jueves, 9 de junio de 2022

XIII Festival Al Este: El faro

Tanto el mito como el terror trascienden a causa de “lo desconocido”. Por un lado, los mitos griegos nos enseñaron que los retos impuestos por una naturaleza fantástica es una alegoría sobre la humanidad descubriendo y reconociendo un escenario que creída haber explorado y comprendido. Es decir; los mitos dan prueba de que la humanidad es ignorante ante eso que les obliga a adentrarse a una aventura ante lo desconocido. Por otro lado, el terror es el miedo a alguna fantasía, a lo antinatural, lo no comprendido. El individuo que sea conocedor de todo lo que rige en su entorno estará libre del terror. Pero lo cierto es que todo ser humano es ignorante o está expuesto a lo desconocido. Se entiende entonces por qué una película como El faro (2019) funciona al fusionar esos dos tópicos. Podría decirse que uno forma parte del otro, aunque no siempre un mito es equivalente a un escenario de terror. Siguiendo las pautas de los mitos griegos, estos estaban lejos de ser historias de miedo. Todo lo contrario. Eran relatos de épicos, muestras de valor, humanos puestos a prueba, física, anímica y mentalmente. Algunos lograban sobrevivir al final. Otros eran consumidos por el hado trágico; prueba de que la naturaleza es selectiva. Es a propósito de esa última idea que se reconocen a los protagonistas de la película de Robert Eggers.

Los dos celadores de un faro no están lejos de esas figuras griegas que fueron consumidas por los efectos de la naturaleza. Ambos son sujetos expuestos a pruebas que ponían al límite sus aptitudes. Esa es pues la esencia de los mitos: exponer al héroe a la prueba máxima. Y aquí ya hablamos de mitos más actuales como Hansel y Gretel o más inmediatos como los que se escuchan en las entrañas de los Andes. En todos los casos, un sujeto es víctima de algún gesto de pedantería hasta que cruza la frontera de lo irreal o la metáfora de alguna incidencia que la naturaleza ha desatado desde sus orígenes. Ahí está Ephraim (Robert Pattinson), el joven aprendiz de vigilancia de un faro que no solo es escéptico ante las leyes que rigen en ese contexto que cree conocer, sino que además se osa a transgredir las mismas, ello víctima de su propia ignorancia o la frustración ante la inconformidad de lo que ese escenario le provee. El problema de Ephraim no es que ofenda al reglamento de vigilancia, sino que subestima el reglamento de esa naturaleza desconocida. Es a raíz de ello que iniciará su agonía, aquella que inunda primero lo mental y finalmente lo físico. Claro que para que suceda eso hay un largo trecho. Si algo insiste el mito es que debemos aprender incluso de los malos ejemplos. Es por ello que cualquier acto de derrota siempre será una lección y además será prolongado.
Pero a todo elemento venéreo del entorno, está su antagónico, esa presencia que además de dar sentido a la lógica de la naturaleza, se encarga de difundirla. Thomas (Willem Dafoe) es la representación del hombre que ha aprendido a respetar ese ecosistema plagado de misterio, claroscuros, sirenas e ingestión excesiva de alcohol. Es así como funcionan las cosas desde el faro y no hay derecho a réplica. No es gratuito entonces que el que se somete a las normativas de ese escenario fantástico es el jefe, así como tampoco no es de extrañar que la personalidad del más viejo sea excéntrica, hostil, demencial. Thomas es un síntoma más de esa naturaleza vaporosa y orate. Es un sujeto que ha sabido mimetizarse con el entorno. El costo fue la vulneración de su razonamiento o su memoria -de ahí por qué confunde cómo o cuándo perdió su pierna-, pago más que suficiente para asegurarse un puesto o sobrevivencia en ese entorno. Claro que no contó con el agente externo. Ese huésped que será motivo de la crisis. El faro alude a los argumentos sobre espacios ajustados en donde la cordialidad de los huéspedes se quiebra a propósito de ese choque de personalidades. Night of the Living Dead (1968) o The Thing (1982) son grandes referentes de esa clase de historias, en donde también vemos cómo la intervención de monstruos -metáforas de los defectos de la naturaleza humana- es un empujón a la mutua destrucción de los protagonistas.

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