En
su aparente simpleza argumental, la película del director Simón Mesa Soto en su
transcurso va enriqueciéndose a nivel de relato. Sucede que la historia sobre
el típico toque de fondo de un personaje defectuoso, aunque entrañable, comienza
a asociarse en su camino con otros tópicos, también conocidos, pero que no
dejan de saturar y estimular la complejidad del conflicto y dilema en el que se
ve implicado su encorvado protagonista. Óscar Restrepo (Ubeimar Rios) es una
vieja gloria de la literatura. O, para ser más exactos, décadas atrás fue acreedor
de un reconocimiento en la escena de la poesía colombiana. En el presente, es
solo un invitado auxiliar que ocupa un banco en los tantos coloquios que
organiza la casa editorial que lo representa. Alcohólico, desempleado, dependiente
de su anciana y enferma madre, padre que no ve a su hija, autodenominado poeta
incomprendido, fabricante de un discurso del “yo”, presume cada que puede la
próxima publicación de su magna obra, que él sabe nunca nacerá. Óscar el es
típico cuarentón mediocre que vive aislado en su burbuja académica. Entre la
espada y la pared, este protagonista se verá obligado a trabajar como profesor
de poesía en un colegio, lugar en donde reconocerá capaz su reivindicación.

Un
poeta (2025) atiende a una dramática clásica. El héroe
reconoce su caída. Siendo Óscar un antihéroe ya en crisis, este tocará fondo
para cuando intente comenzar a hacer bien las cosas. Este trayecto inicia para
cuando el ahora profesor de escuela reconocerá en una alumna un talento natural
y prometedor para la poesía. Se perfila entonces el tópico de los sueños posibles
a través de un intermediario. Lo que Óscar no posee, que es talento, Yurlady (Rebeca
Andrade) lo tiene a su temprana edad, a pesar de su desinterés para la materia
y de sus condiciones sociales. Estas últimas características son cruciales
concientizar si se quiere dar con el principio de un problema que se acrecienta.
Entonces, ¿qué pasa cuando alguien encuentra un oro en bruto? Es parte de la
naturaleza humana explotarla. Sin preverlo, Óscar hace eso. Ahora, es preciso
diferenciar las cosas. Él explota a la niña con un ánimo de hallar su reivindicación
moral y autoral. Por un lado, el cultivar el talento bruto de Yurlady lo
convertirá en un mentor de la poesía —o por lo menos promotor—. Por otro lado, el
ayudar a la niña sería prueba de que no es el perdedor que es ante los ojos de
su hija. El hecho es que donde hay un tesoro virgen, hay otros dispuestos a
coger lo que pueden. Ahí es cuando las cosas se van complicando ante el
criterio desprolijo del poeta benefactor. El talento de Yurlady hasta cierto
punto convocará a un desfile de oportunistas, incluyendo la misma Yurlady.
En
definitiva, Yurlady es la víctima de este asunto. Presionada por Óscar, luego
por la casa editorial del poeta añejo, e indirectamente por la familia que
recibe a bien los víveres del profesor en su énfasis de que acepten que la niña
no deje de faltar a las clases de poesía. Pero no olvidemos que las intenciones
de Óscar son benignas. El tipo podrá ser un desastre como ejecutor, sin
embargo, su intención es el de un benefactor. Dicho esto, en cierta
perspectiva, Óscar puede ser reconocido como la víctima. Vemos a una familia pobre
que aprovecha la situación para intentar ganar algo del profesor, así como
vemos a la misma Yurlady aprovechando a hacer algunas compras y comidas de
adolescentes financiadas por Óscar. Tanto la estudiante como su estirpe poco o
nada les interesa el sentido de la poesía —una creencia que el manifiesto del
profesor—, y es absolutamente comprensible tomando en cuenta la identidad
social que representan. Es en ese argumento que se define un tópico o conflicto
social en Un poeta. Pienso en la película también colombiana Gente de
bien (2014), la historia de una mujer de clase alta “adoptando” a un niño
de condición precaria. La moraleja de ese relato es que un paternalismo mal
orientado más allá de ayudar complica las cosas.

Un
poeta puede ser interpretado como el frustrado
proyecto paternalista de un individuo que simplemente no tiene madera para
proveer un pensamiento poético, partiendo de la idea de que poeta no es. Así
como la benefactora de Gente de bien, termina por meter en la boca del
lobo a su beneficiaria. Aparece ahí otro conocido tópico: el mundo literario en
su versión caníbal. Es curioso cómo una casa de estudios tan modesta y periférica
tiene el instinto y agudeza de un gran órgano industrial que explota materias
primas de forma masiva. Vemos así un lado perverso del mundo de la poesía. El
arte también cede a las dinámicas capitalistas y de paso se convierte en nido
de una moralidad ambigua. A propósito, dos momentos ruidosos en la película Simón
Mesa Soto acontecen cuando decida caricaturizar a un colectivo feminista y el
típico perfil de un sujeto públicamente decente e íntimamente depravado. Lo
resto de Un poeta es memorable, invocando otros tópicos como el retrato a
una generación negligente y desorientada, sea por una condición social o ideológica,
la frágil relación entre un padre distante y una hija, y el movimiento contra el
acoso sexual en su forma prejuiciosa y canceladora. Ya antes el director había
realizado Amparo (2021), una película distinta en su argumento,
sensibilidad y una dinámica casi inspirada en los hermanos Dardenne. Definitivamente,
está en otra orilla respecto a su reciente película. El hecho es que ambas están
entre lo mejor que se haya producido en Colombia recientemente.
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