“Apártate, que me tapas el sol”;
se cuenta que le respondió Diógenes al mismísimo Alejandro Magno luego de que
este gran conquistador de tierras, fanático confeso del filósofo cínico, le
propusiera: “Pídeme lo que quieras”. En un momento de Pobres criaturas
(2023), la protagonista Bella Baxter (Emma Stone) emula a Diógenes. Su amante
de turno Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), el gran conquistador de mujeres, luego
de ofrecerle todo de sí, le pide a la muchacha que deje de leer y le haga
compañía. Ella le responde: “Me tapas el sol”. La última película de Yorgos Lanthimos, hasta
cierto punto, sigue la senda de la filosofía cínica, pensamiento que poco tiene
que ver con el sentido telenovelesco que se otorgó al término “cínico” con el
paso del tiempo. Pobres criaturas es la historia de una creación
contranatura. El doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe) es una proyección del
doctor Frankenstein. Él ha “revivido” un cuerpo y de este ha “nacido” Bella.
Ahora, la diferencia entre esta película y la clásica historia de Frankenstein
o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, es que Lanthimos hace que la
creación se tome más en serio lo del libre albedrío. Tanto Bella como el
monstruo de Frankenstein son versiones groseras del humano civilizado, en un
sentido orgánico como moral. Ambos manifiestan señas de piel lacerada y están
dominados por un impulso primitivo. Respecto a lo último, los dos no dudarán en
lanzar por los aires a una inocente niñita. Es comprensible dado que son recién
(re)nacidos. Actúan por puro instinto o deseo pasando por alto las normas
públicas al desconocerlas.

Frente a lo dicho, el proceder de
esas pobres criaturas nos servirá de introducción al cinismo. A propósito, Diógenes
y otros cínicos rechazaron las convenciones sociales, incluyendo lo material,
lo que figura como una contradicción a la naturaleza humana. Seguir los
inventos o fantasías sociales implicaba negarse a sí mismo, crear una versión
falsa de sí para satisfacción de un sistema y no del individuo o la esencia humana.
Mientras tanto, Bella y el monstruo de Frankenstein son auténticos. Sus
acciones obedecen al libre albedrío, eso que sus creadores nunca podrán controlar
ni mucho menos cancelar. Asimismo, harán esfuerzos para que las creaciones
vuelvan a reaprender los condicionamientos sociales, pero siempre habrá un
impulso independiente dirigiéndolos. Es la naturaleza la que marca la pauta de
Bella y el monstruo de Frankenstein. Ellos son curiosos e infantiles, pero
además impetuosos, haciéndolos socialmente peligrosos. Hasta aquí el perfil del
libre albedrío de Bella y la creación de Frankenstein están a igual. Lanthimos,
sin embargo, decide observar otros ángulos. Entonces parece inspirarse en una
fantasía clínica del psicoanálisis. A Bella la conocemos caminando como Bambi,
mascullando palabras, golpeando o agrediendo a su alrededor. Muy a pesar, su
desarrollo cognitivo es acelerado, así como su curiosidad sexual. La etapa
fálica, de latencia y genital —tres de las fases del desarrollo psicosexual,
según Sigmund Freud— parecen suceder en tiempo récord, y no en plazo de meses o
años como ocurriría con cualquier infante.
Ahora, no olvidemos que Bella se
ha reiniciado. Ella es una bebé o una niña pequeña, lo que la ha hecho retornar
a ese modelo ideal del cínico. Todos nacemos parcialmente cínicos al ser
obedientes a nuestra naturaleza. Ya después vamos aprendiendo sobre lo
civilizado y desaprendiendo —o reprimiendo— lo primitivo. Lo mismo tendría que
suceder con Bella. El hecho es que Lanthimos quiere relatarnos una fábula sobre
el libre albedrío no obstruido, la satisfacción de ser libre y que su
protagonista no se sienta persuadida ante las convenciones sociales como el
vivir los placeres de un buen burgués o conformarse con una hora de sexo. Debe
ser mental y físicamente libre. Pero lo excéntrico de este plan es que quien lo
ejecuta es una especie biológicamente imposible, una suerte de zombie. Eso lo
hace significativo. Bella es tan alegórica como los muertos vivientes del cine
de George Romero, cadáveres que replicaban de manera mecánica o no consciente sus
viejas acciones como sujetos modernos. Lo de Romero era una dura crítica a un
sistema que formó a una sociedad sonámbula y estúpida, a partir del consumismo
y los mass media. La gente moría, pero la inyección del capitalismo era tan
poderosa que seguía haciéndoles efecto después de muertos. En tanto, Bella es
también un cadáver viviente, solo que consciente y tuvo además la suerte de
tener los sesos de una criatura pura y no alterada por las convenciones
sociales. En ese sentido; a diferencia de los zombies de Romero, Bella no
replicará sus viejas acciones. ¿O tal vez sí?

