboran en la puesta; y viceversa. En Teatro de guerra vemos a dos bandos compenetrándose, aproximándose al drama de sus “otros”. La barra idiomática, literalmente, es tumbada. Todos parecen hablar un mismo idioma, manejar (o apoderarse) un mismo recuerdo, como, por ejemplo, el representado en la escena final; lo mejor del filme.

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