sábado, 12 de enero de 2013

Lo imposible

Artículo publicado originalmente en Cinespacio

Cuando de filmes sobre catástrofes se trata, lo primero que se nos viene a la mente es la provechosa búsqueda al recurso de los efectos especiales, aquellos que nos aproximan a la cercanía de la destrucción masiva, la coalición de autos, el derrumbamiento de edificios, el quiebre de pistas o, como es en el caso de Lo imposible (2012), el maretazo que azota implacable las costas tailandesas. En Más allá de la vida (2010), Clint Eastwood cita la tragedia del Tsunami del 2004 para promover a una película sobre la temática sobrenatural. La primera escena donde se muestra como una población asiática es arrastrada por la tempestad de masas de agua que traen consigo postes, autos y casas, fue el eje de atención que provocó el veterano para introducir al espectador sobre testimonios cercanos a la muerte. Es decir, crea el evento y posteriormente representa el drama a modo de trauma. A diferencia, en Lo imposible es en el mismo evento donde el drama se dilata, y de forma muy severa.

El español Juan Antonio Bayona, también director de El orfanato (2007), ópera prima de terror, realiza un filme basado en un testimonio que ocurrió, es decir, alineado a su contexto, un drama real. Puntualizar esto es fundamental ya que lo usual en las producciones occidentales o, por así decirlo, hollywoodenses (Lo imposible será producción española, pero Ewan McGregor y Naomi Watts como protagonistas principales; por favor) es que exista un atropello frente a los “hechos reales”. De pronto lo testimonial es más ficcional. Hay una necesidad por crear prototipos, la pareja que sobrevive, el anciano que muere en su lecho de toda la vida, la niña que se salva como por arte de magia (magia del cine, le llaman). Existe esa inclinación por inmunizar a los personajes quienes escapan una y otra vez de los desastres naturales siguiendo las reglas de trama en películas como Día de la Independencia (1996) o 2012 (2009), filmes donde si se espera que los personajes vuelen o que cuelguen de un dedo en los acantilados recién abiertos, esto porque están construidos bajo las normas fantásticas; invasión extraterrestre, destrucción del mundo. El filme de Bayona, sin embargo, es distinto a lo descrito.

Lo imposible inicia con el despegue de un avión (es el único spoiler, lo prometo). La pantalla oscura y el ruido que crece hasta confundirse con el de un grito o hasta un alarido. Esto no es nada más que la antesala a una historia que encierra momentos de tensión y angustia, efectos que de alguna u otra forma se incrementan al fraternizar con el retrato de una familia, una que juguetea, que abre sus regalos el día de Navidad, que admira el espacio natural embellecido por el cielo estrellado o la luminosidad paradisiaca, que incluso se preocupa por sus problemas laborales a pesar de estar de vacaciones. Frente a esto, el espectador no olvida que la película trata sobre el desastre ocurrido en el continente asiático; eso está muy en claro. Hay un plus entonces que nos empuja a la ansiedad: ¿Cuándo llegará? ¿En qué momento empezará todo? Cuando ocurre, el drama estalla y ciertamente los efectos visuales poseen los méritos adecuados para provocar el terror, el fastidio, la indignación de que algo podría estar falleciendo en las profundidades de las aguas, espacio donde todo es rápido y turbio, y nuevamente los efectos de sonido tienen una labor primordial aquí.
Momentos de gran tensión en Lo imposible es efectivamente cuando Bayona crea planos bajo el agua. Es la ignorancia de qué tan mal podría estarle sucediendo a la víctima que lucha por vivir. La imaginación del espectador entonces actúa, y son en estas ocasiones cuando el lado perverso se eleva y nos juega en contra. Lo que continúa es la tierra echa pantanos. Es el paraíso derruido y el asalto repentino de la soledad. Es el paso del ambiente familiar al de la incomunicación, un miedo que penetra más profundo que las lesiones físicas. En referencia a esto último, el director no tiene complejos en mostrar lo que para ojos humanos es perturbador. El filme desde este sentido roza con el género gore, uno muy distinto al que se saborea en una película de terror. El espectador será presa de la sensibilidad, esto a raíz de la afección, por ejemplo, creada por la madre que no hace mucho ofrecía amor a sus pequeños hijos. Lo imposible no es una odisea ni una historia milagrosa, es lo real, aquello que no roza con lo exagerado ni lo increíble o lo sobrehumano. No creo además que el filme contenga un happy ending, ya que hay sin sabores de por medio, rezagos que posteriormente se convertirán en traumas, escenas imborrables, marcas, cicatrices, huellas, y eso te lo demuestran al final sus mismos personajes.

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