lunes, 29 de enero de 2024

Pobres criaturas

“Apártate, que me tapas el sol”; se cuenta que le respondió Diógenes al mismísimo Alejandro Magno luego de que este gran conquistador de tierras, fanático confeso del filósofo cínico, le propusiera: “Pídeme lo que quieras”. En un momento de Pobres criaturas (2023), la protagonista Bella Baxter (Emma Stone) emula a Diógenes. Su amante de turno Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), el gran conquistador de mujeres, luego de ofrecerle todo de sí, le pide a la muchacha que deje de leer y le haga compañía. Ella le responde: “Me tapas el sol”.  La última película de Yorgos Lanthimos, hasta cierto punto, sigue la senda de la filosofía cínica, pensamiento que poco tiene que ver con el sentido telenovelesco que se otorgó al término “cínico” con el paso del tiempo. Pobres criaturas es la historia de una creación contranatura. El doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe) es una proyección del doctor Frankenstein. Él ha “revivido” un cuerpo y de este ha “nacido” Bella. Ahora, la diferencia entre esta película y la clásica historia de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, es que Lanthimos hace que la creación se tome más en serio lo del libre albedrío. Tanto Bella como el monstruo de Frankenstein son versiones groseras del humano civilizado, en un sentido orgánico como moral. Ambos manifiestan señas de piel lacerada y están dominados por un impulso primitivo. Respecto a lo último, los dos no dudarán en lanzar por los aires a una inocente niñita. Es comprensible dado que son recién (re)nacidos. Actúan por puro instinto o deseo pasando por alto las normas públicas al desconocerlas.

Frente a lo dicho, el proceder de esas pobres criaturas nos servirá de introducción al cinismo. A propósito, Diógenes y otros cínicos rechazaron las convenciones sociales, incluyendo lo material, lo que figura como una contradicción a la naturaleza humana. Seguir los inventos o fantasías sociales implicaba negarse a sí mismo, crear una versión falsa de sí para satisfacción de un sistema y no del individuo o la esencia humana. Mientras tanto, Bella y el monstruo de Frankenstein son auténticos. Sus acciones obedecen al libre albedrío, eso que sus creadores nunca podrán controlar ni mucho menos cancelar. Asimismo, harán esfuerzos para que las creaciones vuelvan a reaprender los condicionamientos sociales, pero siempre habrá un impulso independiente dirigiéndolos. Es la naturaleza la que marca la pauta de Bella y el monstruo de Frankenstein. Ellos son curiosos e infantiles, pero además impetuosos, haciéndolos socialmente peligrosos. Hasta aquí el perfil del libre albedrío de Bella y la creación de Frankenstein están a igual. Lanthimos, sin embargo, decide observar otros ángulos. Entonces parece inspirarse en una fantasía clínica del psicoanálisis. A Bella la conocemos caminando como Bambi, mascullando palabras, golpeando o agrediendo a su alrededor. Muy a pesar, su desarrollo cognitivo es acelerado, así como su curiosidad sexual. La etapa fálica, de latencia y genital —tres de las fases del desarrollo psicosexual, según Sigmund Freud— parecen suceder en tiempo récord, y no en plazo de meses o años como ocurriría con cualquier infante.

Ahora, no olvidemos que Bella se ha reiniciado. Ella es una bebé o una niña pequeña, lo que la ha hecho retornar a ese modelo ideal del cínico. Todos nacemos parcialmente cínicos al ser obedientes a nuestra naturaleza. Ya después vamos aprendiendo sobre lo civilizado y desaprendiendo —o reprimiendo— lo primitivo. Lo mismo tendría que suceder con Bella. El hecho es que Lanthimos quiere relatarnos una fábula sobre el libre albedrío no obstruido, la satisfacción de ser libre y que su protagonista no se sienta persuadida ante las convenciones sociales como el vivir los placeres de un buen burgués o conformarse con una hora de sexo. Debe ser mental y físicamente libre. Pero lo excéntrico de este plan es que quien lo ejecuta es una especie biológicamente imposible, una suerte de zombie. Eso lo hace significativo. Bella es tan alegórica como los muertos vivientes del cine de George Romero, cadáveres que replicaban de manera mecánica o no consciente sus viejas acciones como sujetos modernos. Lo de Romero era una dura crítica a un sistema que formó a una sociedad sonámbula y estúpida, a partir del consumismo y los mass media. La gente moría, pero la inyección del capitalismo era tan poderosa que seguía haciéndoles efecto después de muertos. En tanto, Bella es también un cadáver viviente, solo que consciente y tuvo además la suerte de tener los sesos de una criatura pura y no alterada por las convenciones sociales. En ese sentido; a diferencia de los zombies de Romero, Bella no replicará sus viejas acciones. ¿O tal vez sí?

