El homoerotismo y la política dialogan en este relato que combina melodrama e intriga. Matías (Gabriel Faryas), un joven actor de teatro, conoce a Rafael (Cirillo Luna) mediante una aplicación de citas. Este será el principio de una historia de deseo y amor, pero sobre todo un acto de resistencia frente a las apariencias y las viejas fórmulas del ciudadano correcto. Los directores Filipe Matzembacher y Marcio Reolon nos cuentan cómo es que los prejuicios sociales resultan ser una camisa de fuerza o incluso una careta para sus protagonistas. Ato noturno (2025) nos traslada a una provincia en Brasil, un escenario que transita por una alta tasa de violencia y que además está a vísperas de celebrar sus elecciones municipales. En ese panorama, los dos personajes principales se reunirán usando a la noche y ciertos escondites furtivos como tapaderas regulares para su relación, en cierta medida, anticipándose a la postergación. Sucede que Rafael no está en “posición” de exponerse, y esto tiene que ver con la próxima campaña electoral municipal. Los prejuicios aquí caen por su propio peso. Se podría decir que hasta entonces tenemos una convención del género LGTB; sin embargo, hay algo más. Un drama alterno compromete únicamente a Matías, situación que hasta cierto punto tensará el melodrama provocado por unos amantes que necesitan guardar las apariencias.
sábado, 20 de septiembre de 2025
Fantastic Fest 25: Night Stage
Matías
ansía formar parte de una próxima producción de televisión. Ante esa búsqueda,
es que se va creando ese drama y posterior conflicto alterno que al igual evoca
a un juego de estrategias y apariencias. Tanto el actor de teatro como el
político tienen en común un espíritu de superación. El hecho es que de pronto
en ese escenario el obtener ello implica sacrificar desde lo personal hasta las
propias convicciones. Es así como, en cierta perspectiva, Matías comienza a
generar su propia campaña actoral para concretar su fantasía personal. Y aquí
hablamos de tácticas, malas jugadas, sacrificios y, finalmente, crear una
fachada, seguir el juego de ser alguien que no es del todo él. De pronto, aparece
un contrato que remarca qué tan serio es eso de que así funcionan las cosas en
esa realidad. Ato noturno abraza el mito de Fausto, a propósito de
personajes atraídos por lo mundano, el insaciable deseo de experimentar el
éxito y, en tanto, irán queriendo más, corrompiéndose, desviándose del
verdadero estado de la felicidad. Ahora, Filipe Matzembacher y Marcio Reolon
asumen el sexo como un camino a esa felicidad y no como un motor perverso o
parte del festín superficial que corrompe. Es por eso que, hasta cierto punto,
los protagonistas dejan de fantasear con sus búsquedas personales para más bien
ver en la representación erótica expuesta a lo público como su fantasía
idílica.
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