jueves, 26 de octubre de 2017

15 Festival de Morelia: The drawer boy

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Un grupo de actores de Toronto pide posada en una comunidad granjera como parte de su preparación artística. Ellos buscan inspiración para una obra que tendrá como protagonistas a granjeros. Es así como Miles (Jakob Ehman) conoce a Angus (Stuart Hughes) y Morgan (Richard Clarkin), un dúo de viejos que se gana la vida como ganaderos. The drawer boy (2017) se perfila como una comedia en tonos de farsa. Tenemos al citadino haciendo las de Jerry Lewis o Monsieur Hulot en una versión parlanchina al desencajar en una fiesta a la cual no fue invitado, y, en paralelo, la pareja de granjeros interpretando a un dúo tipo Laurel y Hardy, uno risueño y otro gruñón. Es decir, solo le faltan los golpes y la escasez de diálogo para ser una perfecta slapstick, ya que incluso goza de una ambientación añeja y coloración en sepia, propio de una década pasada.
El humor que establece Arturo Pérez Torres en su película se aprecia además como representación absurda, en donde estos personajes simpáticos no necesariamente precisan de un gran clímax para atraer la curiosidad. Pienso en las tramas de Jim Jarmusch, así como en los retratos peculiares de Joel Potrykus, al menos hasta el momento en que la historia asoma su primer conflicto, lo que acontece después de la primera representación del grupo teatral. El gruñon Morgan se ha enfadado con Miles. El actor ha tomado sin permiso una historia personal, que es la historia de los dos viejos ganaderos, una que se remonta a la infancia, luego a la Segunda Guerra, seguido de una lesión física y termina con un evento fatídico que comparten los amigos. Los hilos de la comedia desaparecen y las tensiones entre los protagonistas liman la cordialidad y el estado de sumisión del buen Angus. Entonces estalla una revelación.
The drawer boy hace reflexión y pone en duda lo real y lo representado, a partir de la historia de un hombre apropiándose de la ficción y generándola como acto de sobrevivencia. Es el actor robando una realidad ajena para no ser expulsado de su compañía. Hay también otra acción estimulando similar debate ético. Es el amigo inventando una realidad como gesto compasivo. Pueda ser además, otro (o su subconsciente) aceptando esa misma realidad como acto de represión. Todos preservando sus deseos, intentando sobrevivir abrazando el confort. El director mexicano desde principio va puntualizando su hipótesis mediante el comparativo entre la vida rural, la vida citadina o artística, sobre cómo los que están inmersos en estos contextos, por muy distanciadas que sean sus naturalezas, están al riesgo de un posible truncamiento. Desde ese sentido, The drawer boy revela también una relación amical forzada por el egoísmo de uno de sus miembros. Es el dibujante que terminó siendo ganadero.

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