jueves, 9 de marzo de 2023

Ellas hablan

Una película que en gran parte registra a una comitiva de mujeres de alguna comunidad religiosa decidiendo si sus iguales deberán abandonar o no el pueblo ante una serie de violaciones que sufren a manos de los hombres de su mismo entorno. Ahora, antes de que acontezca esa dinámica, Sarah Polley nos deja un aviso: “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina”. Varios pensamientos se me vienen a la mente a propósito de esta señal. Si hablamos de “imaginación”, entonces pueda que la directora quiera enfatizar que lo que estamos a punto de ver es un invento, una creación puramente ficticia o algo imposible de concretarse dentro de esa realidad. Tres pueden ser las razones de ese pensamiento pesimista: estas mujeres son iletradas, han vivido toda su vida bajo las condiciones de un patriarcado, tienen miedo. Posiblemente, pueda que solo la fantasía sea el único escenario en donde estas mujeres incapaces de pensar por sí solas logren concientizar que tienen todo el derecho a decidir su destino por sí mismas. Solo en el terreno de la imaginación ellas podrán hablar. Pero también hay un sentido optimista en la advertencia de Polley. Todos tenemos imaginación y la imaginación es una posibilidad al estar inspirada en la realidad. Además, imaginar es una antesala a la acción. Pueda entonces que estas mujeres —o alguna otra que vive bajo condiciones similares— tenga ese momento de iluminación de poder hablar, pensar, demandar, ello a pesar de haber vivido por años, décadas o épocas acondicionada por una normativa que las desampara. Ellas, en algún momento, hablarán.

Sea cual sea el sentido de esta imaginación, Ellas hablan (2022) funciona como un simulador de mujeres cuestionando un mismo problema: los hombres y sus regulaciones que reprimen a las mujeres. La idea de Polley es generalizar esta situación. Si bien los implicados pertenecen a una comunidad que de por sí es conservadora y se inclina hacia un fanatismo religioso, los conflictos que surgen de esta son los que también se reconocen en cualquier escenario ajeno a ese lugar, credo o período. Me resulta significativo que el espectador no será consciente del año en que suceden estos hechos sino hasta cuando una camioneta la dicta desde un altavoz. Este es un momento casi surreal. A mi perspectiva, parecía que estábamos en alguna temporada añeja. Esta vejación que sufren mujeres de ver cómo son violadas y sus agresores son protegidos me hacía pensar que era la década de los 30. Algo de ese alto grado de impunidad y cinismo agravado me remite a los tiempos de la Gran Depresión. Se entiende entonces por qué siento un desbalance cuando suena Daydream Believer, de The Moonkees, desde un amplificador. ¿Entonces estamos en los 60? Tampoco. Tengo la leve impresión que este juego temporal es consciente. Es como si Polley quisiera remitirse a muchas épocas a la vez, incluyendo la nuestra dado que los eventos suceden en un tiempo vecino al nuestro. Dicho esto, ¿es que acaso hoy padecemos de un alarmante nivel de ignorancia frente a los derechos de igualdad de género?

En un circuito urbanizado capaz el caso de una violación a una mujer no surja de la misma manera que en esta película, sin embargo, pueda que sí haga eco de los mismos protocolos. Actualmente, siguen siendo muchos los casos de violencia sexual contra la mujer en donde el acusado es reconocido como víctima de la paranoia o incitación de la denunciante. Podríamos decir que el pensamiento retrógrado es variante y no es exclusivo de un contexto de fanáticos que esconde sus vergüenzas tras las leyes divinas. Es por eso asumo a Ellas hablan como una imaginación atemporal. En ese sentido, el surgimiento de un feminismo o la conciencia por emanciparse de la tiranía del hombre es una posibilidad en cualquier lugar o tiempo, tal como se expresa en la trama. La revolución en favor a la libertad de pensamiento es innata a la humanidad. Claro que ese pronunciamiento ante la inconformidad de una realidad no implica un triunfo asegurado. El ser consciente del problema es apenas el inicio de un largo derrotero. Lo mejor de la película de Polley es que hace un esfuerzo por invocar varias de esas incidencias. En resumen, un colectivo político siempre será diverso y producto de ello es que tendrá muchos momentos de disentimiento. Mientras ellas hablan identificaremos las voces neutrales, las iracundas, las pasivas o que todavía están colonizadas por el miedo, aquellas que exhortan por una actitud pacífica o las que incitan la violencia. Es decir, hay una pluralidad de pensamientos, perspectivas y, sobre todo, casos. ¿Por qué unas son violentas y otras no? Aquí ninguna opinión es un acto de libre albedrío. Polley se preocupa porque cada víctima sustente su reacción en base a sus experiencias.

