lunes, 4 de agosto de 2025

Amores materialistas

El problema recurrente en la última película de Celine Song es su lucha constante por identificarse como una comedia romántica destinado para un público estadounidense. Por ejemplo, tiene la banda sonora esencial para ese subgénero, pero no sabe distribuirla. Son varios los momentos en que el fondo es puro silencio y solo escuchamos la interesante argumentación de un modelo de vida personal y de negocio. En ese sentido, el discurso siempre quiere estar en primer plano y en su tránsito se olvida de expresarlo bajo el idioma de una comedia romántica. Acá las bromas se escatiman, mientras que el muy sustancial enredo de situaciones ese instante entre incómodo e hilarante que diestramente lo plantearon los clásicos de la screwball comedy— se ausenta y en su lugar resultan secuencia torpes e incómodas para el espectador. Ahí está el tan poco inspirado primer encuentro entre los tres protagonistas. Es como un incidente que a cualquiera podría pasarle; sin el brillo de Hollywood. No me creo la idea de que el personaje de Pedro Pascal sea un “unicornio” siendo tan divertido como una planta. Chris Evans y Pascal son buenos actores, pero son tan aburridos. Ambos coinciden en la barra de un bar y se pierde el instante oportuno para desarrollar sus roles y de paso generar un nuevo enredo situacional. Es más, ni cruzan palabras. Simplemente pierden su sentido de ser ante la ausencia del personaje femenino.

El asunto es que Amores materialistas (2025) no deja de resultarme atractiva. Decía, el discurso está por encima del ritmo o su esfuerzo de comportarse como una comedia romántica, y es ese mismo discurso lo que me atrae. Esta es una película sobre el amor, pero que decide pensarlo desde un perfil de negocio y, a su vez, desde la necesidad del consumidor. No olvidemos que todo negocio tiene un producto y detrás de un producto hay necesidades. Entonces tenemos a gente necesitada, pero no es cualquier gente, sino una que se ha creído esa fantasía de que siempre encontrará un nicho a la medida de sus exigencias o demandas específicas. Lucy (Dakota Johnson) es una casamentera moderna, una suerte de la Emma de Jane Austen, solo que su catálogo de “buenos partidos” en busca de pareja es más amplio gracias a la amplitud demográfica de solteros exigentes en el New York de hoy. Lucy es una estupenda vendedora. Su meta no es que su cliente encuentre al amor de su vida, sino que encuentre a esa persona que cumpla con sus parámetros: gustos afines, altura ideal, inclinación política, promedio de ingreso anual, etc. Y sí, al igual que el amor, resulta todo un reto alcanzar esa meta, pero la negociante no hay problema con eso. Aunque la protagonista no lo menciona, capaz es conveniente que el cliente se tome su tiempo y así el contrato de suscripción siga facturando.

Planteada la premisa, se presentan los pretendientes. Si bien esta Emma moderna que busca emparejar a todos tampoco no está interesada en emparejarse, John (Chris Evans), su exposo, y Harry (Pedro Pascal), un adinerado soltero, la persuaden a reconsiderar cancelar su suscripción con la soltería. Películas como Experta en bodas (2001) y La cruda verdad (2009) ya nos han contado estas historias de mujeres haciendo felices a todos menos a ellas mismas. Ahora, primer punto interesante, los aspirantes son polos apuestos. John es conformista, Harry tiene la mentalidad de tiburón. El primero se ha dado por vencido, el segundo es elegantemente persuasivo. Uno es pobre, el otro es rico. Es decir, no solo es el dinero, es también toda una construcción o boicot de seguridad emocional, social o personal. Tenemos entonces a Lucy, quien, a propósito del fracaso de su anterior matrimonio, cree estar convencida de que sus demandas materiales están por encima de sus demandas emocionales. Por eso comienza a interesarse en Harry. Importante subrayar el “cree estar convencida”. John ya parecía superado, pero su casual reaparición justo cuando conoce a Harry, inconscientemente, se convierte en el freno para que ella alcance a lo que aspira cualquiera de sus clientes. Ahora, capaz John no sea ese freno, sino ella misma al ser cínicamente consciente de que eso que vende a todos sus clientes el match perfecto es una falsa promesa.

Amores materialistas, en ese sentido, comienza a razonar el amor como una negociación, en primera instancia, de pros y contras. Ahí está Harry. Es estupenda la secuencia en un restaurante elegante. Empecemos por el escenario. De ahí parte la persuasión, un lugar que por excelencia le da ambiente al discurso de la seguridad. Es a eso a lo que ha aspirado Lucy, alguien que le otorgue una excesiva estabilidad tanto económica como emocional. Lo resto es importante, pero no deja de ser secundario para ella. Es su filtro. Harry sabe negociar. Le lleva a un restaurante de lujo para una cita casual y con eso tiene asegurado de que cumple con el requisito de la estabilidad económica. Su siguiente estrategia es darle la estabilidad emocional a esa mujer que ciertamente nunca ha estado convencida de su negocio al estar sostenido por un frágil discurso que se evidencia cuando habla con sus colegas. Harry le vende la fantasía de que su intervención crear “acuerdos maritales” que trascienden, le da esa seguridad que ella misma como buena cínica no ha podido fabricar. “Subestimas tu rol de negociante”, parece decirle. Pienso en películas como Up in the Air (2009) y Tienes un e-mail (1998). Aunque la primera no es estrictamente una película romántica, me apasiona mirarle como tal. Hay una escena en donde los protagonistas comienzan a presumir sus tarjetas de crédito. Es como una previa sexual para ellos, un momento erótico. Luego de eso es una relación sellada bajo una negociación, un contrato oral con letras chicas que no deberán faltar, y el que la falta pierde. La segunda película es más tradicional. Dos personas se gustan, pero son competencia en negocios. Se plantea un dilema sentimental y moral en una escena de la competitividad y la soltería a orilla de los 40 años, un estigma para la tradicionalidad estadounidense.

Celine Song al igual que las anteriores películas representa a una protagonista limitada por sus parámetros materialistas y que además reprime su lado romántico para después exponerla a un dilema sentimental y moral. Ahora, uno dirá, la aparición de John, el otro pretendiente, es quien enciende el dilema. Para nada. Acá el punto de inflexión es generado por un hecho ajeno a las ejecuciones o no ejecuciones de los pretendientes. Una cliente de Lucy ha declarado como inviable el sistema de negocio de la casamentera. Ahora sí no hay forma de tapar o corregir sus falencias o puntos ciegos. La protagonista entra en una crisis, pues si ese sistema de buscador de parejas es errado, entonces su criterio para seleccionar su propia pareja también lo es. Así que no es John quien mueve los cimientos. No olvidemos que el tipo es un conformista y derrotista. Es la misma conciencia de Lucy la que siembra el dilema y deja ingresar al amor entre los palos. A partir de aquí, sigue las convenciones de una comedia romántica, argumentalmente hablando, pero siempre exponiendo la duda o la inseguridad. Se aplica un freno al romanticismo. Una generación que scrollea cuando no le gusta algo, le es difícil tirarse a la piscina no sabiendo nadar y no teniendo flotador. Por último, Amores materialistas me deja una gran duda. El remordimiento de conciencia de Lucy fue efecto de su conciencia social o de género, o por una cuestión personal. Así como los personajes de Tienes un e-mail, ellos ven sus negocios como algo personal. Si este fracasa, ellos fracasan. Por tanto, discriminar su valor o funcionamiento de negocio se convierte en algo personal.

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