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lunes, 29 de marzo de 2021

Oscar 2021: News of the World y Ma Rainey’s Black Bottom

Comienzo a comentar las películas que han recibido nominaciones para la próxima edición de The Academy.

Paul Greengrass es un buen director, gran montajista. Sus mejores películas son las que incentivan la ansiedad a partir de la convergencia de secuencias correspondientes a situaciones que surgen dentro de un mismo horario, aunque en diferente escenario. Es la simulación de un ritmo acelerado, como lo dominaron magistralmente los soviéticos en el primer bloque del cine socialista, solo que Greengrass dilata el tiempo de los cortes, lo suficiente para que el espectador oriente los acontecimientos de cada situación. Es un ejercicio del efecto Kuleshov en cocción lenta, pues el espectador tendrá que esperar con paciencia para descubrir ese tercer mensaje que provoca la relación de los escenarios. Ahí están Bloody Sunday (2002), Capitán Phillips (2013) y Vuelo 93 (2006), siendo este último un superlativo dentro de su filmografía. Dicho esto, es desalentador lo que ha venido realizando el director británico bajo el respaldo de Netflix. News of the World (2020) es un cine distinto a su propuesta. Es una película que tiene mucho aliento al cine clásico, lo cual resulta estimulante dentro de un territorio que parece haber enterrado esa idiomática. Muy a pesar, este western resulta tibio si es comparado con los títulos de esa época.

Pienso en las películas de ese género producidas en la década del 50, tiempo en que los cowboys estaban a orillas de convertirse en figuras del ocaso, la conclusión de una época de nómadas. La máxima expedición que harán es el de buscar a un fugitivo que se refugia en los alrededores de la naturaleza. Habrá casos excepcionales como el del lector de noticias protagonista del filme, el veterano de la Guerra Civil Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks), quien por azar tendrá que sumar a sus tareas el encargo de llevar a una niña huérfana a un alejado poblado en donde viven sus tíos. News of the World se inspira en los relatos de diligencias en medio de la naturaleza inhóspita y hostil. Es una ruta llena de peligros, pero que sobretodo son trayectos que establecen el reconocimiento entre los protagonistas, personalidades que a primera vista contrastan. Jefferson y Joanna (Helena Zengel) son una pareja de huérfanos que crean una sociedad provisional, aunque están destinados a formar su propia comunidad. Ahora, como sucede con todas las producciones que llaman la atención de La Academia, se filtran reflexiones en torno a la coyuntura, siendo la más particular aquella que describe a un líder déspota que adiestra a una población con una información que los mantiene dentro de su caverna. Pienso en Donald Trump y los contras de las redes sociales.

Ma Rainey’s Black Bottom (2020) es una película pensada para el dominio actoral. Más que una historia, lo que nos ofrece el director George C. Wolfe es una situación que pudiera servir de excusa para describir las personalidades de sus protagonistas. Todas las interpretaciones son correctas, siendo los de Viola Davis y Chadwick Boseman los más logrados por el mismo hecho de que estos personajes están a un primer plano. Lo cierto es que hay un especial acercamiento al de Boseman, siendo este personaje el más complejo de la escena, y el que además no dejará indiferente al resto. El trompetista Levee es de esas presencias que sabes que montará algún serio desarreglo dentro del escenario. Mucho tiene que ver su talento sostenido por un aire fanfarrón, lo que crea entre risas y urticaria al resto de la banda, pero mucha irritación a Ma Rainey, la bautizada “Reina del Blues”, quien, en efecto, es un superlativo de Levee, solo que esta sí tiene una producción que la abale. Ma Rainey’s Black Bottom, desde una mirada general, es el enfrentamiento de personalidades, el la cantante y su trompetista. Es el gran ego de la mujer imponiendo contra el ego en formación del joven músico y neófito compositor.

Esta serie de roces de temperamentos y arrogancias es en cierta forma lo que apuesta la historia y la hace digerible sin siquiera exigir el advenimiento de un sustancial conflicto. El hecho es que todo resulta muy coreografiado. De pronto el ensayo de los músicos nos hace percibir que no es lo único ensayado. Las conversaciones, los solitarios, la misma cámara que limita al excluir al resto y subrayar al protagonista de la escena como si se tratase de un reflector en un estrado, hace que la película, basada en una obra teatral, se describa como una puesta teatral. Sus mismas locaciones, el interior y sobretodo el exterior, lucen limitados y acartonados. George C. Wolfe no se preocupa por crear puntos muertos o de descanso. Todo es un circuito de conversación o reacciones imparables. Es una puesta que pareciera preocuparse por no dejar espacio mudo que pudiera confundir al espectador de un teatro. Ma Rainey’s Black Bottom deja las ganas de ver esta adaptación sobre una tarima y bajo luces artificiales.

Ambas películas están disponibles en Netflix.

jueves, 18 de octubre de 2018

Netflix: 22 de julio

No deja de ser decepcionante que la última película de Paul Greengrass opte por el circuito de un drama convencional en lugar de un conflicto dominado por lo que mejor sabe hacer: crear el suspenso, la angustia sofocante a propósito del terror realista, casi de un aire documental, que se aborda con una celeridad que encuentra la sincronía correcta entre las historias en paralelo y el trabajo de edición. El británico está lejos de Capitán Phillips (2013), y qué decir de Vuelo 93 (2006). La antesala al caos, crucial para provocar el vuelco entre la tranquilidad y la anarquía, es breve. De igual forma, el gran conflicto de la historia, punto alto del drama, es fugaz. La película de Greengrass se ocupa más bien en tratar las secuelas de un atentado, ese fragmento que en Vuelo 93 no existe y que en Capitán Phillips solo le tomó últimos minutos del filme, más que suficiente.
22 de julio (2018) recrea el evento trágico de un ataque terrorista desatado en Oslo a fin de atender a los testimonios de los implicados. Todos –Greengrass no extravía su manía para narrar más de dos perspectivas– se conducen a una mirada humana. Más allá de la postura objetiva y contraria a la radicalidad racial que expone el protagonista agresor, el director está interesado en hurgar el dolor a causa del trauma que bloquea la cordura o hace titubear la habilidad protocolar de un primer ministro. El testimonio de un abogado es el más débil y trivial del grupo. El tema ético es un ir y venir en este, además de tantas partes de la película. El caso del joven Viljar (Jonas Strand Gravli) es el centro de la historia, y también el más elaborado, sin embargo, no dejan de percibirse ciertos trazos dramáticos familiares. Paul Greengrass combina el drama judicial con el íntimo elevándolo a un plano humano. No es una película a desdeñar, salvo que la pudo haber realizado cualquier otro director.