viernes, 3 de septiembre de 2021

5 AricaDoc: A Man and a Camera (Largometrajes)

El “hombre cámara” está aburrido. Este Dziga Vértov del presente camina sin propósito en esta realidad en donde lo digital parece haberlo filmado “casi” todo. Busca, observa y no encuentra respuesta. Así hasta que halla la inspiración/motivación en alguien. Es en esta toma, en donde una niña reacciona ante la cámara, en que no solo se fabrica a un espectador, sino que además el cine o el registro fílmico toma sentido. Empieza entonces una nueva aventura. En A Man and a Camera (2021), el director Guido Hendrikx toma una cámara, toca las puertas de un barrio neerlandés y no deja de grabar el recibimiento de los desconocidos que reaccionan de distintas maneras, pero siempre extrañados. Es una interacción entre extravagante y embarazosa, pero alguien tiene que hacerlo en fe de, posiblemente, crear un comparativo entre la reacción del espectador de hoy y del espectador de hace cien años. De pronto, lo digital parece haber devaluado la presencia de la cámara, artefacto habitual del que ahora muchos no tienen interés de posar ante este. Lo que antes era un medio de entretenimiento, hoy es una herramienta de intromisión. Algo tendrá que ver los reality shows.

Vemos así en la introducción de esta experiencia ciertos momentos de incomodidad. Es el encuentro entre el hombre cámara y los espectadores que exigen de spoilers: ¿Para qué es esto?, ¿Es un experimento?, ¿Puedes hablar? Son una serie de preguntas o cuestionamientos en exigencia de un contenido, esa reacción habitual cuando nos referimos a todo aquello que es registrado por una cámara. Hay espectadores que ríen, otros que quedan estáticos y los que obviamente se molestan. Pero el público es variado. Es así como van naciendo los espectadores curiosos, aquellos que no solo deciden ser parte del experimento, sino que además reconocen esa dinámica vital que se gesta cuando “algo” está frente a un lente. Como jugando, A Man and a Camera nos enseña cómo es que el cine nos ha adiestrado a que nos convertimos en protagonistas al ser grabados. El espectador, que reconoce a la cámara como artefacto que fabrica entretenimiento, al verse enfocado, asume su condición pasiva, el de ser parte de una historia que el protagoniza y, por tanto, tendrá que dar sentido. Aquí no se trata de hacer trucos de magia o representar un guion inspirado en alguna lectura literaria, estamos hablando de un acto de improvisación incipiente.

Han pasado más de cien años y nos percatamos que, a pesar de que la era digital ha devaluado el valor de la cámara ante la proliferación de estas, todavía se preserva esa fascinación por ser parte de la ficción; el ser registrados, tal vez, por el simple deseo de ser perdurables. No es gratuito que uno de los espectadores que asume su condición de protagonista de esa película, sea también un director aficionado que confiesa tener muchos videos caseros. Definitivamente, estamos tratando con alguien que estima el poder de la memoria y la preservación del cine. Desde su perspectiva, el ser registrado es equivalente a ser perdurable. Sin esperarlo, Hendrikx encuentra a un “colega”, alguien que comprende su mutismo, ese rol que asume para no agredir a la ficción o realidad fabricada o improvisada que, ciertamente, va asumiendo a hasta cierto punto un acto de naturalidad. La improvisación deja de ser, para así abrirse una rutina o cotidianidad. Estamos hablando entonces ya no del cine de los hermanos Lumiere, sino el de Vértov: la cámara ojo o que es invisible ante los protagonistas.

A Man and a Camera asume los principios de ese cine documental, el que registra a un público deseoso de ser parte de la fantasía, pero que poco a poco va diluyéndose ese énfasis dado que el director y su cámara deciden camuflarse como parte del cotidiano. Lo que hace Guido Hendrikx es lo que han emprendido Vértov, Edgar Morín o los hermanos Maysles, al introducirse a una realidad ajena y habituarse lo suficiente para hallar esa naturalidad que buscaban esos directores de una corriente distinta a un documental convencional. Es atrapar a los protagonistas en sus momentos más rutinarios, por ejemplo, llevando al colegio a su nieto. Gran cierre que en lugar de abrupto es el broche que pone en evidencia la búsqueda de esta película. A Man and a Camera vuelve a lo incipiente y nos dice que lo digital es apenas un bache que complica ligeramente a esa dialéctica entre un individuo y la cámara. Me imagino a una persona encerrada en un cuarta con un violín. Así esta no sepa tocar el instrumento, en algún momento lo tomará y fingirá saberlo. Lo mismo pasa aquí. Si hay cámara, algo está aconteciendo. Si me hace una toma, soy el protagonista. Y si soy el protagonista, pues lo invito a mi realidad. Ahora, lo que también me imagino, es qué habría sucedido si este experimento se hubiera llevado a cabo en algún vecindario de EEUU. Creo ya lo había intentado Michael Moore para hablar sobre la violencia.

Mira esta película de forma gratuita en la página web de AricaDoc hasta el 12 de setiembre (disponible en Chile, Perú y Bolivia).

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