Volvamos a la filosofía cínica.
En un mundo dominado por las convenciones sociales, aquel individuo de mente
independiente o que se niega a seguir esas convenciones, está condenado, a
menos que de pronto se ponga de moda ser cínico. Ante esa realidad, el suicidio
se convierte en una salida. Esa es la razón de por qué en una parte de la trama
Bella parece correr en dirección hacia ese destino. Su conciencia cínica se
completó al enterarse que el mundo es injusto. No puede con esa verdad. Ya no
quiere vivir más. ¿Qué manifiesta esto? El cuerpo de Bella, a pesar de tener
una “segunda” oportunidad, reincide al suicidio. Es un panorama irónico como el
ver a un zombie de Romero podando el césped habiendo sido jardinero en su vida
pasada. En extensión, es también un panorama trágico. Aprovechando la filosofía
griega, el cuerpo de Bella o Victoria parece estar atado a un destino. Así como
los héroes míticos enfrentándose a un destino trágico, estos no podían escapar de
esa fatalidad impuesta. Claro que, en el caso de esta protagonista, no son los
dioses del Olimpo los que la maldicen, sino el sistema social, las buenas
conductas, el recato. En esa vía, Pobres criaturas trata de un reto a
ese destino trágico de mano del libre albedrío. Para ello Lanthimos evitará una
tragedia cíclica mediante la acción del personaje del dandy, ese mismo que dice
ser cínico, pero que es un contaminado más de las convenciones, bien al smoking
y envidiando a quienes en verdad sí son cínicos, tal como Bella. Además, de
haber sido cínico, la hubiera dejado morir.
A partir de ese incidente, Bella
será una cínica al practicarla y ser consciente de su filosofía, o que la
realidad social está infestada de normas que coaccionan la libertad de todo
sujeto. Obviamente, esta trama enfatiza que son las mujeres las más afectadas,
siendo agredidas desde distintos niveles y contextos. Claro que ese panorama no tendría que
calificar a Poor Things como una película feminista. Sucede que Bella no
logra concientizar de que los condicionamientos sociales pesan más sobre las
mujeres. Bella cuestiona la naturaleza del sistema social, aunque no percibe su
carácter patriarcal, esa fuente mental de donde radica el problema para el
feminismo. En efecto, vemos argumentos como la violencia doméstica, la mujer
vista como mercancía o artefacto de (re)uso y apropiación, la expresión de una
colectividad femenina apoyándose en más de un sentido, todos síntomas o efectos
del patriarcado, aunque ninguna reflexión o acción que pretenda desestabilizarlo
de manera progresiva. Contemplo más bien a la última película de Yorgos Lanthimos
como una fábula utópica, el de un sujeto que va a contracorriente del escenario
anacrónico, como atreviéndose a insinuar de que esta privación de la naturaleza
humana es tan del pasado como del presente. Capaz basta la orientación de un
buen tutor. De ahí por qué me resulta crucial la educación del doctor Godwin
“El perro” Baxter —nuevamente, un guiño a Diógenes, autollamado “El perro” —.
El hombre que curiosamente se apropió del cuerpo de Victoria para crear a
Bella, será quien más adelante, desprendido de su egoísmo científico y
paternal, le ofrezca plena libertad o la deje seguir su libre albedrío al
marcharse con Duncan Wedderburn.

Consecuencia de ello, la fábula
de blanco y negro transitará a una fábula a colores. Se me viene a la mente la
alegoría de la cueva de Platón. Bella sale de la cueva, el oscurantismo o la
ignorancia llamada por su curiosidad o su libre albedrío, y se dirige rumbo
hacia esa realidad fuera de su claustro, un espacio lleno de matices, similar
al mundo en technicolor de El mago de Oz (1939). Bella se convierte en
una Dorothy. Conocerá una realidad alentadora que contrasta con la realidad
lánguida de Kansas. Cruzará el arco iris que le provocará júbilo, pero también la
embargará existencialmente al ser testigo de injusticias y personajes
maldecidos por los efectos de los prejuicios. El saber más es una bendición y
una maldición a la vez. Ciertamente, en ambas películas, a pesar de sus bases
dramáticas o trágicas, esa ambientación no se percibe. En El mago de Oz
pesa la fábula de aventura, mientras que en Pobres criaturas la fábula
gótica, en donde el terror o lo grotesco se convierte en una estética sublime.
Lo impúdico, en este caso, Bella, será emblema de fascinación, sujeto romántico
que como buen gótico expresa la naturaleza humana incipiente y se la celebra.