miércoles, 2 de enero de 2013

Una aventura extraordinaria (o Life of Pi)

Artículo publicado originalmente en Cinespacio.

Dado que ya muchos han comentado sobre los efectos visuales de Una aventura extraordinaria, de lejos lo más logrado del filme, nos centraremos en hacer análisis de su argumento.

Una constante en la fílmica de Ang Lee es sobre el tema del romance, el idílico y el tortuoso, aquel que tiene mucho de inocente o que representa el símbolo de la carnalidad. Por un lado están Sentido y sensibilidad (1995) o El tigre y el dragón (2000), mientras que por otro La tormenta de hielo (1997) o Crimen y lujuria (2007). Alternamente, Lee construye tanto a los personajes como a sus ambientes en base a precedentes. Es la necesidad de promover una radiografía social o coyuntural de una época en cuestión. Adaptar un evento o situación, implica que el director indague y respete las clausulas del mundo o cosmos al que hace referencia. En Hulk (2003), por ejemplo, antes de retratarse al monstruo verde, se rescata al hombre atormentado por su pasado, el mismo que posteriormente parece autodestruirse en medio de una coyuntura científica muy controversial.
Una aventura extraordinaria (2012) está al margen de esta frecuencia. Ang Lee adapta una historia sobre una ruta de aprendizaje en base al testimonio de sobrevivencia de Pi (Suraj Sharma), un joven que naufragó en una mínima embarcación junto a un tigre de bengala por más de 200 días, en medio de los bravos oleajes y el clima agreste de la naturaleza oceánica. Cual pasaje bíblico de Job, Lee sostiene su filme bajo un código de fe, uno que por cierto ha pasado por una serie de territorios religiosos, desde los más mundanos hasta los más conservadores. Es decir, la película no busca confrontación ni duda religiosa. La infancia y madurez de Pi logra captar lo que en principio o en términos generales desea germinar toda religión: la búsqueda de la fe. Vishnú, Alá, Buda o Dios son deidades que en la realidad traen bajo el brazo leyes o mandamientos. En este mundo, son estas presencias intangibles el único centro de atención.

El pequeño Pi, más que dialogar con cuestiones existenciales, dialoga con las cuestiones humanísticas o terrenales. Es así como los dioses se vuelven superhéroes a admirar, seres dignos de ser seguidos en referencia a sus historiales míticos o bíblicos. Ang Lee limpiamente empuja al espectador a admirar una perspectiva que no te persuade o te hipnotiza, actitud que podría esperarse de un fanático o predicador dispuesto a extenderte su religión, según ellos, la ideal o más acertada. Frente a este discurso pasivo, Una aventura extraordinaria construye una historia práctica y didáctica, de citados amenos, anécdotas graciosas, llenas de inocencia y mucho aprendizaje. Es la mecánica que Robert Zemeckis hizo en Forrest Gump (1994) y que luego Danny Boyle imitaría con menos ingenio en Slumdog Millionaire (2008). Lee, sin embargo, solo usa dicha narrativa para la antesala de su filme. La historia del naufragio, tema central de la película, traerá al recuerdo otro filme de Zemeckis, esto gracias a la presencia del tigre de nombre Richard Parker, el “elemento” que mantuvo cuerdo al “Robinson Crusoe hindú”.
No existe diferencia entre Wilson del Náufrago (2000) y el tigre de bengala de Una aventura extraordinaria, al menos eso nos da a entender el final de la película. Wilson, para el personaje de Tom Hanks, es el símbolo de la desesperación por mantener activo los estamentos de la sociabilidad. Mantener en actividad dicha aptitud nos provoca a despistarnos del fracaso o el extravío. Pi en su adultez reflexiona y dice que si no fuera por Richard Parker, tal vez nunca hubiera sobrevivido. En lectura existencial, el fin de la sociedad es el principio del fin del hombre, y eso ambos náufragos lo sabían. Una aventura extraordinaria, si bien posee una lectura interesante sobre el naufragio o la fe, es la conclusión de su historia la que termina por desbaratar lo construido al poner en cuestión lo que fuimos testigos. Posiblemente, esto con la intención de provocar una sensación parecida a lo sucedido en El gran pez (2003), solo que en el filme de Tim Burton la premisa de la imaginación ameritaba recrear una versión falsa y otra oficial. Ang Lee visualmente realiza un filme logrado, muy alegórico, pero con un final que al abrir una historia alternativa, puede decepcionar, resultando ya no una historia extraordinaria, sino una simple parábola.

1 comentario:

Francisco dijo...

Francamente, difiero.