Volvamos a la filosofía cínica. En un mundo dominado por las convenciones sociales, aquel individuo de mente independiente o que se niega a seguir esas convenciones, está condenado, a menos que de pronto se ponga de moda ser cínico. Ante esa realidad, el suicidio se convierte en una salida. Esa es la razón de por qué en una parte de la trama Bella parece correr en dirección hacia ese destino. Su conciencia cínica se completó al enterarse que el mundo es injusto. No puede con esa verdad. Ya no quiere vivir más. ¿Qué manifiesta esto? El cuerpo de Bella, a pesar de tener una “segunda” oportunidad, reincide al suicidio. Es un panorama irónico como el ver a un zombie de Romero podando el césped habiendo sido jardinero en su vida pasada. En extensión, es también un panorama trágico. Aprovechando la filosofía griega, el cuerpo de Bella o Victoria parece estar atado a un destino. Así como los héroes míticos enfrentándose a un destino trágico, estos no podían escapar de esa fatalidad impuesta. Claro que, en el caso de esta protagonista, no son los dioses del Olimpo los que la maldicen, sino el sistema social, las buenas conductas, el recato. En esa vía, Pobres criaturas trata de un reto a ese destino trágico de mano del libre albedrío. Para ello Lanthimos evitará una tragedia cíclica mediante la acción del personaje del dandy, ese mismo que dice ser cínico, pero que es un contaminado más de las convenciones, bien al smoking y envidiando a quienes en verdad sí son cínicos, tal como Bella. Además, de haber sido cínico, la hubiera dejado morir.

A partir de ese incidente, Bella será una cínica al practicarla y ser consciente de su filosofía, o que la realidad social está infestada de normas que coaccionan la libertad de todo sujeto. Obviamente, esta trama enfatiza que son las mujeres las más afectadas, siendo agredidas desde distintos niveles y contextos.  Claro que ese panorama no tendría que calificar a Poor Things como una película feminista. Sucede que Bella no logra concientizar de que los condicionamientos sociales pesan más sobre las mujeres. Bella cuestiona la naturaleza del sistema social, aunque no percibe su carácter patriarcal, esa fuente mental de donde radica el problema para el feminismo. En efecto, vemos argumentos como la violencia doméstica, la mujer vista como mercancía o artefacto de (re)uso y apropiación, la expresión de una colectividad femenina apoyándose en más de un sentido, todos síntomas o efectos del patriarcado, aunque ninguna reflexión o acción que pretenda desestabilizarlo de manera progresiva. Contemplo más bien a la última película de Yorgos Lanthimos como una fábula utópica, el de un sujeto que va a contracorriente del escenario anacrónico, como atreviéndose a insinuar de que esta privación de la naturaleza humana es tan del pasado como del presente. Capaz basta la orientación de un buen tutor. De ahí por qué me resulta crucial la educación del doctor Godwin “El perro” Baxter —nuevamente, un guiño a Diógenes, autollamado “El perro” —. El hombre que curiosamente se apropió del cuerpo de Victoria para crear a Bella, será quien más adelante, desprendido de su egoísmo científico y paternal, le ofrezca plena libertad o la deje seguir su libre albedrío al marcharse con Duncan Wedderburn.

Consecuencia de ello, la fábula de blanco y negro transitará a una fábula a colores. Se me viene a la mente la alegoría de la cueva de Platón. Bella sale de la cueva, el oscurantismo o la ignorancia llamada por su curiosidad o su libre albedrío, y se dirige rumbo hacia esa realidad fuera de su claustro, un espacio lleno de matices, similar al mundo en technicolor de El mago de Oz (1939). Bella se convierte en una Dorothy. Conocerá una realidad alentadora que contrasta con la realidad lánguida de Kansas. Cruzará el arco iris que le provocará júbilo, pero también la embargará existencialmente al ser testigo de injusticias y personajes maldecidos por los efectos de los prejuicios. El saber más es una bendición y una maldición a la vez. Ciertamente, en ambas películas, a pesar de sus bases dramáticas o trágicas, esa ambientación no se percibe. En El mago de Oz pesa la fábula de aventura, mientras que en Pobres criaturas la fábula gótica, en donde el terror o lo grotesco se convierte en una estética sublime. Lo impúdico, en este caso, Bella, será emblema de fascinación, sujeto romántico que como buen gótico expresa la naturaleza humana incipiente y se la celebra.

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