No se puede hablar del activismo político radical en el cine sin dejar de lado a La batalla de Argel (1966), una tremenda película de Gillo Pontecorvo y gran referencia en la última película de Paul Thomas Anderson. Una batalla tras otra (2025) parece integrar dos películas en una. Primero: el retrato épico y tenaz de un grupo de activistas radicales estadounidenses. Segundo: el retrato de un drama familiar conectado con los pendientes de la primera fase. A propósito, la transición entre ambos bloques es el único momento de reposo argumental que se reconoce a lo largo de esta enérgica película. Es el respiro en la renovación de una historia y de paso de una batalla. Entonces, la segunda parte es que se reconoce el tributo a la película de Pontecorvo. Así como Quentin Tarantino, PTA es un director que hace un saludo a sus directores y géneros favoritos en cada una de sus producciones. Ambos arduos cinéfilos, se diferencian con relación a su disciplina y discreción para manifestar su fanatismo. QT explota momentos, su tributo es más evidente, literal y hasta calcado. PTA, en tanto, es de línea prudente, más allá de reinventar secuencias, él se limita a remembrar a los géneros, películas o directores. La segunda parte de Una batalla tras otra tiene mucha similitud a la dinámica argumental de La batalla de Argel tomando en cuenta que en sendas películas un grupo radical se mueve de un lado a otro desde la clandestinidad, mientras que en paralelo un grupo militar selecto hace lo mismo solo que de manera palmaria.
Aunque más dura en su asimilación, Inherent Vice resuena en Una batalla tras otra. Ambas basadas en escritos de Thomas Pynchon, estas dos películas son como un recorrido laberíntico: al doblar cada esquina, aguarda algo inesperado. Pynchon se inspira de las novelas negras y a PTA le fascina el cine negro, historias de detectives que inician con un caso tan simple, pero que se va complicando. Es una batalla tras otra como la que enfrentará el antihéroe, que, ya lo dije, es Bob. Ahora, el trayecto de Inherent Vice es raro y confuso en un sentido argumental y hasta lógico. Por su parte, Una batalla tras otra es enmarañado y desorientador solo que más en un sentido espacial. Mucho detalle al recorrido físico de los personajes. Vayamos en orden. Un grupo de militantes radicales ingresan a un lugar para crear un atentado. Entran por una puerta, salen por otra, espacios angostos, están los hechos a plena noche. Escapan por las vías, cruzan calles, doblan esquinas, entran por callejones, estacionamientos, corren por donde haya lugar. Bob y su sensei cruzan puertas, habitaciones, corredores, no deja de aparecer más gente, mientras tanto van ascendiendo de pisos hasta llegar al techo. Es como jugar el antiguo King Kong. Una de las bases del club de la Navidad —nombre de caricatura— arranca en una casa común y corriente y luego de bajar unas escaleras, aparece un túnel, y así. Es laberinto tras laberinto. PTA parece simular una y otra vez el ingreso de Alicia al País de las maravillas. Apenas cruzas una puerta, empieza la batalla del “todo puede pasar”. Lo que aparenta ser un espacio limitado se amplía por arte de magia. Es el código del conflicto del cine noir, plasmado desde lo espacial.
Y
así son varios los personajes de Una batalla tras otra que tienen puntos
débiles. Salvo por el Sensei, ninguno será víctima de la duda. Se repite esta
idea de lo impredecible. El hecho de que estemos ante un escenario del activismo
radical y la represión estatal es que siempre va a manifestarse el tópico de la
traición. Nada está dicho en un terreno en donde tienes todas las de perder. En
tiempos de guerra se ven los más valientes como los más cobardes, así como los
más o menos comprometidos a una causa. A propósito, es que PTA realiza su
primera película comprometida. Una batalla tras otra dialoga con los
problemas actuales y fija su línea política de manera firme, pero siempre
cuidándose de la censura. Así como muchos de los clásicos de Hollywood, PTA al
final parece decir: “Y bueno, estas son las consecuencias si haces esto. Podrás
ser muy aguerrido y hábil, pero…”. Queda un mensaje social, una vocación frustrada,
una utopía, pero salpicaduras quedan. Una batalla tras otra es una
estupenda película, pero no más que Petróleo sangriento, The Master
o La batalla de Argel, sin embargo, son tremendas sus secuencias durante
la carretera, así como su nueva alianza con Jonny Greenwood. Excelente instante
western la que fabrica combinado con el suspense de una vía que sube y baja
como una montaña rusa, el uso de un lente que ralentiza el acercamiento y, en
tanto, la inquietud sonora del compás de Greenwood complementando la catarsis.
Es un momento al que quiero volver a futuro.
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