lunes, 5 de julio de 2021

4 Frontera Sur: El piso del viento (Iluminaciones)

Hasta el 14 de julio va la cuarta edición de Frontera Sur, festival internacional de cine de no-ficción. Su programación podrá verse de forma gratuita en su web desde Chile y gran parte de ella en toda Latinoamérica. Solo tienen que registrarse previamente.

La casa familiar en el cine de Andrei Tarkovsky es escenario esencial en las escenas de sueños. En estos siempre se ven los hogares de la infancia, ese primer terruño en donde los protagonistas construyeron sus emociones y temores que rebrotarán en su tiempo de adultos. Incluso, fuera del ámbito de los sueños, las casas de estos protagonistas tienen algo o mucho de su domicilio primigenio. En una escena de Solaris (1972), un veterano astronauta llega a la morada de un amigo suyo y queda fascinado por el hogar de este último. El dueño confiesa que hizo una copia exacta de la casa de su abuelo. Aunque no lo menciona, es seguro que el árbol a las afueras del lugar también fue plantado adrede para emular con mayor proximidad ese escenario que abraza con nostalgia. Al margen de la abstracción que provoca el cine de Tarkovsky, sus historias también se valoran a partir de los conceptos universales que confirman el fuerte vínculo que existe entre la humanidad y sus recuerdos, ello estimulado mediante la arquitectura, la naturaleza o elementos que sus personajes perciben en su presente o rescatan en sus momentos de sueño, que no es más que una fuga recurrente hacia su pasado.

El piso del viento (2021) coincide en ese pensamiento sin escalar a un punto alto de la abstracción. Los directores Gustavo Fontán y Gloria Peirano convocan a un grupo de personas para que ingresen a un piso deshabitado con el fin de poner al descubierto esa perspectiva que relaciona a estas personas de criterios, rutinas y generaciones distintas. Estos juegan a ser los inquilinos interesados en un territorio que nunca habían visto, pero por alguna razón les recuerda a sus territorios, sea los actuales o los de la infancia. Por paradójico que suene, esas paredes blancas con áreas vacías están llenas de recuerdos de personas que nunca habían estado en ese lugar. Es como el retirado astronauta de Solaris que llega por primera vez a un hogar que lo reconforta. ¿Es que ha percibido algo familiar en esa casa o es solo su deseo recurrente de recordar? Los personajes de El piso del viento tendrán antecedentes o apreciaciones distantes, sin embargo, todos en algún momento citan al pasado. Ellos, en algún punto de su recorrido en esas habitaciones, miden su valoración en base a sus precedentes, razonan empíricamente, hacen regresiones de manera automática, están en un punto lejano, pero se acuerdan de Buenos Aires o del hogar de la abuela.
Ahora, por qué no, esta película puede ser evaluada también como una experiencia abstracta a propósito de su exhortación lírica. Tenemos pues a este grupo de personas que ingresan a un lugar vacío e imaginan ver trazos que “no están”. Ellos miran coincidencias que lucen forzadas para una mirada ajena, siendo algunas visiones o proyecciones más complejas y profundas que otras. Esto podría ser equivalente al ejercicio de un sujeto ingresando a una galería de arte, observando lienzos que interpreta en base a su sensibilidad, que no es más que un condensado de sus vivencias previas, una selección de recuerdos que valora y añora. Claro que, a diferencia de una pintura o escultura, aquí estamos tratando con una construcción más universal, algo que por cierto no intimida a que los protagonistas compartan sus impresiones o pensamientos. Gustavo Fontán y Gloria Peirano, salvo por ciertas ocasiones, no se esfuerzan por guiar a sus invitados a que opinen sobre ese “cuadro vacío” con total libertad. Sucede que todos hemos estado vinculados en algún momento a un hogar. Es decir; todos somos expertos en la materia cuando se trata de opinar sobre nuestro lugar de procedencia, nuestros recuerdos, sean buenos o malos.

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