domingo, 11 de agosto de 2024

28 Festival de Lima: Los hiperbóreos (Competencia Latinoamericana Ficción)

Lo nuevo de Joaquín Cociña y Cristobal León en principio me recuerda al serie B estadounidense de la década del 50 y 60. Consecuencia de la posguerra, varios autores se sintieron inspirados al contemplar una época llena de tensión y traumas políticos que se esparcían rápidamente en el territorio cual histeria colectiva. Pienso en películas que hicieron sátira de esos síntomas, relatos que retrataron a una sociedad que puso de moda las teorías de la conspiración. En La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), gran película de Don Siegel, la historia de extraterrestres supliendo los cuerpos de ciudadanos comunes se convirtió en la alegoría de un comunismo expandiéndose con sigilo entre la vida de los suburbios. Desde otra perspectiva, pueda considerarse como una alegoría al macartismo, en donde gente sospechaba de sus amigos al imaginar ver a un enemigo oculto. En tanto, habría que denunciarlo. Pero más exacto sería citar The Madmen of Mandoras (1963), una película que fantasea con el cerebro de Adolf Hitler dirigiendo sus planes políticos desde una retirada isla. Eso está más a la línea de Los hiperbóreos (2024). La historia inicia lo más metaficcional posible. Una actriz nos cuenta de la vez en que actuó para una película perdida de los directores en cuestión, esta inspirada en los escritos de Miguel Serrano, personaje que será descrito de manera romántica desde esa ficción, pero que históricamente nos lleva a su homónimo, un escritor chileno abiertamente nazi.

Los hiperbóreos es la “recreación” de esa película perdida, lo que será el descubrimiento a un universo que contiene a un submundo en donde el nacionalsocialismo está regenerándose. Tenemos una mezcla de ciencia ficción, thriller y fantasía con mucho condimento de comedia satírica. Aquí hay un metalero, científicos locos, un mundo subterráneo, impostores, fuentes escritas secretas. Es muy serie B en cuestión de tópicos, dada la convocatoria de elementos que describen un orden desordenado, delirante, muy impredecible, pero entretenido. Cociña y León hacen lo que hicieron los estadounidenses década atrás: plantean un relato histérico y ridículo a fin de hacer una inspección y reflexión de una realidad —por muy irreal que parezca—. En tiempos de un ascenso del ultraconservadurismo, Chile no es ajeno de convertirse en escena de un chauvinismo muy insidioso. Ahora, capaz los directores no creen que ello sea efecto de un presente inmediato, sino consecuencia de un síntoma histórico. Ahí está Miguel Serrano, el diplomático chileno y difusor del nazismo en el país del sur de América. De pronto, su trascendencia responde a ese rebrote de una política que está tramando o fortaleciéndose subterráneamente. Y lo preocupante es que sale a la superficie y algunos no la perciben, o hasta hay algunos que la consienten. Y como en La invasión de los ladrones de cuerpos, cualquiera puede ser contagiado por esa ideología, incluyendo el arte y los autores. De ahí por qué Joaquín Cociña y Cristobal León se inmolan al convertirse en los enemigos de su propia historia.

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