¿Cómo entonces un colectivo organiza sus ideas siendo muchas de estas dispares? ¿Cómo una víctima ocular podría pensar como una víctima sexual? ¿De qué manera podría sentir el dolor o la impotencia que ella no ha experimentado? Mediante la dialéctica y la convivencia. Polley nos narra días de encierro, charlas, debates intensos en donde mujeres comparten sus posturas, cuestionan a una, lanzan preguntas al aire que generan respuestas pendientes. Pero en medio de esa pugna de pensamientos independientes es que comenzarán a gestarse los asentimientos, las disculpas, los perdones, o sea, las autocríticas. Esto es importantísimo. Somos testigos cómo es que estas mujeres en ciertos momentos comienzan a corregir sus discursos o impulsos bajo propia acción. En este colectivo imaginado se diluye cualquier posibilidad de una ideología extremista. Ideológicamente, todas aquí maduran pues en el trayecto cuestionan sus métodos o enfoques. Ningún pensamiento social o de género nace sin imperfecciones. Tal como lo ejemplifica una de las mujeres al hablar de sus caballos, no importa si el camino es muy accidentado, lo importante es que no se pierda la dirección hacia dónde se quiere llegar. Nuevamente, por muy positivamente imaginativa que sea esta arena política, nunca habrá una total conformidad entre sus miembros. Podríamos decir que Ellas hablan es una dinámica en donde el consenso es utópico. No es de extrañar. Sucede en todos los ámbitos democráticos, especialmente en aquellos que recién están reconociendo el poder del derecho a opinar con libertad.

Me parece muy significativo que esta historia inicia con esta comunidad de mujeres abusadas e iletradas que producto del ultraje aprenden a votar. Es una forma antinatural para conocer la democracia o el derecho a sufragar, aunque la gran lección aquí es que nadie en ninguna circunstancia se le debe reprimir su derecho de hacerse escuchar, incluso si ese pronunciamiento es emitido con el marcado de una “x”. Las mujeres de esta comunidad descubren la democracia y, de hecho, ellas se esfuerzan por establecer una democracia dentro de su círculo de debate. Ahí está la presencia de August, estupendamente interpretado por Ben Whishaw, quien, junto con Judith Ivey, el personaje de Agata, son las mejores actuaciones del elenco. Este círculo feminista parece estar consciente de que sí o sí deberá convivir con el hombre, en tanto, la voz del hombre, aunque secundaria, debe ser incluida también dentro del debate. Obviamente, August es además un canal para que las mujeres puedan llegar a ese derecho que se les negó: la educación. En cierta perspectiva, la inclusión de August es estratégica. Vemos así a un hombre al servicio de un grupo de mujeres —pueda que esto suena a un desquite—. Esto también me hace creer que no es gratuita y es hasta simbólica la representación este hombre. August es de pocas carnes, pasivo, romántico, frágil, fracturado, es también una víctima de la normativa de los hombres. Me pregunto si August hubiera sido también invocado siendo más grande o con una voz más enérgica. ¿Las mujeres habrían gozado de la misma confianza ante ese tipo de hombre?

Otro punto importante de Ellas hablan es que estamos tratando con un relato que es producto de un testimonio oral, el cual narra los días en que mujeres compartieron sus testimonios y estos fueron transcritos para formar parte de una fuente escrita. Una vez más, Sarah Polley hace una referencia a la importancia de la memoria para la sanación personal o colectiva. Tanto en sus películas Away From Her (2006) y Stories We Tell (2012), tenemos a personajes que urgen por rescatar la memoria de algún ser querido con el fin de preservar los vínculos de amor entre personas. Casi al final, Agata le grita a August: “Ella también te ama. Nos ama a todas”; en referencia al amor platónico del joven. Y es que toda esta dinámica de compartir e intercambiar ideas es una expresión de amor. Amor por la libertad no solo de uno sino de todas y todos. Hasta cierto punto, August es parte del grupo, y no solo por ser el escribano que inmortalizará los testimonios femeninos, sino también porque su inclusión forma parte del aprendizaje de la buena convivencia. Respecto a la preservación de esa memoria, incluso las mujeres podrían prescindir de la escritura de August, tomando en cuenta que sus acciones recaerán en las próximas generaciones, tanto las femeninas como las masculinas. No olvidemos además que todo este relato es fruto de una remembranza. Es decir, los testimonios han trascendido gracias a la memoria, la fuente oral o, lo que es mejor, mediante la educación de una igualdad de género. De ahí por qué Ellas hablan por momentos manifiesta un tono evocativo desde su narrativa como desde su estética. La película de Sarah Polley por momentos me recuerda al cine de Terrence Malick. Aunque no es redundante, sus imágenes expresan una poética visual. Y lo curioso es que esa poesía no solo se concreta mediante retratos idílicos, sino también retratos duros y dramáticos, tal como lo haría Malick.

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