jueves, 22 de agosto de 2024

Reinas

Esta es la historia de la construcción de un vínculo filial. Carlos (Gonzalo Molina) está lejos de ser un padre modelo. Su repentina aparición le genera sorpresa a su exesposa e indiferencia a sus dos menores hijas. A partir de eso, podemos ir definiendo a este personaje como un rostro extraño, aunque conocido y hasta simpático, así su exsuegra intente aparentarlo. Y es que Carlos será muy negligente, sin embargo, tiene una ventaja: el tipo tiene encanto. Desde su primera secuencia, la que parece hacer un guiño al protagonista del documental Metal y melancolía (1994), de Heddy Honigmann, Carlos es presentado como un sujeto locuaz, ocurrente, “florero”, mas bien intencionado. El tipo te palabrea, pero te sabe entretener con sus inventos. Su prosa, hasta cierto punto, no daña, sino todo lo contrario. Es un método para evitar los silencios incómodos, neutralizar las situaciones tensas, persuadir a su receptor que está intentando hacer las cosas bien. He ahí el espíritu de Reinas (2024). La directora Klaudia Reynicke nos presenta a ese personaje muy imperfecto a quien es imposible odiar. De pronto, en donde hay un cúmulo de defectos, comenzaremos a ver a alguien que capaz podría redimirse. Es el efecto de la personalidad de Carlos, la que definitivamente creará buenos resultados en la relación con sus “reinas”. Las niñas serán interpretadas como las “víctimas” por excelencia del encanto de su padre, miradas que, obviamente, pasan por alto el buen juicio o madurez que demanda la situación. Sucede que la madre de las niñas ha encontrado un trabajo en el extranjero, y la partida sin el padre se perfila como un acto inevitable.

Reinas nos contextualiza en la Lima de principios de los 90. Por entonces, la violencia del terrorismo ya se ha establecido en la capital del Perú. La cotidianidad incluye apagones, atentados con bombas, canes sacrificados en los postes, pintas en las paredes, toques de queda. A esa situación, le seguía un estado de crisis económica. La inseguridad social sumado a la inflación convenció a algunos que la migración al extranjero era la alternativa más coherente. Ahí está la familia de las reinas. Por tanto, su madre pide una y otra vez al huidizo Carlos a que visite al notario para firmar el permiso de salida de las niñas. Ese es el conflicto de la película de Reynicke. El padre que comienza a acercarse a las hijas, las hijas que comienzan a simpatizar con el padre y la madre que presiona al padre para asegurar la partida al extranjero. Pero esta historia no depende tanto de esa expectativa. No olvidemos de Carlos y sus historias, aquellas que nos hacen olvidar de los problemas, desde los inmediatos hasta los a futuro. La función de Carlos, su verborrea, es un equivalente al género musical posterior a la crisis del crack en Estados Unidos. La ficción alegre como efectivo sedante ante una coyuntura angustiante. La mentira compulsiva como un acto de compasión, y qué mejor si este va dirigido para la tranquilidad de unas niñas. La inocencia incorruptible como un pensamiento conveniente para una época llena de infamia, bien descrita en Reinas a partir de actos como el trueque de azúcar, el permiso de tránsito vehicular, los cambistas a tropel y tantas costumbres que emergieron por entonces.

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