martes, 8 de noviembre de 2022

37 Mar del Plata: El rostro de la medusa (Competencia Internacional)

Curiosa y divertida en varios momentos. Esta es la historia de una chica que se le cambió la cara. ¿Cómo sucedió eso? Pues así, poco a poco se le fue transformando hasta que hubo un punto en que su abuela ya ni se atrevió a llamarla por su nombre. El rostro de la medusa (2022) es un relato absurdo sobre cómo una joven desea intentar recuperar su rostro y comienza a experimentar una serie de desvíos. En cierta perspectiva, la directora Melisa Liebenthal parece tener en sus manos una historia fantástica con una premisa que bien podría ser un éxito de taquilla en Hollywood. Marina (Rocío Stellado) es una joven que tiene una personalidad que parece sacada de alguna idea mumblecore. Su vida se estanca tras su “metamorfosis” involuntaria y mientras piensa en cómo resolver ese problema improvisa sus acciones. Esta es como una comedia en que las cosas se ponen de cabeza. Se podría decir que la mujer ha decidido sacarle provecho a ese contratiempo y asumir una segunda identidad. Ver el lado amable de las cosas. De pronto, la fantasía le dispone una posibilidad para, tal vez, rescatarla de su rutina o conformidad. Muy a pesar, no deja de darle vuelta la idea de que su identidad se ha esfumado y posiblemente eso la coloca como un espécimen raro.

El rostro de la medusa se pone más extravagante a propósito de esa redundancia: el rostro sin identidad o forma. Marina, mientras sobrelleva esa anormalidad, no deja de reflexionar sobre cómo cada especie cumple con un rango facial, algo que los identifica con su especie, pero a su vez los distingue dentro de su comunidad. En tanto, a Marina ni su abuela la reconoce y se le ha negado la validez de su documento de identidad. ¿Se imaginan además perder los privilegios de una red social a estas alturas a causa de un cambio de rostro? A propósito, Liebenthal crea un contraste entre la definición científica y la virtual, dos maneras de ver y evaluar un rostro o identidad. Una señala que si no hay registro de una especie esta no existe. En tanto, la otra dicta que si no hay un orden virtual entonces no hay un reconocimiento facial. Marina se siente una criatura no descubierta, una imagen que no es reconocible para el ojo humano. El rostro de la medusa nos presenta a una mujer extraviada a causa de ese mecanismo mental socialmente automático, en donde la ciencia y la tecnología son los que definen una identidad, pero que en algún punto decide revelarse ante esa imposición. La película de Melisa Liebenthal termina con una protagonista escapando de los patrones tradicionales y los actuales. Ella se negará a verse como un defecto, opta por aceptarse y, por tanto, a (re)definir por sí sola su (nueva) identidad.

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