El padre de Mattie Ross (Hailee Steinfield) ha sido asesinado. El culpable; el escurridizo Tom Chaney (Josh Brolin), un ladrón perseguido desde hace mucho por LaBoeuf (Matt Damon), un Walker Texas Ranger, que junto con el “Gallo” Cogburn, un experimentado sheriff, se embarcarán a la búsqueda del bandido para que sea ajusticiado, tal y cual como lo desea la pequeña Mattie, de apenas catorce años. Cuatro personajes haciendo lo suyo, comportándose a su forma con “temple de acero”.
Joel e Ethan Coen ingresan al género western de una forma propia, una concepción personal y distinta a lo que podría rememorarse del clásico género en la época de los 60, la década de oro de este tipo de cine, uno de hartos arquetipos expresados en sus espacios, sus temas, sus personajes tipo e inclusive los modelos actorales que interpretaban las películas; el caso más próximo es el de John Wayne, que por cierto interpretó el papel principal en la versión original del remake de los Coen, True grit (1969), dirigido en ese entonces por Henry Hathaway. Temple de acero (2010) no tiene mucho que ver con el filme de Hathaway, y esto no es desdeñable.
La pequeña Mattie no es tan pequeña como debería serlo, ni en físico ni en carácter. Luego de haber sido asesinado su padre, ella dentro de la familia toma riendas de la situación. Se encarga de buscar el cajón apropiado para su progenitor, cierra algunas cuentas al aire del mismo y, por último, capturará a Tom Chaney para que sea ajusticiado como se debe en su pueblo natal, lugar donde murió su padre, lugar donde el cruel Chaney le disparó y le robó dos piezas de oro y un caballo, lugar que fue testigo del crimen y que será testigo además de la justicia. Tarea difícil, más no para una niña que, según palabras de un familiar, siempre fue testaruda, y es ello lo que un día podrá meterla en problemas.
Desde este sentido, la pequeña Mattie se encuentra con una imagen próxima, un veterano sheriff, el “Gallo” Cogburn, un tipo envejecido por la vida y la bebida, de mal genio y aspecto repugnante, perverso pero efectivo en su oficio; es el sujeto ideal para Mattie, aquel que lo ayudará a capturar a Chaney por el precio de cincuenta dólares, no pago por adelantado. El contrato incluye que Mattie tendrá que ser parte de la cruzada, sin ella no va la empresa. Si bien la pequeña niña tiene el coraje, no tiene la habilidad, necesitará del “Gallo” para lograr su propósito. La química entre la niña y el viejo pistolero no se hace esperar, ambos parecen congeniar a su forma, cada uno por su lado no se olvidan que son empleador y empleado. No existe una relación de afecto sustentado por sentimentalismos. La pareja funciona en el sentido que no se confunde la historia con la de dos generaciones distintas que aprecian las cosas a raíz de su búsqueda a un asesino. El “Gallo” se comporta y aporta para Mattie, la pequeña que está aprendiendo a “disparar y luego hablar”. Un infante que tiene “temple de acero”, ciertamente destinada a tener problemas.
LaBoeuf es un adherido más a la trama. Su presencia en ocasiones parece sobrar debido a que es tan parlante como lo es Mattie, y la niña no necesita de otro orador. LaBoeuf, sin embargo, necesita de Mattie, o más bien de Chaney, el asesino que mató a alguien importante en Texas. Sujeto escurridizo para el Walker Texas Ranger, algo inaceptable para su ego. Así podemos observar una triada perfecta en los principales personajes de Temple de acero. Por un lado está el obsesivo, aquel que persigue la revancha, este reflejado en LaBoeuf; Mattie es la que busca venganza; y por último, el “Gallo” es el típico pistolero a sueldo, un sheriff o un villano más, ambos ajusticiados, sea por sus crímenes o por su actitud complicada, dentro de todo, nadie niega que sea el mejor, nunca faltará en una búsqueda. Los tres giran en torno a Chaney, que no es otra cosa que un villano más, ese que escapa y que, como decía el proverbio, no tenía idea que era perseguido.
Los Coen, similar como ocurre en casi toda su filmografía, se tiñen de una comedia extraña y atípica, aunque esta vez no conteniendo un brote de humor negro, sino de una tonalidad sombría que podría pasar por drama o eventos tensos, estilo que se manifestó en Sin lugar para los débiles (2007), especialmente en las situaciones de suspenso, una risa cruel e incómoda a veces, pero siempre cómplice. El encuadre aprovecha los espacios abiertos, en algunas ocasiones aprovechando el contraste. La fotografía es limpia, distinta a la que podría expresarse en un western, donde reina un color árido deteriorado. Tres actuaciones son bien logradas, Jeff Bridges en una de sus mejores actuaciones, y dos personajes secundarios, Josh Brolin y el irreconocible Barry Pepper haciendo del papel de Lucky Pepper, de lejos su mejor actuación.
1 comentario:
Grandes Jeff Bridges y el desalmado Lucky. El western no ha muerto
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